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1 ¿De verdad soy
solo un cerebro?

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Nunca olvidaré el día en que vi cómo extraían un cerebro humano a un cadáver. En aquel momento ya estaba muy familiarizada con el cerebro humano, después de pasar años realizando imágenes de él y estudiándolo. Aun así, aquella experiencia fue algo distinto.

Un grupo de nosotros, vestidos todos con batas verdes y calzados con zapatos de plástico azul, estábamos en una sala de disección de una escuela de medicina. La gélida formalidad se adecuaba al aire frío de aquel entorno. El penetrante olor del formaldehído, usado para conservar tejidos humanos, llenaba nuestras fosas nasales. En la mesa, delante de nosotros, yacía el cuerpo de una anciana.

Aquella no era la primera vez que veía un cadáver, pero aquellas circunstancias tenían algo de peculiar. La mujer había donado su cuerpo para la investigación científica. Estábamos allí para estudiar la anatomía del cerebro humano, y la primera fase consistía en ver cómo lo extraían del cuerpo. Nuestro profesor e instructor de anatomía comenzó el proceso. No hubo derramamiento de sangre, porque aquella persona había fallecido hacía algún tiempo, pero sí tuvo que aserrar bastante y, en algún que otro momento, aplicar la fuerza bruta para perforar el cráneo y poner a la vista el cerebro. A pesar de la técnica poco sofisticada, fue una experiencia profundamente aleccionadora y reverente, que manifestaba el respeto más intenso por aquella mujer anónima que había ofrecido su cuerpo para que otros pudieran aprender.

Pocos minutos después ya teníamos el espécimen en su totalidad. Era una masa de agua y grasa, que pesaba solo 1,5 kg. Me puse en “modo de estudio”, dejando de pensar tanto en la persona y más en la anatomía del cerebro. Aun así, era innegable que en la mesa, delante de nosotros, teníamos al mediador de los pensamientos, los anhelos y las experiencias de aquella mujer anónima.

Al tacto, el cerebro humano tiene la consistencia de los champiñones. Sin embargo, misericordiosamente, entre las orejas no cultivas champiñones. No, más bien lo contrario. Este increíble órgano supone solo el 2 % del peso corporal, pero utiliza el 20 % de su energía, a pesar de que está formado por agua en un 75 %. El cerebro humano contiene en torno a 86.000 millones de células cerebrales, llamadas neuronas. Cada una de esas neuronas puede emitir hasta mil impulsos nerviosos por segundo a otras decenas de miles de células, a velocidades de hasta 430 km/h.2 Mientras lees estas palabras, tu cerebro genera suficiente electricidad como para encender una bombilla LED, y a cada minuto que pasa, por tu cabeza circula suficiente sangre como para llenar una botella de vino. El cerebro humano está más desarrollado que el de cualquier otra criatura, aunque el premio al cerebro más grande se lo lleva el cachalote, cuyo cerebro pesa 7,5 kg.

Todo pensamiento, recuerdo, emoción que sientes y toda decisión que tomas pasa por el filtro de eso que llamamos cerebro. Las alteraciones en la química y en la fisiología de nuestro cerebro afectan a nuestra capacidad de pensar. Por ejemplo, solo un pequeño grado de deshidratación puede afectar tremendamente a nuestra capacidad de mantener la atención, a nuestra memoria y a nuestra capacidad de pensar con claridad. Y muchos de nosotros sabemos que la ingesta matutina de cafeína es vital para poner en marcha nuestros procesos intelectuales al principio de cada nuevo día.

Pero ahora también sabemos que los cambios en nuestro pensamiento tienen un impacto sobre el propio cerebro. Los científicos solían pensar que el cerebro era algo fijo y rígido, pero ahora sabemos que es increíblemente “plástico”, en el sentido de que cambia constantemente, formando nuevas conexiones y vías a lo largo de toda la vida de una persona. Los cambios en el cerebro afectan a nuestro pensamiento. Pero nuestro pensamiento, nuestro estilo de vida y nuestros hábitos también inciden en el modo en que crece y se desarrolla nuestro cerebro.

¿Soy solo un cerebro?

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