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TENENCIA DE SETENIL

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Como no quedé del todo convencido sobre el tema de la reliquia, tuve a bien visitar al maestro Enrique, un personaje del pueblo que se enfrentó a todos con tal de conseguir llevar la enseñanza a aquellos que les era imposible acceder por su ubicación o posibles. Consiguió disponer juegos para que los más pequeños disfrutasen durante unos días. Cultivó la cultura como más necesaria que la comida, enseñó a los niños que el saber era tan importante como la espada, nunca pudo convencerlos aunque sí que entendieron que todo era posible si ayudaba a crecer militarmente, las referencias al capitán Ahmad le sirvió de ejemplo con ellos.

“Yo maestro Gonçalvo de Verceo nomnado,

yendo en romería caeçí en un prado,

verde e bien sençido, de flores bien poblado,

logar cobdiçiaduero pora omne cansado”.

Gonzalo de Berceo

Al parecer, un mester de clerecía, cuyo oficio es visitar las aldeas y villas advirtiendo al pueblo sobre cultos y temas religiosos, pasó por Setenil meses antes. Una semana más o menos convivió entre nosotros, me dijo el maestro, estableció una buena amistad con el cadí, con quien debatía saludablemente sobre temas religiosos y gastronómicos. Antes de partir dejó en la mezquita una cajita de madera simple y sencilla, siempre se la vio en una mesita junto a la quibla, al lado del Corán. Quiso el buen clérigo dejar constancia de su paso con la donación, añadiendo que ningún lugar merecía más poseerlo que el mismo Setenil, le dijo al cadí que vendrían en su busca y que en sus manos recaía la responsabilidad de mantener bajo secreto su contenido. Luego, sin decir nada, desapareció de la noche a la mañana, entonces el cadí pasó días de tribulaciones y cálculos que lo llevaron a obsesionarse con la caja, hasta el punto en que hubo jornadas en las que permaneció encerrado en la mezquita sin salir. Me comentó el maestro que nada más podía decirme del tema pues ninguna atención le mereció, pues por esa fecha, se encontraba estudiando unos documentos que le regalaron unos amigos y fueron traídos de Italia, donde se ponían en entredicho algunas cuestiones de las que no se atrevía a hablarme hasta asegurar su veracidad.

El maestro era un gran aficionado a la astronomía, decía que estaba vinculado a las estrellas por amor, observándolas con dedicación desde Acinipo, lugar del que, curiosidades que depara el destino, se transportaron las piedras que luego acabarían con el invencible Setenil y dañarían su escuela. Esas mismas piedras que Enrique amaba, por tanto como compartieron, fueron convertidas en proyectiles disparados por las bombardas cristianas, la crueldad del destino, la satisfacción humana por la destrucción.

Hombre estudiado, amante de la soledad, la noche, los astros, la luna llena y la enseñanza. Enamorado de una curandera bruja, comentaban que lo acompañaba a observar esas noches estrelladas y ella ofrecía rituales paganos durante el solsticio de verano mientras bebía lascivamente. Las malas lenguas relataban que llegaron a verlos hacer el amor sobre la scaena del teatro romano, desnudos, acompañados del lobo de Arica, nombre de ella, que aullaba poseído por mil demonios. La Santa Hermandad informó a la Santa Inquisición de la existencia de una hechicera en Setenil que daba de amamantar a un lobo con sus propios pechos y que danzaba en noches de luna mora mientras sangraba su menstruo, entonces tomaron cartas en el asunto, manteniendo vigilancia hasta que consiguieron atraparla en una visita a la cristiana Olvera. La prendieron cerca de la bajada que va hasta la guarnición de Torre Alháquime y la llevaron a la hoguera a vista de todos, entre aplausos, injurias y humillaciones de esos mismos a los que sanó en tantas ocasiones. Desde que la quemaran, el lobo seguía a Enrique, nadie consiguió capturarlo pese a los esfuerzos de la Santa Hermandad por apresarlo. El maestro alegaba que no era suyo, sino que lo acompañaba en sus paseos y desaparecía cuando en gana le venía. Él sufrió mucho con lo sucedido, cambió su forma de ser y se volvió solitario, dedicado a sus niños y a los pocos amigos que él consideró como suyos, concordamos desde el primer momento, sabiendo más de mí de lo que yo en un principio imaginaba, y es que, en estas poblaciones tan pequeñas, por mucho que quieras aparentar, cada uno de los que en ella vive sabe de qué pie cojea el vecino y cuantos mocos se ha comido.

