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OPCIÓN TRES

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Estaré loco pero no soy un suicida, mi ataque ocurrirá durante la parte más oscura y fría de la noche, estilo guerrilla más que en modo batalla sin cuartel. Espero unas cuantas horas, pero tengo las manos tiesas, casi adormecidas, lo cual no es bueno, y corro entre los árboles durante unos diez minutos para calentarme, para estar concentrado. Sé que tengo que deshacerme de las guardias una por una, de forma silenciosa y veloz. Es una tarea difícil porque dos de ellas permanecen invisibles, pero para el caso, ¿quién quiere enfrentar algo fácil? Una vez que acabe con las guardias, puedo entrar en el campamento y lidiar con quienquiera que esté ahí. Debo moverme rápidamente, pero con calma. Sé profesional y no dejes de pensar, diría Celia. Mátalos rápidamente, añado yo.

De vuelta a mi refugio entre los árboles dirijo la mirada hacia la primera guardia. Ella es la veterana; será una buena contrincante. No debo darle oportunidad de luchar.

Respiro profundamente, pienso en el aire fresco, compruebo que estoy invisible y luego me dirijo hacia ella, cuidando de no hacer ningún sonido. Ya estoy cerca. Tengo el Fairborn en mi mano. La Cazadora se encuentra justo frente a mí, me atraviesa con la mirada. Doy un paso más y le rebano la garganta al tiempo que sujeto su cuerpo con mi mano libre. Trata de golpearme mientras sus labios se mueven, pero en vez de palabras, de su boca mana sangre.

La deposito en el suelo con el mismo cuidado que tendría con un bebé dormido, prestando atención todo el tiempo. No oigo nada, así que corro hacia los árboles hasta la siguiente guardia, la primera invisible; aminoro la velocidad cuando escucho el siseo de su móvil. Se escucha fuerte, pero no logro precisar dónde está. Me detengo para ver si percibo otro ruido, el que sea: respiración, movimiento. Pero no detecto nada, sólo está ahí el fuerte sonido de su teléfono.

Me acerco lentamente. Está oscuro pero ahora veo el helecho pisoteado y sus huellas. Doy un paso breve, tengo los brazos extendidos y ahora recibo la ayuda de Fairborn. Él la percibe. Quiere su sangre.

Dejo que dirija mi mano. El Fairborn se tensa y sé que estoy a sólo unos milímetros de ella. Así que lo dejo libre, y da rápidas estocadas en el aire al nivel del pecho. El cuchillo está tan afilado que ni su chaqueta, ni su piel, ni sus huesos lo detienen y siento la sangre tibia escurrir entre mis dedos; mi mano derecha encuentra su boca mientras gime con fuerza y deslizo el Fairborn hacia abajo, destrozando tela y carne. Sus vísceras calientes y resbaladizas se derraman sobre mi mano izquierda. La Cazadora ya está visible, se retuerce en el suelo; estoy hincado sobre ella, manteniendo cerrada su mandíbula y amortiguando sus quejidos. Es otra mujer joven, quizá de veintitantos años.

Me limpio la mano en su ropa y limpio el Fairborn también, tomando el riesgo de volverme visible durante uno o dos segundos; ahora debo moverme con mayor rapidez. He sido demasiado lento y ella gimió… no tan fuerte, pero lo suficiente como para alertar a las otras guardias, si es que son buenas. No puedo aventurarme a que despierten a las demás.

Tengo que entrar en el campamento.

Voy lo más rápida y silenciosamente que puedo. La fogata está débil pero brillante, y discierno las siluetas de tres personas que yacen cerca de ella. Más lejos, cerca de un gran árbol, hay otra Cazadora, y a su lado, encadenada al árbol, está una prisionera encapuchada, menuda y esbelta. Debo concentrarme. Así que aquí hay cuatro Cazadoras, dos haciendo guardia y la prisionera.

Degüello a la Cazadora dormida más cercana, que patea y se jalonea y me obliga a moverme más rápidamente hasta la siguiente. Ya no tengo que preocuparme por actuar en silencio. Debo ser veloz; los que dormían ahora se están despertando, pero aún no saben qué ocurre. La siguiente Cazadora se levanta, pero la derribo y le apuñalo el cuello; doy un paso hacia la tercera, aunque la segunda no se da por vencida y me sujeta la pierna, aferrándose, mientras se desangra. Tiene una pistola en la mano y dispara. Aún estoy invisible pero inestable y la bala no me alcanza; le pateo la cara y me alejo rodando.

Van cuatro Cazadoras muertas, cuatro todavía están vivas y ya todo es un caos. La Cazadora que está junto a la prisionera se ha hecho invisible y llama a las guardias a gritos. La que se encuentra junto a la fogata empuña la pistola. Con el Fairborn envainado, lanzo rayos con las dos manos en dirección a cada una de ellas. Sale humo y se oye un grito de quien está junto a la fogata, y salto contra ella. Le caigo encima y el Fairborn, de nuevo en mi mano, sabe dónde clavarse: en su vientre, y después hacia arriba. La Cazadora vuelve a gritar y el Fairborn la corta a todo lo largo hasta que se hace el silencio. Después se escuchan disparos y me impulso rodando desde la Cazadora muerta.

