Читать книгу Tres flores de invierno - Sarah Morgan - Страница 11

Capítulo 6 Suzanne

Оглавление

—¿Puedes colgar esas luces un poco más arriba? —Suzanne entrecerró los ojos—. Están muy bajas.

Stewart subió un peldaño más de la escalera y alzó la guirnalda de estrellas.

—¿Aquí?

—Demasiado altas —dijo Suzanne, pensando que su marido era muy paciente.

Él suspiró.

—Suzy…

O quizá no fuera tan paciente.

—Un pelín más abajo —ella lo miró bajarlas—. Perfecto. ¿No te encantan?

—Las guirnaldas de luces son lo primero de mi lista de Navidad. Si Santa Claus no trae diez juegos por lo menos, me echaré a llorar como un bebé.

—El sarcasmo no te pega. Por otra parte, ahora que sé lo que quieres, le pediré a Santa Claus que devuelva el regalo perfecto que te ha comprado y lo cambie por guirnaldas de luces.

—No lo hagas —él la miró con ojos muy abiertos por el pánico—. Sé que eres capaz.

—¿Vas a colgar esas luces sin quejarte?

Stewart aseguró la cuerda de luces con un cuidado exagerado.

—Ten compasión. Soy un hombre. No puedo ilusionarme con guirnaldas de luces, tengan la forma que tengan. Están en el mismo apartado que los cojines decorativos. En otras palabras, algo que no cumple ninguna función.

—¿Tú crees? —Suzanne apretó el interruptor y las estrellas brillaron con una luz blanca—. Son bonitas. Vamos a colgar otra guirnalda encima de la chimenea.

Crear confort estaba en la base de todo lo que hacía, desde preparar buena comida en el café a tejer jerséis. Casi como si en cierto modo quisiera borrar la frialdad y soledad que había sentido en su primera infancia. No había tenido a nadie que la cuidara, así que había tenido que cuidarse sola. Tenía miedo de la oscuridad, pero no podía contar con luces nocturnas. Por eso de mayor había hecho lo posible por equilibrar eso. Luces cálidas, cojines blandos, familia… Todo lo que no había tenido antes y que tenía ahora en abundancia.

—¿Otra tira? —Stewart se bajó de la escalera—. ¿Cuántas tienes?

—Diez. Las compré para el café y me han sobrado estas. Por otra parte, quizá encima de la chimenea queden mejor velas —Suzanne dobló una colcha en la base de la cama y añadió unos cojines—. No digas nada.

Stewart miró los cojines.

—Mis labios están sellados, pero solo porque soy un superficial y me importa mi regalo de Navidad.

—Le pedí a Posy que trajera troncos largos para la cesta. Así podremos encender fuego cuando venga. No quiero que Hannah pase frío.

—Vive en Nueva York. ¿Tienes alguna idea del frío que hace en Nueva York en invierno?

—Hay una diferencia entre Manhattan y las Highlands escocesas.

—Por eso vivimos en las Highlands.

Suzanne enderezó una lámpara y repasó la habitación con la vista. Las cortinas eran del mismo verde profundo que el musgo que se aferraba en verano a la ladera de la montaña. La tela era elegante y aterciopelada y caía en ondas al suelo de roble pulido. Eran cortinas lo bastante pesadas para mantener fuera el viento frío que se colaba por las grietas y hacía temblar los cristales en los meses de invierno. La situación de Glensay Lodge, idílica en verano, dejaba la casa abierta a los cuatro vientos en invierno. Por esa razón, Suzanne se aseguraba de que hubiera calor en las habitaciones. Lo había hecho todo personalmente, desde las cortinas hasta la colcha de retazos doblada a los pies de la cama.

Había soñado con tener un hogar, y no pasaba ni un solo día en el que no diera gracias por él.

Stewart lo daba por sentado, porque siempre lo había tenido. Ella sabía que era igual de feliz durmiendo en un albergue de montaña a dos mil metros de altura.

Gracias a Cheryl, ella también había conocido eso.

