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En ese momento tuve un pensamiento absurdo, de esos que solo se tienen cuando uno no entiende nada: me imaginé a Chucho Malverde enseñándole a bailar cueca al príncipe Carlos de Inglaterra. Chucho se dio cuenta de que yo estaba en la luna y trató de ordenar sus ideas para explicármelas mejor:

—Hace cincuenta años, los equitadores chilenos eran muy buenos, respetados y famosos en el mundo. Uno de esos jinetes comenzó a entrenar a un caballo para una prueba especial de salto de altura. Se preparó durante dos años hasta que una tarde en Viña del Mar, en una prueba de equitación importante, intentó romper el récord mundial de salto a caballo. En el segundo intento, pasó los 2,47 metros de altura y logró el primer récord mundial para Chile y el único hasta el momento. El jinete era un capitán del ejército llamado Alberto Larraguibel y el caballo se llamaba Huaso. Los dos se hicieron famosos. En todo el mundo, hasta hoy, el récord no ha sido superado. El capitán siguió su vida deportiva, participó en competencias, incluso en las Olimpíadas y, finalmente, murió en 1989. Huaso, el caballo, también tuvo una larga vida; pasó a retiro y vivió descansando en los patios del regimiento de Quillota, donde murió en 1961.

Chucho hizo una pausa y el pelo se le alborotó aún más con el viento cordillerano de esa hora de la tarde. Todavía no lograba entender por qué Chucho me contaba estas historias de caballos, ni por qué me había llamado. Pero sabía que lo más indicado era callarme y escuchar lo que tenía que decir:

—Hace cuatro años, solo meses después de que yo volviera a Chile desde Inglaterra, me hice cargo del Club Ecuestre. Entonces, con el directorio del club decidimos que debíamos homenajear al caballo Huaso, el caballo más famoso del país. La mejor forma de hacerlo fue pidiendo permiso al Ejército y a las autoridades para trasladar los restos del caballo desde el cementerio de animales en el regimiento de Quillota. Los trámites tardaron mucho y, finalmente, dos años después, lo enterramos aquí mismo, debajo de esa placa recordatoria, con una ceremonia muy bonita —contó Chucho nostálgico.

—Todavía no entiendo... —traté de decir algo.

—Hace unas semanas comenzamos a recibir amenazas.

—¿Amenazas de quién? —pregunté.

—Cartas anónimas firmadas por un grupo de protección de animales llamado «Furia Verde». Alegaban contra el trato que le dábamos a los caballos aquí en el club. La amenaza no nos pareció importante, hasta hace tres días, alguien entró al club durante la noche, desenterraron los restos de Huaso y se los robaron.

—¿Me está diciendo que se robaron los huesos de un caballo? —dije abriendo los ojos.

—Así fue —respondió tristemente Chucho—. Dejaron panfletos firmados por «Furia Verde». Imagínate el escándalo que habrá cuando los diarios se enteren. Los restos de Huaso son una reliquia histórica. Por eso te llamé a ti, para que los encuentres.

Tragué saliva. El rompecabezas se armaba poco a poco.

—A ver si le entiendo, don Chucho...

—Chucho nomás, no estoy tan viejo.

—¿Quiere que busque lo que queda de un caballo muerto para volverlo a enterrar?

—No pues, no es cualquier caballo. Como te dije, se trata de una gloria del deporte nacional que no se puede perder.

Siempre que aparecía Sergio Livingstone en la televisión comentando los partidos de fútbol, mi papá decía: «Don Sergio es una gloria del deporte nacional». A Livingstone, a pesar de la edad, le decían Sapo, no porque hablara demasiado, sino porque, cuando joven, era el mejor arquero del fútbol chileno. Livingstone siempre atajaba la pelota, y por eso se convirtió para siempre en una gloria nacional.

Quique Hache - El caballo fantasma

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