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Excursus I

Datación y entorno histórico

del libro de Josué

(Colaboración de D. Miguel Monje Aparicio, Lic. en Historia).

Este excursus está motivado por la intención de contextualizar históricamente el libro de Josué, sacando a la luz las evidencias que se conocen actualmente para poder fijarlo en su momento histórico y así encuadrarlo dentro del contexto de la Biblia. No existe una bibliografía extensa sobre este tema, pero es el objetivo de este trabajo rescatar y dejar al descubierto las principales evidencias históricas que permitan la datación del libro.

La Biblia no es un libro de historia, pero tampoco es un libro ahistórico, es decir, un libro que contenga errores históricos o geográficos. Si esto fuera así, no se podría hablar de la singularidad de este libro, ni considerarlo realmente como un escrito inspirado por Dios, quedando reducido a uno más de los libros considerados como base religiosa de determinadas creencias, como ocurre con el Corán, el Libro del Mormón o las escrituras sagradas de los Vedas. En la Biblia se encuentra una relación de pueblos, personajes y lugares que informan sobre la situación política, económica y social de un período histórico que abarca varios miles de años; pero este es solo un aspecto que debe estudiarse en la Palabra de Dios y que, por supuesto, no es el mas importante, aunque tiene su relevancia para confirmar la historicidad de la Biblia.

La datación del libro de Josué es realmente una tarea muy sencilla si se tiene en cuenta que la conquista de Canaán es inmediatamente posterior al Éxodo. Se sabe por la Biblia que, desde la salida de Israel de Egipto, hubo un tiempo de cuarenta años antes de entrar en Canaán. Sin duda alguna se puede afirmar que el libro de Josué relata acontecimientos que ocurrieron cuarenta años después de la salida de Israel de Egipto. Si el escritor-relator del libro fue un testigo presencial de la conquista, parece fácil datar el libro de Josué. Hasta aquí todo resulta sencillo, pero si se quiere fechar con rigor el texto es preciso determinar primeramente la fecha del Éxodo. De modo que se dedicará el análisis que sigue a determinarla, aunque debe reconocerse la dificultad que entraña dicha cuestión.

A. La fecha del Éxodo

Para el lector de la Biblia —desde la óptica de la fe que cree y que considera la inerrancia de esta, es decir, entiende que la Palabra de Dios no contiene errores en los escritos autógrafos originales y no puede contenerlos en todos los textos que la conforman— la fecha del Éxodo obtiene una respuesta segura y fácil, lo que podría suponer para algunos una excusa para despreciar las ciencias humanas que ayudan a una mejor comprensión del texto bíblico. No se puede entender el cristianismo y la fe como un suicidio intelectual, incluidos quienes consideran la Biblia como la palabra inspirada por Dios, sin fallo alguno, pues ayudándose de la ciencia se verifican las verdades que se expresan en la Biblia. De este modo, en base a evidencias bíblicas y extrabíblicas, se intentará fijar la fecha del Éxodo.

Como se apreciará a lo largo del trabajo, existe una dualidad de fechas, es decir, hay esencialmente dos modos de fijar la fecha del Éxodo con rigor científico. Nuestra postura es clara y no queremos dejar pasar más sin ponerla de manifiesto: consideramos que Moisés dirigió al pueblo israelita por el desierto entre los años 1445 y 1405 a.C. Esto, dicho así, parecerá una postura dogmática, personal y hasta caprichosa, pero como se aprecia en lo que sigue, esta es, sin duda, la mejor fecha de acuerdo con las evidencias que hemos encontrado. En la investigación se da prioridad a las evidencias bíblicas sobre cualquier proposición o supuesto científico no comprobado y que numerosos eruditos han ido presentando —especialmente desde finales del siglo pasado y hasta la década de los setenta de este. No se desdeñan sus trabajos, los cuales han sido analizados y considerados con todo detalle, pero no convencen al escritor de esta tesis de manera absoluta. De cualquier forma, los libros y trabajos de los investigadores que han preferido una cronología baja para el Éxodo, están detallados en la Bibliografía final del presente trabajo, con un breve comentario bibliográfico.

Algunos investigadores han llegado a afirmar que elaborar una cronología de la época del Éxodo es una pérdida de tiempo1, pero, aún sin estar de acuerdo con esta opinión, debe llegar a entenderla debido a la complejidad de pruebas que serían necesarias para establecer una cronología exacta y comparable con una, por ejemplo, de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, no es la tarea del investigador histórico del Cercano Oriente Antiguo descubrir y confirmar hasta los más pequeños detalles de la vida y época de aquellos habitantes, sino explicar, a grandes rasgos, las circunstancias en las que se desarrollaron sus vidas. Igualmente, se ha dicho que si una cronología es muy larga se dice que ha sido “inflada” haciendo aparecer como sucesivos algunos eventos que son contemporáneos; y si es una cronología corta, bastaría decir que se han omitido algunas generaciones2. También esta es una buena opción, pero, aunque no se pueda asegurar al cien por cien cuándo ocurrió el Éxodo, sí se desea poner al descubierto cualquier evidencia que ayude a fecharlo de una forma más segura. Es sabido que una forma sencilla sería la de exponer varias teorías y que el lector eligiese la que mejor le pareciera, como pudiera sugerir la cita anterior, pero lo que este trabajo desea mostrar es cuál de ellas es la más concordante con la Biblia y cuál es la que esta sustenta de una forma cierta.

Algunos eruditos del Antiguo Testamento han llegado a decir que el libro de Josué es un libro de relatos “etiológicos”3, es decir, relatos que explican un nombre de persona, de pueblo o de lugar, un monumento, una costumbre o un rito que existe “hasta el día de hoy”. Cuando se habla de “etiología” o “relato etiológico” se sobrentiende generalmente que se trata de una explicación mitológica. Esta opinión está muy extendida entre los investigadores del Antiguo Testamento, llegando a confirmar la presencia de Josué en numerosos relatos del libro que lleva su nombre como un añadido posterior, por parte de escritores de la tribu de Efraín4. Estas proposiciones resultan extrañas cuando se leen de serios y concienzudos eruditos, pero resultan todavía más dignas de mención si aparecen expresadas en el Comentario Bíblico considerado como uno de los más renombrados en lengua castellana, donde aparece vertida la misma opinión especulativa, propia de la llamada “Alta Crítica”5.

Durante bastantes años se intentó apoyar los escritos bíblicos con documentos contemporáneos a la época que tratan, pero debido al paso del tiempo y a la escasez de testimonios directos, este camino se abandonó prontamente. La existencia de documentos extrabíblicos que corroborasen las afirmaciones de la Biblia, sería una prueba ideal y, para muchos, definitiva, pero la Biblia no basa su historicidad en tales documentos probatorios, aunque cada vez más los nuevos descubrimientos arqueológicos y de documentos de la época bíblica aseveran lo que dice la Escritura. Pero sería un absurdo pensar que se encontraría confirmación del Éxodo en los Anales egipcios, como buscar la confirmación de la Semana de la Pasión en los Anales de los Césares6.

Pasemos ahora a analizar dos tipos de evidencias que ayudarán a fechar la época del Éxodo.

1. Evidencias bíblicas

1.1. Reyes 6:1

La primera razón que se debe dar para una fecha temprana, es la declaración del pasaje citado que afirma que el Éxodo antecedió en 480 años a la época en que Salomón empezó a construir el Templo (ca. 966 a.C.). Sumando 480 años a 966 a.C. se llega al 1446 a.C.

Para contrarrestar esta evidencia, los partidarios de la datación tardía aseveran que el número es artificial7, y que 480 es el duodécimo múltiplo de 40 (se dice que 40 representa a una generación en la Biblia), así que, esta cifra indicaría doce generaciones8, y que, puesto que una generación en realidad era mucho menos de 40 años, se justifica el reducir los 480 años hasta la cantidad de 240 o 200 años, según la fecha del Éxodo que se prefiera, haciendo así que cuadre con la fecha tardía.

Esta explicación, sin embargo, tiene que ser rechazada porque se establece solamente en base a una hipótesis, sin sostén histórico ni arqueológico. En el texto no aparecen, en ningún lugar, referencias que permitan suponer la idea de doce generaciones. Simplemente da una cifra concreta: 480 años. La suposición de una relación con doce generaciones, exige introducir —al margen del texto bíblico— una supuesta explicación que no cuenta más que con la opinión del experto que la formula. Si este número tan sencillo puede reducirse tan drásticamente por esta forma de análisis, se puede decir que hay razón para modificar muchos otros números bíblicos o extrabíblicos por este mismo procedimiento, lo que realmente haría muy incierta cualquier fecha de la historia antigua, dejando además la inspiración del texto bíblico a merced de nuevas inspiraciones más ciertas.

1.2. Jueces 11:26.

La declaración de Jefté afirma que Israel había ocupado la tierra de Canaán en aquel tiempo por un período de 300 años. Jefté es el octavo juez de Israel. A continuación de él vinieron cuatro jueces que, en el libro de Jueces 12:8-15, se enumeran: a Ibzán por siete años, a Elán por diez años y a Abdón por ocho años. Después vino Sansón cuya judicatura se extiende por veinte años (Jueces 16:31), contemporáneo de Samuel. Luego vino la época del liderazgo de Samuel, los reinados de Saúl y David, y tres años del reinado de Salomón; todo ello antes del comienzo de la construcción del Templo. Habría que sumar el total de años representados por estos jueces sucesivos —que son aproximadamente 129 años9— a la fecha de 966 a.C., cuando comenzó la edificación del Templo, para llegar a la fecha de Jefté. Esto resulta aproximadamente el 1096 a.C. Al sumarle los 300 años que menciona Jefté daría la fecha del 1400 a.C. para el inicio de la conquista, lo cual vuelve a confirmar la fecha temprana para la datación del Éxodo.

