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PRÁCTICA

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Es de mañana. Troto de vuelta a mi campamento. Ya no me siento tan mal. He corrido durante un largo rato: varias horas en la oscuridad, justo después de que Gabriel me despertara del sueño y comenzara a fastidiarme con el tema de las visiones. Correr me ayuda. Cuando corro me concentro en el bosque, los árboles, el suelo, y puedo pensar mejor. Y practicar mis Dones.

Me vuelvo invisible. Es lo que me sale mejor, pero he tenido que esforzarme. Debo pensar en ser transparente, en ser aire. Inhalo y me permito convertirme en aire. Una vez que lo logro puedo permanecer así si me concentro en la respiración.

Y también puedo lanzar rayos con las manos. Para eso necesito batir las palmas, como si golpeara piedras para generar una chispa. La primera vez eso fue lo único que sucedió, pero ahora puedo desencadenar rayos que alcanzan hasta diez metros.

Aprendí recientemente a lanzar llamas por la boca. Chasqueo la lengua contra el paladar levemente y suelto una exhalación. No es un arma mortal ni tampoco puedo lanzar las llamas mientras pienso en ser aire y permanecer invisible. Pero aun así es un buen Don.

Practico mis nuevos Dones a diario, y diariamente intento encontrar los otros Dones que poseía mi padre. Era capaz de mover objetos con la mente, cambiar su apariencia como lo puede hacer Gabriel, hacer que las plantas crecieran o murieran, curar a los demás, contorsionar objetos de metal y crear pasadizos. Todos ellos son grandes Dones, pero el mejor es el de detener el tiempo. Estoy seguro de que ahora también poseo esos Dones. Lo lógico es pensar que si he recibido uno entonces los he recibido todos, pero no he podido encontrar el modo de acceder a ellos. Antes de que él muriera, vi cómo mi padre detenía el tiempo y he trabajado más en ese Don que en ningún otro, pero no ha sucedido nada. Es el que más anhelo. ¡Sólo imagino lo que haría con él! Pero no he podido encontrarlo. Y por supuesto, el Don que no quiero, el de las visiones del futuro, es el que viene a mí de todos modos, me guste o no.

Tener visiones es más una maldición que un Don. Me arruinaron la vida. Estropearon la relación con mi padre, estropearon todo. Me pregunto si mi vida habría sido distinta si él no hubiera tenido la visión de que yo lo mataría. Que finalmente se volvió realidad aunque me evitara durante los primeros diecisiete años de mi vida. Lo único que significó fue que pasé mi niñez sin estar a su lado, sin conocerlo, siendo prisionero de los Brujos Blancos. Luego, cuando logré escapar y nos reunimos, esa visión se materializó a los pocos meses. Si no hubiera tenido esa visión, creo que no me hubiera dejado con Abu, habría querido que permaneciera con él. Transcurrieron diecisiete años de separación sólo por una visión. Aún más extraño es pensar que si mi padre no me hubiera dicho que me comería su corazón y que recibiría sus Dones, no habría sucedido así.

Las visiones no son como los sueños. En principio sólo ocurren cuando estoy despierto, y llegan como una nube que trae consigo una sensación de escalofrío y vuelve más opacas las cosas, y, aunque sé lo que va a ocurrir tengo la misma probabilidad de detenerla como de evitar que una nube oscurezca el sol.

Y, claro, una vez que has recibido una visión no puedes librarte de ella, no puedes olvidarla.

Mi visión se ha repetido seis o siete veces, y en cada ocasión se añade un detalle más. En ella estoy de pie en el lindero de un bosque, con los árboles detrás y una pradera que se extiende al frente, y el sol está bajo en el cielo. La luz es dorada y todo es hermoso y tranquilo; miro a Gabriel que está de pie entre los árboles y gesticula para que me acerque, contemplo la pradera por última vez y me vuelvo de nuevo hacia Gabriel y empiezo a volar hacia atrás.

Ésa fue mi primera visión y se la conté a Gabriel. Pero desde entonces he visto más elementos: hay una figura oscura que se aleja por entre los árboles. Gabriel tiene un arma en la mano. Vuelo hacia atrás y floto, de pronto caigo de espaldas, logro ver el cielo y las copas de los árboles, y siento un dolor en el estómago; entonces sé que me han disparado y todo se vuelve negro. Ése es el final de la visión.

Dura alrededor de dos minutos y siempre termino sudando, con el estómago ardiendo y acalambrado. Sé que la visión es importante, de lo contrario no la tendría y, seamos realistas, que te disparen nunca es algo bueno. No logro entenderlo. ¿Por qué me conduce Gabriel hacia alguien que va a dispararme? Luego viene la peor pregunta de todas, la que evito pensar: ¿es Gabriel quien me dispara? Pero sé que nunca lo haría —sé que me ama—, sólo es una muestra de lo complejas que son las visiones. Comienzas a creer en ellas en lugar de creer en lo que sabes.

De vuelta al campamento me recuesto junto a la fogata. No estoy seguro de por qué he regresado. Mi idea era ir hacia el sur y poner trampas para los conejos, pero justamente ahora que regreso al campamento se me ocurre recordarlo.

—Has estado lejos mucho tiempo. ¿Acaso estabas perdido? —pregunta Gabriel, mientras se acerca a mí.

Él y su maldita contraseña.

—Te has equivocado. Se supone que debes decir: “Has estado fuera mucho tiempo. ¿Acaso estabas perdido?”, y sólo han sido algunas horas, así que toda esta historia es una tontería —le digo.

—Trato de atenerme a la intención original, más que a la literalidad de las palabras.

—Aun así, si yo fuera un Cazador ya estarías muerto.

—Y te esfuerzas por hacer ver que eso es preferible.

Lo maldigo.

