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La organización según los elementos

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Ante las insuficiencias de este criterio, numerosos estudiosos han querido ver en la sucesión de los cuatro elementos (agua, aire, fuego tierra) el principio organizador de la obra. Pero, tampoco en este caso las propuestas han sido unánimes.

Este criterio fue formulado por primera vez por Vottero 93 , quien, sobre la base del orden Grandinem , considera, sin mayores precisiones, que el esquema organizador de las NQ sería el siguiente: aire (IVb-V), tierra (VI), fuego (VII, I, II) y agua (III, IVa).

Las ideas de Vottero fueron acogidas calurosamente por F. P. Waiblinger 94 , a quien corresponde la hipótesis más elaborada al respecto. Partiendo del orden tradicional (I-VII), Waiblinger quiere ver en la obra una elaborada estructura artística, organizada por parejas de libros dedicados al mismo elemento (I-II: fuego, III-IVa: agua, IVb-V: aire), y presidida en su interior por el principio del contraste, que permitiría oponer los libros de cada pareja de acuerdo con los criterios de «hermoso/horrible», «maravilloso/ terrorífico», «inofensivo/violento», y similares. El mismo principio de contraste configuraría la agrupación de los libros VI y VII, aunque en ellos no se estudia el mismo elemento, pues en ellos se contrapondrían los conceptos de «tierra/cielo» o «abajo/arriba». La primera caracterización (positiva) correspondería a los libros I, IVa, IVb y VII; la segunda, al II, III, V y VI.

Estas ideas, por atractivas que sean, resultan, sin embargo, difíciles de aceptar y, de hecho, han sido acogidas con duras críticas por la mayoría de los estudiosos 95 . Pero la idea básica de buscar la estructura de las NQ en la sucesión de los elementos parece positiva y ha sido defendida convincentemente por otros autores.

Así, en su edición del libro II Hine defiende la ordenación: II-IVa (agua); IVb-V-VI (aire); VII-I-II (fuego) 96 . En mi opinión, se trata de una interpretación persuasiva. Pero todavía más convincente me parece la propuesta por Carmen Codoñer, que sólo se diferencia de la anterior en un pequeño detalle: la inclusión del libro IVb entre los fenómenos del «agua». Porque, aunque Séneca supone que las nubes, la lluvia, la nieve, etc., son aire más o menos modificado, es preferible suponer que Séneca está pensando, más que en el origen, en la naturaleza final de dichos fenómenos 97 . Y, de hecho, el propio Séneca los clasifica en la categoría de «aguas celestes», por oposición a las «terrestres», estudiadas en los libros III y IVa.

Séneca comenzaría, pues, su obra con el estudio de las «aguas terrestres» (III 98 ), al que seguiría un caso particular de las mismas, el Nilo (IVa), para abordar después el estudio de las «aguas celestes» 99 , examinado las diversas manifestaciones del agua en la atmósfera (IVb). A continuación acometería el estudio de la más importante manifestación del aire en la atmósfera, el viento (V), al que seguiría el estudio de una catástrofe natural, causada por este fenómeno, el terremoto (VI) 100 . Después del aire, Séneca pasaría al estudio de los fenómenos ígneos, comenzando por los cometas, habitualmente considerados como un meteoro ígneo en las más prestigiosas teorías antiguas (VII); seguiría con el estudio de estos meteoros desde un punto de vista general, incluyendo un grupo de fenómenos ópticos relacionados, sobre los que se discutía su verdadera naturaleza (I), para terminar con el estudio de un fenómeno de naturaleza claramente ígnea como son los rayos y los relámpagos (III).

En resumen, la estructura de las NQ podría esquematizarse de la siguiente manera:

III, IVa, IVb (agua); V-VI (aire); VII, I, II (fuego).

Se trata de un orden personal, que no se corresponde con ninguno de los órdenes en que son estudiados estos fenómenos en las obras conservadas de ciencia griega 101 y en el que la voluntad de Séneca tiene probablemente un papel muy importante. Se trata, en líneas generales, de un orden ascendente que, partiendo de las regiones más bajas del mundo, va subiendo progresivamente hasta las regiones celestes (que faltan en el estudio), un orden similar a aquel en que presenta las distintas partes del estudio de la naturaleza en el último capítulo de la Consolatio ad Helviam 102 , con el que Séneca pretende simbolizar el camino del espíritu que se eleva progresivamente, por medio del estudio de la naturaleza, desde la realidad terrena en que vive hasta las moradas celestes, donde satisface su aspiración última de entrar en comunicación con el propio Dios. En todo caso, en las NQ , esta línea de progreso es mucho menos perceptible y, desde luego, Séneca no se esfuerza en resaltarla ni en llevarla hasta las últimas consecuencias.

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