Los partidarios de la fecha tardía han intentado buscar algunas explicaciones a este versículo, pero realmente se nota la falta de base científica en ellas. Por un lado, algunos eruditos dicen que el texto de Jueces 11:12-28 fue introducido secundariamente en la historia de Jefté10. Esto, dicho de esta forma y sin ningún tipo de demostración, suena ridículo y nada digno de un investigador de talla mundial. Por otro lado, otros eruditos han llegado a la conclusión de que es un dato deducido por el escritor del libro de Jueces en base a la fecha de 1Re. 6:111. Esta explicación más elaborada y científica sigue siendo solamente una proposición, elaborada partiendo del presupuesto de la fecha tardía y evitando demasiados detalles que en ningún caso la confirmaría. Sencillamente, no hay manera de armonizar la declaración de Jefté con la fecha tardía, fuera de una negación de su exactitud histórica, sin ninguna aportación documentaria que permita afirmarlo.

1.3. Hechos 13:19, 20

Una confirmación más es la que se desprende del comentario de Pablo en la cita arriba indicada que, de acuerdo con la más antigua variante —según se conserva en el texto de Nestle— dice: “Y cuando (Dios) hubo exterminado siete naciones en la tierra de Canaán, les dio en herencia su tierra, por unos cuatrocientos cincuenta años. Después de esto (es decir, después de la división de la tierra) les dio jueces hasta el profeta Samuel”. (Esta es la versión de la Biblia de Jerusalén. La versión Reina-Valera sigue en este caso un texto posterior, no tan confiable). En otras palabras: en un intervalo se incluye el Éxodo propiamente dicho, la conquista israelí de Canaán bajo el mando de Josué y la carrera de Samuel hasta la fecha en que David capturó Jerusalén, alrededor del año 995 a.C. Esto significa que los 450 años de Hechos 13 incluyen el período del 1445 al 995 a.C. No hay necesidad de decir que una fecha más tardía para el Éxodo sería totalmente irreconciliable con Hechos 13:19.

1.4. Duración del período de los jueces

Una cuarta razón que se aduce es que un análisis de la duración del período de los jueces requiere un lapso de tiempo más largo de lo que es posible con la fecha tardía. El período de los jueces ocupó la mayor parte del tiempo entre el Éxodo y el establecimiento de la monarquía en Israel, hacia el 1050 a.C., mas no todo. No se incluye en ello los años de la peregrinación en el desierto, del liderato de Josué, ni del período de la muerte de Sansón y del inicio de Saúl; todo esto da un tiempo de 61 años. Por consiguiente, entre la fecha del Éxodo y el año 105 a.C., hay que dejar tiempo suficiente para esos 61 años así como para el período de los jueces.

Partiendo de la fecha temprana, se tendría aproximadamente tres siglos y un tercio para el período de los jueces, pero con la fecha tardía, menos de un siglo y medio. Se sabe que durante aquel tiempo hubo algunas coincidencias parciales de las judicaturas y de los tiempos de reposo12.

1.5. La época del nacimiento de Moisés

En el libro del Éxodo aparecen algunas claves para afirmar de una forma más segura la época en la que se desarrolla el libro de Josué. En primer lugar, aparece una orden dada por un faraón egipcio para la construcción de las ciudades de Pitom y Ramesés (Éxodo 1:11). Se volverá más adelante a tratar estas dos ciudades, pero momentáneamente se considera el dato como interesante desde el punto de vista cronológico dentro de la vida de Moisés. Posteriormente a esta orden, se lee de algunas medidas tomadas para impedir el aumento de la población hebrea. Primero, se mandó matar a los varones recién nacidos (Éxodo 1:15-21) y, más tarde, este mismo faraón dio instrucciones para que todo niño varón hebreo fuera arrojado al Nilo (Éxodo 1:22). Por tanto, a los años que estas medidas suponen hay que añadir 80 más, ya que Moisés nació tras la última orden y tenía esa edad cuando empezó el Éxodo (Hechos 7:23,30). Es, pues, imposible que, conforme a estos datos, fuese Ramsés II (1290-1224) el faraón que mandó construir aquellas ciudades y, además, fuera el faraón del Éxodo, como proponen los partidarios de la fecha tardía13.

Otro aspecto atañe a la identidad del faraón que murió mientras Moisés estuvo en Madián (Éxodo 2:23-25), lo que posibilitó su regreso a Egipto. Esto hace suponer que el faraón que murió fue el mismo ante el que huyó Moisés 40 años antes (Éxodo 2:15). Por lo tanto, el faraón inmediatamente anterior al Éxodo tuvo que estar en el poder por más de 40 años y fallecer poco tiempo antes del Éxodo. En base a la fecha temprana, acababa de morir Tutmosis III (1501-1450 a.C.), es decir, solo cuatro años antes de la fecha que se propone. Tan solo otro faraón estuvo en el poder por más de 40 años y ese fue Ramsés II, pero, como ya se indicó antes, es materialmente imposible que fuera el constructor de las ciudades del Delta, que muriera para posibilitar el regreso de Moisés a Egipto y que además, fuera el faraón del Éxodo.

2. Evidencias extrabíblicas

2.1. La construcción de Pitom y Ramesés

La primera consideración tiene que ver con el asunto de la construcción de Pitom y Ramesés. Muchos de los partidarios de la fecha tardía hallan evidencia para su posición en esta orden de construcción mencionada en Éxodo 1:11. También parece que Ramsés II fue el soberano que, por primera vez, le diera el nombre de Pi-Ramesés a la antigua capital hicsa de Avaris, y parece que en esta época no hay ninguna otra ciudad egipcia llamada Ramesés que corresponda con la mención de Éxodo 1:11.

La explicación más probable es que el nombre de Ramesés ya lo habían empleado antes los reyes hicsos, que habían gobernado Egipto unos cuatrocientos años antes de la época de Ramsés II. Igualmente, está la referencia a Ramesés en Génesis 47:11, por lo que es difícil nombrar un territorio con el nombre de un faraón que no había nacido, este nombre de Ramesés es explicado por algunos eruditos como un anacronismo14, pero esto hace pensar de nuevo en hipótesis propuestas por investigadores cuando sus conclusiones no coinciden con el texto bíblico, despreciándolo y suponiendo añadidos para que sus hipótesis no se vean afectadas.

De igual modo, se ha apoyado la crítica liberal en la ausencia de actividad constructora en el Delta durante el reinado de Tutmosis III, pero los nuevos descubrimientos arqueológicos apuntan en otra dirección. Es un hecho bien conocido que Tutmosis III erigió dos obeliscos de granito rojo frente al Templo de Ra en Heliópolis, la ciudad situada en la base del Delta. Además, un escarabajo de la XIX dinastía refleja que Amenotep II (hijo de Tutmosis) nació en Menfis, ciudad situada a 37 km de Heliópolis. Esto permite la firme presunción de que, de tiempo en tiempo, tuvo allí su cuartel general y, probablemente, lo hizo así para consolidar sus fortificaciones y prepararse para sus campañas. Resulta inconcebible que pudiera haber actuado en catorce o más campañas bélicas en Siria, sin haber construido antes grandes cuarteles, depósitos y otras estructuras para acomodar a sus tropas. La tierra de Gosén, con su enorme reserva de mano de obra, tuvo que haber brindado el elemento necesario para la ejecución de esos proyectos15.

2.2. Jericó

La datación de la caída de Jericó es de suma importancia para determinar la fecha del libro de Josué, esto mismo es confirmado por la propia excavadora-jefe del yacimiento de Jericó16, pero, igualmente, se recoge una cita de su libro sobre la excavación de esa ciudad, en la que se dice que la caída de Jericó, arqueológicamente, no corresponde con la fecha que se propone en este estudio, ni con la fecha tardía. Este trabajo dedicado a Jericó es muy recomendable, ya que recoge una extensa información para realizar un estudio histórico-arqueológico de la ciudad más antigua del mundo17.

Para un estudio de sus evidencias arqueológicas —desde un punto de vista conservador y con un deseo de ser objetivo en sus conclusiones, pero que al igual que nosotros no puede confirmar la caída de Jericó para la fecha que se está proponiendo— es recomendable el trabajo de Leon Wood18, que proporciona también abundante material de estudio para la época que se está considerando en relación con la datación del libro de Josué.

En este presente solo nos atrevemos a decir con respecto a este complicado tema las palabras de uno de los arqueólogos de ese yacimiento durante bastantes años, el cual ha sido criticado duramente por parte de amplios sectores liberales, ante los cuales se defendió de la siguiente forma: “Sabemos que se han publicado diversas opiniones contrarias a nuestra interpretación de la fecha de la caída de Jericó, alrededor del año 1400 a.C., pero pocas de estas opiniones se basan en conocimientos científicos directos sobre el resultado de nuestras excavaciones, además, muchas de ellas carecen de razonamiento lógico o están basadas en conceptos preconcebidos sobre la fecha del Éxodo. Ningún comentarista ha producido todavía ninguna evidencia de que la ciudad IV se mantuvo en pie después del reinado de Amenotep III (1412-1376 a.C.), por lo tanto, no vemos la necesidad de discutir la fecha como si fuera tema de debate”19.