Me vinieron a recuerdo los versos de Shakîr Wa´el, con ellos me deleitó en memoria de su amada Arica mientras veníamos de Olvera camino de Setenil la primera vez que lo conocí.

“Me quieres cuando taño mi laúd

cuando te cuento historias fantásticas

o cuando observo en calma las estrellas.

Me pregunto: ¿me querrás cuando duerma?”.

El tañedor de laúd

“Te alejaste como el dulce canto

de una avecilla al atardecer.

El breve escalofrío de la hierba

sobre la piel del jardín abandonado

aún retiene tu húmedo contacto.

Las palomas heridas de tus manos

habrán volado ya muy lejos,

muy lejos de mis sueños”.

En el jardín

El maestro consiguió mantenerse a resguardo de la batalla, no me dijo dónde, y luego llegó hasta la escuela para recoger sus cosas e irse. Le dije que nada temiera y que podría quedarse y continuar con su labor de enseñanza, eso le alegró.

—Es importante para mí quedarme aquí, me conoces y sabes que parte de mi vida se la debo a este lugar. Todo lo he dado por Setenil y ahora no sé si tendrá cabida mi oficio.

—Lo sé, por eso y por nuestra amistad pediré al rey que te conceda esa oportunidad, además debes saber que durante un tiempo me quedaré como tenente de Setenil, hasta la llegada del elegido para tal menester, y necesitaré de tu ayuda para ello.

—Pero, eso es una gran noticia, Pedro, lástima que no podamos todos disfrutar del momento, a Zoraima le hubiese encantado saberlo.

—No lo hubiese aceptado, ¿quedarse aquí bajo dominio cristiano? Nunca, me hubiese empujado para irnos a Granada, ¿y sabes una cosa? Me hubiese ido con ella.

—Te creo, amigo, sé que lo hubieses hecho, y yo con vosotros.

Abandoné al maestro en su quehacer de restaurar la escuela tras conocer que me quedaba al frente de toda la recuperación de la villa, confiando en poder ayudarme. Para mí era muy necesario su apoyo por conocimientos y saber estar frente a los demás, ya lo nombraría con algún cargo por el que fuese respetado, ofreciéndole una casa para esa escuela que él merecía. Lo dejé apoyando sus teorías con tesis fundadas y esperanzas de tiempos parecidos a los vividos o deseándolos, de corazón, mejores.

En esos momentos comenzaba la partida de prisioneros en dirección a Ronda por el camino de El Quinto, cientos de almas que partieron desde las cuevas soleadas junto al río. Alrededor de cuatrocientos vecinos entre hombres, mujeres, mayores y jóvenes que resignaron su dignidad y comenzaron a andar heridos en su orgullo, rendidos al destino. Trescientos alabarderos de las Guardias Viejas de Castilla, los respectivos mandos y dos mil hombres a cargo del gran Tendilla, que se retiraba a sus dominios hasta nuevo aviso, se encargaron de su protección. Las familias por las que pedí clemencia también partieron, estas en dirección al cercano y antiguo asentamiento en el fértil valle, allí les esperaba una nueva vida, trabajando la mayoría de ellos en tierras de labor o con la ganadería de la zona. Huérfanos de corazón, condescendientes con lo elegido, pronto deberían volver para su bautismo.

El sol comenzaba a aparecer con fuerza tras los suaves aguaceros de la noche anterior, el mes no dejaba indiferente a nadie, los que querían sol lo tenían y a los que pedían agua les llovía. Es la naturaleza de estas tierras de al-Ándalus, todo lo que uno puede desear se encuentra aquí, la yanna para unos, el paraíso para otros.

