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LA PRISIONERA

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La fogata, una mochila, un saco de dormir: pateo estas cosas y las maldigo. Estoy a punto de patear un cadáver pero sólo lo maldigo, y a todo lo demás que está tirado en este campamento de mierda. Cuando regreso al lado de la prisionera, no sé si me he calentado o enfriado, pero todavía estoy cabreado. No sé quién es, pero no es Annalise.

La chica me mira. Una parte del miedo ha desaparecido de sus ojos e intenta hablar, sin embargo se encuentra amordazada y no estoy de humor para resolver su situación. Le doy la espalda y busco una garrafa de agua para lavarme las manos y limpiar el Fairborn. Al hacerlo, maldigo. Las imprecaciones me ayudan, un poco.

Reviso el campamento en busca de algo que pueda ser útil: para mí y para Greatorex. Hay muchos objetos pero nada de documentos, planos u órdenes. En una mochila meto una manta, agua, comida, cuchillos, pistolas y municiones. También encuentro cuerdas, bridas de plástico y llaves, supongo que para el candado de la prisionera. Hay un botiquín también. No lo necesito, pero seguramente será útil en el campamento.

Cuando trato de poner la mochila en mi espalda, apenas puedo moverla. Saco cuatro de las pistolas, la manta, el botiquín, casi toda el agua, pero conservo la garrafa, las municiones y la comida. Hay algo de ropa en el suelo, junto a uno de los sacos de dormir. Elijo un forro polar y una chaqueta y me vuelvo hacia la prisionera. Ya se ha incorporado. Me mira. Arrojo la chaqueta y el polar a sus pies, me agacho frente a ella y le arranco la mordaza.

—Gracias. Pensaba… pensaba que iban a matarme.

Suelto las llaves a sus pies.

—Desata tus tobillos —le digo.

—Sí, sí. Gracias —comienza a hacerlo y luego se detiene, mientras dice—: ¿puedes cortar el amarre?

—Abre la cadena. Nos vamos.

Mientras lo hace, pienso en algo más que debo hacer. Reviso todos los cuerpos para ver si llevan tatuajes. Hace unos meses la Alianza vio por primera vez que los Cazadores también los tenían, justo antes de la BB. Parece que es lo que les permite volverse invisibles. Es una magia perversa diseñada por Wallend. Y así es, estas Cazadoras están tatuadas: pequeños círculos negros en sus pechos, por encima de sus corazones.

Cuando regreso al lado de la prisionera, ella está en pie, dando fuertes pisotones. Corto la brida que rodea sus muñecas. Las tiene en carne viva. Parece que sólo lleva un suéter delgado. Debe estarse congelando.

—Gracias —dice.

—¿Tienes alguno de esos tatuajes? —le pregunto, apuntando hacia el pecho de la Cazadora más cercana.

—No.

Le clavo la mirada.

—¿Quieres comprobarlo?

Espero.

Maldice en voz baja, pero luego se levanta el suéter hasta el cuello.

Está delgada, musculosa y pálida. Pero no lleva tatuajes.

—No soy una de ellas. Trataba de unirme a la Alianza —dice, tirándose la ropa hacia abajo.

—Tenemos que partir. Ponte esto —le indico la chaqueta y el forro polar que están en el suelo—. Abrígate.

Obedece mis órdenes. La chaqueta le queda enorme.

Cojo una nueva brida de plástico de la mochila y la ato alrededor de sus muñecas, detrás de su espalda. Tiene las manos frías como el hielo.

No dice nada al principio, pero luego se gira para mirarme y murmura:

—¿Por qué haces esto? Estoy de tu lado. Era su prisionera.

—Eso parece.

—Está bien, está bien, entiendo que no sabes quién soy, pero mírame. No sería capaz de hacerte daño —replica mientras da un paso alejándose de mí.

—Eso dices ahora.

Me pregunto cuál es su Don. Como última idea, agarro la cuerda, la mordaza y la capucha y las meto en el bolsillo de su chaqueta.

—No vas a necesitar eso —dice aterrada.