2.3. Laquis, Debir y Hai

Tal vez la más seria dificultad que enfrenta la propuesta que sostenemos radica en las fechas asignadas a la destrucción de las otras ciudades, que se dice fueron capturadas por las tropas comandadas por Josué, tales como Hai, Laquis y Debir (Josué 8:28; 10:32.38).

La ciudad de Laquis parece que fue arrasada durante el reinado de Mernepta (1224-1204 a.C.), pues se encontró allí, no solamente un escarabajo de Ramsés II, sino también algunos recibos en fragmentos de vasijas de barro cocido, empleados como material de escritura, con la anotación “año cuarto”. Se piensa que el estilo del texto es característico de la época Mernepta, es decir, estaríamos en la fecha del 1220 a.C.

Con respecto a Debir se halló un escarabajo de Amenotep III (1412-1376 a.C.). No se cita otra evidencia para la presunción de datación que la de la capa de cenizas que se halló por encima de la perteneciente a la “Edad del Bronce Posterior”, que representa una destrucción ocurrida poco antes del año 1200 a.C. En cuanto a la destrucción de Hai, descrita en Josué 8, se explica por lo general como una confusión con Bet-el, pero esta ciudad a 2 km de distancia de Hai fue destruida en algún momento del s. XIII, y el hecho de que el libro de Josué no menciona para nada la captura de Bet-el da fuerza a la creencia de que fue confundida con Hai.

Se pueden hacer varias consideraciones respecto a estos tres sitios. En primer lugar, Josué 10:32 nada dice sobre la destrucción física de la ciudad de Laquis; habla solamente de la matanza de sus habitantes. La devastación del 1220 a.C., puede representar un ataque posterior en tiempos de los jueces, después de que la despoblada ciudad hubiese sido reocupada al retirarse las tropas de Josué. La misma observación puede aplicarse a la destrucción de Debir. Josué 10:38 nada dice de que la ciudad fuese arrasada o puesta a fuego. Con respecto a la ciudad de Hai, su identificación con Bet-el es sumamente dudosa, puesto que esta era un sagrado y bien conocido centro religioso hebreo desde tiempos de Jacob y es sumamente improbable que hubiesen confundido su localización con Hai. Sin embargo, todo este estudio sobre el tiempo de la destrucción de Bet-el no es de importancia para establecer la fecha del Éxodo.

2.4. Los reinos de Transjordania

Otra razón que a menudo se cita en defensa de la fecha tardía tendría que ver con la supuesta falta de ocupación sedentaria de las regiones de la Transjordania y del Neguev entre el 1900 y el 1300 a.C. Ello significaría que no pudo existir entonces un reino edomita que se opusiera al avance de Israel hasta la ribera oriental del mar Muerto (Números 20:14-21) en la época de la fecha temprana. Por tanto, no tuvieron que hacer frente a una coalición moabita-madianita bajo el mando del rey Balac (Números 22-25); ni hubo ejércitos que aplastar en Sehón y Og (Números 21:21-35). Todos esos acontecimientos tuvieron lugar en la región de Transjordania y Neguev, lo que hace pensar que existió allí una población sedentaria en la época del Éxodo. En base a esto, los eruditos liberales sostienen una fecha tardía para el Éxodo, ya que los reinos de Moab y Edom surgieron a partir del s. XIII a.C.

Todas estas evidencias pierden su validez cuando se considera el momento en que se produjeron, a saber, la década de los cuarenta y principios de los años cincuenta. Aunque no rechazamos al historiador y arqueólogo que las enunció y reconocemos su valía y carácter pionero en cuanto a la Arqueología de la Transjordania, debemos rechazar sus conclusiones por estar desfasadas y basadas exclusivamente en una exploración de la superficie del terreno. Los descubrimientos arqueológicos posteriores parecen confirmar un grado de sedentarización elevado en épocas anteriores al s .XIV, e incluso antes. Se han encontrado numerosas tumbas con un buen surtido de objetos funerarios en ellas. Igualmente, se han hallado restos de un pequeño templo en la zona del aeropuerto de Amán (Jordania), que contenía numerosos restos de cerámica y otros objetos que los arqueólogos han fechado entre los años 1600 y 1339 a.C.20. A la luz de todo esto y de ulteriores trabajos que se han venido realizando en los últimos años en toda esa zona, se puede deducir que esos siglos vacíos, no lo son tanto y que existe una evidencia clara de ocupación durante la época que nosotros proponemos para el Éxodo.

2.5. La sucesión de Tutmosis III

El hijo de Tutmosis III, Amenotep II (1449-1421 a.C.), sin duda procuró emular los éxitos militares de su padre, que combatió en unas 17 campañas bélicas en menos de 19 años, pero, al parecer, Amenotep II sufrió varios reveses serios, pues no pudo llevar operaciones militares de envergadura después del año quinto de su gobierno hasta una modesta campaña en el año noveno de su reinado —si bien la cronología de este faraón es algo confusa. Este relativo fracaso en sus planes militares quizás tenga algo que ver con la pérdida de lo mejor de sus tropas acorazadas con carros de guerra, en las aguas del mar Rojo.

Una confirmación más de que Amenotep II fue el faraón del Éxodo, viene confirmada por la llamada “Estela del Sueño”, de Tutmosis IV, sucesor de Amenotep II. Aunque fue escrita en un momento posterior a su época, los historiadores han confirmado su fidelidad al mismo texto de una inscripción erigida por Tutmosis IV en el s. XV a.C. Se dice en el texto que el dios Horus se le apareció al joven Tutmosis en un sueño cuando era solo un príncipe en la casa de su padre y le prometió el trono de Egipto a condición de que sacara a la Esfinge de la arena. Es obvio que, si Tutmosis hubiera sido el hijo mayor de su padre Amenotep II, no hubiera habido propósito en una promesa divina de que algún día llegaría a ser rey, pues de forma natural hubiera ascendido al trono inmediatamente tras la muerte de su padre. Por tanto, se infiere necesariamente que el hijo mayor de Amenotep II murió antes que su padre, dejando la sucesión a su hermano menor. Esta situación concuerda exactamente con el relato de Éxodo 12:29, según el cual, el hijo del Faraón murió juntamente con los demás primogénitos a consecuencia de la décima plaga. Todo esto, aunque parezca tendencioso a favor de la fecha que proponemos para el Éxodo, solo sirve para confirmar aún más nuestras evidencias y conclusiones.

2.6. Las Tablillas de Tell el-Amarna

Fueron descubiertas en el año 1887 y datan de los años 1400-1370 a.C. Conforman un archivo de correspondencia, escritas en acádico cuneiforme —que era el lenguaje de la burocracia internacional de la época— por principillos asirios y palestinos, y cuyos destinatarios eran los miembros de la corte egipcia. Estas cartas contienen, en su mayor parte, alarmantes informes sobre las depredaciones causadas por feroces invasores, y urgentes requerimientos solicitando ayuda de las tropas egipcias para rechazar estas peligrosas incursiones. También reflejan la condición reinante de caótica desunión entre los diversos reyezuelos de Canaán, y una tendencia a denunciar su alianza con Egipto en favor de un pacto con los invasores habiru o hapiru, como son designados21 —si bien hay alguna dificultad con la precisión lingüística del término22.

Para este trabajo no interesa tanto precisar quienes fueron exactamente estos invasores, siendo suficiente con decir que aunque no se puede equiparar estos términos al de hebreo, tampoco está descartado totalmente. Compartimos la opinión de los eruditos liberales que estos términos hacen referencia a un estrato social sin unidad étnica23, o que son, en cierto sentido, nómadas, y los términos habiru o hapiru se refieren a un concepto sociológico y no étnico24, pero en cualquier caso se sabe que a los hebreos en marcha por el desierto se les unieron otros grupos que también salían de Egipto o que encontraron en el desierto. De todas formas, posiblemente nunca se podrá concluir que estos habiru o hapiru son los hebreos, pero tampoco se puede afirmar que en ningún caso pueden ser ellos.

En conclusión, sobre estas tablillas, se puede afirmar que si bien hay muchos problemas y detalles individuales que aquí no es lugar para recogerlos, y que aún no han sido resueltos, hay suficiente acuerdo entre los datos obtenidos de la correspondía de Amarna y el relato del libro de Josué como para poder establecer una estrecha conexión entre ambos escritos. Confiamos que ulteriores descubrimientos venga a confirmar esta evidencia25.

B. Informe histórico de los pueblos citados en el libro de Josué

Esta es la segunda parte de la investigación. Ya se han presentado las evidencias bíblicas y extrabíblicas que se encontraron con respecto a la fijación de la fecha del libro de Josué, dentro de los márgenes de la Historia de la Antigüedad. Ahora el objetivo es exponer brevemente lo que conocemos sobre los pueblos más importantes citados en el libro de Josué.

