Читать книгу Quique Hache - El caballo fantasma - Sergio Gómez - Страница 3
1
ОглавлениеTodos escuchamos el teléfono mientras almorzábamos. Mi hermana fue a contestarlo. De vuelta llegó riéndose y dijo:
—Llaman por teléfono al detective privado Quique Hache.
Gertrudis Astudillo y yo nos quedamos mirando con cara de avestruces. Como momias secas, paralizados, así nos quedamos. Luego, me hundí en la sopa de arvejas. Mi papá movió la cabeza sin decir nada y mi mamá fijó directamente sus ojos sobre mí, como un rayo, como si leyera todos mis pensamientos. Me levanté de la mesa y fui a contestar el teléfono en la mesita del pasillo.
—¿Podríamos conversar en algún lugar público, señor Hache? —dijo la voz al otro lado. Estuve de acuerdo. Nos encontraríamos en una hora más en el parque Juan XXIII que está cerca de mi casa. Colgué y volví a la mesa.
Mi mamá, entonces, preguntó con voz de ultratumba:
—Explícanos, Quique, ¿qué es eso de detective privado?
La Gertru, que servía en esos momentos el postre, intentó una huida hacia la cocina, pero mi mamá la detuvo con su séptimo sentido, ese que le permite a todas las mamás del mundo descubrir siempre la verdad.
—No se me vaya, Gertrudis, apuesto que usted tiene algo que ver en esto.
Hacía tres meses que la Gertru asistía a un taller de actuación en la Corporación Cultural de Ñuñoa. Las clases las daba una actriz vieja de teleseries que no tenía trabajo, porque ahora la televisión es solo para gente joven. La Gertru respiró profundo, como le enseñaron en el taller, y le respondió a mi mamá:
—Son juegos de Quique con sus amigos, señora. Uno llama por teléfono y pregunta por diferentes profesiones, pero es solo para jugar.
Se notaban los escasos tres meses del taller teatral de la Gertru porque la mentira era difícil de creer. En ese momento, volvió a sonar el teléfono y el campanilleo nos salvó momentáneamente. Llamaban del Hogar de Cristo, donde mi mamá era voluntaria un día a la semana.
Era el domingo 27 de junio. Mitad del año. Teníamos el invierno encima, aplastándonos con lluvia y frío. Sabía que esa llamada telefónica de hacía unos minutos era importante; la esperaba para desempolvar el diploma de detective privado que obtuve por correspondencia el verano pasado y que hasta ese momento era un secreto en la casa, un secreto que solo conocíamos Gertrudis Astudillo —mi nana— y yo.
Después de almorzar, mi papá se fue a leer El Mercurio al living; mi mamá, a desenterrar las plantas del patio para volverlas a plantar. A mi hermana la pasó a buscar Lulo, su nuevo pololo, que según ella tenía mucha plata, y que se reía como idiota cuando entraba a la casa tratando de hacerse el simpático con nosotros.
La Gertru llegó silenciosamente a mi dormitorio mientras terminaba de vestirme con ropa más gruesa. Me detuvo hablando bajito y preocupada.
—No más detective privado, Quique, o le cuento a tus papás.
—Tengo que estar en el parque a las cuatro de la tarde.
La Gertru se inquietó con la noticia, pero la curiosidad le cubrió la cara como una sombra.
—¿Un nuevo caso? ¿Quién te llamó por teléfono, Quique?
—Dijo que era de parte de un tal Chucho.
—Chucho Malverde, ¿el comerciante? —se respondió ella misma—. Es el dueño de la cadena de supermercados Orión que está en todas partes. ¿Para qué te quiere a ti?
—No lo sé, por eso iré a averiguarlo.
—¿Te acompaño?
—Acuérdate de lo que aprendimos: el detective privado no puede presentarse ante un cliente con su nana.
La Gertru se quedó pensando en lo que acababa de escuchar, sin entender si yo hablaba o no en serio. Al final dijo:
—Ten cuidado. Y, lo más importante, a la vuelta me lo cuentas todo, si no quieres que tu mamá se entere de que eres un detective.