Todavía tenía fija en la mente la primera vez que su amiga la había llevado a escalar. ¿Lo habría hecho alguna vez de no ser por Cheryl? Probablemente no. Para su sorpresa, había disfrutado con el crujir de la nieve bajo sus botas y la bofetada helada del viento en la cara. Era cierto que no había compartido la pasión absorbente de Cheryl, pero sí había disfrutado el desafío físico y la belleza de ver subir el sol sobre las montañas de cumbres nevadas. Sobre todo, había disfrutado de la amistad y el trabajo en equipo tan propios de la escalada.

—Esto es lo que yo quiero de la vida —había dicho Cheryl.

Estaba tumbada de espaldas en su saco de dormir, mirando las estrellas. En el silencio de la noche, se oían los crujidos y gruñidos del glacial.

—No una mansión en las colinas de Hollywood ni un apartamento de lujo en la Quinta Avenida. ¿Quién quiere estar encerrada entre cuatro paredes cuando puedes tener esto? Es lo mejor.

Suzanne tenía frío y le habría gustado que Cheryl no hubiera insistido en dormir fuera de la tienda.

—¿No quieres tener familia algún día? —había preguntado.

Cheryl se había encogido de hombros.

—Supongo que sí. Nunca lo he pensado.

Suzanne pensaba en eso todo el tiempo.

—No puedes criar una familia en un saco de dormir. Necesitarás una casa.

—No, no es verdad. Viajaré. Compraré una furgoneta. Dormiremos todos en la parte de atrás. O acamparemos.

A Suzanne, aquello le sonaba agotador y poco seguro. Antes de conocer a Cheryl, había pasado por tantas casas de acogida diferentes que se mareaba de solo pensarlo. Vivir en una furgoneta no parecía distinto, excepto quizá porque haría más frío en los meses de invierno.

—¿Eso sería justo para ellos? —había preguntado.

—Los niños se acostumbran a cualquier vida que les des. Su normalidad es esa.

Suzanne no se había acostumbrado a la suya.

—¿Y si no son felices haciendo eso?

—Lo serán. Les enseñaré que no necesitas posesiones para disfrutar de la vida.

Suzanne frunció el ceño.

—No es cuestión de posesiones, sino de seguridad.

—Querrás decir predictibilidad.

¿Quería decir eso? Suzanne pensaba que no.

—Seguridad no es lo mismo que predictibilidad —había dicho—. Sería agradable salir a pasar el día y saber que las cosas que amas te estarán esperando cuando llegues a casa.

—Si te atas a las cosas, sufrirás más cuando las pierdes. Es mejor no hacerlo. Yo no necesitaré cuadros para las paredes porque podré mirar vistas como estas.

—¿Y eso es práctico? Tendrás que ganarte la vida de algún modo. Necesitarás comer.

—He pensado en eso —Cheryl se había sentado de pronto, como si no pudiera hacer un anuncio importante tumbada—. Voy a ser guía de montaña. Así podré hacer lo que me gusta y que me paguen por ello. ¿No es genial?

Era la primera vez que Suzanne oía hablar de ese plan.

—Conseguir el entrenamiento y las cualificaciones te costará una fortuna.

—Encontraré el modo —como siempre, Cheryl había desestimado el pragmatismo como si no fuera nada más que una molestia—. ¿Y tú qué? Irás a la universidad y estudiarás Derecho. Tendrás una casa con un jardín ordenado, un marido atractivo, dos coma cuatro niños muy educados y un perro bien entrenado.

La risa de su voz había impedido admitir a Suzanne que ella sería feliz con todo eso, excepto quizá la parte del Derecho. Pero ¿cómo sería su vida sin Cheryl? Su amistad era lo más importante del mundo para ella.

—Yo también seré guía de montaña —había dicho.

—Estás de broma —Cheryl se había girado a mirarla—. Pensaba que solo hacías esto porque lo hago yo.

—A mí también me encanta —había contestado Suzanne. Hasta ese momento no se le había pasado por la cabeza ser guía de montaña, pero ¿por qué no? Tenía que hacer algo con su vida—. Podemos hacer el entrenamiento juntas. Sacarnos el título juntas.

—Me encantaría —Cheryl la había abrazado—. Seremos siempre amigas. Prométeme que seremos siempre amigas.

—Te lo prometo.

Suzanne volvió a mirar la habitación.

—No estoy segura de la alfombra. ¿Crees que deberíamos ponerle la piel de oveja de nuestro dormitorio?

