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Comentario séptimo: La llegada

He visionado, ya entrando en la primavera de este 2018, la difícil y densa película titulada La llegada (Arrival, dirigida en 2016 por el canadiense Denis Villeneuve, quien por este film fue nominado a mejor director y que dirigió en 2017 Blade Runner 2049). El film me ha resultado de gran interés por varias razones aunque creo que, sin desdeñar en absoluto cuestiones como la realización o la interpretación, lo que me atrae es la idea anticipadora, el contenido creativo, el desarrollo de sus efectos y las sugerencias que aporta la historia, positivas y negativas, en la misma línea imaginativa y de anticipación que apunté en Triannual I (comentarios: 3, págs. 34 y 35; 18, págs. 183 y ss. y 32, págs. 335 y ss.).

En distintas ocasiones, me he planteado en profundidad la situación y consecuencias derivadas de un eventual y sorpresivo primer contacto real con entes espaciales, por improbable que el mismo pueda parecer a unos o amenazador a otros. Sobre todo, teniendo en cuenta que las opiniones civilizadas —en uno u otro sentido— son libres y respetables, especialmente en un caso como este, que es una anticipación con los fundamentos de probabilidad —o no— que cada uno prefiera según su criterio, pero sin pretensiones de veracidad absoluta, en cualquier caso.

Además considero difícil este film por el entrecruzamiento, con la narración principal, de episodios que parecerían ser flashbacks (y no digo que lo sean exactamente). También porque presenta el desarrollo minucioso de una larga y compleja sugerencia sobre cómo podría transcurrir y desembocar un primer contacto, plagado de dudas e indecisiones, frente a una contingencia inesperada y repentina en la que el problema —incluso cuando el encuentro parece pacífico— reside en que el entendimiento mutuo es algo casi imposible de conseguir entre dos grupos de entes (los recién llegados y los humanos) que no tienen en común el planeta, la fisiología, el tamaño, la cultura, el desarrollo científico ni, especialmente, el lenguaje o el sistema de comunicación. Por lo tanto, no comparten líneas de razonamiento y aún menos de entendimiento, con la incógnita añadida de tener lugar tal encuentro precisamente en la Tierra, por su aparición simultánea en varios territorios del planeta.

Desarrolla el film una narración densa que presenta las dos exigentes razones de la acción indisolublemente unidas: el hecho trascendental y repentino de un primer contacto en suelo propio (por tanto, sugerente de una invasión) y la aplastante dificultad de encontrar la forma de entenderse. Aunque los recién llegados no parecen hostiles, siempre planea la amenaza de que pudieran acabar siéndolo, por causa de los equívocos y las diferencias entre unos y otros, con la probable influencia de la impaciencia humana. Y también tiene en cuenta el constante entremetimiento de la política en la espera, pues los oficialismos militares no aceptarán mantenerse por mucho tiempo inactivos, dado que los extraterrestres «han llegado» sorpresivamente y su disponibilidad tecnológica y su reacción serían inmensas en caso de un eventual conflicto, al menos si se tiene en cuenta el enorme tamaño de sus naves, situadas sobre lugares estratégicos de la Tierra.

La película desarrolla un guion complejo, que puede parecer incluso enmarañado pero sin llegar a serlo, porque las derivas en el continuo de la acción (supuestos flashbacks) ofrecen datos comprensibles de inmediato por el espectador, total o parcialmente. Se trata de referencias y sentimientos propios de la vida ordinaria y que no dificultan el desarrollo de la premisa principal, que es la dificultad o imposibilidad de comunicación entre dos especies ajenas entre sí. Y esas introspecciones, en el transcurso de la acción, aclaran los sucesos posteriores e influyen de forma determinante en la comprensión de la historia filmada, en los momentos finales.

Añado que con una maravillosa y exigente interpretación de la protagonista principal, la versátil Amy Adams (vista en Noche en el Museo 2, en La historia de Giselle o en El hombre de acero, entre muchas otras), que tiene en su historial bastantes premios como nominada o ganadora, en el epígrafe de «mejor actriz de reparto». Aquí, y en otros casos, es la protagonista absoluta y también fue candidata para distintos premios cinematográficos por este film. Es el coprotagonista Jeremy Renner, en un personaje a la vez principal y secundario, como «arropando» a Adams y cumpliendo con su papel con la eficacia y credibilidad que suele ser su tónica de actuación, salvo algunas excepciones.

