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DE VUELTA EN EL CAMPAMENTO

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Está oscuro y lluvioso cuando nos acercamos al Campamento Tres. Hay una guardia más adelante y mientras me acerco grito:

—Soy yo, Nathan. La contraseña es “Cinturón de Orión”.

Sale un disparo y repica contra un árbol cercano a mi costado izquierdo.

Empujo a Donna al suelo y ruedo a mi derecha. Me vuelvo invisible y corro contra la guardia, la desarmo y luego la derribo. Trata de levantarse y golpeo su cara con la culata de la pistola, de modo que cae para atrás, la sangre le brota de la nariz.

Jadeo con fuerza y ya no estoy invisible. La chica levanta la mirada. Es una de las aprendices.

Greatorex se acerca corriendo, me apunta con una pistola, mientras les grita a sus guardias:

—¡Repórtense!

Aparece otra aprendiz a mi derecha, una tercera a mi izquierda. Todas me encañonan. Mantengo mi pistola enfilada a la chica que está en el suelo, quien ahora, a pesar de la nariz rota, grita:

—¡Contraseña equivocada! ¡Contraseña equivocada!

Greatorex avanza hacia mí con la pistola aún dirigida a mi cabeza.

—¿Cuál es la contraseña? —pregunta.

—No lo sé. La habéis cambiado y nadie me ha avisado.

—¿Y entonces por qué has atacado a mi guardia?

—¡Me disparó!

—A menos que puedas demostrar realmente que eres Nathan, tendré que dispararte.

—¿Quieres que me vuelva invisible, que lance rayos, exhale llamas y aniquile a todos? ¿Sería suficiente prueba para ti?

Gabriel llega corriendo, contempla la situación y pregunta:

—¿Qué sucede?

Greatorex se lo explica.

—Esta persona dice que es Nathan. Pero podría ser un impostor.

—Vete a la mierda, Greatorex.

No puedo creer que hable en serio, pero aún tiene la pistola sobre mí.

—Maldice como Nathan, pero cualquier iletrado imbécil puede hacerlo —dice Gabriel.

Ahora lo insulto, sin estar seguro de si bromea o no.

—Dile que soy yo, Gabriel.

Se acerca a mí, pone la mano en mi pecho y me mira a los ojos, mientras dice:

—Pero ¿eres tú?

Luego se acerca aún más, pega su cuerpo contra el mío y aproxima su boca a mi oreja; siento su aliento mientras susurra:

—Has estado fuera mucho tiempo. ¿Acaso estabas perdido?

Me vuelvo hacia él, mis labios rozan su cabello mientras mascullo:

—Me dejaron jodidamente herido, me perdí por el puto bosque y escalé el Eiger de mierda.

—Algo así, pero no es del todo exacto…

—Trato de atenerme a la intención original, más que a la literalidad de las palabras.

Gabriel se gira hacia Greatorex, mientras dice:

—Es él. Pero siéntete con libertad de dispararle de todos modos.

—Tentador —contesta Greatorex, sin embargo baja la pistola.

La chica que está a mis pies intenta levantarse pero la empujo con mi bota.

—Puedes quedarte quieta, me podrías haber matado.

—Tú eres el que se ha equivocado de contraseña, Nathan. Ella estaba haciendo su trabajo —dice Greatorex acercándose.

Empujo la pistola en dirección a las manos de Greatorex y digo:

—Pues ordénale que apunte contra la que está allá —me vuelvo para señalar a Donna, quien camina hacia nosotros con una sonrisa nerviosa en el rostro y las manos atadas detrás de la espalda—. La encontré en un campamento de Cazadores, atada, y dice que quiere unirse a la Alianza. Podría ser una infiltrada o una espía. De todos modos, lidia con ella. Yo quiero comer y dormir un poco.

—¡Espera! ¿Estuviste en un campamento de Cazadores? ¿Dónde?

—A dos días de distancia.

—Te rastrearán.

—Todos están muertos pero sí, vendrán más.

Greatorex no maldice, aunque estoy seguro de que quiere hacerlo. Ordena a gritos a sus aprendices que revisen mi rastro y luego se dirige hacia Donna, mientras camino con Gabriel al campamento.

Necesito relajarme pero mientras entramos en el campamento me vuelvo a poner tenso. El refugio está organizado en filas de tiendas de campaña, a cada lado hay aprendices en pie, pistola en mano, que me observan fijamente. Camino despacio, Gabriel se acerca y dice:

—Escucharon disparos. Por eso están nerviosos.

—Era a mí a quien disparaban. ¿Cómo crees que me siento?

—Sentémonos junto a la fogata —Gabriel me derriba prácticamente al suelo y se pone a mi lado, mientras dice—: todo va bien. Sólo te encuentras alterado.

Me siento y contemplo la fogata, y Gabriel está cerca de mí; nuestros brazos se tocan.