—Lo que creo —repuso Stewart— es que deberías parar ya —dejó la tira de luces y le tendió los brazos—. Ven aquí.

—¿Por qué?

—¿Necesito una excusa para abraza a mi esposa?

Stewart bajó la cabeza y la besó y ella se olvidó de Hannah. Volvía a ser una chica de dieciocho años, enamorada de un chico que quería las mismas cosas que ella.

Los interrumpieron los pasos de Posy y su voz.

—¿Dónde pongo esto?

Sujetaba unos troncos debajo de un brazo y se tapaba los ojos con la otra mano.

—¡Hala! Lo siento. Si hubiera sabido que estabais ocupados, habría llegado cantando alto para anunciar mi llegada.

Stewart dejó de besar a Suzanne.

—No cantes. Te lo suplico. No cantes.

Posy hizo una mueca.

—Pues vosotros buscad una habitación. Soy demasiado joven para ver esto.

Suzanne se soltó de los brazos de su marido.

—Ponlos en la cesta al lado de la chimenea. Gracias, hija —dijo.

Miró a Posy colocar los troncos. Dos de sus tres hijas estaban asentadas y felices y daba gracias por eso. Tanto Beth como Posy habían encontrado la vida que querían.

Posy se enderezó y miró la habitación.

—Es bonita, mamá. Casi me dan ganas de instalarme yo. Este dormitorio en la torrecilla es genial. Seguro que podríamos ganar una fortuna alquilándolo en Airbnb —notó el árbol de Navidad en un rincón—. ¿Qué hace aquí Eric?

—¿Eric? —Stewart ajustó las luces—. Puedo soportar que pongamos nombres a las gallinas, las ovejas y los cerdos, pero ¿cuándo hemos empezado a ponérselos a los árboles?

—Son cosas vivas. Por lo menos ese. Te presento a Eric, el árbol ecológico. Viene con raíces. Yo lo cambié de maceta y lo he cuidado todo el año. Y mira cómo ha crecido. Normalmente lo pongo en el granero cuando tenemos huéspedes en Navidad.

Suzanne añadió un par de libros a la mesilla de noche. A Hannah siempre le había gustado leer.

—¿Luke querrá un árbol? No me parece el tipo de hombre que necesite estar rodeado de adornos brillantes.

—Todo el mundo tiene que tener un árbol en Navidad —Posy desenvolvió una barrita de frutos secos y le dio un mordisco.

—Y por eso también tiene que tenerlo Hannah. No eches migas aquí, acabo de limpiar.

Suzanne miró a su hija pequeña y pensó una vez más cuánto se parecía a Stewart, siempre activa. A veces se sorprendía al recordar que Posy no era hija de ellos.

Pero como si lo hubiera sido. Stewart era el único padre que recordaba.

—Me he levantado a las cinco y no he desayunado —Posy dio otro mordisco, recogiendo las migas en la mano—. Hannah no se acordará de regarlo y Eric morirá. Y os apuesto algo a que ni siquiera vendrá al entierro.

Suzanne sabía que tenía que sonreír, pero no lo consiguió.

Tenía un nudo en el estómago. Hacía dos años que Hannah no iba por allí. ¿Sería una visita difícil?

—Espero que no eche de menos Manhattan. La ciudad es fantástica en estas fechas —dijo.

Se acercó a la ventana y miró el perfil escarpado de las montañas en la distancia. Ya tenían más nieve que de costumbre en esa época del año. ¿Cómo reaccionaría Hannah? ¿Tendría claustrofobia? ¿Los troncos de la chimenea y la repostería casera conseguirían mantenerla allí o se arrepentiría de no haber buscado una excusa para no aparecer, como el año anterior?

Detrás de ella, Posy intercambió una mirada de preocupación con su padre.

—Tú nunca has estado en Nueva York en Navidad —dijo ella.

—Me lo ha contado Beth —Suzanne se volvió—. Lleva a las niñas a patinar en Central Park.

Stewart empezó a recoger las cajas vacías.

—El suelo delante del gallinero se congela a menudo. Puede servir para patinar sobre hielo.

—Antes tendrías que recoger la caca de las gallinas —Posy se metió la envoltura al bolsillo—. ¿Y si le compro patines a Martha? Sería la primera gallina patinadora del mundo. ¡Oh!, y tengo buenas noticias. Esta mañana ha puesto un huevo. He ido a darle cariño y atención. ¿Qué hace aquí el escritorio del estudio?

