Читать книгу Quique Hache - El caballo fantasma - Sergio Gómez - Страница 8
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ОглавлениеAl día siguiente, la Gertru se enojó conmigo porque le dije que el Negro estaba loco por ella. Me contestó que una cosa era que fuera mi nana desde que abrí por primera vez los ojos en este mundo y otra muy distinta, que yo defendiera al Negro. Sus asuntos con él los resolvía ella y no necesitaba mis consejos. Por último, me dijo que si quería seguir de detective, que lo hiciera solo, porque no estaba dispuesta a ayudarme. Y hasta ahí no más llegó la conversación.
Como aún estábamos en mitad de las vacaciones de invierno, León llegó a almorzar a la casa y hambriento se comió dos platos de charquicán y un sándwich de tomate, pavo y mayonesa. León y yo éramos amigos desde el verano pasado. Le conté todo sobre mi nuevo trabajo de investigación y quedó muy impresionado, con ganas de ayudar. Nos echamos sobre la alfombra del living de la casa. Mi mamá estaba orgullosa de su alfombra persa, pero debajo de ella encontramos una pequeña etiqueta que decía «fabricado en Vicuña». Nadie en la casa se atrevió a decepcionar a mi mamá porque había pagado mucho por ella. La Gertru, que seguía enojada, se fue a mirar la teleserie brasilera de las tres de la tarde.
Por más que pensamos, ni León ni yo supimos por dónde empezar a resolver el robo de los huesos del caballo. Para León, era simplemente el fantasma del caballo que se había escapado de su tumba.
Marqué el teléfono del Club Ecuestre de La Reina. Después de hablar con varias secretarias, me derivaron al guardia de la entrada.
—Quisiera saber si usted estaba de turno la noche del robo —pregunté directamente. Al otro lado, alguien pareció asustarse con la pregunta.
—¿Quién habla?
—Quique Hache, detective privado.
Hubo un silencio de hospital que se podía interpretar de dos maneras: o se reía o había preocupación.
—¿Para qué sería? —preguntó tímidamente la voz al otro lado.
—Don Chucho me encargó hacerle algunas preguntas a los empleados del club.
—Solo tengo el turno de día. Por la noche se queda don Anselmo. Yo no tuve nada que ver, no estaba de turno cuando ocurrió el... robo —dijo «robo» como si no lo creyera o le costara reconocerlo.
—Entonces, ¿usted no tiene ningún antecedente? —pregunté.
—Le diré algo, aquí los empleados del club tienen un poco de miedo por lo que ocurrió.
—¿Por qué?
—Dicen que el predio tiene fantasmas. Han escuchado galopar a un caballo las últimas noches.
—¿A qué hora ubico al guardia de la noche?
—Al pobre viejito, después del robo, lo despidieron del trabajo, le echaron la culpa a él. Aquí todos querían mucho a don Anselmo.
—¿No sabe dónde vive?
—En los libros de registro aparece una dirección, si quiere la busco —hizo una pausa y se escuchó cómo pasaba las páginas. —Acá está. La dirección es en Peñalolén.
Anoté los datos y colgué el teléfono. Preferí dejar a León mirando una película en el cable. Salí de la casa y caminé hacia Avenida Grecia, pero el Negro Molina me detuvo. Tenía cara de cebra. Antes de saludarme, dijo:
—Cuéntame, Quique, no me dejes así.
—La Gertru se vuelve loca por ti, Negro, lo que pasa es que con sus clases de actriz finge indiferencia —le mentí.
—Sabía que era eso, yo le gusto —dijo con una media sonrisa.
—Espera a que se le pase el enojo.
El Negro pareció alegrarse:
—Se le va a pasar —me dijo, y la cara se le encendió como una ampolleta. A mí me dio un poco de pena, pero continuó:
—Ya vas a ver cuando me vea en el ¿Cuánto vale el show? —dijo.
—¿En dónde?
—En ese programa de la televisión donde buscan cantantes. El ganador graba un disco y lo convierten en estrella. Cuando gane el concurso, la Gertru va a estar orgullosa de mí.
No creí mucho lo del programa. Sabía que el Negro siempre postulaba pero nunca quedaba. Tampoco tenía tiempo para escucharlo todo el día.
—Tienes toda la razón, Negro, qué bueno —le dije, y me fui dejando que soñara con las luces de un estudio de televisión.