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ОглавлениеComentario octavo:
¿Todos contentos con la energía?
Varios meses después de haber tratado sobre Chernobil en el comentario segundo de este libro, me he enfrentado de nuevo al suceso catastrófico que visioné cierta noche de finales de enero, ahora en una posterior reposición. En los documentales de entonces ya percibí las consecuencias —a través del área audiovisual— del mayor cataclismo nuclear habido en el mundo, superior en varias veces al mucho más reciente de Fukushima. A diferencia de otras catástrofes naturales de gravísima magnitud inmediata, pero que admiten recuperación a cierto plazo, la del reactor no solo ha producido secuelas de gran alcance en el entorno, la población y la sociedad, en este caso europea, sino que —específicamente— se ha convertido en una amenaza potente, latente, imborrable, presente y futura, posiblemente a nivel mundial. Esto es, Chernobil.
De nuevo ha sido tratado en la televisión el accidente nuclear, con los documentales informativos a los que me referí en el pasado enero del año actual (comentario segundo de este texto), pero ahora coincidiendo con la conmemoración —mejor diría yo, recordatorio— de los treinta y dos años transcurridos desde la explosión, sucedida el 26 de abril de 1986. Los documentos audiovisuales citados se han ofrecido en la programación presentada entre la noche del día 25 y la madrugada del día 26 de abril, de forma aproximada con el mismo horario en el que se produjo el suceso nefasto en su momento, de madrugada.
Sin embargo, esta vez han dado cuatro documentales, aunque quizá la vez anterior también eran cuatro, pero entonces solo vi tres. Así, en esta nueva ocasión me despistó encontrarme, de entrada, con una filmación que no coincidía con las que yo había visto antes. Fue solo después de terminar la emisión, ya entrada la madrugada y bajo el impacto de lo visionado, cuando puse un orden teórico por el que realmente, para mí, el que dieron en primer lugar en esta programación actualizada debió de ser realizado en algún momento posterior a los otros, según su contenido.
La diferencia, según deduje, provenía de que la enorme cubierta moderna, en acero y cemento, a la que me referí en el comentario segundo, en aquellas filmaciones de enero pasado aparecía en construcción (con una valoración económica, ahora confirmada, de nada menos que de dos mil millones de euros), mientras que en el documental ofrecido ahora en primer lugar aparecía, al fondo de algunos fotogramas, perfectamente encajada ya sobre el monolito agrietado que fue el primitivo sistema de contención, indistinguible ahora bajo la cubierta nueva e imponente. La cual, según información actualizada, fue situada en su lugar definitivo a finales del año 2016, cosa que no había aclarado previamente.
Como cada documental era autónomo, no importaba el orden en sí mismo, así que paso a comentar ahora este documento filmado que no conocía de antes: se trata de un ingeniero americano, no sé si científico, documentalista, divulgador o aventurero o mezcla de todo ello, que acude —y al parecer ha ido allí en otras ocasiones— a visitar los restos y el contaminado entorno. El acceso solo se autoriza al personal técnico y científico, y se refiere a la zona de exclusión, esto es, la arrasada y permanentemente radiactiva región prohibida, vigilada y aislada, que abarca una distancia de treinta kilómetros de terreno en todas direcciones en torno al reactor reventado y que incluye distintos depósitos de vehículos y material radioactivo, además de restos de todas clases.
1. Tierra devastada
El ingeniero deambula por el territorio del suceso de un modo muy independiente, aunque es de suponer que no le habrán dejado moverse a su aire sin vigilancia, sin asistencia o, pura y simplemente, sin control. Sin embargo, la presentación de sus andanzas sigue pareciendo personal, voluntaria e intensa. Al principio recorre las oficinas técnicas actualmente en funcionamiento, que controlan y administran la zona del suceso (donde había además otros tres reactores nucleares funcionando, aunque creo haber leído en alguna información que ya no están en uso) y se entrevista con el personal científico que controla la zona.
Además se somete a controles físicos para tenerlos de referencia para los posteriores a los que se someterá cuando ya habrá acumulado radiación en el cuerpo, y recibe la información protocolizada sobre uso de trajes, máscaras, límites máximos de exposición personal, el manejo constante del contador de emisiones, que no es ya el famoso Geiger, aparatoso y chillón, sino que se trata de aparatos manuales digitalizados parecidos a un teléfono móvil de tamaño pequeño.
