Читать книгу La máquina soviética - Sebastián Robles - Страница 7

Оглавление

3. KOBA Y EL TELESCOPIO

A través de un viejo militante nacionalista, cuyo nombre se perdió para el registro histórico, Soso consiguió un empleo nocturno en el observatorio astronómico de Tíflis. Su trabajo era cuidar el predio a la noche, hacer la limpieza, vigilar que no se metiera ningún extraño.

En su primera noche de trabajo, golpearon a la puerta. Eran dos hombres en la nieve.

–Tenemos frío –dijo uno. –¿Podemos pasar? –suplicó el otro.

–No se permiten visitas a esta hora. Vuelvan mañana –dijo él.

Les preguntó de dónde venían. Uno era de Tiflis. El otro, que parecía turco, dijo que era de Batum.

El observatorio era un edificio nuevo, de arquitectura moderna, que se diferenciaba del estilo aristocrático de los edificios estatales de Tiflis. La administración de la época, cuya burocracia estaba integrada por la nobleza georgiana, buscaba dejar atrás el viejo patriotismo, las ideas nacionales, para aliarse al Imperio Ruso. Los círculos revolucionarios nacionalistas, de los que Soso formaba parte, consideraban que el Imperio no iba a traer ninguna modernización, sólo más hambre y miseria, como la que exhibían los dos vagabundos en esa noche invernal.

–Dejanos pasar –dijo uno de ellos y sacó una botella del cinturón–. Tenemos vodka.

–¿Ustedes pelearían por Georgia? –preguntó.

El georgiano hizo una expresión de extrañeza, como si no entendiera de qué le estaba hablando. El turco fue más cauto:

–¿Contra quién?

Soso les explicó que peor que la nobleza, que los había oprimido durante siglos, era la burguesía. Insistió en que la emancipación verdadera, la única posible, era la dictadura del proletariado.

–¿Cómo es su nombre? –preguntó el turco después de escucharlo en la nieve.

–Koba –respondió él sin pensarlo. –¿Sólo Koba?

–No necesito nada –dijo–. Váyanse. Los vagabundos se miraron entre sí.

–Pasen –dijo al final.

–Si limpian esto, pueden quedarse hasta la mañana.

Asintió. Era el nombre de un personaje creado por el escritor georgiano Alexander Qazbeghi, una especie de Robin Hood que robaba a los ricos para darles a los pobres. A partir de ese momento, decidió que se llamaría de esa manera.

–¿Qué podemos ofrecer a cambio de tu generosidad? –preguntó el georgiano.

Koba lo pensó por unos segundos. Un viento fuerte le congeló las orejas.

Los vagabundos se pegaron a la estufa de petróleo que calefaccionaba el salón central del observatorio. Koba les señaló un par de escobas y un balde.

Mientras sus nuevos subordinados se dedicaban a la limpieza, Koba se encerró en la sala del telescopio. La escena se repitió en los meses siguientes. A las siete de la mañana, antes de que llegara el director del observatorio, los echaba a la calle. Pasó el invierno de 1900 con el ojo puesto en el cielo nocturno de Georgia. Las estrellas no se veían diferentes a través del lente. Con el tiempo aprendió a reconocer los planetas, aunque nunca supo diferenciarlos. Para entonces ya le habían llegado noticias de Alexander Bogdanov y sus teorías acerca de la vida extraterrestre, que Lenin desacreditaba. También conocía las investigaciones de Konstantin Tsiolkovski acerca de los cohetes autopropulsados, que en algún momento les permitirían a los rusos conquistar el espacio. Pero todo parecía muy lejano y a veces lo irritaba la extravagancia de mirar al cielo como si escondiera algo digno de verse. Cerca de las tres de la mañana volvía a los libros, de donde ya no se despegaba. Una vez al mes le escribía una carta a su madre donde le contaba sobre las estrellas y los planetas y le aseguraba que estaba un poco más cerca de cumplir su sueño de transformarse, en algún momento, en patriarca de la Iglesia Ortodoxa.

La máquina soviética

Подняться наверх