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CAPÍTULO 1 RECONCILIADOS CON NOSOTROS MISMOS 1. CAMBIA TU MANERA DE PENSAR

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Muchos psicólogos y libros de autoayuda proclaman este principio: “Somos lo que pensamos que somos”. Pero esto no es cierto. Si yo pienso que soy un cocodrilo, eso no me convierte en un cocodrilo. Seguiré siendo humano. Hay que distinguir entre el “ser” y el “actuar”. El pensamiento no puede cambiar lo que somos, sino lo que hacemos. Es en nuestro actuar donde interviene el poder de la mente afectando nuestras vidas, no nuestro ser. Por lo tanto, la frase correcta sería: “Actuamos conforme a lo que pensamos que somos”. Y aquí sí podría suceder que si yo pienso que soy un cocodrilo voy a actuar como un cocodrilo… aunque no lo sea.

De allí lo importante que es tener un correcto pensamiento, porque lo que pensemos de nosotros mismos, así será nuestro actuar. San Pablo lo dice así: transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios (Rom 12, 2).

Ahora bien, la frase podría completarse de la siguiente manera: “No somos lo que pensamos que somos, pero actuamos como pensamos que somos, y la gente nos trata como nosotros pensamos que merecemos ser tratados”.(4) Es muy importante tener en cuenta esto último, porque tal como nos vemos a nosotros mismos, así nos ven los demás, y así como nos consideramos a nosotros mismos, así nos considerarán los demás. Siempre pongo este ejemplo en clases cuando estoy predicando a mis alumnos estos principios: si yo pienso de mí que soy un profesor que no merece ser escuchado, sino que merezco que se me rían en la cara y que hablen encima de mi voz… pues entonces eso mismo sucederá de seguro en el aula: mis alumnos empezarán a burlarse de mí, hablarán encima de mi voz y ninguno me prestará atención. Por el contrario, como generalmente pienso que merezco ser escuchado, que merezco que me respeten y que nadie hable encima de mi voz por una cuestión básica de respeto, eso es lo que sucede. Los demás nos tratan como nosotros creemos que merecemos ser tratados.

Haber conocido estos principios me hubiese salvado muchos años de infierno en la infancia. Aquella vez a los 10 años, cuando me paré por primera vez en mi vida a dar una lección oral en clase, nadie me escuchaba, todos mis compañeritos se burlaban de mi manera de pararme, de mi aspecto físico, de mi modo de hablar. Y hoy, mirando para atrás, puedo descubrir que uno de los principales responsables de todo eso que viví fui yo mismo; soy yo el que no se valoró lo suficiente, soy yo el que me consideré a mí mismo eso que los demás vieron en mí. No tengo que andar señalando a tantas personas con el dedo. Tengo que reconocer, después de más de 20 años, que soy el gran responsable. Me trataron como yo creía que merecía ser tratado. De allí lo sumamente importante que es entender estos principios.

Tener una sana imagen de nosotros mismos nos permite avanzar hacia lo que Dios quiere de nosotros. Hoy la gente paga por escucharme hablar como la lógica consecuencia de que creo que tengo un mensaje del Señor para transmitir y que merezco que la gente me escuche. El pensamiento tiene ese poder de dirigir nuestras actitudes. Es conocida la comparación que hace Rick Warren al respecto:

Para cambiar tu vida debes cambiar tu manera de pensar. Detrás de todo lo que haces hay pensamientos. Toda conducta es motivada por una creencia y toda acción es incitada por una actitud. Dios reveló esto miles de años antes de que los psicólogos lo entendieran: Tengan cuidado de cómo piensan; la vida es modelada por sus pensamientos (Prov 4, 23 parafr.)

Imagina un paseo en un bote con motor en un lago, con el piloto automático puesto en dirección hacia el este. Si decides dar vuelta atrás y dirigirte al oeste, tienes dos posibles maneras de cambiar el rumbo del barco. Una es tomar el timón y físicamente obligarlo a que se dirija en la dirección opuesta a la que señala el programa del piloto automático. A pura fuerza de voluntad podrías vencer al piloto automático, pero sentirías la resistencia todo el tiempo. Finalmente tus brazos se cansarían de la tensión, soltarías el timón y el barco retomaría inmediatamente el rumbo en dirección al este, de acuerdo con su programación interna.

Esto es lo que sucede cuando tratas de cambiar tu vida a fuerza de voluntad. Dices: “Me obligaré a comer menos... haré más ejercicio. Dejaré de ser desorganizado y de ser impuntual”. Sí, tu fuerza de voluntad puede producir un cambio a corto plazo, pero crea una tensión interior constante porque no has tratado la causa desde su raíz. El cambio no se siente como algo natural, así que finalmente te rendirás, abandonarás la dieta, y dejarás de hacer ejercicios. Rápidamente volverás a tus viejos patrones.

Hay una mejor y más fácil manera. Cambia el piloto automático: tu manera de pensar. El primer paso en el crecimiento espiritual es empezar por cambiar la manera de pensar. El cambio siempre comienza en la mente. La manera en que pienses determinará cómo te sientes, y cómo te sientes influirá en cómo actúas. Pablo dijo: renovarse en lo más íntimo de su espíritu (Ef 4, 23).(5)

Esta renovación es más urgente aún si el fracaso ha tomado lugar en nuestra mente. Porque si nuestra mente es conquistada por malos pensamientos de nosotros mismos y de lo que somos capaces de lograr, estos pensamientos dirigirán nuestra vida. Y mientras no renovemos nuestra mente, nuestras acciones estarán dirigidas por emociones y no por decisiones correctas.

El primer paso para este cambio de mentalidad tiene que ver con aceptarnos a nosotros mismos, con reconciliarnos con nuestro propio ser.

No me digas que no podrás

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