Reviso el campamento una vez más. Ya está amaneciendo, pero no hay nada más que ver. Me cuelgo la mochila en los hombros y vuelvo por la chica.

—Está bien —digo—. Vámonos.

—¿Adónde vamos?

—Por allá —respondo, y la empujo. Tropieza pero comienza a caminar frente a mí.

—Más rápido —le digo.

Y se apresura. Su cuerpo está tenso y noto que se encuentra en aprietos porque tiene las manos atadas. Vaya, qué lástima.

Después de media hora aminora la velocidad y dejo de empujarla para que continúe caminando.

—Estás con la Alianza, ¿verdad? ¿Es ahí donde vamos? Trataba de unirme a ellos, pero los Cazadores me encontraron —dice.

—Te encontrarán de nuevo si no te apresuras.

—¿No puedes desatarme?

—Puedo amordazarte, si crees que eso ayudaría.

Entonces guarda silencio y acelera el paso.

Alrededor de una hora después vuelve a reducir la velocidad, y no importa cuánto la exhorte, la maldiga y la empuje, parece agotada. Le doy a beber agua y la alimento con una barra de chocolate, la muerde con tal fruición que estoy en peligro de perder un dedo.

—¡Casi no me han dado de comer! —dice, con la boca llena de chocolate.

La dejo descansar diez minutos.

—Levántate. Tenemos que seguir moviéndonos.

—No estoy segura de poder hacerlo.

Creo que necesita la motivación correcta, así que intento una táctica distinta.

—Me dirijo a la base de la Alianza. Puedes venir conmigo a mi ritmo o puedes quedarte aquí. Los Cazadores darán contigo más temprano que tarde.

Y vuelvo a ponerme en marcha.

En efecto, la escucho correr y trastabillar para mantenerse a mi lado. No voy demasiado rápido; a estas alturas ya he calculado su paso, pero doy vueltas y reviso nuestro rastro por si está dejando huellas o señales deliberadas. No parece hacerlo.

Unas cuantas horas después vuelve a quedarse detrás. Tras varios minutos, la pierdo de vista. Me detengo y espero, pero no aparece.

Mierda.

¿Regreso?

Regreso.

No está tan rezagada, pero la encuentro de rodillas sobre el suelo. Levanta la mirada cuando me acerco, las lágrimas le resbalan por las mejillas.

—Estoy muy cansada —dice.

—Ni hablar —replico—. Debemos seguir adelante.

Trata de ponerse de pie, pero las rodillas se le doblan y con las manos atadas no puede mantener el equilibrio.

¡Mierda!

Me acerco y la levanto. Es ligera como una pluma.

—Hay un arroyo pequeño más adelante. Podemos beber agua y descansar ahí —le corto la brida y la amenazo—: cualquier cosa, cualquier intento, cualquier lo que sea, y te corto el cuello.

—Gracias —dice, asintiendo una y otra vez.

No tengo la menor idea de cuán lejos está el arroyo. Sé que he pasado dos en el camino y seguí el curso de uno durante un corto trayecto. Así que partimos de nuevo, pausadamente, pero ahora ella se encuentra bien.

Después de un rato llegamos al arroyo. El agua fluye lentamente pero está limpio. Lleno la garrafa y miro a la chica atragantarse sin parar. Encuentro otra barra de chocolate y se la doy.

Se la come más lentamente. Cuando se la termina, me dice:

—Soy Donna.

—Hola Donna. Soy Freddie.

Sonríe un poco cuando lo digo. Supongo que sabe que no soy Freddie, pero ¿sabe quién soy realmente?

—Hora de irnos, Donna —ordeno, mientras me pongo de pie.

—Pensé que pasaríamos la noche aquí.

—Oscurecerá dentro de unas cuantas horas. Es preferible seguir.

Mientras oscurece, le digo a Donna:

—Éste es un buen lugar. Acamparemos aquí.

No me contesta pero se inclina para sentarse en el suelo. Hemos caminado un largo tramo, pero nada comparado con lo que los Cazadores pueden cubrir en un día. Estoy seguro de que Donna tiene la condición suficiente, sin embargo está realmente escuálida y débil.

