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LA HUÉRFANA

“Cuando veo gente con ira, desconfío de su dolor,

el dolor es más fuerte que la ira.

Y tratamos de que no les pase a otros

lo que nos ha pasado a nosotros.”

(Norma Morandini).

El término “huérfano” significa ausencia de uno de los dos padres o ambos y también falta de cariño o protección (1). Socialmente se lo asocia más a la niñez y este es la acepción que se le da en el derecho de Estados Unidos. La psicología le ha destinado muchas investigaciones al tema por lo que significa, particularmente, en los niños. Está relacionada con su identidad, con la maduración de la afectividad, con la contención; en definitiva, con el amor gratuito, con no sentir que se está de más o que se está recibiendo cariño por pena, por lástima. Considerando que los que dan cariño en ausencia de los padres lo hacen como pueden y con las mejores intenciones.

En la época de la niñez de Catalina era frecuente que las mujeres murieran en el parto y por eso dejaban hijos huérfanos. Por otro lado, las guerras de la independencia mataban varones y allí quedaban las mujeres, solas con sus hijos. También las enfermedades y la medicina precaria terminaban con unos y otros sin diferenciar sexo. El Colegio de las Huérfanas que quedaba frente a la manzana de la Compañía de Jesús en Córdoba surgió con la finalidad de darles un hogar a las niñas que quedaban en estas condiciones, siendo los franciscanos lo que se encargaban de los varones. Podría decirse entonces, que el siglo XIX, había en nuestro país una orfandad estructural.

Más allá de la frecuencia con que ocurran estos casos, la orfandad siempre es dolorosa, deja al desnudo, arranca raíces, hiere corazones.

Madre Catalina fue huérfana desde pequeña, no solo quedó sin padres, también perdió una hermanita y bebió de los suyos, los dolores por las muertes de otros familiares.

Nuestra huérfana nació el 27 de noviembre de 1823 y fue la tercera de cinco hermanas. En julio de 1826, muere la hermana que le sigue, Elizarda, de un poco más de un año. En diciembre, nace Estaurófila y al mismo tiempo muere su madre, Catalina Montenegro. Ella, sin familia, le encarga a su esposo que las niñas queden al cuidado de la familia de la tía abuela Teresa Orduña de Del Signo (2). La hijastra de Teresa, Eustaquia, tenía la edad de la madre de Catalina y gozaba de una personalidad piadosa y maternal que había sufrido también la orfandad. Catalina recibió desde sus tres años el cariño y la fe de esta mujer a quien no tardó en llamar Mamita Eustaquia. Ella le enseñó las primeras oraciones, le mostró la devoción a la Virgen y a san José, la llevó por primera vez a la Iglesia de los jesuitas y la preparó para la primera Comunión que no se sabe a qué edad la recibió, pero fue antes de los 7 años. Catalina contaba que después de la primera confesión, el día antes de comulgar, se acostó a dormir para evitar cualquier pecado y de ese modo recibir a Jesús del mejor modo posible (3).

Catalina vivió junto a Eustaquia hasta casi los nueve años. Poco antes de morir su padre en septiembre de 1832, pasa al cuidado de las otras tías Orduña, quedando sus hermanas en la casa de la familia Del Signo. La explicación de este cambio de casa podría darse por que una de ellas era madrina de Catalina. Cualquiera sea la razón, esta niña de corta edad pierde a su padre y también pierde el hogar donde se había criado, además de ser separada de sus hermanas y de su mamita Eustaquia.

Con tanta muerte, con tanta pérdida a una edad temprana y sin psicólogos a mano, Catalina podría haber tenido un carácter melancólico, depresivo, o bien ser devota de la santa queja, acunando tristezas de modo que al preguntarle: “¿cómo estás?” Respondiera: “¡mal!”, agregando con tono melancólico “¡con todo lo que me pasó en la vida!” Y seguir la respuesta con un relato autorreferente de desdichas y dolores... Y no fue así. Se destacó por su fortaleza, su sentido del humor, su capacidad para enfrentar desafíos y obstáculos. Fue sujeto de resiliencia. Se dejó amar, se dejó cuidar. Y no se quedó en ella misma.

Aquí tomo el texto del epígrafe, “el dolor no le dejó enojo, no se transformó en ira”. El dolor le dio sensibilidad para ver el sufrimiento invisibilizado de otros, para correr a dar soluciones, para amar a la persona que sufre y reparar sus heridas.

Cuando el Coronel Zavalía, viudo y padre de dos hijos pequeños, la pide en matrimonio ella se niega. Una de las razones por las que accede a casarse fue la presión que ejerce el confesor del caballero que le dice que Zavalía se quitaría la vida de no consentir la boda. Había dos niños de por medio, dos niños que repetirían su historia. No solo la vida de esta persona depende de ella sino también dos huerfanitos. “El dolor nos hace ser pudorosos y tratamos de que no les pase a otros lo que nos ha pasado a nosotros.” Catalina, con su corazón ensanchado por el dolor y por el auxilio que había recibido, accede convirtiéndose en la señora de Zavalía y se transforma en una buena esposa y en una gran madre. No abrevó el resentimiento, no sacó a la luz las pérdidas. Cuenta que en ese momento acudió a la misericordia de Dios y con esa mochila de gracia caminó estos senderos. A tal punto que, al morir su esposo, los hermanos Zavalía, ya jóvenes, quisieron quedarse a vivir con ella.

No termina aquí la orfandad de Catalina, fue también huérfana de una hija. En su vida de casada demoró ocho años en quedar embarazada, lo logra y su hija, llamada Catalina, muere al nacer y no llegan otros hijos en los cuatro años siguientes antes de la muerte de su esposo. Ya viuda y a cargo de sus hijastros, Benito el mayor, muere en sus brazos a los veintiséis años. Otra orfandad, esta vez de alguien a quien había criado desde pequeño, a quien le mostró la fe, lo acompañó en su crecimiento y le dio contención.

Norma Morandini dice que el dolor bien macerado busca el bien de los demás, intentando evitar que sufran lo que le ha hecho daño a uno. Catalina ya está en el cielo intercediendo ante Dios por nosotros y, entre las innumerables gracias que descubren su presencia y sus “travesuras celestiales”, se destaca el lograr que matrimonios que no pueden tener hijos los tengan. El milagro de beatificación se da por la oración de una hija que le pide que no se muera su madre. Historias de orfandades que se cruzan.

El Evangelio pone como regla de oro del amor el “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Esta afirmación traspasa épocas y credos. No necesita un corazón sin heridas, necesita un corazón misericordioso. Como el de Catalina.

1- Diccionario de la RAE.

2- Casada con Juan Del Signo, amigo de Manuel Belgrano, cuya casa frecuentaba al pasar por Córdoba.

3- Positio, 21.

La historia de una buena mujer

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