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Capítulo 2

Jorge Sueña

La noche del miércoles 5 de agosto de 1982 la luna llena se apoderaba de la plenitud del cielo de la ciudad de Chihuahua, las noches aún no eran del todo frescas, pero ya habían dejado de ser calurosas.

El viento comenzó a soplar y a recorrer las calles, los gigantescos álamos se comenzaron a mecer extrañados; aún faltaba un poco para que asomaran su característica hojarasca otoñal.

La luz de la luna se vestía con el follaje de estos árboles cuando una repentina ráfaga de fría ventisca se coló desde algún lado y fue a dar al interior de la habitación del Licenciado Jorge Ledezma a través de un resquicio en la ventana, mientras él se estremecía víctima de una pesadilla.

Soñaba con un día cualquiera de su infancia chaveñera: corría por la banqueta de la calle Espejo de regreso de la tienda, traía en la mano una bolsa de papel a reventar de caramelos -ya había adelantado a la boca un par de ellos- y casi a la entrada de una vecindad chocó contra las piernas de una mujer que se le apareció de la nada, ¡por poco la derriba!; era una mujer alta y esbelta, de aspecto sobrio aunque a la vez sombrío, tenía una frondosa cabellera rubia casi platinada que enmarcaba un rostro cuya mirada era profunda aunque vacía.

La mujer se inclinó hacia él y con cierta familiaridad le sujetó de los hombros con ambas manos, le dijo con una voz ronca; áspera: “cuando estés listo me soñarás y entonces te diré qué hacer” … Jorge despertó de un sobresalto, al tiempo que la puerta de su cuarto se cerraba con estrépito estrellando uno de sus cristales de ornamento.

Se quedó inmóvil, confundido… sudaba frío y mientras jadeaba y veía hacia arriba el pequeño candil que oscilaba acompasado del ruido provocado por el viento; no pudo evitar pensar en la espada de Damocles.

La mañana siguiente se apuró para resolver sus pendientes, salió de su casa sin desayunar –como solía hacerlo casi todos los días- caminó un par de calles abajo hacia el Paseo Bolívar en donde abordó un taxi para dirigirse a su oficina, la cual está ubicada en el primer cuadro de la ciudad; ahí le esperaba ya un cerro de expedientes por revisar.

Su trabajo como asesor técnico del Congreso del Estado comprendía, entre otras cosas, revisar que las ocurrencias de los diputados locales y sus ganas de destacar en tribuna con planes, programas, reformas e inquietudes no incurrieran en incongruencias logísticas o contradicciones constitucionales; o ambas; lo cual era lastimeramente común. Pareciese que en cada legislatura estos arrebatos fueran en ascenso.

Había mucho material para sumergir la nariz y documentar contra los códigos, reglamentos y vademécums, pero una idea se había quedado presente en su mente. Eso que le despertó agitado durante la madrugada ¿había sido un sueño, una premonición o parte de un recuerdo? ¿Algo previamente vivido de lo que no lograba recordar nada? La imagen era nítida pero su origen impreciso… ¿había sucedido? ¿Se topó alguna vez con esta mujer? ¿Existía? ¿Existió?

Los recuerdos de la infancia no le eran muy claros del todo, Jorge era un adulto joven pero no gustaba de coleccionar ese tipo de anécdotas, prefería evocar las mocedades de la chavalada, las vivencias de la adolescencia y su llegada a la capital, a donde se largó de su queridísimo Ciudad Juárez para convertirse en chihuahuita, siempre foráneo con ganas de partir de regreso a su terruño, pero de alguna manera casado con la capital.

A él, como a muchos fuereños la capital del estado de Chihuahua le recibió y trató de maravilla, no únicamente por la hospitalidad tan hartamente pregonada de esta ciudad, sino por mérito propio, pues resultó ser un estudiante destacado de la facultad de Derecho, de esos aborrecidos por algunos compañeros por ser los favoritos de los facultativos; sobre todo de los veteranos, de esos a quienes la cátedra les es más una deuda del partido político que les agremió desde nacencia y reconocimiento a su militancia, más que por actividad vocacional.

Así lo era para algunos de ellos, más no para todos y Jorge los supo identificar con facilidad, aunque nunca abusó de su cercanía ni se valió de ella para aprobar ninguna materia.

Al estudiante fuereño, al chaveñero le gustaba la retórica y la declamación; disfrutaba de sus participaciones y pronto cultivó amistad con los otros alumnos destacados de la facultad, de distintos semestres; se dio a conocer por tener una gran habilidad para interpretar y reseñar libros; era un hermeneuta nato.

Su menté regresó del recorrido de recuerdos y no reparó en la hora que era, hasta que escuchó algunos murmullos provenientes de las oficinas vecinas, la gente comenzaba a despedirse para irse a comer, Jorge ni siquiera se había dado tiempo de salir a deleitarse con uno de los exquisitos burritos de machaca con huevo que vendía doña Rosy en su célebre y cercano estanquillo, apenas a unos pasos del edificio en donde trabajaba.

Cuando Jorge no estaba en su despacho andaba como pez en el agua por todo el Palacio de Gobierno; siempre le pareció poco prudente que la oficina del Gobernador y el H. Congreso del Estado estuviesen en el mismo lugar, pero ya era una costumbre de la que nadie disentía.

Intentó sumirse de nueva cuenta en la lectura pero ya le fue imposible concentrarse en algo que no fuese la noche previa, ¿cuántas ocasiones iban ya en que tenía este sueño? ¿Dos? ¿Tres? Y ¿quién era la mujer rubia? ¿Alguna maestra de la primaria? ¿Alguna vecina?

El trabajo se estaba complicando un poco y la mente necesitaba una válvula de escape sin duda, además ya era jueves, así que una visita ligera a la centenaria cantina La Antigua Paz por un par de “jaiboles” estaba más que justificada; una gran ventaja eso de que estuviera ubicada a menos de dos cuadras de su casa; a tiro de piedra como decía él.

Minotauro

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