Hace frío y debe ahorrar su energía para caminar y no para mantenerse caliente, así que preparo una fogata y cocino un par de alimentos deshidratados que les quité a los Cazadores. Se come los dos. No estoy seguro de si debería atar sus muñecas de nuevo, pero lo hago. Ni siquiera se queja, sólo se recuesta y se queda dormida. Arrojo más leña al fuego y compruebo si nos están siguiendo.

Regreso por donde vinimos, deteniéndome con frecuencia para escuchar algún movimiento o el persistente siseo de sus teléfonos. Marcho rápidamente en la oscuridad. No veo muy bien, pero distingo el paso. Avanzo medio camino de vuelta al campamento de los Cazadores, pero no escucho ni veo nada. Si se tratara de una trampa, ¿qué haría si fuera Jessica, mi media hermana, líder de los Cazadores, cuando descubriera que no ha funcionado?

Cuando sepa lo ocurrido, sabrá que puedo matar a una decena de Cazadores yo solo. Así que querrá seguirnos con más de ocho. Sabrá que vamos a un campamento de la Alianza, así que querrá enviar a muchos más que ocho. Podría tardar un tiempo, un día quizá, conseguir a los suficientes. No estamos dejando rastros muy obvios, pero son Cazadores, deducirán nuestra ubicación. Probablemente disponemos de un día de ventaja, un día y medio con suerte. Pero no es mucho. Debo llevar a Donna al Campamento Tres y luego Greatorex tendrá que estar lista para pelear o para moverse. Y Greatorex querrá moverse.

Regreso mientras aún está oscuro y enciendo la fogata una vez más. Donna duerme. El bosque está callado. Me recuesto y cierro los ojos. En verdad necesito una o dos horas de sueño.

Estoy en un bosque con Annalise. Ella corre frente a mí y yo la persigo, jugamos. Ríe y me esquiva, y al principio finjo que no puedo atraparla, pero luego cuando trato de agarrarla es demasiado veloz y sólo apreso el aire, y ella ríe de nuevo, se ríe de mí. Me enfado y trato de agarrarla con más ganas pero se pone fuera de mi alcance, y sonríe y ríe y me enfado aún más y estoy tan furioso que sostengo el Fairborn con la mano y la insulto, y ella sólo ríe, luego se detiene y se pone frente a mí y me dice: “Eres mi príncipe, me salvaste”. Pero estoy tan cabreado que la apuñalo una y otra vez, y mientras el Fairborn la corta, el brazo me duele por el esfuerzo.

Abro los ojos y me levanto. Es temprano por la mañana. Tengo el brazo tieso y adolorido.

Giro la cabeza y veo que Donna me mira.

—¿Un mal sueño? —pregunta.

—¿Los hay de otro tipo?

Me lanza una pequeña sonrisa, baja la mirada y susurra:

—No.

Partimos. Hoy Donna parece más fuerte. Supongo que no dormía bien cuando era una aterrada prisionera de los Cazadores. Pero sea lo que fuere —aspirante a revolucionaria, espía o sólo una Bruja Blanca adolescente y triste con unos padres que se unieron a Soul—, en realidad no importa. Grea­torex lo resolverá.

Avanzamos a buen ritmo durante todo el día, manteniendo un paso constante, nos detenemos con frecuencia, pero sólo unos pocos minutos. En una parada le doy la última barra de chocolate, ella la coge, la rompe por la mitad y me ofrece una porción.

—Cómela tú —le digo.

—Gracias.

—No te confundas, no estoy siendo amable. No comeremos nada hasta esta noche y para seguir avanzando tú necesitas más esas calorías.

