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2. ¿CULPABLE POR NO DEDICARLES MÁS TIEMPO?

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Raros son los padres a los que, de vez en cuando, no les asalta el sentimiento de culpa:

Por dedicar a los hijos menos tiempo del que les gustaría.

Por no dar abasto con las mil y una tareas pendientes.

Por perder la paciencia con los niños.

Aunque hay muchas diferencias individuales, esto les ocurre en mayor medida a las mujeres, quienes lo expresan mucho más que los hombres y sienten mucho más la presión que les impone la sociedad al considerarlas como las principales educadoras.

Todos sabemos que la maternidad y la paternidad son unas experiencias maravillosas, pero eso no quiere decir que sea fácil vivirlas. Nos preparamos duramente a fin de estar bien capacitados para nuestros trabajos, con años de colegio, instituto, universidad y másteres si es necesario. Pero no dedicamos la misma cantidad de tiempo a formarnos como padres.

Por otra parte, el bebé no trae un libro de instrucciones bajo el brazo. Se trata de una tarea difícil en la que una «personita» completamente indefensa y vulnerable depende absolutamente de sus padres. Y esto es un añadido a las obligaciones que ya se habían adquirido antes del nacimiento del bebé. Por ser padres no podemos desatender los compromisos previos ya establecidos. Todos estos factores pueden hacer que los padres sean más vulnerables, y pueden provocar un sentimiento de culpabilidad por no llegar a todo.

Hay gente que piensa que el sentimiento de culpa es sano porque puede hacernos reaccionar y mejorar en aspectos de nuestra vida o de nosotros mismos. Es cierto que cuando hemos hecho algo mal es muy común que se genere este sentimiento de culpabilidad, que nos puede ayudar a percatarnos de que tenemos que cambiar nuestra conducta. Eso sí, una vez que aparece, parémonos, reflexionemos sobre la situación –«¿Qué ha ocurrido?, ¿por qué he reaccionado de esta manera?, ¿dónde está mi error?»– y elaboremos una estrategia diferente para que la próxima vez no volvamos a equivocarnos.

Y una vez hecho esto, no le dediquemos ni un minuto más a esos pensamientos que sustentan el sentimiento de culpa. Hay que aprender a perdonarse. Un sentimiento de culpa exacerbado genera malestar y quita energías para reaccionar ante las diversas situaciones de nuestra vida. Cada persona vivirá las señales de este sentimiento de forma diferente. No obstante, las más comunes pueden ir desde:

la repetición de forma obsesiva de la idea de culpabilidad –«Por qué hice esto», «no tenía que haberlo hecho/dicho», «lo hice mal»–,

hasta manifestaciones fisiológicas, como un nudo en el estómago, opresión en el pecho, ganas de llorar…

Hay que aprender a perdonarse. Las personas que son capaces de perdonar tanto a los demás como a sí mismas son más felices y son capaces de trasmitir esta enseñanza a sus hijos.

Es importante aprender a manejar la culpa para que nos permita aprender de nuestros errores y perdonarnos. Una vez que hemos reflexionado sobre el error y que hemos elaborado una nueva estrategia de actuación para futuras situaciones, el sentimiento de culpa debe desaparecer, manteniéndolo lo único que conseguiremos será encontrarnos mal, sufrir inútilmente y perder fuerzas y energías para solventar el fallo que cometimos.

Si ya advertimos nuestro error y hemos hecho lo posible por subsanarlo, la culpa solo nos va a generar malestar y es una mala compañera de viaje: «Deja de pensar en el tropezón, y coge fuerzas para levantarte».

Muchos padres llegan tarde de la oficina y no pueden dedicar a sus hijos todo el tiempo que les gustaría; creen que se están perdiendo muchas cosas. Esto les genera un fuerte sentimiento de culpa que conviene trabajar. Es verdad que muchas veces no disponen de todo el tiempo que les gustaría para pasarlo con sus hijos, pero recordemos lo que decíamos en el capítulo anterior: lo que sí dependerá de nosotros es la calidad del tiempo que pasamos con los pequeños. Al llegar a casa, todavía quedan muchas rutinas para realizar con el niño (deberes, baño, cenar, lavarse los dientes, contar un cuento, irse a la cama…).

Siempre es posible enfrentarse a ellas de una forma positiva y sacar lo mejor de uno mismo para ese rato que compartimos. Lo importante es centrarnos en las cosas con las que disfrutamos, impidiendo que «gane» el sentimiento de malestar por lo que nos perdemos. Se puede aprovechar también el fin de semana: con una buena planificación, dispondremos de tiempo para hacer un montón de cosas que disfrutaremos y recordaremos toda la vida.

