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Excursus II

LOS JURAMENTOS

El mandamiento expresado en la ley en relación con los juramentos, es considerado por Cristo en el Sermón del Monte dándole el significado y alcance conforme al pensamiento de Dios (Mt. 5:33-37). El Señor recuerda el mandamiento promulgado en la Ley (v. 33): “Además, habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos” (Pavlin hjkouvsate o{ti ejrrevqh toi``” ajrcaivoi”: oujk ejpiorkhvsei” ajpodwvsei” deV tw``/ Kurivw/ touV” o{rkou” sou.) La práctica de pronunciar un juramento tiene raíces profundas en el A. T. Abraham, el amigo de Dios, exigió que su siervo se comprometiera bajo juramento (Gn. 24:1-3, 8-9). Abraham también juró (Gn. 21:22-24). De igual manera, Jacob exigió juramento a José (Gn. 47:30-31), y este hizo lo mismo con sus hermanos (Gn. 50:25). También Jonatán hizo lo mismo con David (1Sa. 20:17).

Dios reguló en la Ley, la práctica del juramento. En atención y como consecuencia del problema creado por quienes mentían y no hacían honor a su palabra. Estableció que fuera hecho en Su nombre (Dt. 6:13; 10:20) y quien quebrantaba el juramento era, como perjuro, un profano contra el nombre de Dios (Éx. 20:7; Lv. 19:12). El juramento se convertía en maldición sobre el perjuro, ya que el que juraba por Dios se ponía bajo maldición en caso de incumplir la palabra establecida. El ejemplo de Pedro en la negación del Señor ilustra el alcance del juramento (Mt. 26). La primera mentira consistió en negar que conocía al Señor delante de la doncella de la puerta (Mt. 26:70). La segunda mentira fue la misma negación ante la criada en el portal (Mt. 26:72). Fue en la tercera negación ante varios de los presentes, donde comenzó a maldecir, afirmando sus palabras, es decir, negó con juramento poniéndose bajo maldición (Mt. 26:73).

Jesús aceptó la enseñanza bíblica del A. T. sobre los juramentos y Él mismo la cumplió. Guardó silencio delante del sumo sacerdote hasta el momento en que fue puesto bajo juramento (Mt. 26:63-64).

Los apóstoles siguieron la enseñanza de Cristo. Pablo usó el juramento confirmativo (Ro. 1:9; 9:1; 2Co. 1:23; Gá. 1:20). La evidencia más concreta sobre el juramento está en el uso que Dios mismo hizo de él (He. 6:16-18).

El Señor, como maestro e intérprete supremo de la Escritura, establece el alcance del pensamiento de Dios sobre el juramento (Mt. 5:34-35). Él hizo una afirmación concreta: “Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera” (ejgwV deV levgw uJmi``n mhV ojnovsai o{lw”). Esta afirmación obedece al contexto del sistema farisaico. Aquellos buscaban una fórmula que les permitiera incumplir la palabra dada sin incurrir en perjurio. Ellos enseñaban que no había perjurio si no se mencionaba directamente el nombre del Señor, por la literalidad con que interpretaban y aplicaban la Ley (Lv. 19:12; Nm. 30:2; Dt. 23:21). Todo juramento que no usara explícitamente el nombre del Señor era de menor importancia y no era necesario un cumplimiento tan meticuloso. A causa de tales enseñanzas las gentes apoyaban sus promesas jurando por el cielo, por la tierra, por Jerusalén, o por su propia vida (su cabeza). Si la promesa se hacía sin intención de cumplirla, o si la afirmación no era cierta, no incurrían en el pecado de perjurio porque no se había hecho en el nombre de Dios. El Señor quiere detener tal modo de actuar, por eso dice: “No juréis en absoluto” y da a continuación el alcance real de las promesas hechas con un juramento menor, como consideraban los fariseos.

1) El alcance del juramento hecho por el cielo:“Ni por el cielo, porque es el trono de Dios” (Mt. 5:34b) (mhvte ejn tw``/ oujranw``/, o{ti qrovno” ejstiVn tou`` qeou``). Jurar por el cielo hace obligatorio el cumplimiento y sitúa al transgresor bajo la responsabilidad de perjurio. Lo que da contenido al cielo es la presencia de Dios y el lugar de Su trono. Jurar por el cielo es equivalente a jurar por Dios.

2) El alcance del juramento hecho por la tierra (v. 35a). “Ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies” (Mt. 5:35a) (mhvte ejn th``/ gh``/, o{ti uJpopovdiovn ejstin tw``n podw``n aujtou``). La tierra es el estrado de los pies de Dios, en el lenguaje figurado de la profecía (Is. 66:1). Dios es el dueño de la tierra y está vinculado a ella como creador. Jurar por ella equivale a jurar por su dueño, por tanto, es un juramento hecho en el nombre de Dios.

3) El alcance del juramento hecho por Jerusalén (v. 35b).“Ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey” (Mt. 5:35b) (mhvte eij” =Ierosovluma, o{ti povli” ejstivn tou`` mefavlou basilevw”). Los judíos sentían veneración por la ciudad por esta causa (Sal. 48:2; 87:3). La ciudad también estaba relacionada con Dios mismo. Él está interesado en ella y vela por cualquier juramento hecho sobre ella. Jurar por Jerusalén es jurar por el Dios de Jerusalén.

4) El juramento hecho sobre la vida propia: “Ni por tu cabeza jurarás” (Mt. 5:36) (mhvte ejn th``/ kefalh``/ sou onovsh/”) Quienes juraban así era como si dijeran: “Que pierda mi cabeza”, o “que pierda mi vida”. Eso era una grave incongruencia, porque el hombre no es dueño de su vida. La prueba aportada para la prohibición de tal juramento es evidente: “Porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello” (o{ti ouj duvnasai mivan trivca leukhVn poih``sai h] mevlainan.). Solo Dios puede hacer esto. La incapacidad humana queda en evidencia. No se puede jurar por la propia cabeza sin hacerlo por Aquel que es su propia vida y bajo cuyo control y autoridad está. Quien incumple un juramento hecho por su cabeza es un perjuro, porque indirectamente ha jurado por Dios.

El Señor expresó la firmeza que debe haber en la palabra de un creyente (Mt. 5:37). No cabe en su conversación y en sus afirmaciones sino palabras de verdad. “Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no” (e[stw deV oJ lofgos uJmw``n naiV naiV, ou] ou[). La palabra del creyente se respalda por el cumplimiento de lo que afirma o niega. No debe haber una doble intención en sus palabras, que es una manera de mentir. Por tanto, no necesita utilizar juramento para confirmar lo que dice, porque la experiencia de quienes le conocen no permite que se dude de su palabra.

Un modo mentiroso de hablar procede del maligno. “Porque lo que es más de esto, del mal procede” (Mt. 5:37) (toV deV perissoVn touvtwm ejk tou`` ponhrou`` ejstin.) Satanás es el creador e inductor de la mentira (Gn. 3:1, 4: Job 1:9-11; Mt. 4:6, 10, 11; Jn. 8:44; Hch. 5:3; 2Ts. 2:9-11). El juramento falso es propio de quienes son mentirosos. El creyente no tiene necesidad de emplear el juramento para confirmar sus palabras. Cristo no prohíbe el jurar ocasionalmente, cuando así sea solicitado, especialmente ante autoridades o tribunales; lo que prohíbe es el uso indiscriminado del juramento.

Comentario al libro de Josué

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