Luego visita la sala de mando antigua, abandonada, oxidada, despintada y desordenada, donde se produjo el desfase técnico que reventó el reactor número cuatro de la central y que no es más que una lamentable ruina de lo que fue cuando estaba en uso, como se comprueba en referencias retrospectivas también ofrecidas por los documentales. En ellas se nos presenta en momentos anteriores al desastre y todavía funcional, aunque con un aspecto estético a la soviética, esto es, sin ninguna estética. Ya sé que son años de por medio pero todo ello contrasta con la limpieza, el brillo, la pulcritud y el orden que se puede ver en otras filmaciones sobre el episodio destructivo sucedido en Fukushima en tiempos más recientes, y sobre la contención de los efectos del reactor afectado, las reordenaciones y previsiones de la manipulación, y eso sin detallar la retirada de restos, reposición de entornos, recuperación de ciudades y población, bien definida y estructurada en la ciudad japonesa que fue la más afectada por el accidente nuclear ocurrido en Japón, en su día.
Volviendo a Chernobil, en las referencias retrospectivas de la época me he fijado, por ejemplo, en la ropa oficial de los técnicos de la central, con el diseño soviético —igualitario a la baja— de las batas blancas de los empleados en activo en los años ochenta, que parecen prendas demasiado básicas para actuar en el corazón de un establecimiento nuclear. No es, por mi parte, una falta de respeto a una época pasada y mucho menos hacia las personas que los vestían y que se enfrentaron en primera línea a los acontecimientos, dado que su ropa de trabajo, sin duda, no la eligieron ellos ni en principio afectaría a la calidad de su labor. Además de ser un simple comentario superficial, de lo visto en esa filmación no se distinguía ningún elemento de seguridad individual visible, tal vez porque no se habrían planteado que ocurriera un suceso tan destructivo. Por supuesto, me estoy refiriendo a imágenes de un suceso muy anterior en el tiempo y una situación social geográfica y también territorialmente lejana.
Pero volviendo al periplo del ingeniero visitante, el mismo nos plantea durante su «paseo» determinadas dudas (antes no precisadas) sobre la causa del suceso: no nos explica cuáles sean sobre cómo pudo ocurrir un fallo de tal categoría destructiva consiguiente, si fue un eventual fallo de manipulación, o incluso el resultado de eventuales defectos funcionales en el protocolo técnico de construcción de la central, ya fueran referidos al diseño del tablero de comando o bien por la propia formulación del horno nuclear.
2. Víctimas
Mientras especula acerca de la causa del suceso, alcanza los sótanos inundados en las cercanías del reactor, siempre midiendo la radiactividad que constantemente produce avisos y, al aumentar, se enfunda un traje de faena liviano. Explica que el nivel de radiactividad puede transmitirse directamente a los pulmones y llegar a causar la muerte, en ocasiones incluso con poca exposición. Ahí se requiere el elemento protector que es la máscara y que, en estos momentos más actuales, presenta un aspecto profesional muy diferente de las rígidas de faena que ni siquiera se ajustan bien al rostro. Que eran las que llevaban, según las antiguas filmaciones, los trabajadores, técnicos y auxiliares en los momentos inmediatos a la explosión.
Evaluando este riesgo que corrieron, y sufrieron, cientos y luego miles de personas, el ingeniero visita el interior del abandonado hospital de la ciudad inmediata, Pripyat, en Ucrania, abandonada y solitaria. El hospital sin servicio es una pura ruina por fuera y un caos asqueroso por dentro. Deambula por salas, eludiendo restos, escombros y enseres destrozados, midiendo siempre las emisiones y, a veces, actuando con prudencia ante determinadas subidas en las mismas.
Mirando a los sótanos desde un piso superior, distingue algo que le impulsa a descender para revisarlo y consigue penetrar al interior a través de un agujero en el muro, con las dificultades consiguientes. En esa zona había percibido desde arriba un extraño vertido de arena que parecía ocultar algo y, como las alarmas del contador arreciaban, decidió comprobarlo en el propio subsuelo. Una vez abajo, tiene minutos contados para salir del lugar después de descubrir que hay restos de viejas ropas amontonadas y, sobre todo, botas por allí tiradas y semiocultas en fango y agua y que son las que producen un nivel desaforado de radiación.
Se da cuenta de que son los desechados ropajes de los bomberos que acudieron a sofocar el fuego de modo inmediato después de la explosión, y cuyas ropas fueron retiradas a toda prisa tras su ingreso en el hospital, y desechadas hacia los sótanos para minimizar la radiación que tuvieran acumulada y que allí continuaban, después de tantos años. Los bomberos fueron de las primeras víctimas por causa de la exposición radiactiva que sufrieron durante su intervención inmediata.