En el libro de Josué se encuentran al menos siete pueblos que son citados en varias ocasiones a lo largo del mismo (Josué 3:10; 9:1; 11:3; 12:8; 24:11). Aunque en ocasiones falta uno de ellos, el orden en que se citan se repite a menudo y, quizás, este orden se refiera a su importancia o a la cuantía de sus fuerzas militares. En cualquier caso, no importa tanto el orden sino el hecho de que son siete pueblos, a saber: amorreos, cananeos, heteos (fuera de la Biblia se les llama hititas), ferezeos, heveos, jebuseos y gergeseos. Este último es el que algunas veces no aparece en la lista de los siete y desconocemos el motivo.

Sobre estos siete pueblos Dios dio su mandato de actuación a Israel (Éxodo 34:11-16; Deuteronomio 7:1-5), prohibiendo cualquier tipo de alianza para evitar la degeneración moral y el abandono del verdadero Dios. Más tarde, en el discurso de despedida de Josué, vuelve a recordarse el mandamiento, prohibiendo al pueblo hebreo la imitación de la forma de vida de los pueblos que había derrotado durante la conquista de Canaán (Josué 23:7, 9, 11-13).

Aparece en el libro otra serie de pueblos como los Anaceos (Josué 11:21, 14:12) y una serie de pueblos en el capítulo 13, que no nos detenemos a estudiar ya que la información sobre ellos es mínima y, en algunos casos, solo son clanes dentro de unas tribus de las que no se dice el nombre.

1. Amorreos

De acuerdo con la definición amplia del país de Canaán, heredada de la administración egipcia, una serie de textos bíblicos emplean el adjetivo colectivo el cananeo para designar a todos los habitantes de la Cisjordania antes de la llegada de los israelitas, sin consideración étnica alguna. Sobre los dos pueblos preisraelitas más importantes —amorreos y cananeos— la Biblia tiende a usarlos de forma indistinta, al menos aparentemente, pero si se presta atención, en algunos pasajes de la Escritura aparece en primer lugar una diferenciación por razones geográficas. Los amorreos son los antiguos habitantes de los territorios ocupados por las tribus de Transjordania,26 al norte de Edom y Moab: el reino de Sehón, de Og de Basan y de Galaad. Otros textos distinguen a los amorreos que vivían en las montañas, de los cananeos que vivían en la costa (Josué 5:1) o a orillas del mar y en el valle del Jordán (Josué 11:3).

También se puede encontrar en algunos pasajes una distinción especial para los amorreos, siendo considerados como una raza aparte, con una estatura y fuerza extraordinarias (Amós 2:9; Números 13:32; Deuteronomio 3:11), algo que no se dice nunca de los cananeos.

Después que la tierra fue poblada por los israelitas, los amorreos se integraron en una de las doce regiones que apoyaban la corte de Salomón (1 Reyes 4:19), haciéndose posteriormente sirvientes y siendo absorbidos gradualmente (1 Reyes 9:20). El recuerdo de sus atrocidades permaneció, y sirvió como punto de comparación para la idolatría de Acab y Manasés (1 Reyes 21:26; 2. Reyes 21:11).

2. Cananeos

Los cananeos fueron el pueblo más importante de aquella zona y el que dio nombre a todo el área geográfica que estamos tratando. Canaán fue el hijo de Cam y, por tanto, nieto de Noé. En Génesis 10:15-19 aparece la lista de sus descendientes y, entre ellos, se mencionan como clanes a los demás pueblos que son citados en el libro de Josué, por lo que las características de los cananeos sirven para los demás pueblos de Canaán, aunque sean citados con otros nombres.

Sobre este pueblo se posee más información que de ningún otro de los citados en el libro de Josué. En primer lugar, en cuanto a su historia, no se sabe cuándo aparecen en Palestina, conjeturándose la fecha del año 3000 a.C., pero lo que sí es seguro es que, a partir del segundo milenio, Siropalestina estaba dividida entre una cantidad variable de ciudades-estados cananeas-amorreas. Para los siglos XIX/XVIII a.C., muchos nombres de lugares y de gobernantes que se registran en los textos de execración egipcios son cananeos.

Durante el período de 1500-1380 a.C., estos pequeños estados constituían parte del reino asiático egipcio. En el s. XIV a.C. Los estados del norte pasaron bajo tutela de los hititas, mientras que los del sur siguieron siendo nominalmente egipcios. En la época del Éxodo, los israelitas comandados por Josué, invadieron el oeste de Palestina desde el Jordán, dominando primeramente la zona montañosa, y derrotando a una serie de reyes y coaliciones cananeas.

Sobre la sociedad cananea se sabe que la mayoría de las ciudades-estados eran monarquías. El rey tenía amplios poderes para realizar designaciones y conscripciones militares, para la apropiación de las tierras que luego podía arrendar a cambio de servicios. Tenía también poder para establecer impuestos, incluyendo diezmos, derechos de aduana, impuestos sobre la propiedad, etc., y autoridad para requerir el trabajo de sus súbditos para obras estatales. Tenemos un fiel reflejo de todo esto en la denuncia de Samuel contra el establecimiento de un reino similar a los de las naciones que rodeaban Israel (1 Samuel 8). Los asuntos militares, religiosos y económicos estaban bajo la supervisión directa del rey. La reina era un personaje importante a quien apelaban a veces los funcionarios de alto rango. La corte estaba organizada fastuosamente en los estados más grandes.

La unidad básica de la sociedad era la familia. Entre las unidades sociales más grandes, además de aquellas más evidentes, representadas por las ciudades con sus aldeas vecinas, se puede observar la generalizada organización de corporaciones o gremios. Estos incluían los productores primarios, los artesanos y los comerciantes, tanto locales como itinerantes. Los sacerdotes y demás personal ocupado de los quehaceres del culto, como también los músicos, se organizaban en corporaciones o grupos y había varias clases de guerreros. Se ha sugerido que en la sociedad cananea existía una marcada distinción de clase entre los patricios de la casta superior y los siervos parcialmente libres de la clase inferior, siendo posible que las excavaciones arqueológicas reflejaran el contraste en este sentido con los israelitas, de comunidades relativamente humildes y homogéneas.

En cuanto a la religión, esta fue la principal esfera en que Israel causó del desagrado de Dios, ya que muchos israelitas llegaron a adoptar las prácticas religiosas de los cananeos, como se puede observar en numerosos textos del libro de Jueces y en los libros de las Crónicas.

La más importante divinidad cananea era Baal, al que se le suponía controlador de la lluvia y las tormentas. Los cananeos creían que la prosperidad económica en las buenas cosechas y los grandes rebaños dependía directamente de agradar a este dios. Aunque El era teóricamente el dios principal, Baal recibía mayor adoración. La abundante literatura épica encontrada en Ras Shamra, aunque presenta además otros dioses, muestra que Baal seguía siendo el de principal en importancia. Mot, dios de la muerte, anualmente daba muerte a Baal, pero Anat, diosa de la guerra, hermana y esposa de Baal, con la misma frecuencia lo resucitaba. Asera era presentada como esposa de El en Ras Shamra, pero en el bajo Canaán aparece como consorte de Baal, y en el Antiguo Testamento se menciona como una imagen tallada que era tenida junto al altar de Baal (Jueces 6:25-28; 1 Reyes 15:13). Astarté, diosa del amor, la fertilidad y la guerra, también se relaciona frecuentemente con Baal en el Antiguo Testamento (Jueces 2:13; 10;6; 1 Samuel 7:3,4; 12:10). Los conceptos de las tres deidades femeninas, Anat, Asera y Astarté, eran algo fluidos, con la tendencia a cambiar y mezclarse para formar otra, de modo que no siempre se mantenían distinciones claras. El culto prescrito para estas deidades comprendía la prostitución religiosa, y la mitología incluye historias de extrema brutalidad e inmoralidad sobre ellas. También se observaba el sacrifico de niños y la adoración de víboras. La atracción de Israel por esta religión era básicamente económica, pues los israelitas querían prosperidad en su nuevo interés en la actividad agrícola y creían erróneamente que la adhesión al culto de Baal era el camino para lograrla (Oseas 2:5, 8)27. Hoy se conocen interesantes estudios sobre la religión cananea, sus dioses, el culto practicado con los sacrificios y sus normas para llevarlos a cabo28. Igualmente, se conoce bastante sobre las relaciones entre los israelitas y los cananeos en cuestiones religiosas29.

3. Heveos

Sobre este pueblo hay poquísima información. Son hijos de Canaán, según la lista de naciones de Génesis 10 y 1 Crónicas 1.

Son primitivos habitantes de Siria y Palestina, distintos de los cananeos, jebuseos, ferezeos, gergeseos y amorreos (Éxodo 3:8; 23:28; Deuteronomio 7:1), y estaban relacionados con los anaceos que vivían en el Líbano (Génesis 10:17). Esto concuerda con su ubicación principal en las montañas del Líbano (Jueces 3:3) y la cadena del Hermón hasta el valle que conducía a Hamat (Josué 11:3), lugar donde todavía vivían en la época de David, quien los ubica después de Sidón y Tiro (2 Samuel 24:7). Integraron el grupo de trabajadores para las obras de construcción de Salomón (1 Reyes 9.20; 2 Crónicas 8:7). Otros se establecieron en Siquem, cuyo fundador se describe como hijo de Hamor, heveo, en la época de Jacob (Génesis 34:2) y cerca de Gabaón (Josué 9:7; 11:19).

