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6. LA IMPORTANCIA DE LAS NORMAS Y DE LOS LÍMITES

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Actualmente, los hijos poseen cada vez más y más cosas y no tienen que hacer ningún esfuerzo por conseguirlas, y no por ello podemos afirmar que son más felices. Además, en general, cuantas más cosas tienen los niños, más cosas quieren, por la progresión insaciable que supone «el tener» frente a la gran oferta que existe hoy día. Y llega un momento en el que los padres se ven incapaces de proporcionarles más satisfacción por la vía material. Se encuentran desorientados y superados porque ven que no disminuye el grado de exigencia en los hijos, sino que, al contrario, aumenta el nivel de inconformismo.

Los niños necesitan normas y límites y cuando no los tienen están muy perdidos, no saben qué es lo que tienen que hacer, qué es lo que se espera de ellos y tampoco saben qué camino deben elegir.

Los niños tienen que aprender a ganarse las cosas y no es necesario que trabajen o que asuman en casa tareas extras desproporcionadas para su edad, sino simplemente que cumplan las normas establecidas. Para facilitar la labor, las normas deben ser muy claras, muy concisas y adecuadas a la edad del niño.

Ejemplo de normas para niños de cuatro y cinco años:

No gritar.

No pegar.

Obedecer a la primera.

Cuando los niños no aprenden que las cosas hay que ganárselas, que tienen que cumplir las normas establecidas, que junto con nuestros derechos van nuestras obligaciones, y que si no las cumplimos no podremos disfrutar de los privilegios (como ver la televisión, disponer de ordenador, tableta, videojuegos…), se pueden convertir en jóvenes y adultos insatisfechos e infelices porque no han aprendido a valorar lo que tienen; todo lo consideran como un derecho, y cuando la sociedad les impone sus normas, pueden sentirse muy dolidos y frustrados.

Los padres son siempre los responsables de la educación de los hijos, y esto es algo que no se puede delegar. Los profesores u otros familiares podrán ayudar en ese proceso, pero nunca podremos delegar la responsabilidad en ellos.

La responsabilidad de la educación de los hijos es siempre de los padres.

Muchas veces, las largas jornadas laborales hacen que muchos padres se sientan culpables por pasar poco tiempo con sus hijos e intenten compensar esto dándoles todo lo que piden, sin darse cuenta de que les hacen un flaco favor. Los niños, además de valorar más las cosas cuando se las ganan, necesitan aprender el sentido del esfuerzo y de la responsabilidad, y necesitan aprender a tolerar la frustración. Educando en las normas, en los límites, conseguiremos que los hijos sean más autónomos, más seguros y, sobre todo, más felices.

Cuando los padres tienen una forma de actuar permisiva y una acción educativa muy blanda, no ayudan a los niños a interiorizar las normas y los límites, ni a aprender el sentido del esfuerzo o a asumir sus responsabilidades. Esa forma de educar no contribuye a formar individuos más seguros y más autónomos, aspectos que les van a resultar necesarios a lo largo de su vida.

Los padres son, ante todo, padres, no amigos ni colegas. Reflexionemos sobre la frase de Emilio Calatayud, juez de menores de Granada: «Si los padres nos hacemos amigos de nuestros hijos, se quedan huérfanos».

Los padres tienen que ser siempre los que marquen los límites. Determinadas cuestiones se pueden negociar, pero la norma y el límite deben estar muy claros; el niño debe conocerlos y también las consecuencias que experimentará cuando se los salte. Hay que mantenerse firmes y seguros al respecto. Con gritos, regañinas y broncas se trasmite enfado, desesperación e inseguridad, justo lo contrario de lo que necesitan los hijos en esos momentos.

Los niños son muy perseverantes, casi siempre más que sus padres. Por eso nunca hay que ceder pensando que de esa forma la situación no va a ir a más, dado que va a suceder lo contrario: el niño entrará en una espiral de enfado y provocación, en la que cada vez su conducta se reforzará y se portará peor. En nuestra práctica diaria, observamos cómo el miedo a que la situación vaya a más prolonga y agrava los problemas. No actuando, no cortando a los hijos y cediendo, nunca se soluciona el problema. Por el contrario, se agrava. Los niños tendrán cada vez menos autocontrol.

No sobreprotejamos a los niños ni les hagamos las tareas para las que sí que están preparados.

Hay que dejarles que desarrollen sus propios recursos, que aprendan a generar estrategias, y que sepan resolver sus problemas y sus conflictos.

Los padres siempre estarán detrás alentándoles y dándoles fuerza y ánimo, pero no saliendo al quite en todas las situaciones.

Las normas y los límites no anularán la personalidad del niño, sino que le ayudarán a moldear su temperamento y conseguir el autocontrol necesario para vivir con éxito en la exigente sociedad de hoy día.

Queremos hijos felices

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