Arrastra los pies, levantando un poco de tierra. Saco el Fairborn y mi piedra para afilar y me pongo a trabajar en él.

—¿Estás haciendo eso por algún motivo? —pregunta Gabriel, mientras se acerca a mí.

—Pensaba echar un vistazo. Revisar unas cosas.

—Y yo pensaba que irías a poner trampas para conejos.

—Me siento con suerte. Podría encontrarme también con algunos Cazadores —le dirijo una mirada.

Sé que había dicho que hoy pondría las trampas y revisaría los cuerpos de las Cazadoras mañana, pero he cambiado de parecer. Quiero regresar al lugar donde estaban los cadáveres para ver si han aparecido más Cazadores.

—Necesitamos comida. Dijiste que pondrías trampas.

—También las pondré.

—¿Sí? ¿De veras? ¿O te irás varios días y me dejarás sin saber si estás vivo o muerto?

Continúo afilando el cuchillo.

—Háblame, Nathan, por favor —dice Gabriel mientras estira su brazo para tocar el mío.

Dejo de afilar y lo miro a los ojos.

—Ya te lo he dicho: haré las dos cosas.

—¿Por qué no me dices lo que de verdad está pasando? —sacude la cabeza.

—Ya sabes lo que está pasando, Gabriel. Estoy intentando encontrar a la bruja que asesinó a mi padre. Ella sólo desapareció. Lo bueno es que al buscarla estoy encontrando Cazadores. Hay muchos por estos lugares. Es un país vasto, pero me encuentro con ellos y les doy su merecido.

—¿De verdad crees que podrás matarlos a todos?

Es una pregunta legítima, pero creo que la hace para poner a prueba mi cordura más que mi capacidad.

—Mi padre pensaba que así sería —le sonrío y trato de parecer lo más loco posible.

Gabriel niega con la cabeza y me da la espalda, mientras murmura:

—A veces pienso que tienes deseos suicidas.

A veces yo también me lo cuestiono, pero cuando peleo estoy absolutamente seguro de que no es así. Es entonces cuando me desespera seguir vivo.

—Arriesgas tu vida con cada ataque. Pueden matarte, Nathan —prosigue Gabriel.

—Tengo el Don de la invisibilidad. No saben que estoy allí hasta que es demasiado tarde.

—Aun así pueden acabar contigo. Con las balas que vuelan por todos lados, es un milagro que aún no haya pasado. Casi mueres por la bala de un Cazador en Ginebra. El veneno por poco te mata. Una herida…

—Tengo cuidado. Y soy mejor que ellos, mucho mejor.

—También ellos pueden volverse invisibles. Todavía pueden…

—Te he dicho que tengo cuidado.

Gabriel frunce el entrecejo.

—No se trata sólo de ti. Tus ataques atraen a más Cazadores hacia nuestra dirección, los guían cada vez más cerca de nosotros y de Greatorex, y nos pones en riesgo.

—Greatorex y su pandilla entrenan para cuando llegue ese día, aunque hasta donde recuerdo, las últimas dos veces que mudamos el campamento no hubo una sola confrontación y soy el único que ha asesinado a alguien, soy yo quien tiene sangre en las manos. Es como si ese grupo únicamente quisiera entrenar y esconderse y…

—Sabes que eso no es cierto.

—Tampoco es cierto para mí.

Paso el dedo por la hoja del Fairborn y me hago un corte. Me chupo la sangre y luego curo la herida antes de meter la piedra para afilar en mi mochila y el Fairborn en su funda.

—Nathan, que elimines a unos cuantos Cazadores más no cambiará la guerra, no cambiará nada.

—Diles eso mientras les arranco las entrañas.

—Sabes tan bien como yo que la mayoría de ellos son jóvenes. Los manipulan para que luchen por la causa de Soul. La guerra no es contra ellos, es contra Soul. Él dirige el Consejo de Brujos Blancos; él utiliza a Wallend para concebir su perversa magia. Son ellos dos contra los que deberías estar luchando. Ellos comenzaron la guerra, y sólo al matarlos ésta culminará.

—Bueno, más temprano que tarde lidiaré con ellos. Imagina que estos ataques son en realidad una práctica. Cuando haya dominado todos los Dones de mi padre estaré listo para enfrentarme a Soul.

—Y mientras tanto practicas asesinando a jovencitos.

Me vuelvo invisible, extraigo el Fairborn de su funda y reaparezco tocando con la punta del cuchillo el cuello de Gabriel.

—Son Cazadores, Gabriel. Están en el bando de Soul para perseguirnos y aniquilarnos, pero mi intención es perseguirlos y aniquilarlos a ellos. Y si tengo que hacerlo, asesinaré a todos: jóvenes y viejos, reclutas y veteranos. Ellos se alistaron, tomaron su decisión. Y yo estoy tomando la mía.

Gabriel golpea mi brazo con fuerza, alejando el Fairborn de su cuello.

—No me apuntes con esa cosa. No soy tu enemigo, Nathan.

Lo insulto.

—¿Sólo sirves para eso? —Gabriel da un paso atrás sobre la pila de cincuenta y dos piedras—. ¿Para maldecir y matar? —baja la mirada hacia ellas—: ¿cuántas más quieres, Nathan? ¿Deseas toda una montaña? —las patea—. ¿Te hará sentir mejor? ¿Te ayudará a dormir por las noches?

—Saber que hay unos cuantos Cazadores menos me hace sentir mejor. En cuanto a ayudarme a dormir por las noches, hay que aceptarlo: eso no puede empeorar.

Me aseguro también de lanzar todos los insultos que me vienen a la cabeza.

Cojo la mochila y Gabriel extiende la mano para tocarme el brazo, pero me lo quito de encima y salgo del campamento trotando rápidamente. No miro hacia atrás.

El lado perdido

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