—Pensaba que era Annalise la que estaba en el campamento de los Cazadores. Pero no era ella. Es Donna —le digo en voz baja.

Lanzo una mirada a los demás aprendices, que están apiñados, y unos cuantos aún me observan.

—Estás temblando, Nathan.

—Tengo hambre. Estoy agotado.

Y definitivamente ésa es una de las razones.

—¿Te busco un poco de comida?

—Más tarde.

Nos quedamos mirando la fogata un rato antes de que Gabriel vaya a buscar comida. Cuando regresa, lo que trae es más sopa instantánea, pero sabe bien y está caliente. Ya he dejado de temblar.

—Trata de dormir. Yo me quedo aquí —dice Gabriel.

Me acuesto y contemplo la fogata un rato más.

Están desmontando el campamento. Los aprendices van y vienen y yo estoy sentado en el suelo comiendo avena, o al menos eso creo que es la masa grumosa, casi sólida y gris, que raspé del fondo de una sartén abollada.

—Nos mudaremos de aquí pronto —dice Gabriel, poniéndose a mi lado. Apenas ha amanecido pero sé que Greatorex piensa que perdemos el tiempo.

—¿Quieres? Está asqueroso —le digo, mientras le ofrezco la sartén.

—He comido un poco hace rato —niega con la cabeza.

—¿Dónde estabas?

Trato de sonar curioso y no pueril, pero dijo que se quedaría conmigo y cuando desperté no estaba él, sino Greatorex.

—Greatorex me pidió que hablara con Donna.

—¿Y qué le pediste a Greatorex que hiciera a cambio?

Tengo la asquerosa sensación de que le pidió que se sentara conmigo, que me vigilara como a un niño.

Al principio no contesta, sólo mantiene el contacto visual.

—Le mencioné que tienes pesadillas y le pedí que te pateara si comenzabas a gritar y a llorar.

Lo insulto, pero se inclina hacia mí y dice:

—Sólo le pedí que me avisara si te despertabas.

Lanzo la sartén al fuego; un gesto muy maduro. Sí tuve un sueño, no uno de los peores, sino de ésos en los que me despierto lloriqueando. Pero él cómo iba a saberlo.

—¿Me vas a contar qué pasó después de que dejaste nuestro campamento, después de que me amenazaras con el cuchillo?

—No debí haber hecho eso.

—No.

—Estaba… encontré a dos Cazadoras un par de días antes. Las asesiné.

Y le hablo acerca de eso y de la trampa y de cómo encontré a Donna. No abundo en detalles sobre la pelea; sabe que habrá sido brutal.

—Greatorex quería que intentara descifrar las intenciones de Donna —dice Gabriel.

—¿Y?

—Parece lo suficientemente honesta. ¿Crees que se trate de una espía?

—Tú eres el que me dijo que no se pasean por ahí con letreros en la cabeza —me encojo de hombros.

—Sí, eso dije, ¿verdad? Muy sabio de mi parte.

—¿Y entonces qué confesó Donna, oh, Gran Sabio?

—Que se escapó de Inglaterra hace unas semanas, cuando se agravó la situación. Arrestaron a su madre. Su padre murió hace años. Logró llegar a Francia y luego hasta aquí.

—¿Eso es todo?

—Ésa es la versión corta. Es bastante charlatana. No se contuvo. También habló bastante de ti. Le gustas.

—Le salvé la vida… la rescaté de las garras del mal.

Nos volvemos a sentar en silencio y luego Gabriel dice:

—Mencionó que había ocho. Una especie de Cazadoras de élite, dos con Dones poderosos.

—Evidentemente no eran tan fuertes.

—Podrían haberte matado —la voz de Gabriel suena triste y preocupada.

—Podrían haberme matado anoche cuando entré en el campamento.

Pero sé que tiene razón. La que tenía el Don de proyectar dolor me causó graves problemas. Creo que su Don era débil o quizá no pudo controlarlo en el fragor de la batalla, pero vendrán más como ella. Supongo que tuve suerte, y la otra con el Don de provocar ceguera debió de haber sido una de las guardias que asesiné primero.

—Nos vamos dentro de dos minutos. Preparad vuestras mochilas —grita Greatorex.

Gabriel comienza a levantarse, pero antes debo decirle algo.

—Todas eran mujeres. Algunas estaban dormidas cuando las maté. Una trató de escapar y le corté el cuello. A otras las maté desgarrándoles las entrañas, y a dos las fulminé con mis rayos.

Gabriel se sienta de nuevo, ahora más cerca de mí y pone su mano en mi pierna:

—Estamos en guerra.

—¿Así que soy un héroe de guerra y no un asesino psicópata?

—No eres un psicópata y tampoco un asesino. No eres malo. No eres ni remotamente malévolo. Eres alguien que se halla envuelto en una guerra sangrienta que lo carcome… pero precisamente eso demuestra lo cuerdo que estás.

El lado perdido

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