Y después de ellos, también recibirían radiactividad una parte de las brigadas de limpieza (a los que se les llamó «liquidadores») que trabajaron en la estructura entre escombros con ropa ordinaria, sin más precaución que las mascarillas blancas y durante los minutos máximos que les indicaban para retirar restos. Esta acción de las brigadas era especialmente importante para despejar de escombros la cubierta superior del reactor tres, anexo al cuatro (que es el que estalló) por los restos que volaron de una a otra cúpula con la explosión y que eran recogidos con palas y retirados de la zona con medios básicos.
También afectó la radiactividad de forma directa a los pilotos y tripulación de los helicópteros que, para intentar sofocar la columna de emisiones que se distribuía por la atmósfera, fueron enviados con cargas de arena hasta soltarlas situándose encima del agujero nuclear, tratando de colmatar el hoyo que dejó el reactor, y que recibieron la radiación directa en sus personas y aparatos. He leído algunas estimaciones del número de personas que resultaron radiadas, considerado entre quinientas y seiscientas mil víctimas, pero no he aclarado si también se incluyen, o no, a los afectados por las secuelas y enfermedades de desarrollo posterior que habrán aumentado el número de afectados.
Debido a una apresurada solución inmediata, sepultaron también, al cubrirlo con arena y luego con la primitiva cubierta cementada, el combustible nuclear que, por lo tanto, no fue retirado sino que sigue allí, cociéndose en su macabro «caldero». He leído en una publicación que ese reactor cuatro almacenaba 189 toneladas de combustible nuclear, de ellas representando algo más de 3.500 kilos el uranio en estado puro. Y en otra lectura, que el combustible dejado allí representa el 90 % del que había en los momentos anteriores a la explosión.
Incluso días después de la catástrofe, se llegó a considerar que la potencia de esa combustión permanente acabaría horadando el basamento inferior aislante del propio horno, y entonces el magma nuclear podía acabar filtrándose hasta la capa freática y por mayores extensiones de terreno, trasladando la contaminación a sectores aún más lejanos. Por eso, a continuación del suceso, se procedió a realizar una excavación subterránea, que intentaba reforzar la zona inferior del horno nuclear, acercándose al mismo abriendo un túnel bajo tierra. Supongo que entonces no existían las tuneladoras, o no se recurrió a ellas, o no era factible técnicamente, porque se ven filmaciones de los operarios en su actividad subterránea, dudosamente ventilada, semidesnudos por el calor, trabajando con palas a enormes velocidades para sacar la arena y construir el túnel, relevándose unos a otros constantemente durante veces sucesivas.
A todos los que intervinieron en la gestión inmediata del desastre les alcanzó la contaminación radiactiva de las emisiones, tanto más cuanto más tiempo, o más cerca, estuvieron del edificio reventado. Las cifras oficiales de muertos por causa del suceso seguramente serían minimizadas, al menos a cierto plazo. ¡Qué iban a decir, cuando lo que trataban era de ocultar el desastre en un primer momento! Sin comunicar públicamente lo ocurrido ni a otras partes de Europa que iban a ser afectadas sin solución, ni a las instituciones nucleares internacionales ni, mucho menos, a su población, que festejaría después inocentemente el Primero de Mayo, pocos días después del estallido, sin modificarse los actos públicos en las calles de las ciudades próximas, repletas de ciudadanos al aire libre, moviéndose bajo la contaminación invisible y silenciosa.
La noticia del desastre se descubrió a nivel internacional dos días después del suceso, cuando el primer frente de la nube radiactiva llegó a Suecia y allí se detectó. A Europa ya no se le podía ocultar lo ocurrido, como pareció pretenderse en un primer momento, mientras en el lugar de la explosión seguían con lo suyo, acotando el sector, moviendo población y trabajando en las ruinas, que mano de obra era algo que no les faltaba.
La población de la inmediata ciudad de Pripyat contabilizaba cincuenta mil habitantes que, al parecer, pasaron veinticuatro horas ignorantes de lo ocurrido y disciplinadamente dedicados a sus asuntos ordinarios en la zona de alcance inmediato de la contaminación radiactiva.
Según el documental, cuando las autoridades decidieron acordarse de ellos, pasaron de la nada al todo pues, de repente, las órdenes inmediatas fueron salir de las casas rápidamente, llevando solo documentación, dinero y «algo de comida» y subirse a las caravanas de autobuses requisados y movilizados para el traslado, sin saber los desplazados adónde ni en qué situación sanitaria y social habrían de instalarles y, mucho menos, durante cuánto tiempo.
Dicha localidad, desde entonces totalmente abandonada, estaba formada mayoritariamente por gente joven y con niños porque, al ser la ciudad de edificación reciente, construida como apoyo facilitador de las tareas de la central, entre los pobladores había pocas personas mayores. Estas también residían en el área afectada pero en aldeas o caseríos más dispersos. Finalmente fueron trasladadas unas doscientas mil personas, depositándolas en otras ciudades del siguiente entorno, donde se enfrentarían a las secuelas y los problemas médicos y sociales correspondientes.