Céntrate en las cosas que sí que haces con tu hijo y no en las que no puedes hacer.

Otra de las situaciones que más culpa genera en los padres es que, en un momento dado, pierden la paciencia con los niños y les gritan. Luego se sienten mal y se lo reprochan a sí mismos durante cierto tiempo. Los niños pueden llegar a ser muy persistentes y, en ocasiones, un poco cabezotas; por eso, es normal que el adulto pueda llegar a perder la paciencia y gritarles, pero ¿qué conseguimos con ello? Sí, es verdad que el niño termina obedeciendo, pero a costa de que tanto padres como hijos se sientan mal, y con mucho desgaste emocional. De ahí que sea fundamental cambiar la estrategia.

Es necesario utilizar la firmeza y la seguridad cuando se dé una orden para que los niños aprendan a obedecer de inmediato.

No olvidemos que los primeros que tienen que cambiar son los padres evitando, por ejemplo, gritar.

Entrenarse en utilizar la comunicación no verbal será de gran utilidad. Será una herramienta muy poderosa.

Una mirada firme a tiempo ahorra muchos gritos.

Ya hemos comentado que es muy habitual que los padres generen un sentimiento de culpa porque no pueden estar todo el tiempo que les gustaría con sus hijos. Pero eso no exime de la responsabilidad de su educación. No es justificable decir a todo que sí para que el niño esté contento el poco tiempo que está con su padre o cargarle de juguetes para compensar su falta.

Es importante que, aunque se disponga de poco tiempo, los progenitores pongan normas y límites a los niños y que aprendan a decirles «no».

Uno de los problemas más habituales que observamos en la práctica diaria como psicólogos infantiles es la falta de normas y de límites que hay en muchos hogares, lo que en absoluto beneficia a los niños, dado que no les ayuda a situarse. Los niños necesitan unas normas y unos límites que favorezcan su correcto desarrollo emocional. Los problemas relacionados con la conducta ocupan casi el 40 % de los casos que se observan en la clínica infanto-juvenil, y el 49,8 % de entre los menores de doce años[2].

En muchas ocasiones nos encontramos con niños que se han convertido en unos expertos manipuladores. En estos casos un error muy típico es ceder para evitar males mayores pensando que esto pasará con el tiempo, porque así lo único que conseguimos es que el niño cada vez tenga menos autocontrol. Hay que decir que no y cuando hagan algo prohibido deben saber que habrá consecuencias. Para ello es clave que los padres asuman la importancia de los límites y de las normas en los hijos, que sepan que son necesarios y que precisamente por ello tienen que saber decir «no» y, sobre todo, desterrar el miedo a que les dejen de querer. En muchas ocasiones los niños están probando, quieren saber hasta dónde pueden llegar y es entonces cuando los padres deben conocer como cortarles a tiempo.

Los adultos se tienen que mostrar firmes pero cariñosos, atentos y cercanos. El niño tiene que sentir que puede contar con su padre o su madre cuando los necesita, pero eso no implica que cedamos a sus caprichos o antojos. Se pueden negociar las normas que hay que seguir, pero nunca se debe dejar que sean ellos los que marquen los límites. Los padres deben mantenerse firmes y seguros respecto a las normas fijadas; de nada sirve desesperarse y trasmitir inseguridad.

Otro de los problemas con que nos encontramos con mucha asiduidad en la práctica diaria es la sobreprotección. Muchos padres sobreprotegen a sus hijos, tratándoles como si fueran más pequeños y con eso no están favoreciendo su correcto desarrollo emocional ni su autonomía. Los chicos pueden sentir miedo por tenerlo todo demasiado fácil.

Los adultos deben permitirles que desarrollen sus propias estrategias, que resuelvan sus problemas y conflictos. Pero, a su vez, han de estar siempre presentes, en un segundo plano, para evaluar su forma de relacionarse con el mundo y encauzarles en todo momento para que sean tolerantes y respetuosos, para que sepan escuchar, compartir, aprender, observar y desarrollar el sentido común. Dada la importancia de este tema, también le hemos dedicado un capítulo completo[3].

El sentimiento de culpabilidad no ayuda en absoluto, nos quita fuerzas y energías para afrontar el día a día y nos hace ­cometer más errores, como no poder límites a los niños, no decirles que no cuando es necesario o caer en la sobreprotección.

Queremos hijos felices

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