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5. ¡CUIDADO CON LO QUE HACEMOS! LOS NIÑOS APRENDEN POR MODELADO

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No debemos olvidar que la principal fuente de aprendizaje de un niño es el modelado. Los niños copian lo que ven, y sobre todo lo que ven en sus adultos de referencia, que principalmente son sus padres y sus hermanos mayores. Por eso es fundamental no caer en la trampa de exigir al niño que no manifieste una determinada conducta, si los padres sí que lo hacen, pensando que el niño va a entender que es una excepción y los mayores están exentos de dicha norma. Por ejemplo:

Si le decimos que no hay que gritar, los padres son los primeros que deben cumplir la norma y no gritar.

Si se le dice que no se debe pegar, por muy desesperados que estén los padres, tampoco ellos deben darle un cachete.

Si se le dice que no mienta, los adultos deben predicar con el ejemplo y no buscar excusas para sus mentiras de adultos.

Cuidado: los hijos copian lo que ven a sus padres. No exijamos justo lo contrario de lo que nosotros hacemos.

Es normal que el niño suelte frases del tipo: «Papá, ¿por qué has mentido?, nos has dicho que no se miente». Instaurar unas normas en la familia facilitará mucho la educación de los hijos; pero dichas normas han de cumplirlas todos los miembros, empezando por los mayores. Órdenes tan básicas como «no grites», o «no llores» cuando el niño monta una pataleta, pierden mucha efectividad si el adulto las emite gritando. El objetivo será permanecer con un tono de voz frío, pero sin mostrar alteración.

En el caso de niños más pequeños, preguntarán por qué los padres se han saltado la norma, porque no lo entienden. Si se ha fijado una pauta, ¿por qué para los mayores no vale? Según van creciendo, cada vez son más conscientes de las incoherencias educativas de sus padres, y ese «no entender», da lugar a un sentimiento de injusticia –«¿Por qué yo no puedo gritar y papá y mamá gritan constantemente?», «¿Por qué me dicen que eso no se hace si ellos lo hacen?…»– que, llegada la adolescencia, puede incluso desembocar en un acto de rebeldía: «Voy a comprobar lo injusto que es el hecho de que yo no pueda hacer esto pero mis padres sí». Se debe seguir teniendo cuidado, dado que en esta edad, aunque aparentemente los adolescentes no necesitan a sus padres, siguen precisando de su cariño y comprensión ya que a pesar de su aparente rechazo todavía dependen de ellos.

Con los adolescentes todo se vuelve más complicado. Cuando queremos instaurar en ellos conductas sanas, la dificultad aumenta si su modelo familiar actúa en sentido contrario. Por ejemplo, ¿con qué fuerza moral le explicamos que él no puede fumar si los padres lo hacen? Con esta actitud favorecemos la disonancia cognitiva que se crea en torno a estas conductas: «Sé que fumar o beber es malo, pero aún así lo hago, y muy perjudicial no debe ser, si además mis padres lo hacen».

Los niños tienen una gran capacidad de observación. Perciben perfectamente lo que sus padres hacen, cómo les educan, y detectan sus incoherencias educativas. Por ello, es necesario intentar que estas desaparezcan. En el caso de que los niños pillen a los padres en un renuncio –que seguro que alguna vez ocurrirá–, no se debe dar la vuelta a la situación con explicaciones que suelen ser más largas de lo deseado, y que muchas veces están por encima de su propio desarrollo cognitivo. Será mucho más efectivo aplicarse la misma consecuencia que se impone a los hijos.

Los niños se dan cuenta de las incoherencias educativas de sus padres y de que en muchas ocasiones lo que les dicen que hagan no es lo mismo que hacen sus padres.

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