Por cierto, precisamente Amy Adams, Jeremy Renner y la protagonista de Passengers (film del que trataré en otro comentario, más adelante), Jennifer Lawrence, habían coincidido los tres como actores, entre otros, en una película anterior titulada American Hustle (La gran estafa americana, dirigida por David O. Russell en 2013), film que solo he visto de pasada, y que refleja el mundillo de fraude, engaño, corrupción y montaje económico que desemboca, de diversos modos, en el poder del dinero, la mentira y la ambición.

1. Incógnitas espaciales

Volviendo a La llegada, parece que el guion procede de alguien que se plantea, al elaborarlo y darle virtualidad, la importancia e incluso la trascendencia de lo que en la acción irá sucediendo, que es la repercusión de una aparición alienígena repentina y masiva en el planeta humano —aunque en este caso sea una anticipación creativa, situada en el plano de las adivinaciones— y cómo hacer para entenderse con ellos, como fórmula conciliadora.

Cierto que esta posibilidad de contacto se ha tratado muchas veces: unas, la mayoría, centrándola en el peligro, la invasión, la dominación, la destrucción desatada por extraterrestres de distintos pelajes, formas y actitudes. Otras anhelando, si no defendiendo, el que su aparición sea lúcidamente respetuosa o salvadora del posible o probable resultado autodestructivo derivado de las incongruencias propias de la humanidad frente a sí misma y frente al planeta en el que vivimos. Incluso en ocasiones anticipando que «mejor que nos ayuden a evolucionar o sin comprender el universo y sus leyes, nos reventaremos a nosotros mismos o trataremos de reventar a otros», frase que es una simple cita propia.

Cierto que, en este caso, estamos sumergidos en el área de la adivinación posibilista porque ninguno de los eventuales extraterrestres, ya sean invasores, amigos o salvadores, tiene eficacia real aquí y ahora. Porque no existen o porque no sabemos que existen, si fuera el caso. Quizá por eso, apostando en el vacío, se ha mantenido en áreas científicas el empecinamiento en despachar y repetir el envío de mensajes de efecto llamada por el espacio profundo, invitando a posibles «otros» a visitarnos, como si fuéramos huerfanitos buscando a una dulce y amorosa madre extraterrestre o a un complaciente y resolutivo padre alienígena. Aunque la posible y dudosa consecuencia de una visita así inducida no se verá hasta que se vea, si es que ocurre.

Ya he dicho antes (en el primer Triannual, de 2018, comentario seis, págs. 53 y ss.) que no entiendo el que mentes poderosas, siguiendo la tendencia que inició Carl Sagan en el siglo pasado, hayan apostado por abrir voluntariamente el camino extraterrestre para la llegada de otros a nuestro mundo, solo por suponer que el resultado en un primer contacto será necesariamente favorable y amistoso porque nosotros nos mostremos encantadores en las misivas lanzadas al espacio profundo «en abierto», con todo tipo de información no clasificada y buscándolos empecinadamente. Aunque se diera el caso de que algún grupo de entes encontrara los mensajes y lograsen adivinar lo que difunden, si existen otros sistemas de vida en el universo podrían ser tan, tan distintos que no conseguirían aclarar nunca el contenido de los envíos por la disparidad de comprensión, muy en la línea de la película a la que me refiero.

Pero, como los discos informativos enviados al espacio parten de la base de que habría lenguajes universales, como el matemático, los científicos confían en que los extraños los acaben entendiendo para situarnos en el universo y viajar al planeta que les llama, inocentemente. Y que está muy bien definido en la información que ofrecen los discos, con nuestras figuras en sus dos géneros respectivos, para quedar completamente identificados. Siempre me pregunto, a este respecto, cuál sería la consecuencia final de esta llamada pues la ignoraríamos totalmente hasta que se manifestara a un palmo de nuestra indefensa nariz, de ocurrir.

De cualquier modo los mensajes ya son irrecuperables, lanzados en distintos momentos temporales del siglo xx y en diferentes direcciones espaciales, sin posible vuelta atrás. La causa probable de las sucesivas mensajerías hacia el universo será la duda en su recepción: el espacio es tan profundo que le cabe el calificativo de «infinito», lo sea finalmente o poco menos, y los científicos habrán jugado con que los «contactos nómadas» tienen poquísimas, ínfimas posibilidades de llegar a algún destino: bien porque los receptores (los extraterrestres, cualquiera que fuera su número y medida) no existan. O porque, de existir, el mensaje tendría que toparse con alguno en algún punto… de un espacio inabarcable. O que, dadas las inmensas distancias en años luz, después de transcurridos tantísimos años desde el envío hasta la eventual recepción, es posible que ni existamos por entonces, aunque nos busquen.

