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ОглавлениеCapítulo 6
Fantasmas
El trabajo de Velarde ya es más que nada rutinario, monótono. Hace muchos años que dejó de ser tedioso; cuando le importaba invertir el tiempo en algo más pudo haberlo sido, pero ya no.
Hacía pasado ya algún tiempo en que decidió abandonar las calles para refugiarse en el área de archivos, las rodillas ya no le daban el mejor de los servicios; el sótano del edificio que albergaba las oficinas de la policía judicial federal se había convertido en su refugio, en su santuario. Cientos de cajas apiladas y enmohecidas le brindaban su mejor compañía.
Aunque Velare ya no patrullaba conservaba su arma de cargo, la lleva siempre consigo, abastecida. Dista mucho de ser nueva, pero le conservaba en buen estado. Haberla recibido de manos del propio Gustavo Díaz Ordaz le concedía, por decir lo menos, permiso de portación vitalicio.
A Velarde le inquieta permanecer relegado, si bien podría admitir que al principio le resultaba cómodo tener una participación poco activa dentro del cuerpo policiaco, últimamente se desespera por sentirse oxidado, son escasas las ocasiones en que es considerado para participar en un operativo, ya no se diga en un allanamiento, no cuenta con la confianza expresa de sus jefes; conserva su puesto por sus contactos en el Distrito Federal (que cada vez son menos) y por ser el único elemento que cubre vacaciones, ausencias y tiempo extra sin chistar.
Tanto tiempo en este autoexilio en el área de archivo le ha trastornado sin darse cuenta, los ruidos que logran filtrarse desde el exterior poco a poco se han ido transformando en una incómoda voz interior que lo molesta, que se burla de su vejez prematura, de su falta de méritos, de su soledad; le atormenta.
Los murmullos, el barullo de oficina, las miradas que no van acompañadas de sonido alguno; todo le resulta sospechoso.
Lo que alguna vez fuera el refugio perfecto ahora le causa ansiedad, le enturbia las ideas, lo altera al grado de sostener fuertes enfrentamientos verbales con sus colegas, todos injustificados. Está irritable; irascible.
La gota que derramó el vaso: un tallón en el fender de su coche.
Roberto entra a la comandancia gritando, lleno de rabia, que habrá de encontrar al autor de semejante canallada y le hará pagar por ello.
El exabrupto de Velarde va subiendo de tono hasta pasar de los gritos a una patada al surtidor de agua, el garrafón de vidrio cae y se hace añicos contra el piso.
El revuelo ha llegado hasta los oídos del comandante quien abandona su oficina para ver qué es lo que sucede y al confrontar la escena llama al orden a gritos, pide que limpien el lugar y le ordena a Velarde que le acompañe.
- Velarde…Velarde… ¡Capitán Velarde!
+ ¡Sí Señor! (Velarde sale de su trance y se cuadra)
- ¡Acompáñeme! (grita la orden)
Lleno de vergüenza e intentando recapitular sobre lo acontecido Velarde contempla el rostro de sus compañeros quienes no dan crédito de lo sucedido: el policía con más experiencia y de carácter retraído explotó como una caldera, se expresó de una manera que nadie le conocía, lleno de cólera. Ahora lo invade un sentimiento de vergüenza casi infantil, podría decirse incluso que tiene ganas de llorar, como un niño después de la más terrible de las rabietas.
Dentro de sí escucha una voz que celebra lo sucedido –Sí, ¡estuvo bien! ¡Que sepan que contigo no se juega!... ¡ya estuvo bueno! ¡Eres el Capitán Roberto Velarde! Hasta el comandante se cuadró, ¿Lo viste?... ¡Estúpidos!-
Velarde no se extrañó por la aparición de esa nueva voz interior…no pudo evitar sonreír sardónicamente mientras se dirigía a la oficina del comandante, a recibir su llamado de atención.