Muchos equiparan a los heveos con los horeos, y suponen que los escribas confundieron una letra en hebreo, que es la única que los hace distintos en cuanto a la forma de escribir el nombre de estos dos pueblos. En Génesis 36:20-30 a Zibeón se le llama horeo, por oposición a heveo en el versículo 2. Existen otros ejemplos como este caso, pero en todos ellos los eruditos han hablado de confusión30. El caso no tiene una excesiva trascendencia ya que, sobre este pueblo, de cualquier modo, el conocimiento es más bien escaso.

4. Heteos

Después de bastantes siglos dudando de la existencia de este pueblo, los historiadores se dieron cuenta que los heteos del Antiguo Testamento correspondían a los hititas de la época antigua. Los heteos constituyen, en primer lugar, una gran nación que dio nombre a toda la región de Siria, “desde el desierto y el Líbano hasta el gran río Éufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran mar donde se pone el sol” (Josué 1:4); y, en segundo lugar, un grupo étnico que vivió en Canaán desde los tiempos patriarcales hasta después del asentamiento israelita (Génesis 15:20; Deuteronomio 7:1; Jueces 3:5), grupo llamado literalmente “los hijos de Het” (Génesis 23:3, etc.), según su antepasado epónimo Het, hijo de Canaán (Génesis 10.15).

Se sabe que el Imperio hitita fue fundado ca. 1800 a.C., por un pueblo indoeuropeo que se había asentado en Asia Menor, en ciudades-estado, unos dos siglos antes. El nombre de heteos o hititas derivó de los hatti, los primitivos habitantes de la zona donde se asentaron los hititas de Canaán. En la época patriarcal aparecen como habitantes de la sierra central de Judá, especialmente en la zona de Hebrón. Se ha conjeturado que formaban una rama de los hatti preindoeuropeos. El Imperio hitita nunca se extendió tan al Sur como para llegar a Hebrón.

En dieciocho listas de cinco, seis o siete pueblos, que se cree que ocuparon Palestina, los hititas aparecen seis veces en primer término y nueve en segundo. Según Génesis 23, los habitantes de Hebrón en la época de Abrahám eran los “hijos de Het”; según Génesis 26:34 y 27:46, los hititas habitaban en la montaña con los amorreos. Más tarde, David tuvo un partidario hitita (1 Samuel 26:6) y un oficial hitita (2 Samuel 11). Es cierto que los hititas no dominaron nunca en Palestina ni penetraron nunca en masa. Es posible que algunos se establecieran allí individualmente, pero los hititas mencionados en la Biblia (Efrón y su padre Sohar en Hebrón, las mujeres de Esaú y sus padres, los soldados de David) llevaban nombres semíticos y, si eran de origen hitita, estaban completamente asimilados31. La última referencia a los heteos/hititas de Canaán aparece en el reinado de Salomón (2 Crónicas 8:7), de ahí en adelante se fusionaron con el resto de la población de aquella tierra.

5. Ferezeos

Son el único pueblo de la lista de siete que se está considerando, que no aparece en la lista de descendientes de Canaán en Génesis 10:15-18. Este dato se ha puesto en relación con el significado etimológico de la palabra ferezeos, que significaría los moradores de la montaña o los aldeanos. Este significado cobra validez cuando se contrasta con la lista de Génesis 10.

No se sabe nada de ellos fuera de la Biblia. En ella son siempre mencionados en relación a otro pueblo, relacionándolos con los jebuseos en las montañas (Josué 11:3), con los cananeos cerca de Bet-el (Génesis 13:7), cerca de Siquem (Génesis 34:30) y en las montañas de Judea (Jueces 1:4ss) en relación con los refaitas (Josué 17.15). En ningún caso se aportan datos para conocer su cultura o su forma de vida, por lo que no se puede decir nada más que lo que acaba de reflejarse.

6. Gergeseos

Nada se sabe de este pueblo que acompaña a los otros seis en la lista de pueblos de Canaán32.

Debe ser una tribu o quizás un clan que figura entre los descendientes de Canaán (en las consabidas listas de Génesis 10 y 1 Crónicas 1) y la parte de la muy mezclada población de Canaán, según se describe en la promesa original a Abraham (Génesis 15:21). Llegado el momento, fueron derrotados por Israel (Deuteronomio 7:1; Josué 3.10; 24:11).

En el norte del Ugarit cananeo se han encontrado pruebas indirectas de la presencia de los gergeseos entre los siglos XIV y XII a.C. en base a dos nombres personales escritos en ugarítico. Probablemente, los gergeseos bíblicos y ugaríticos sean diferentes de un pueblo del Asia Menor llamado Karkisa en los anales hititas y con el que se creían relacionados hasta hace pocos años. En cualquier caso, el conocimiento de ellos se puede decir que es nulo.

7. Jebuseos

Este pueblo es un interesante ejemplo de un clan cananeo que fue capaz —al menos en lo que concierne a su principal ciudad fortificada, Jebús (Jerusalén)— de resistir a la presión de los israelitas conquistadores durante más de doscientos años. El topónimo de Jebús puede ser un simple derivado del jebuseo, mientras que Jerusalén (Urusalim), es un nombre que se remonta, por lo menos, a la época de Amarna. Jebús se encuentra en Josué 18:28; Jueces 19:10, 11, 14; 1 Crónicas 11:4, 5, pero puede tratarse de un término artificioso. Los jebuseos son enumerados con el resto de clanes cananeos en Génesis 10.16. Adonisedec es considerado a la vez como un rey jebuseo y amorreo en Josué 10:5. Puede ser que los jebuseos fuesen realmente amorreos, pues este término tiene un sentido etnológico muy amplio (Ezequiel 16:3-45), mientras que jebuseo sería más bien una designación geográfica33.

Jebús fue quemada después de ser capturada por los hombres de Judá (Jueces 1:8), pero sus habitantes originales recuperaron el control, al menos hasta el ataque dirigido por David (2 Samuel 5:6). Se permitió a los jebuseos permanecer en el monte del templo hasta que se les compraran las tierras o fueran absorbidos por los habitantes de Judea, quienes construyeron una zona habitacional en Sión (Jueces 1:21; 19:11)34.

C. El pueblo egipcio

No es posible concluir este trabajo sin mencionar, con la brevedad exigida, algunos aspectos de la forma de vida, la sociedad y otros detalles sobre un pueblo que no aparece mencionado en el libro de Josué, pero que entendemos que, sin una referencia a él, este trabajo pecaría por defecto, dejando al margen el pueblo más importante de aquella época. Nos estamos refiriendo a los Egipcios.

La historia de este pueblo ha sido dividida tradicionalmente en tres períodos denominados sucesivamente: Imperio Antiguo, Imperio Medio e Imperio Nuevo, con dos períodos entre ellos designados como períodos intermedios. La época que se considera corresponde con la del Imperio Nuevo (1552-1069 a.C.), ya que se ha propuesto y considerado como la datación más probable para el Éxodo entorno al año 1445 a.C. y para el libro de Josué alrededor del año 1405 a.C. Por tanto, todo lo que sigue a continuación es una reseña sencilla de los usos y costumbres de los egipcios en tiempos del Imperio Nuevo. También se dará una pequeña bibliografía sobre la historia de Egipto, recomendado algunos textos para una mayor profundización en el tema. Igualmente, comentar que el lector se dará cuenta que no hemos tratado el tema de la Religión Egipcia que tan popularizada ha sido. La razón para ello es bien sencilla: en ningún texto de la Escritura se hace referencia a ella y, por tanto, su influencia en la forma de vida de los israelitas nunca ha sido considerada. Ello nos induce a considerar innecesario un tratamiento de ella, por muy interesante que personalmente pareciera el tema.

1. El Estado

1.1. La administración

En Egipto Antiguo no existió un concepto de Estado comparable al de polis en Grecia o al de res publica en Roma. No obstante, existió un estado con todos los órganos de dirección y administración, pero las competencias de estos no están definidas de una manera clara y, por ello, resulta a veces farragoso tratar de ordenarlos racionalmente. A principios del Imperio Nuevo (ca. 1550), desaparecen algunos cargos como el de portador del sello real, que pasa a tener un contenido meramente de prestigio. Igualmente, se constata que no hay ninguna oficina administrativa dirigida por el mer nenuti o superintendente de la residencia. También deja de funcionar como colegio jurídico del visir los Diez grandes del Alto Egipto. Esto hace pensar que, a comienzos del Imperio Nuevo, hubo una reorganización de la administración en la que destaca la importancia que toma el hijo real de Jush que administra el sur de Egipto. Se afirma la antigua división del visirato desde Tutmosis III (1501-1450). Se presta atención a la administración de Siria, que se hace desde Menfis y no desde Tebas. Es típico de la época la importancia del ejército y de sus caudillos, que van entrando en los puestos de la administración del estado. También es típico de la época, a mediados de la Dinastía XVIII, los cargos de mayordomo y de senescal.