—Está bien —dice, mientras me lanza una de sus sonrisitas. Luego comenta—: las Cazadoras que me atraparon eran horribles… escalofriantes. Me pusieron la capucha y me amordazaron y luego fue como si se les hubiera olvidado que yo existía. Y… hablaban de cosas. Hablaron de cómo estaban tendiéndole una trampa a un brujo llamado Nathan. Es famoso. Es el hijo de Marcus. Mitad Brujo Negro mitad Brujo Blanco. Mencionaron que había matado a muchos Cazadores. Pero famoso o no, dijeron que no tendría la menor oportunidad de acabar con ellas. Parece ser que dos pertenecían a alguna élite especial. La trampa consistía en simular que sólo había cuatro Cazadoras para que él pensara que podría enfrentarlas. Todas podían volverse invisibles y una de ellas poseía un Don extraño que hace doblar de dolor a una persona, y otra podía provocar ceguera. Así que iban a atraparlo y a llevarnos ante el Consejo para que nos ejecutaran —me doy la vuelta y luego desvía la mirada—. En fin, al parecer Nathan es verdaderamente despreciable, pero está con la Alianza, así que me alegro que no cayera en la trampa, y estoy realmente agradecida de que fueras tú quien me encontrara, Freddie.

Tengo que frotarme el rostro para esconder mi sonrisa.

—Sí, sí.

—En fin, sé que no confías en mí, y lo entiendo. Pero no significa que no me sienta agradecida.

—¿Mencionaron si había otros Cazadores cerca?

—No. Bueno, lo que quiero decir es que en realidad no dijeron si los había o no. Hablaban de la “base” y de llevar información a la base y cosas por el estilo, pero no estoy segura de cuán cercana estaba.

—Debemos irnos. Donde se encuentre, está demasiado cerca.

Volvemos a ponernos en marcha. Es la primera hora de la tarde pero está sombrío. Comienza una lluvia que pronto se convierte en aguanieve. Los árboles nos protegen un poco, pero el suelo está lodoso y frío. Si Donna no viniera conmigo, ya estaría de vuelta con Gabriel, pero ahora tendremos suerte si llegamos mañana por la noche. Y es imposible no dejar rastros en este lodazal.

Cuando oscurece, encuentro un lugar donde acampar. La lluvia ha cesado, sin embargo todo está mojado. El lugar menos húmedo y lodoso se encuentra bajo un gran árbol. Nos sentamos bajo su protección un rato, pero Donna empieza a temblar.

—Necesitamos leña para hacer una fogata. Vamos.

Tiro de ella hasta ponerla de pie.

—Estoy demasiado cansada. ¿No puedo esperar aquí?

—No. Tienes que ayudarme y debes seguir moviéndote hasta que encendamos la fogata.

Nos vamos juntos y Donna me ayuda, reuniendo pronto una buena brazada, pero le digo:

—Casi toda está demasiado mojada.

—Es mejor que nada —contesta, mirando mis brazos vacíos—. La llevaré donde estábamos.

La dejo ir y sigo buscando. La lluvia comienza otra vez, más intensa que nunca, y me doy cuenta de que es imposible: no hay leña seca.

Regreso bajo la protección del gran árbol. Donna está agachada sobre la mochila y rebusca algo en su interior. Ha sacado algunos de sus contenidos. Hay una pistola a su lado. Corro y lanzo un rayo que golpea el suelo cerca de ella. Se encoge de miedo.

—¿Qué estás haciendo? —le grito.

—¡Buscaba comida! Estoy muerta de hambre.

Jadeo. Ella me mira.

—Sólo tengo hambre. Todo esto es comida deshidratada. Pensaba que quizá habría algunas barritas energéticas o chocolate o algo así.

La maldigo y le agarro las muñecas, amarrándolas detrás de su espalda.

—Nunca más vuelvas a husmear en mis cosas.

Guardo las cosas en la mochila, limpiándolas del lodo lo mejor que puedo. Las municiones están en el fondo. Ninguna de las pistolas está cargada. ¿Donna hurgaba en busca de una pistola cargada? ¿De municiones? ¿O de verdad buscaba comida?

Selecciono la madera menos húmeda y enciendo la fogata con las llamas de mi boca. Donna se aparta. El fuego es débil. Preparo las comidas deshidratadas con agua tibia. Están asquerosas, pero me como una y a Donna le doy otra.

