Читать книгу ¿Soy solo un cerebro? - Sharon Dirckx - Страница 12

EL ESTUDIO DEL CEREBRO

Оглавление

Desde bien joven supe que quería ser científica. En la escuela me esforcé mucho (quizá demasiado), y al principio de la adolescencia ya soñaba con cursar un doctorado. La escuela en Durham dio paso a la universidad en Bristol en el Reino Unido, donde estudié bioquímica.

Me encantaban las clases, pero el trabajo en el laboratorio no tanto. En mi época, los laboratorios de bioquímica eran un entorno cálido, donde a menudo flotaba un intenso aroma parecido al de la levadura. Allí podían verse estudiantes vestidos con batas blancas que mezclaban, centrifugaban o agitaban exóticos mejunjes, trasvasando con la pipeta una pequeña cantidad de líquido de una probeta a otra, u observando expectantes cómo sus matraces de cristal disfrutaban de un largo baño caliente. Podían transcurrir semanas, y a veces incluso meses, antes de descubrir si un experimento había salido bien. Y si no había sido así, era cuestión de empezar de nuevo. Esto era a mediados de la década de 1990. Desde entonces las cosas han progresado.

Fue en Bristol donde oí hablar por primera vez de la imagenología cerebral. Tenía unos amigos que estudiaban Física y que procuraban extraer resultados de una máquina arcaica que se aguantaba más o menos en pie a base de precinto de embalar, y que estaba justo al otro extremo del pasillo donde se encontraba mi laboratorio de investigación. Usaban lo que en aquel entonces era una nueva tecnología que les permitía mirar dentro del cuerpo sin hacer una sola incisión: la máquina de imagen por resonancia magnética (IRM). Aquella técnica me atrajo, y dos años más tarde comencé un doctorado en la Universidad de Cambridge. Recuerdo claramente cuando la hija de cuatro años de uno de los investigadores nos recordó cuál era la única ventaja comercial de la IRM: “Papi, cuando hacen rebanadas el cerebro de ese señor, ¿no le duele?”. La niña estaba mirando una pantalla donde aparecía la cabeza de un hombre de la que se iba desprendiendo una capa tras otra para mostrar zonas cada vez más internas del cerebro. ¿Duele? En absoluto. Gracias a la IRM las rebanadas que obtenemos del cerebro son electrónicas, no reales.

Una de las contribuciones más emocionantes de la imagenología cerebral es que permite a los científicos estudiar los cerebros de personas sanas. Cuando empezaba el siglo XX, la única manera de ver el interior del cerebro pasaba por tomar un escalpelo y comenzar a cortar, los únicos sujetos disponibles para la investigación eran aquellos que padecían enfermedades lo bastante desagradables o incurables como para estar dispuestos a probar cualquier cosa; o bien, aquellos en quienes la enfermedad ya había alcanzado su estadio final. La llegada de las técnicas de imagenología cerebral supuso que a partir de ese momento se pudieron comparar cerebros sanos con otros enfermos.

Avancemos rápidamente hasta la década de 1990, cuando la IRM funcional (IRMf) llevó la captación de imágenes a otro nivel, permitiéndonos observar no solo la estructura de una serie de imágenes estáticas sino también la actividad cerebral. Recuerda las veces que has subido a una torre, cuando el esfuerzo de ascender se ve recompensado por una vista espectacular. Cuando llegamos arriba, a menudo nuestra vista se centra primero en las estructuras más grandes, fijas y fácilmente reconocibles, como los edificios y las calles. Pero luego también detectamos el movimiento de los peatones, los coches y los autobuses. Hoy día la IRM se usa con mayor frecuencia para analizar la anatomía fija del cerebro o de otras partes del cuerpo, como las rodillas o las articulaciones de los hombros. En cambio, la IRMf mide el movimiento dentro del cerebro, concretamente el movimiento de la sangre. Cuando una parte del cerebro empieza a trabajar con más intensidad, aumenta el riego sanguíneo en la zona, aportando suministro de oxígeno y de azúcares. La IRM funcional mide ese riego sanguíneo y nos indica qué parte del cerebro funciona en cada momento. Su desarrollo, a finales de la década de 1980, dio forma al panorama de la neurociencia durante las próximas décadas; es un paisaje que actualmente seguimos explorando.

IMÁGENES DE RESONANCIA MAGNÉTICA Y SU CAPACIDAD DE VER

EL INTERIOR DEL CEREBRO HUMANO


Tuve el privilegio de pasar once años dedicada a la investigación de la IRMf, y de trabajar con algunos neurocientíficos brillantes que han hecho contribuciones importantes a este campo de la investigación. Por medio de la IRMf pudimos investigar cómo puede reorganizarse el cerebro en torno a un tumor o cómo cae bajo el control de una droga que crea adicción. Al principio mi investigación se centró en voluntarios sanos, pero más adelante empecé a trabajar con pacientes con cáncer y también con cocainómanos.

¿Soy solo un cerebro?

Подняться наверх