Durante el reinado de Amenofis II (1449-1421), hubo un cambio en la administración. El rey se rodeó de gentes de su generación que se habían criado con él como pajes de la corte. Con Tutmosis IV (1421-1412) surgieron conflictos entre el faraón y la burocracia, tanto civil como de los templos, conflictos que la documentación no atestigua explícitamente pero que son conocidos a través de las biografías y alusiones que se conservan. Estos conflictos desembocarían en la crisis amárnica con un enfrentamiento directo. Parece que el núcleo más duro de estos funcionarios era el tebano, lo que explicaría que, en ciertos momentos posteriores, los grandes funcionarios procedieran del norte, concretamente de Menfis. La llamada crisis amárnica consistiría en la ruptura de Akhenatón (1364-1347 a.C.) con el pasado, no solo en la lucha con el sacerdocio tebano y la ideología que propugnaban, sino con la búsqueda de apoyo en el ejército para construir un mundo de pensamiento ya no vinculado con la tradición. Con todo esto desaparece un tipo de funcionarios, y en la época de Homremheb (1333-1305) la administración sale del ejército y de entre extranjeros que se suponen más afectos a la corona. Estos funcionarios de nuevo cuño se fabrican árboles genealógicos ficticios, porque en el fondo tienen aspiraciones de permanencia a la vez que se esfuerzan en demostrar que son egipcios de pura cepa. En tiempos de Ramsés II (1290-1224) la nueva capital de Pi-Ramsés en el Delta Oriental, agrupa a un funcionariado típico porque los altos cargos no se entierran allí, sino en sus provincias de origen, a diferencia de los de la primera época de la Dinastía XVIII, que se enterraban en la necrópolis tebana. Continúa la extracción militar de ellos. La consecuencia de la falta de una clase productora de familias de funcionarios es la intervención de los senescales reales en la corte, que desempeñan papeles muy variados; en consecuencia, ya no se da, o se da cada vez menos, que se hereden los cargos. En todo caso hay que tener presente que en Egipto el rey es, en última instancia, el que concede el empleo y quien derriba al funcionario que pierde su confianza. Las biografías idealizadas que se conocen dejan entrever un tipo de servidor del estado que está en la tradición egipcia clásica. Este debía ser reflexivo, exacto, incorruptible, sincero e inteligente. El visir que no se enfada contra los que piden con el corazón en la mano, que no juzga parcialmente o recibe corruptelas; el sacerdote que no mete el diente a las ofrendas, o divulga los misterios; el escanciador callado, dueño de sí mismo y amistoso; todos estos son ejemplos idealizados de algunos funcionarios del Egipto Antiguo, según aparecen en las biografías. La educación del funcionario en los buenos tiempos se hace por el magisterio del padre y después se sustituye por las “enseñanzas” que se han transmitido en la tradición.

1.2. El faraón

Era el dueño absoluto de Egipto, el que gobernaba todo el imperio con poderes absolutos. La teología política de la época le hace hijo corporal de los dioses, especialmente de Amón, y vive en contacto con ellos, sirviendo de enlace entre la divinidad y sus súbditos. En época totmosida (s. XV a.C.), el faraón estaba muy involucrado con el ejército, dirigiéndolo en las campañas exteriores. Igualmente, era dado a los deportes y a las artes de guerra. Pero no debe olvidarse que la ideología faraónica exige que dedique gran parte de sus recursos, no solo a las obras civiles, sino a testimoniar su devoción a los dioses mediante la erección de grandes templos, dotación de ellos y piedad manifiesta en la celebración de grandes fiestas religiosas. Cabe destacar de aquella época el carácter militar de la monarquía egipcia, que se manifiesta en la elevación al trono de soldados distinguidos. El rey es el propietario teórico de todo el suelo egipcio, pero, en particular, tendrá grandes propiedades, palacios y tesoros. Junto al rey, la reina —la gran esposa real, con su casa y sus propiedades personales— ocupaba un lugar destacadísimo en la corte. Aunque de manera extraoficial, participaba en multitud de asuntos del estado, como ocurría con las grandes damas de la dinastía. La importancia de la reina como transmisora de la legitimidad es indudable en la historia de Egipto, que culmina en la figura de Hatshepsut (1501-1480 a.C.). En este sentido no se puede dejar de citar nombres como Nefertiti y Nefetari —la esposa de Ramsés I. Los matrimonios consanguíneos hacían de la familia real un clan cerrado, que se renovaba mediante las innumerables concubinas que entraban en el harén real. Los príncipes se educaban en el servicio de las armas, especialmente en Menfis.

1.3. La capital

Durante la Dinastía XVIII (1552-1305) la capital estaba en la ciudad de Tebas, aunque los faraones vivieron bastante tiempo en el norte y Tutmosis I tuvo un palacio en Menfis; Amenofis II también tuvo residencia en el norte; Amenofis IV creó una capital en El-Amarna; Horemheb residió en Menfis, así como Seti I; y Ramsés II estableció la capital en Pi-Ramsés. Es curioso que se conozca tan poco de los palacios reales egipcios a excepción del de Tell el-Amarna. El de Tebas, situado en la orilla izquierda, se ubica en un campo de ruinas que hoy se llama Malgata. La razón de este desconocimiento es que estaban construidos con adobe, aunque debieron ser de gran lujo.

1.4. El visir

Desde Tutmosis III (1501-1450 a.C.) está atestiguado el doble visirato, uno en Tebas y otro en Menfis. El visir es el que gobierna de acuerdo con los deseos del rey (lo que en la monarquía española de los Austrias se llamaría el ministro universal). Tenía su jornada perfectamente ordenada. Informaba al rey todos los días y recibía de él las instrucciones oportunas. Abría todas las oficinas administrativas, gobernando él desde su gran despacho administrativo. Presidía la Corte Suprema de Justicia e intervenía en toda clase de asuntos. El hecho de haber dos visires plantea el problema de sus límites territoriales. No está clara la línea de demarcación. Las competencias específicas del visir están recogidas en la inscripción de la tumba de Rekhmire, visir de la Dinastía XVIII, que en su contenido refleja seguramente un cliché de la época del Imperio Medio, pero que en conjunto deben ser válidas aun en la época que estamos considerando. Allí se enumeran sus cometidos en la administración provincial, la justicia, trabajos públicos y agricultura (canales, monumentos, talas de árboles, control de títulos de propiedad, límites, censos, informes sobre las crecidas del Nilo, graneros y cosechas), tesoro público, ejército, marina y archivos. La oficina del visir en la Dinastía XVIII se simplificó y se dio mucha importancia al gran escriba del visir, su secretario particular, que dirigía un ejército de escribas menores. El gran tribunal del visir estaba formado por gentes de distinto origen en la administración y mandos militares.

1.5. El virrey de Nubia

Se llama así al hijo real de Kush, que adquiere gran importancia en esa época por la extensión del dominio egipcio hacia el sur. El cargo fue creado por Amenofis I y tenía dos delegados: uno para la Alta Nubia (Kus) y otro para la Baja Nubia (Wawat). Era un puesto de gran categoría dentro de la administración egipcia.

1.6. El tesoro

Se denominaba así al conjunto de impuesto que recibía el estado y que incluía los productos del país —excluidos los granos— inclusive los de Nubia y Siria. Son conocidos los impuestos de oro, plata, cobre y vestidos, impuestos por esclavos, impuestos probablemente sobre el ganado y por las tierras. No ha sido hallada ninguna representación gráfica del tesoro, pero se puede pensar que serán grandes almacenes en los que había de todo. Cosas tan variadas como incienso, aceite, vino, algarrobas, papiros, carbón, colmillos de elefantes, metales nobles, etc. Todo era administrado por un Director del Tesoro que dependía directamente del visir. En el Imperio Nuevo no hay casas del tesoro provinciales, pero sí se habla de una casa del tesoro en Nubia. Este organismo empleaba a multitud de escribas. A través de él se dirigían las empresas comerciales especialmente las del extranjero.

1.7. Administración del campo

Un país como Egipto, de economía fundamentalmente campesina, ofrece un interés especial para el estudio del problema de la propiedad de la tierra y la administración de los bienes que pertenecen al faraón o al estado. Para empezar, en el Egipto Antiguo no hay un concepto elaborado de propiedad comparable al que elaboró el derecho romano, pero para entenderlo de alguna manera, se podría utilizar lo que los juristas romanos acuñaron bajo el título de posesio, con todos los problemas que ello plantea. El rey era un gran propietario de tierras en Egipto, muchas de ellas tenían palacios con sus servicios, constituyendo algo así como grandes latifundios. También los organismos de la administración poseían campos propios, en tanto que órganos del estado, como el visirato, el tesoro y la oficina del tesoro e incluso los puertos del faraón. Estas tierras y sus productos estaban destinados a alimentar al personal que trabajaba en otros organismos. Los funcionarios del estado intervenían directamente en la administración del campo mientras que los templos administraban en los suyos propios. El estado intervenía directamente en la medición de los campos y en la clasificación de las tierras. También durante el Imperio Nuevo tuvieron una gran importancia los graneros, que eran distribuidos por todo Egipto, existiendo graneros centrales en las dos capitales.

