Читать книгу La máquina soviética - Sebastián Robles - Страница 6
Оглавление2. EL SEMINARIO DE TIFLIS
Siete años antes de su llegada, un rector había sido apuñalado por un alumno. Costaba imaginar las causas del atentado cuando uno caminaba por los pasillos y aulas silenciosas del antiguo edificio, donde el universo parecía estar en orden. Pero como todos los lugares (aunque Soso todavía no lo sabía) el seminario de Tíflis tenía un subsuelo y una superficie. En la superficie se estudiaba a Aristóteles, Avicena, Averroes, San Agustín de Hipona, Santo Tomás de Aquino. Se leían pesados volúmenes sobre la historia de los zares y de la Iglesia Ortodoxa. Había que aprenderse nomenclaturas de memoria, rezar en voz alta y respetar a las autoridades. Soso pensaba que, si terminaba sus estudios, con suerte lo destinarían a barrer los pasillos de la vieja iglesia de Bakú, que era una de las más renombradas en Georgia. Su madre lo visitaría dos veces al año y si se esmeraba en la obsecuencia, era posible que en algún momento lo pusieran a cargo de alguna iglesia o quizás incluso obtuviera un puesto de mayor jerarquía.
En los subsuelos del seminario se desarrollaba otra historia. Una tarde, Sergo Pilsudsky, un seminarista de origen polaco algunos años mayor que él, lo condujo a una reunión que se realizaba en un sótano abandonado por el rectorado. Ahí, a la luz de las velas, algunos estudiantes leían en voz alta y discutían textos de Marx, Engels, Lenin y Kropotkin. También citaban con fervor a Darwin, a quien Soso había leído cuando vivía en Gori. Esa fue su llave de entrada y su carta de presentación: los razonamientos escolásticos no estaban permitidos en el sótano. Sólo exposiciones razonadas y bien argumentadas, en las que se exhibiera un manejo por lo menos retórico de las categorías del materialismo dialéctico. También eran aceptadas las alusiones a Pushkin, Tolstoi y Dostoievski, a pesar de que este último era considerado un viejo conservador. Se discutían textos de Voltaire, Rousseau y Diderot y a veces también se producían peleas, como aquella entre los partidarios y los detractores de Robespierre.
–La razón impone a la fuerza, la fuerza impone a la razón –le dijo Soso a Pilsudsky después de una de estas discusiones.
Su aspecto débil contrastaba con la dureza de sus juicios. Tenía la cara marcada por una viruela y su brazo izquierdo había quedado inmovilizado a causa de un accidente con un carromato durante la infancia. Pero mientras que otros sufrían las burlas de sus compañeros a causa de defectos físicos mucho menos ostensibles que los suyos, a Soso todos los respetaban. Ni siquiera se difundieron rumores acerca de su fracaso rotundo con Tatiana Ivanovna, una prostituta de Vladivostok, mitad rusa y mitad japonesa, que apaciguaba la incipiente virilidad de los seminaristas en un burdel a la entrada de Tiflis.
Soso tardó en ser considerado una amenaza por el rectorado. Su estrategia no consistía en levantar la voz, como era el caso de otros compañeros, sino en persuadirlos en secreto de que él tenía la razón. Durante esos años de estudio conoció al profesor Noe Zhordania, que por entonces lideraba el partido socialdemócrata y que en 1918 se transformaría en el segundo presidente de la república democrática de Georgia. Su presidencia duró hasta 1921, cuando fue derrocado por una misión encabezada por el propio Stalin, que entonces se había transformado en el Ministro de Nacionalidades del gobierno soviético. En 1896 Zhordania se movía en los márgenes del seminario ortodoxo, donde reclutaba jóvenes para sus clases y sus actividades sindicales. Además de las lecciones de marxismo, Soso obtuvo de él una completa educación en el concepto de la nacionalidad georgiana, que entonces se encontraba en pugna con el Zar por la cuestión independentista. Unos años más tarde, él mismo se encargaría –contra las opiniones de Lenin y Trotski– de anexionar a Georgia a la Unión Soviética.
Influido por Zhordania, que también era un reconocido poeta, Soso escribía poemas que publicaba bajo el seudónimo de “Soselo” en revistas que circulaban por el ámbito cultural de Tiflis, donde llegó a ser considerado un poeta con talento. Los críticos elogiaban la transparencia de las metáforas y el dominio del autor sobre el idioma georgiano.
–Te envidio –le confesó Pilsudsky una noche–. Tu futuro es de poeta.
Poco tiempo después se armó revuelo en el seminario a causa de un pequeño incendio que se produjo en el subsuelo del edificio. Tras una rápida investigación, se determinó que el accidente había sido provocado por unas bombas caseras mal almacenadas. Pilsudsky y unos cuantos de sus compañeros fueron expulsados sin más trámite. Aunque nunca se conoció la identidad del delator, llamó la atención que Soso fuera uno de los pocos que se salvaron de la purga. Abandonó el seminario en 1899, al mismo tiempo que su actividad poética. Para entonces ya había descubierto que la imprenta podía servir a propósitos mejores que los de una revista cultural.