Por ello, teniendo en cuenta que los correos enviados (digamos que son como una variante espacial de mensajería móvil, aun cuando vuelen tan alto) proceden de este ínfimo rincón de la última esquinita de una galaxia periférica entre cien o incluso doscientos mil millones de galaxias en movimiento, formada cada una por otros tantos miles de millones de estrellas, orbitadas por una incalculable cantidad de planetas de distintos tipos, su recepción y entendimiento sería una increíble casualidad. Pero me inquieta esa posible casualidad y que exista tal contingencia en esos insondables espacios exteriores, porque, en este lugar terrestre, el azar adopta múltiples formas que se manifiestan e influyen en los destinos particulares y colectivos. Igual que la casualidad que trajo al meteoro que acabó con los dinosaurios y con casi toda vida en la tierra. O la que en algún momento cronológico hace nacer a alguien que después se convierte en un tirano desolador.

2. A enormes velocidades

Como prueba efectiva de movimiento espacial, simplemente en el área de los asteroides, el 9 de febrero a las 23:30 pasó uno de ellos, el 2018 CB, tan, tan cerca como a una quinta parte de la distancia que separa a la Tierra de la Luna. Primero leí la noticia de su aparición prevista en esa fecha y luego he buscado alguna mención posterior sobre el mismo, sin encontrar más datos porque ha pasado sin molestar. Fue descubierto el día 4 anterior y se nos ha acercado a 64.000 kilómetros, lo que parece mucha distancia vista desde nuestra rutina habitual, pero que es muy, muy poca en un espacio en el que todo se mide en miles de millones de kilómetros o, dicho de otro modo, en años luz.

Es verdad que, del tenor de la noticia, se sabe que rocas de parecida envergadura pueden pasar en nuestras cercanías una o dos veces al año. Por su menor tamaño (entre quince y cuarenta metros) no se pueden descubrir con antelación, pero comportan el gran peligro de sus inmensas velocidades al impactar, si tal cosa ocurriera. Igualmente según la noticia, este pedrusco CB parecería ser más grande que el que reventó en Rusia en 2013, en la atmósfera de Chelyabinsk (Siberia) donde originó importantes daños personales y materiales. Así que hay que alegrarse del paso del CB sin consecuencias pero, también, habrá que pensar sobre lo que pueda suceder si algún «colega» suyo, viajero inesperado, decide aterrizar en algún sitio terrestre con una velocidad de inconcebibles miles de kilómetros, tan solo unos pocos días después de ser descubierto y sin ningún medio de contención.

Tuviera relación, o no, con ese roquedal viajero, al CB le había precedido unos días antes el paso de algunas bolas de fuego, cruzando por la mitad sur de España, detectadas por el complejo astronómico de La Hita (Toledo) y por distintos observatorios y espectadores de Andalucía y algunos otros lugares, que las vieron mientras se consumían en su violento paso por la atmósfera, que actúa a menudo como eficaz salvadora.

También, en fechas próximas al paso del 2018 CB, citado arriba, hubo otro acercamiento, relativamente próximo, del asteroide rotulado como 2018 CC, que no tuvo repercusión porque pasó a unos 180.000 kilómetros de la Tierra, lo que ya es una proximidad algo apartada. Pero que pasar por el vecindario, pasan y a velocidades increíbles. Y si, como una noticia añadía, los de este tamaño suelen acercarse por aquí «una o dos veces al año» pues resulta que ya habrían agotado la previsión anual… a principios del año.

Así que, volviendo a la eventualidad de posibles viajeros espaciales desconocidos que, como en el film, pudieran aparecer por los abismos celestiales y recoger por casualidad la invitación humana para visitarnos, francamente confío en que: o bien el oro o los otros metales «nobles», en los que se han impreso los mensajes, se encuentren en su viaje con algún material mucho más potente y denso que los destruya en la colisión, o que su viaje termine en una piscina sideral, esto es, que un sol los acoja cálidamente y para siempre entre el nunca más de sus fauces inflamadas.