1.8. Ejército, marina y policía

El estado militar del Imperio Nuevo descansó fundamentalmente en un ejército eficiente. Los egipcios nunca fueron un pueblo militar en la medida en que lo fueron, por ejemplo, los asirios. La política egipcia contaba poco con las fuerzas armadas durante el Imperio Antiguo y Medio, pero la utilización del caballo, la introducción del carro como arma de combate, la perfección de los arcos y de las armas ofensivas en general y defensivas como la cota de malla, etc., fueron conformando una nueva manera de concebir la guerra y se empezó a crear un auténtico imperialismo egipcio que se apoyó fuertemente en el ejército. Fue necesaria una organización militar compleja y se desarrolló una mínima estrategia. En su organigrama jerárquico dependía, como todo Egipto, del faraón, y concretamente del visir. Este era el que movilizaba las tropas a través de los funcionarios de la recluta que constituían un grupo en el que se integraban los escribas de los reclutas, los escribas militares y el jefe de los escribas militares. Las tropas procedían de distintos grupos, eran fundamentalmente egipcios, pero había nubios y otros extranjeros. A medida que avanzaba el Imperio Nuevo, cada vez más estos pasan a constituir la base principal del ejército. En tiempos de paz el ejército estaba acantonado en guarniciones dentro del país y desplegado a lo largo de las fronteras donde vivían en fortalezas. El estado egipcio dispuso de una policía formada por beduinos del desierto de Nubia y, aunque siempre tuvo contingentes importantes de esa procedencia, en el Imperio Nuevo incorporó miembros egipcios y siempre tuvo mandos egipcios. Parece que el estado desconfiaba de sus propios súbditos para controlar el orden interno y acudía a bárbaros asimilados.

2. Economía y sociedad

2.1. Agricultura

Egipto fue siempre un país eminentemente agrícola, como era habitual en la antigüedad; pero incluso destaca por su ruralidad entre los países del Oriente Próximo más dependientes del comercio que Egipto. Se desconoce la extensión del suelo cultivado, pero no debía ser distinta a la actual y se cifra en unos 17.000 km2 , con una población igualmente desconocida en cifras absolutas, que con un margen de error de un cincuenta por ciento se calcula en unos cuatro millones de habitantes, con una gran densidad de población. El cultivo se basaba en los cereales de trigo y cebada, vid, olivo, cebollas y leguminosas. El aprovechamiento de las inundaciones del Nilo era un rasgo típico de la agricultura egipcia. La fuerza empleada para los cultivos era la humana y la animal, especialmente asnos y ganado vacuno.

2.2. Ganadería

Complemento indispensable de la agricultura, la ganadería egipcia fue siempre abundante y de gran calidad. Las gamuzas (especie vacuna típica de Egipto), asnos, cerdos, cabras, ovejas, aves de corral y después caballos y mulos, sirvieron para suministrar proteínas en la alimentación y, los últimos, fuerza de trabajo, tanto en la agricultura como en el transporte y la guerra. Puede decirse que la producción de carne era suficiente para que se pueda considerar a los egipcios antiguos como un pueblo bien alimentado.

2.3. Minería

La minería es otra fuente importante de riqueza en la época que tratamos, sin embargo, no se conocen innovaciones técnicas en la fundición y la metalúrgica del bronce, que continuaba prácticamente al mismo nivel que en épocas anteriores. Tanto es así que Egipto, al final del Imperio Nuevo, no se incorpora a la nueva metalurgia del hierro, lo cual, a la larga, fue un desastre para su porvenir histórico. Se explotó el oro en sus yacimientos tradicionales de Wadi El-Alaqi y la Alta Nubia, hasta tal punto que Egipto fue seguramente el país más rico en oro de toda la antigüedad oriental. Basta fijarse en el tesoro de Tutankhamon y el correspondiente de Tell el-Amarna para darse cuenta de la abundancia de oro en Egipto. La plata, poco abundante, procedía de los botines de guerra.

2.4. La madera

Dado que era un país deficitario en madera, necesitó importarla, sobre todo en sus especies nobles, del Líbano, de Siria, de la Alta Nubia y de más al sur. Recordemos que una de las funciones del visir era el control de la tala de árboles.

2.5. Manufacturas

Egipto fue un país de excelentes artesanos que transformaban las materias primas —producidas o importadas— en magníficos utensilios y en bellísimas obras de arte que son el asombro de todos al ser rescatadas por los arqueólogos. Dotados de una habilidad fuera de lo común, los artesanos egipcios fabricaron de todo: desde palacios y tumbas, hasta las más toscas cerámicas de cocina. Los productos del Imperio Nuevo muestran una pérdida de sobria elegancia con respecto a los del Imperio Medio. Hay más lujo y más abundancia con una clientela más numerosa con gustos más estandarizados. No se puede hacer aquí una enumeración de los oficios del Imperio Nuevo, pero se deben citar algunos. Los carpinteros que aparecen con sus sierras en los relieves, los pescadores con sus redes llenas de peces, los metalúrgicos con escenas variadas en las que soplan en el crisol y sus colegas elaboran hachas, anillos, cuchillos, etc., los tejedores con su telar horizontal, y así otros muchos oficios que se conocen a través de los papiros y de las escenas que han quedado en sus esplendorosos y ricos monumentos.

2.6. Comercio

El comercio egipcio es en gran parte estatal, aunque sin duda existió el comerciante que llevaba y traía géneros por su propia cuenta. Había comercio principalmente con Biblos en Fenicia y con Nubia, pero también existía un comercio mediterráneo que cada vez adquiría mayor importancia. El tráfico comercial más intenso era en el interior con el Nilo como arteria fundamental, el cual a su vez canalizaba los productos que venía de Asia o de Nubia. No se conoce con detalle el sistema de intercambios, pero en una cultura que no conoció la moneda, el sistema de trueque debió jugar un papel muy importante.

2.7. Sociedad

Durante el Imperio Nuevo no se alteró básicamente la economía egipcia; tan solo se intensificó y se amplió. Por ello, los cambios sociales no fueron demasiado profundos, aunque sí perceptibles en muchos aspectos. En la cúspide del estado y la sociedad estaba el faraón, su familia y los allegados. El típico faraón del Imperio Nuevo tenía un talante militar y deportivo, además de sus tradicionales poderes semidivinos. Es lógico que su corte fuera más variada que la de épocas anteriores. Compañeros de armas y de diversiones cinegéticas, acceden a él con mayor facilidad. Al mismo tiempo, en los harenes reales aparecen, junto a las hermanas-esposas, princesas extranjeras. Los príncipes se dedicaban a las armas y a la ilustración, tanto en las artes como en las letras. Todos los miembros de la casa real tienen grandes feudos en propiedad, mayordomos y administradores personales. La gran nobleza territorial había desaparecido. Esta escala social había sido ocupada por los grandes funcionarios del estado, a la que acceden los militares distinguidos, cada vez más, extranjeros y oscuros advenedizos de provincias. A estos habría de añadirse los grandes sacerdotes de Tebas, Heliópolis y Menfis. En una escala inferior se situarían una inmensa mayoría de personas que constituían lo que podría llamarse la clase media, que a su vez se subdividía en innumerables categorías. En un status similar se podrían situar los militares de cierto rango que recibían tierras para su sustento. Debajo estaría el inmenso artesanado de todos los oficios. En igual condición se encontrarían los soldados rasos que poseían una vivienda propia y tendrían tierras donadas por el faraón. Y, en lo más bajo de la escala social, estarían los hombres libres o semilibres, el campesinado egipcio. Parece cierto que, a lo largo de la historia de Egipto, se produjo un fenómeno de aumento de la dependencia del campesinado, que pasó a vincularse al terreno que cultivaba e incluso podía ser trasladado de un campo a otro cuando este pertenece al faraón o a un organismo. Finalmente, los esclavos. En Egipto no se llegó en ningún caso a la anulación de la personalidad jurídica del hombre con tanta crudeza como en el mundo greco-romano, pero durante el Imperio Nuevo está atestiguada la existencia de esclavos y la esclavitud fue fomentada mediante las conquistas exteriores y las razzias que se hacían continuamente en Nubia. En general, la sociedad egipcia, algo más móvil en esta época, no deja de ser una sociedad sometida a un régimen despótico que no se plantea problemas auténticamente sociales. El egipcio nunca se planteó el problema de su propia individualidad.

Conclusión

Han sido presentadas numerosas evidencias con las que se ha tratado de fechar el libro de Josué. Sabemos que los eruditos liberales tienen una opinión distinta, pero, como ya se ha visto, sus conclusiones no pueden adecuarse con los datos que se encuentran en la Biblia o con los que aporta la geografía de la zona de Canaán. También se ha visto que cuando las opiniones de estos investigadores chocaban con la información que proporciona la Biblia, rápidamente, esta perdía su valor histórico y eran las conclusiones de los investigadores las que se consideraban como verdaderas e infalibles. No entramos a criticar su metodología ni sus puntos de vista sobre la inspiración de la Escritura, pero ni siquiera ellos se ponen de acuerdo para fechar el Éxodo y el período de la conquista de Canaán por parte de las tropas de Josué.

Se ha dejado de lado otros aspectos muy interesantes, pero que no afectaban al comentario histórico del libro de Josué. Hubiese sido de gran interés estudiar temas tales como el desarrollo de la conquista de la tierra de Canaán, pero este no es el lugar más apropiado para ello. Otro aspecto de suma importancia que hubiera sido necesario considerar es el de las instituciones religiosas, sociales y políticas que se encuentran a lo largo del libro de Josué, sin embargo, hay buenas publicaciones sobre este aspecto que el lector podrá consultar si lo desea35, en las que podrá encontrar respuestas a las preguntas que se planteen sobre este tema.

Es nuestro deseo que esta separata aporte un mayor conocimiento de la época en la cual vivió Josué y todo el pueblo de Israel hace más de 2.900 años, para así entender mejor el mensaje de Dios para su pueblo en aquel tiempo.