Aproveché el alba para visitar el sitio donde se encontraban enterrados tanto mí amada Zoraima como su padre, mi amigo Salomón. A esas horas todo se encontraba en silencio y pude rezar por ellos, por su alma y descanso eterno, despidiéndome para siempre entre la más dura de las soledades, aquella que solo quien pierde a alguien querido puede comprender. Volvería mil veces al lugar, tantas que terminé pidiendo al rey la concesión de esos terrenos, ni dudar cabe que me los otorgó, eso fue mucho más tarde, terminada la guerra con Granada.

“Si alguien me hubiera dicho:

terminarás olvidando a quien amas,

lo hubiera negado mil veces

pero tu permanente indiferencia me ha llevado al olvido.

Te agradezco tu desdén

pues me ayuda a curarme.

Hoy me maravillo del olvido

cuando antes me fascinaba la constancia

y siento tu amor como brasas ardientes bajo las cenizas”.

Ibn Hazm. El olvido.

Mantuve una charla con el cardenal buscando asegurar los pasos a dar con respecto a la cristianización y bautismo de los que se quedasen en Setenil, también sobre el cambio eclesiástico que recibiría el lugar. Rápido y conciso tuvo a bien explicarme sobre la importancia de convertir la mezquita cuanto antes en iglesia y en bautizar a los moros que quedaron en tierras ya cristianas. Luego me habló de levantar la iglesia de san Sebastián como objetivo en prioridad, buscaría benefactores que necesitasen del favor de los reyes para que aportaran lo necesario para comenzar con las obras y terminar cuanto antes. La reina tenía intención de volver en navidad al lugar donde su hijo quedó enterrado, era mujer devota y no olvidaría visitar al infante en ningún momento de su vida. Un nuevo cura de su confianza se encontraba instalado ya en la nueva casa parroquial, pronto pasaría a presentarse y contar de primera mano de sus propósitos.

A pesar de no ser amigo del cardenal y no tener trato con él, mantuvimos cordialidad en nuestro diálogo, era sabedor de que no era ni devoto ni creyente, tampoco de asistir a misas, cada uno es como es. Respetaba la necesidad del pueblo en esa creencia que los mantenía con esperanza, esa misma que les aseguraba que sus rezos ayudarían para traer pan a casa y salud a la familia, respetaba a la Iglesia, nada más florecía en mí hacia ella.

Respecto a don Pedro viene a bien decir que representaba al alto clero en el Reino, cardenal y guerrero, arzobispo de Toledo y enamorado del arte renacentista italiano que lo llevó a un profundo cambio en la arquitectura castellana, hombre rico, muy rico. Así vivió su vida y agrandó su leyenda, entre espadazos y confabulaciones, convirtiéndose en mecenas de magnificas construcciones y recibiendo los halagos del pueblo que lo admiró. Ayudó a la reina contra la invasión portuguesa en la batalla de Toro y consiguió que el rey francés Luis XI se inclinase hacia los reyes en la guerra civil del Reino de Navarra. Constituyó un apoyo decisivo durante la Guerra de Sucesión Castellana para la causa isabelina contra los partidarios de Juana la Beltraneja. Tuvo dos hijos con la portuguesa Mencía de Lemos, que la reina legitimó en señal de agradecimiento por sus servicios, también era padre de Juan Hurtado de Mendoza, nacido en Valladolid e hijo de doña Inés de Tovar. Ahora luchaba por conseguir del papa la autorización sobre la legitimación de sus hijos y así poder testar a su favor.

Hombre válido que el tiempo me dio la oportunidad de conocer mejor y de comprender sus necesidades con el Reino y sus prisas con cada objeción y petición que presentaba, su herencia perdurará tanto como la de cualquier rey. Me honró con su amistad y a pesar de distintas disputas, siempre estuvo cuando requerí de sus favores y él de mi espada.

“Dama, mi muy gran querer

en tanto grado me toca,

que no me puedo valer:

mi bivir por se apoca.

Apócase mi bivir

por amar demasiado,

no me aprovecha el seruir

ni me aprovecha el cuidado;

vóyme del todo a perder.

La vida mía se apoca,

esto causa mi querer

que en tanto grado me toca”.

Cardenal Mendoza

Setenil 1484

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