Casi no habla, sólo pide disculpas repetidamente. No le dirijo la palabra, pero la ato contra un árbol y me vuelvo para revisar si hay alguien siguiendo nuestro rastro. Nada. Regreso a la fogata y vigilo toda la noche. Llueve a ratos. Cuando comienza a amanecer preparo otra comida, hiervo el agua lo mejor que puedo. Estofado de carne para el desayuno. Le corto la mordaza a Donna y comparto el alimento con ella.

—Gracias —me lanza una mirada furtiva—. No volveré a hacer nada estúpido. Lo siento.

—Silencio.

—Freddie, de verdad yo…

—Te he dicho que te callaras.

Se queda en silencio, la miro y veo que comienza a llorar otra vez. Así que apago la fogata de una patada, guardo todo y la arrastro hasta ponerla de pie y partimos de nuevo. El tiempo está frío y húmedo y el movimiento es lo único útil para mantener la baja temperatura fuera de nuestros huesos. Pero por lo menos Donna sigue avanzando a un paso razonable, y sin hablar.

Ha caído el atardecer cuando llegamos al Campamento Tres y Medio. No hay señales de Gabriel y parece que lleva varios días fuera: la fogata está fría y mis cincuenta y dos piedras están esparcidas en el lodo, justo en el lugar donde Gabriel las pateó. Debe de estar en el Campamento Tres con Greatorex. Permanecerá ahí con la esperanza de que me reúna con ellos. Es su manera de obligarme a ver a Greatorex. Eso haré, de todos modos.

Donna ya se ha sentado en el suelo junto a la fogata muerta.

—Diez minutos y partimos —le digo.

—Pensé que íbamos a pasar la noche aquí.

—Pensaste mal.

—Estoy cansada.

—Únete al club.

—¿Ya falta poco? —sonríe brevemente y me lanza una mirada, creo que al darse cuenta de que suena como una niña pequeña.

—Pronto llegaremos al campamento de la Alianza.

—¿De verdad? —se reanima, pero luego me mira con suspicacia—. ¿Pronto, una hora, o pronto, un día?

—A mi paso, una hora. Al tuyo, podrían ser tres días.

Deja caer sus hombros un poco, y dice:

—Gracias, Freddie. Por traerme hasta aquí, quiero decir. Sé que podrías haberme dejado atrás.

Tomo un poco de agua y se la paso, mientras digo:

—Calla y bebe.

—Freddie, yo… —dice, y da unos sorbos.

—¿Puedes dejar de llamar Freddie, joder?

Sonríe brevemente.

—Claro. En realidad no te va bien ese nombre. Definitivamente no pareces ser para nada un Freddie —vuelve a beber, y luego agrega callada y cautelosamente—: aunque eligieras un mejor nombre, creo que sabría quién eres. Eres muy famoso, sabes. Estaba siendo honesta. Me alegra haberte conocido y de verdad estoy agradecida… Nathan.

—Sí, sí.

Niega con la cabeza.

—Eres famoso por ser el hijo de Marcus. Por ser un Código Medio. Por ser malvado… maligno. Completamente despreciable.

—¿Estás tratando de sacarme de mis casillas?

—Estoy tratando de hablar contigo —y muestra una leve sonrisa.

—Pues no me agrada hablar. Pero sí, sobre todo soy despreciable. A veces soy maligno. Y a veces hago cosas malas. Tu trabajo es asegurarte de que no desee hacerlas en ti. Así que sugiero que te calles y empieces a moverte.

—Prefieres ser despreciable, ¿no? Es más fácil para ti.

—Mi padre te habría degollado en el campamento. Los Cazadores te habrían llevado de regreso con los Brujos Blancos quienes te torturarían hasta la muerte.

—¿Así que ahora me estás diciendo que tú eres el bueno?

—Y no lo olvides.

—No lo haré. Estoy de acuerdo; me rescataste y te lo agradezco. Pero ser despreciable te queda bien.

—Todavía guardo la mordaza, no lo olvides. Creo que te quedaba bien.

Sorprendentemente se ríe con eso y dice:

—Ya ves, me refiero justo a eso. Te encanta ser despreciable.

—Ahórrate el aliento para tus bufidos. Vámonos.

Tiro de ella para que se ponga de pie y partimos.

El lado perdido

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