Bibliografía

W. F. Albright. “Arqueología en Palestina”. Barcelona 1962.

G. Archer. “Reseña Crítica de una Introducción al Antiguo Testamento”. Editorial Portavoz Evangélico. Michigan 1987. Es una de las pocas introducciones al Antiguo Testamento que han sido traducidas al castellano. Aporta una visión conservadora de los textos del Antiguo Testamento. En cuanto al tema del libro de Josué, da pruebas irrefutables para confirmar la fecha temprana para el Éxodo. Es un libro muy válido para una primera “vista” a temas como el tratado. Recomendable.

J. Bright. “Historia de Israel”. Editorial Desclée de Brouver. Bilbao 1970. Clásico manual de historia de Israel que, aunque muy limitado, sirve para una aproximación a la historia de Israel. Expresa el punto de vista liberal, sin dar muchas explicaciones a las conclusiones que propone.

E. Casin. “Los Imperios del Antiguo Oriente”. Editorial Siglo XXI. Vol. III. Madrid, 1986. Es un manual de Historia Antigua. Es prolijo en datos de fechas y reyes, muy al estilo de la forma de enseñanza histórica de antaño. Importante para quienes deseen una información cronológica del período.

R. de Vaux. “Historia antigua de Israel”. Volúmenes I y II. Editorial Cristiandad. Madrid 1975. Un excelente comentario histórico, arqueológico y lingüístico de la época en la que se desarrolla el Antiguo Testamento. El autor murió sin haber podido completar la obra. Aunque no compartimos las conclusiones que aporta sobre el libro de Josué, es importante la información que da sobre ese período, que ayuda a una mejor comprensión.

R. de Vaux. “Instituciones del Antiguo Testamento”. Editorial Herder. Barcelona 1976. Es uno de los mejores trabajos sobre este tema que existe y que difícilmente podrá ser superado. Un ejemplar indispensable para estudiosos e investigadores del tema.

E. Drioton. “Historia de Egipto”. Editorial Eudeba. Buenos Aires 1981. Es el manual por excelencia para el estudio de Egipto.

S. Hermann. “Historia de Israel en la época del Antiguo Testamento”. Editorial Sígueme. Salamanca 1979. Manual para el estudio de la historia de Israel desde el punto de vista filológico preferentemente. El autor pertenece a la escuela liberal en cuanto al estudio del Antiguo Testamento.

K. Kenyon. “Arqueología en Tierra Santa”. Editorial Garriga. Barcelona 1963. Un libro clásico que sirve de complemento a otros muchos. Al igual que otros de la misma autora, está escrito desde un punto de vista arqueológico, con una profundidad que para el tema es excesiva.

K. Kenyon. “Desenterrando a Jericó”. Editorial Fondo de Cultura Económica. México 1966. Este libro está dedicado exclusivamente a la ciudad de Jericó, recomendamos las páginas 146-153.

P. Montet. “La vida cotidiana en Egipto en los tiempos de los Ramses”. Editorial Temas de Hoy. Madrid 1990. Un libro muy útil para conocer la vida que llevaban los egipcios durante el Imperio Nuevo. Aporta numerosos datos de interés para comprender el pueblo en el que estuvieron como esclavos los israelitas y desde donde salieron para Canaán.

M. Noth. “Historia de Israel”. Editorial Garriga. Barccelona 1966. Es un tratado donde la erudición de este investigador es demostrada en todas sus páginas. El autor es el mejor representante de la escuela liberal. Ha escrito numerosos trabajos sobre temas del Antiguo Testamento. Sin poder concordar con las teorías liberales propuestas, el libro tiene importancia por la información que proporciona para el estudio de la historia de Israel.

M. Noth. “El mundo del Antiguo Testamento”. Editorial Cristiandad. Madrid 1976. De lo mejor, en cualquier idioma, para entender el entorno del pueblo de Israel en la época del Antiguo Testamento.

“Nuevo Diccionario Bíblico”. Editorial Certeza. Chile 1991. Traducción al castellano del mismo texto en inglés, considerado como uno de los mejores diccionarios bíblicos por la mayoría de los estudiosos de la Escritura. El artículo que trata de la fecha del Éxodo apoya el punto de vista liberal, pero ha de reconocerse su valía para temas tales como los pueblos preisraelitas de Canaán y otros muchos.

“Comentario Bíblico San Jerónimo” Vol. I, V. Editorial Cristiandad 1971, 1972. Considerados como una colección de los mejores comentarios por parte de eruditos católicos. Es, sin duda alguna, una clara exposición del punto de vista liberal. Sin embargo, no son desdeñables los datos que aporta, aun cuando el abandono que hace de la inspiración de la Escritura es evidente, dando mayor validez a explicaciones eruditas de sus propios investigadores.

B. G. Trigget. “Historia del Egipto Antiguo”. Editorial Crítica. Barcelona 1985. Este libro aporta una nueva visión para el estudio de Egipto. Ha sido el libro clave para entender la administración y la sociedad de Egipto durante el Imperio Nuevo.

L. Wood. “Panorama histórico de Israel”. Editorial Caribe. Florida 1989. Este libro descubre en forma amena la historia del Antiguo Testamento, con aportación bibliográfica en cada apartado y comentario a otros puntos de vista de forma completa.

G. E. Wright. “Arqueología Bíblica”. Editorial Cristiandad. Madrid 1975. Un libro dedicado exclusivamente a la arqueología de las ciudades que aparecen nombradas a lo largo de toda la Biblia. Ayuda a entender de forma más clara el panorama histórico de la Tierra Santa, haciéndolo cercano y conocido. Las conclusiones sobre las ciudades nombradas en el libro de Josué siguen una línea liberal, pero debe reconocerse el valor que ofrece para entender la forma de vida que llevaban a cabo los habitantes primitivos de estas ciudades.

1. K. Keyon, “Arqueología en Tierra Santa”, Barcelona 1963, pág. 207.

2. K. Kenyon, “Desenterrando a Jericó”. México 1966, pág. 147.

3. J. Bright, “Historia de Israel”, Bilbao 1970, pág. 136. M. Noth, “Historia de Israel”, Barcelona 1966, pág. 149. S. Herrmann, “Historia de Israel en la época del Antiguo Testamento”, Salamanca 1979, pág. 120.

4. R. de Vaus. Historia antigua de Israel. Vol. II. Madrid 1975, pág. 22.

5. M. Noth, o. c., pág. 97.

6. J. Bright, o.c., pág.129.

7. G. E. Wright, “Arqueología Bíblica”, Madrid 1975, pág. 121.

8. “Comentario Bíblico San Jerónimo”, Vol. I, pág. 508. R. de Vaux, “Instituciones del Antiguo Testamento”, Barcelona, 1976, págs. 268, 424.

9. L. Wood, “Panorama Histórico de Israel”. Florida 1989, pág. 97.

10. R. de Vaux, “Historia Antigua de Israel”, Vol. II. Madrid 1975, pág. 374.

11. G. E. Wright, o.c., pág.121. R. de Vaux, “Historia Antigua de Israel”, Vol. II. Madrid 1975, pág. 374.

12. Para un estudio de la cronología de cada juez y de cada período de reposo, con una buena explicación, se recomienda el libro de Rolan de Vaux, “Historia Antigua de Israel”, Vol. II, Madrid 1975. págs. 207-210.

13. R. de Vaux, “Historia Antigua de Israel”, Vol. I, págs. 318 ss. M. Noth, o. c. pág. 120. G. E. Wright, o. c., pág. 86. J. Bright, o. c., pág. 130. S. Hermann, o. c., pág. 92 ss. “Comentario Bíblico San Jerónimo”, Vol. I. pág. 162.

14. G. E. Wright, o.c., pág. 81.

15. G. Archer, “Reseña Crítica de una Introducción al Antiguo Testamento”, Michigan 1987. pág. 250.

16. K. Keinon, o.c., pág. 209.

17. K. Keinon, Desenterrando Jericó”, pág. 146-153.

18. León Wood, o.c., págs. 103-108

19. G. Archer, o. c., pág. 255.

20. G. Archer, o.c., pág. 249.

21. G. Archer, o. c., pág. 203 ss.

22. Para una discusión lingüística de esos términos desde un punto de vista filológico, se recomienda el libro de M. Noth, “Historia de Israel”. Barcelona 1966. págs. 31, 44-46 ss. Igualmente, para una nueva lectura de esos términos el libro de R. de Vaux, “Historia antigua de Israel”, Vol. I, Madrid, 1975. págs. 214-219 ss.

23. J. Bright. o. c., pág. 100.

24. S. Herrmann, o. c., pág. 88.

25. G. Archer, o. c., pág. 300.

26. Para un mejor conocimiento de la geografía de Palestina y su área, ver el libro de Martín Noth, “El mundo del Antiguo Testamento”. Madrid, 1976.

27. L. Wood, o. c., págs. 226-228.

28. R. de Vaux. o.c., págs. 154-161.

29. G. E. Wright, “Arqueología Bíblica”. Madrid 1975. Págs. 141-172.

30. “Nuevo Diccionario Bíblico”, pág. 518.

31. R. de Vaux, o.c., Vol. I, pág. 1459.

32. R. de Vaux. o. c., pág. 149.

33. “Comentario Bíblico San Jerónimo” Vol. V. Madrid 1972, pág. 597.

34. R. de Vaux. o.c., Vol. I, pág.149.

35. Se recomienda la obra de R. de Vaux, titulada “Instituciones del Antiguo Testamento”, editada en Barcelona en el año 1976

Comentario al libro de Josué

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