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Capítulo 5

Maestro Jacobo

El amigo más cercano del Ingeniero Salgado era el Maestro Jacobo Aguilar, además de ser compañeros de Logia y tener el mismo grado, compartían un rancio gusto por la lectura, eran un par de eruditos que solían pasar largas horas revisando libros y compartiendo datos, ya fuese como parte de las tareas propias de la custodia de los libros de la Logia o como jornada personal; parecían un par de chiquillos cada vez que llegaba un embarque de alguna casa editorial, o un pedido especial. El maestro Jacobo Aguilar era el propietario de la Librería El Compás, ubicada en la esquina de la Calle Libertad con la Calle 15ª, en el centro de la Ciudad.

Cuando Jacobo recibía por mensajería una de esas cajas con libros de inmediato notificaba vía telefónica al Ingeniero Salgado, quien cancelaba todos sus compromisos para ese día, iba a su casa, comía con prisa y se acompañaba de su pequeña hija para ir a la librería del Tío Jacobo. De camino se detenían a comprar helado, o cacahuates o alguna golosina para aderezar el evento.

La pequeña Mariana solía además llevar sus libros para colorear y su surtidísima lapicera, bueno, al menos así eran esas visitas mientras Mariana era aún una niña. Una vez que creció perdió el interés por acompañar a su padre a donde fuera y ya siendo una adolescente no toleraba siquiera estar cerca de él.

El último volumen del diario de Jacobo Aguilar era el Tomo XVI, comenzaba a finales del mes de julio de 1971 y llegaba hasta el mes de febrero de 1972, en él se relataba a veces con detalle, a veces de manera superficial el día a día personal, reuniones, temas tratados, compras y ventas de sus libros, citas, pendientes y hasta las visitas al médico eran citadas en ese texto.

Este volumen estaba bajo el celoso resguardo de Doña Julia viuda de Aguilar, quien recorría con doloroso detalle los últimos meses de la vida de su compañero, de su amigo, tratando de entender qué había sucedido.

El empastado tenía ya las marcas de la lectura obsesiva; frenética. La tía Julia se hacía acompañar por las tardes y las noches de insomnio de ese diario, al que deshojaba incesante, buscando respuestas, en anhelo de consuelo, fortificando su postura, convencida de su pienso. Jacobo no había muerto en un accidente, había algo más, ¡no se trataba de algo fortuito!

Jacobo ya no estaba, no físicamente, pero dejó una seria de pistas -al menos eso pensaba su viuda- una ruta señalada con migajas de pan que debían de ser seguidas, que conducían a algún lugar; que podrían revelar mucho. La orilla del hilo que ató Teseo a la puerta del laberinto para encontrar de nueva cuenta la salida.

Únicamente hacía falta encontrar la primera pista; la primera señal.

Julia estaba segura de que el diario era un distractor, ni siquiera un referente, el mensaje debería estar oculto en la vieja librería, propiedad de Jacobo.

La Tía Julia no tomaba como literal mucho del diario, sabía de Jacobo y sus metáforas; se divertía con ello. Podía referirse a una visita al mercado de la calle cuarta vieja como un viaje a tierra santa, los trabajos de contabilidad de sus amigos estaban citados como el zoológico y los changos; así era Jacobo Aguilar, todo un enigma; un divertido enigma.

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