No me olvido de algún reciente documental en la TV, de los que tratan y dan supuestas pruebas de la existencia de ovnis y las idas y vueltas de los mismos en torno a las construcciones que hemos puesto en órbita pues, según dicen, incluso han sido vistos artefactos móviles desde la Estación Espacial Internacional (de la que de nuevo mi querido Howard Wolowitz, insigne ingeniero interpretado en The Big Bang Theory, nos recordaría en la serie, con presunción, que él estuvo allí…), vaya, al menos a nivel cinematográfico lo ponen todo tan vívido y fundamentado que tengo que referirme a lo que muchos sugieren, si es que no me lo he planteado previamente: que ya estén aquí, de acá para allá, por ejemplo en la cara oculta de la Luna o al fondo de los océanos y… que no solo estén en misión secreta sino que en nuestro planeta ya lo sepan algunos a nivel gubernamental o que, de ser así, incluso existan contactos confidenciales desde hace tiempo, cosa aparentemente indemostrable.

Pues si eso fuera así, más de lo mismo y sigo especulando simplemente en base a creaciones fílmicas: o los políticos «enterados» no informan (o no informarían si se diera el caso) a la población civil, sin duda para guardar para grupos o camarillas las ventajas elitistas que puedan obtener (y si el engaño se descubriera, alegar que era una forma de introducir, prudente y paulatinamente, la situación), o es que tratan de manejar en su provecho a verdes hombrecitos o a pulpoides renegridos, sin informar a la gente común. O lo mantienen clasificado para que, desesperados por el pasmo o por el miedo, no entremos al saqueo y la algarada (que parece desembocar absurdamente en vaciar tiendas de electrodomésticos y cajeros, cuando lo probable en una situación extrema es que no haya electricidad o tiempo para disponer de tanto desparrame) porque seamos —o es que en buena parte lo somos, cediendo al pánico— una panda de salvajes.

De darse un caso como el comentado, cabrían dos situaciones: que hubiera un protocolo rígido de reacción rápida, normalmente defensivo, cuyos resultados sin duda habrían sido estudiados en simulaciones de ordenador previas, pero más bien inútiles por ignorancia absoluta sobre los eventuales visitantes. Serían desconocidas sus intenciones y también su potencial agresivo, sin hablar de una ineficaz reacción ante ellos debida a la multiplicidad de países en la Tierra, cada uno de ellos a su bola cuando no enemistado con los demás que comparten el planeta.

O bien podía ser una llegada pacífica, igualmente probada en simulaciones pero que implicaría tantas incógnitas, tantas variables, que no podría concretarse si los eventuales extraterrestres involucrados en la supuesta «visita» estarían interesados en civilizar y alentar al conjunto de la población. O si, más bien, carecerían de interés en comprender o conocer el mundo humano global, sin relacionarse abiertamente. Con el evidente peligro de reacciones adversas, por ambos lados, o porque tan solo vengan a surtirse en el planeta de materiales o materias primas, lo cual ni siquiera suena nada bien. No digo que tales contingencias sucedan, claro está, pero el aura de posibilidad anticipatoria siempre apunta. Así que, de aparecer en condiciones reales esta circunstancia sobrevenida, ¿pues en qué producto o mercancía de esta Tierra estarían interesados los aliens involucrados? Apuesten por alguna, por si el caso se da y a ver qué concluyen.

Pero, volviendo a lo probado respecto de las convocatorias espaciales, plasmadas en discos voladores que viajan por el espacio con su efecto llamada desde la Tierra, mientras no me cuenten una razón fundamentada para defender su utilidad, sigo esperando que se volatilicen aunque ni eso, ni lo contrario, está en mis manos. Además de que, si una eventual colisión sucediera, son varios los mensajes viajeros que van en distintas direcciones, y seguramente también se emiten otras llamadas por radiofrecuencias, de las que no sabemos nada.

Así que confío en que no existan ovnis zumbadores en la cercanía, ni entidades vitales viviendo en exoplanetas expansivos con capacidad para viajar por el espacio profundo y espero que no encuentren los mensajes, al menos mientras exista vida propia en el planeta Tierra.

Y, claro, deseando que algún meteoro indiferente y macizo no aparezca para estamparse por aquí, en algún momento imprevisto. ¿O alguien tiene otra cosa que contarnos?

Triannual II

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