Esto me recuerda haber leído que, después del paso de bomberos y técnicos por el desastre, al movilizarse a los contingentes de mano de obra para limpieza de escombros radiactivos los mandos tuvieron una idea clarificadora: tenían que ser mayores de treinta años. De haber sido así, puedo suponer que los que nunca más tendrían hijos, al menos quizá los habrían tenido ya anteriormente, pues no se me ocurre otra causa. En cambio, según otros datos, los operarios que movilizaron los rusos habrían tenido que ser menores de los treinta, igualmente supongo que para no dejar demasiadas viudas y huérfanos. Fuera como fuera el sistema, resultaría tétrico.
3. Tecnología fallida
Los equipos técnicos en los momentos anteriores al suceso actuaban en la sala de control, la misma que en el inicio del documental ya nos había dado imágenes del conjunto material y humano trabajando en el desarrollo funcional de la central. Como el objetivo era la producción de electricidad, la misma dependía de la mayor o menor potencia del horno radiactivo.
A tal efecto, el diseño de la consola requería la actuación directa del equipo técnico sobre unos «marcadores» móviles que controlaban directamente el rendimiento del combustible nuclear, para aumentar o disminuir la producción eléctrica. A tal efecto, era necesario desplazar cada marcador arriba o abajo en la escala de control de cada una de las barras de combustible nuclear, dependiendo la producción eléctrica de la altura del marcador en cada una de las barras paralelas. La noche del suceso se trataba de iniciar una prueba técnica, para comprobar los efectos y soluciones que debería aplicar la central si sucediera una eventual bajada de producción eléctrica. Al ser una prueba experimental, se decidió hacerla de madrugada, por haber menor demanda de electricidad.
Pero, en el curso del experimento, investigando precisamente cómo se comportaría el reactor en caso de producirse una bajada sobrevenida del rendimiento eléctrico, ordenaron a todos los «marcadores» subir a la parte alta de cada una de las distintas barras de combustible porque al ascender se disminuía la presión conjunta en el horno y, en consecuencia, el rendimiento. En tal caso, la producción eléctrica obtenida sería menor (en cambio, al descender, se aumentaba la presión y por tanto el calor producido y su resultado eléctrico), y por lo tanto la temperatura del reactor iría disminuyendo hacia arriba e incrementándose hacia abajo.
Sin embargo ya fuera por error humano o por la dificultad técnica que suponía movilizar todos los marcadores (que requerían algún tiempo para su desplazamiento), tal vez por haberlos dirigido todos hacia lo alto conjuntamente, la temperatura del horno descendió tanto (supongo, aunque no me consta, que se enfrentaban a una impensable parada total), que procedieron a aumentar con urgencia el rendimiento, bajando todos los marcadores de forma simultánea, con lo que forzaron bruscamente un repentino aumento de presión en todas las barras de combustible nuclear a la vez.
Ese hecho originó que el reactor elevase la temperatura de tal manera, tan rápido y de un modo tan forzado y repentino, que produjo el estallido del hidrógeno de refrigeración y con ello el colapso nuclear, el desplome del edificio, el hoyo radiactivo y la nube contaminante que, con una u otra intensidad, abarcó a casi toda Europa. Según los mapas de contaminación, quedó fuera de la nube solo la mitad inferior de Italia y la Península Ibérica, esto es, España y Portugal. La dirección de los vientos no discrimina entre países, como sí que lo hacen los territorios, entre ellos.
Aunque sin duda, evaluar lo ocurrido o aumentar la información con más detalles adicionales de distintas procedencias, además de lo que se ve en los documentales, sería propio de un estudio científico-técnico, pero todo esto es lo que he podido concluir hasta el momento, según mi capacidad y en mi opinión.
Y en resumen, ahí queda. Porque contenerse, se ha contenido ya dos veces. Pero resolverse, ninguna. Los técnicos habrán empezado la cuenta atrás actual, supongo: esto es, tras los treinta años transcurridos de la cubierta antigua, estamos en el año 2/3 de la cubierta nueva. Que tal vez durará otros 98. Cuando transcurran, aún quedará contaminación nuclear latiendo en el hoyo durante otros 22.870 años más…
He leído en algún artículo de prensa que la cubierta nueva sobre el reactor «garantiza cierto nivel de tranquilidad durante un siglo», esto es, cien años…
Así que, personas nacidas a partir de 2017 preferiblemente no vivan más de cien años, por si acaso…