—Por si Hannah tiene que trabajar. Si surge algo importante, no quiero que piense que tiene que irse.

—No es la líder del mundo libre. Estoy segura de que pueden prescindir de ella unos días sin que se hunda la economía —Posy sonrió—. Tranquila. Y ahora tengo que irme.

—¿Trabajas esta tarde?

Posy intercambió una mirada con su padre.

—Voy a llevar a Luke a escalar sobre hielo.

Suzanne palideció. Le cosquillearon las yemas de los dedos.

—¿Has visto el pronóstico del tiempo? Deja una nota con la ruta que haréis. Y avísanos a qué hora vais a volver.

—Le dejaré la ruta a papá, pero ya sabes lo que pasa en esta época del año. Las cosas cambian sobre la marcha. Por favor, no te preocupes. Soy buena en lo que hago. Por eso me pagan.

—No hay dinero suficiente en el mundo por el que valga la pena que corras un riesgo.

Posy cruzó la estancia y la abrazó.

—Estaremos bien. Luke no conoce la zona, pero, en lo referente a escalar en hielo, es muy hábil. Aunque no pienso decírselo, porque ya tiene bastante ego sin que yo se lo potencie más —se acercó a la puerta.

—Gracias por los troncos —le dijo Suzanne.

—De nada. Ahora vete abajo, pon los pies en alto y toma una taza de té. Yo me marcho —Posy salió de la habitación. Se oyeron sus pasos en la escalera y a continuación su voz llamando a Bonnie.

Suzanne se sentó en el borde de la cama.

—¿Tú sabías que iba a escalar sobre hielo?

—Sí.

—Pero no me lo habías dicho.

—No quería preocuparte. Ni ella tampoco.

—Pues estoy preocupada. ¿Cómo no voy a estarlo? —preguntó Suzanne.

Se sentía así siempre que Posy iba a la montaña. No podía concentrarse hasta que sabía que estaba en casa sana y salva.

Stewart se sentó a su lado.

—Posy es una buena escaladora y es precavida.

—Se parece demasiado a su madre.

—Da gracias a que no sea como su padre —Stewart se levantó—. Eso sí que sería un problema.

Suzanne no lo contradijo. Se había esforzado mucho porque le gustara Rob a causa de Cheryl, pero no había sido fácil, y a Stewart siempre le había caído mal.

Si Cheryl no hubiera conocido a Rob, ¿seguiría aún con vida?

Era ridículo pensar así, porque, sin Rob, Hannah, Beth y Posy no habrían nacido.

—Todo este asunto con Hannah… —Suzanne tomó la mano de su esposo—. Exagero un poco, ¿verdad?

—Sí, pero lo entiendo —contestó él.

Ella sabía que era así. Sabía también que no era la única que había sufrido una pérdida. Stewart había perdido la vida que habían planeado juntos, el futuro que tan cuidadosamente habían ideado.

Y a veces se sentía culpable por pensar así. Porque, independientemente de los compromisos y cambios que habían tenido que hacer, ellos habían vivido y tenían una hermosa familia.

—Hannah se encierra. Deja fuera a todo el mundo. Y no puedo culparla. Ninguna niña debería tener que pasar por lo que pasó ella.

—Todas pasaron por eso, Suzy, no solo ella.

—Lo sé, pero Posy era tan pequeña que casi no se acuerda. Beth se acuerda, pero su reacción fue la que se podía esperar. Hannah era más mayor. Fue diferente para ella. Más complicado. Y, en parte, por su relación con Rob —a Suzanne le dolía el corazón solo de pensarlo—. Yo solo quiero que seamos una familia normal. Pero no lo somos, ¿verdad? Nunca lo hemos sido. ¡Hay tantas heridas!

Y no solo para su familia. Respiró hondo.

—Esta semana hace veinticinco años.

Había sido un día más o menos como aquel. El tiempo variable. Las montañas jugando al escondite detrás de las nubes.

Y luego el accidente.

Cinco personas habían subido la montaña y solo una había regresado.

Era un aniversario que no pensaba celebrar.

Tres flores de invierno

Подняться наверх