Ya van cinco. Me agazapo. La sexta, que estaba junto a la prisionera, está invisible y en movimiento. Dispara en todas direcciones y no logro localizar su posición exacta. Me tiendo en el suelo, y espero.

Los disparos se detienen. Tengo las manos resbaladizas de sangre pero el Fairborn está feliz. Siento su vibración, su deseo de seguir matando. Aún quedan tres Cazadoras vivas. Y la prisionera. La miro. Todavía está ahí, hecha un ovillo en el suelo. Me doy cuenta de que ya no estoy invisible. ¡Mierda! ¡Concéntrate! Respira. ¡Piensa en el aire! Miro mi mano y estoy invisible de nuevo. Tuve suerte de que no me vieran, aunque está oscuro y estoy contra el suelo; de todos modos vuelvo a ser invisible.

Escucho un grito: “¡Dama dos!”, y sea quien fuere está moviéndose rápidamente a mi derecha. Es un código, de un plan. ¡Tengo que salir de aquí!

Corro a mi izquierda tan rápido y silenciosamente como puedo, pero sólo doy tres pasos antes de que se me acalambren los músculos: primero las piernas, luego los brazos y el estómago. Caigo de rodillas. Con la cabeza contra el suelo. Trato de respirar en silencio. Quiero vomitar. Es algún tipo de magia. Es mala, pero no tanto como el ruido de Celia. Puedo luchar contra ella si logro curarme.

Siento el zumbido de la sanación y luego corro hacia los árboles. Casi llego hasta ellos cuando vuelvo a acalambrarme. Caigo de rodillas y comienzan a disparar de nuevo, y ruedo una y otra vez lanzando rayos a través de las manos. Le doy al tronco de un árbol y vuelvo a sanar y me pongo de pie, y los disparos son una locura y hay gritos y me tiro a un lado y lanzo rayos, todos los que puedo, lo más lejos posible. Estoy zumbando por la sanación y eso parece ayudarme, estoy enfadado y también aterrado. Doy vueltas corriendo por el claro, lanzando rayos y llamas y se escuchan un grito y más disparos, pero no siento más calambres. Se han detenido.

Examino el claro y el lindero de los árboles. Me mantengo quieto, mi respiración sale con fuerza, aterrada. Debo calmarme. Debo permanecer invisible también. Creo que le di a la que puede provocarme calambres, pero sólo porque ya no lo está haciendo. Luego la veo, sorprendentemente cerca, en el suelo, medio escondida detrás de un árbol, con el brazo extendido hacia mí y los ojos abiertos.

Eso significa que quedan dos Cazadoras.

Escucho un sonido a mi derecha. Lanzo rayos en esa dirección. El relámpago más grande que puedo crear. Y corro unos cuantos pasos entre los árboles. Comienzan los disparos, de nuevo. Me tiro al suelo y me extiendo bien.

Cae el silencio.

Espero.

Y espero.

Si están muertas, serán visibles. Levanto la cabeza para comprobarlo.

Nada… o quizá algo. Humo. Y luego veo a la séptima Cazadora. No está muerta, pero está arrodillada en el suelo, ennegrecida. Su chaqueta humea. Su brazo derecho yace flácido a un costado y su mano izquierda sostiene la pistola con firmeza. Mira a su alrededor. Aturdida.

Y detrás de ella, la última Cazadora retoma su forma. De alguna manera le di a ella también, aunque está más lejos. No puedo ver su rostro. Yace en el suelo.

Tengo que concentrarme arduamente en mantenerme invisible —respira lentamente, piensa en el aire— y luego me muevo para mirar más de cerca a la chica que está tumbada en el suelo. Tiene el rostro quemado y ennegrecido. Los ojos abiertos. Definitivamente no está fingiendo. Me permito ser visible.

La Cazadora que se halla de rodillas jadea. Doy un paso hacia ella para que pueda mirarme; trata de levantar la pistola. El Fairborn le corta el cuello. Más sangre en mis manos. Otro cuerpo descansa en el suelo.

La prisionera aún está hecha un ovillo y tiene los tobillos encadenados al árbol y las manos atadas al frente. Una capucha de lona le cubre la cabeza y el cuello, de donde le sobresalen mechas de cabello rubio.

Tiemblo. Inhalo y exhalo, una y otra vez.

Tengo las manos pegajosas de sangre. Aferro con fuerza el Fairborn y sujeto a la prisionera por el hombro. Da un tumbo para atrás, pero se queda callada. Corto sin ningún cuidado el lazo que ata la capucha con la punta del Fairborn y éste le araña el cuello. Es lo menos que merece Annalise. Retiro la capucha.

El pelo rubio cae y le cubre el rostro a medias. ¿El pelo de Annalise?

Es difícil apreciarlo en la oscuridad.

Agita la cabeza. Está amordazada pero sus ojos me miran fijamente. Ojos azules llenos de miedo, llenos de plata. Ojos de Bruja Blanca.

Las manos me tiemblan con más fuerza, tiemblan de rabia y furia, el Fairborn zumba en mi puño, lo clavo en el suelo y me alejo caminando.

El lado perdido

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