Читать книгу La historia de una buena mujer - Silvia Somaré - Страница 15

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LA LAICA

“No te rindas que la vida es eso,

continuar el viaje,

perseguir tus sueños, destrabar el tiempo,

correr los escombros y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,

aunque el frio queme, aunque el miedo muerda,

aunque el sol se esconda y se calle el viento.

Vivir la vida y aceptar el reto,

recuperar la risa, ensayar el canto,

bajar la guardia y extender las manos,

desplegar las alas e intentar de nuevo,

celebrar la vida y retomar los cielos.”

(Mario Benedetti)

Dos perspectivas debieran quedarnos de la siguiente lectura: la definición y el rol de los laicos y la comprobación de que Madre Catalina vivó verdaderamente su vocación de laica durante cuarenta y ocho años de su vida.

Mucho tiempo demoró la Iglesia en dar una respuesta certera a la pregunta: ¿qué es un laico? Demora que no solo correspondió a la jerarquía, también los laicos, contagiados de una veta clericalista se sentían y vivían como “católicos de segunda”. En el Concilio Vaticano II se buscó definirlos desde lo negativo: “Son todos los fieles cristianos a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso (1)”, y también indicaba que tienen “una misión particular que a ellos corresponde.” ¡Pero no definía la misión! Se fueron dando pasos en contextos que debemos considerar para no juzgar ligeramente. Y en este contexto, considerando que en el Vaticano II en 1965 participó por primera vez un laico y se habla por primera vez, explícitamente, de ellos en un concilio, es sumamente valiosa la tarea de Catalina cien años antes.

Volviendo a la actualidad, san Juan Pablo II y Francisco son los que dan impulso y plantean la vida laical como una vocación. El Papa argentino les da el lugar que tienen al afirmar que todos somos bautizados laicos y, después, surgen las otras vocaciones y los insta a ponerse de pie, a tomar su rol en la Iglesia, desde el servicio y no desde la servidumbre, a dejar de lado el clericalismo para ser fermento en la masa, para ser sal y luz. Y es aquí donde viene la tan necesaria definición del papel que tienen en la Iglesia y en el mundo: el laico no ejerce su misión solo en la Iglesia, sino especialmente en otros ámbitos en los que él está involucrado, como es sobre todo la familia, el trabajo y, en definitiva, todas las relaciones en las que se ve envuelto en su cotidianidad. Esta conclusión también da por tierra la tentación que suele tener el laico de sentir que sirve a dos señores: por un lado asiste a la Iglesia para cumplir con todos los ritos que tengan que ver con Dios y por otro se dedica a su trabajo, a otras esferas que se guían por las propias normas y fines. Con este estilo, Dios no tiene que ver con las relaciones cotidianas y a veces suele estorbar, por lo que solo se lo considera desde las estructuras eclesiales y algunos ritos aislados. Esta tentación o realidad, según el caso, tiene una consecuencia normal: Jesús y la fe dejan de tener relación con lo que nos ocupa y nos preocupa. El resultado es una especie de paganismo de nuevo sello: que el Señor nos deje tranquilos que ya nos valemos por nosotros mismos y, si acaso, que nos atienda cuando lo requerimos.

Retornemos a la respuesta de la pregunta ¿qué es un laico? Es una vocación que exige discernimiento, el laico es parte del santo pueblo fiel de Dios y, por lo tanto, es protagonista de la Iglesia y del mundo (2). “Es vivir la vida y aceptar el reto, recuperar la risa, ensayar el canto, bajar la guardia y extender las manos.” Los primeros laicos que acompañaron a Jesús fueron José y María, después Magdalena y sus amigas, los discípulos de Emaús, José de Arimatea… y siguen las firmas.

El laico, nutrido de la Palabra de Dios y de los sacramentos, debe llevar los valores del Evangelio en donde esté y en lo que haga. No se trata de ser gente piadosa que ayuda en la Iglesia, que dirige el rosario o prepara los guiones de la misa y hasta es ministro de la Eucaristía. Todo eso no está mal, pero apunta al hacer dentro de la Iglesia y no define el ser de su verdadera vocación que es llevar, con su persona más que con las palabras, su compromiso de bautizado en donde se encuentre más allá de los muros del templo. El papa Francisco termina la definición con lo siguiente: “Debemos reconocer al laico por su propia realidad, por su propia identidad, por estar inmerso en el corazón de la vida social, pública y política, por estar en medio de nuevas formas culturales que se gestan continuamente tiene exigencias de nuevas formas de organización y de celebración de la fe” (3). “No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños.”

En palabras resumidas y sencillas: ser laico es tratar de vivir las enseñanzas de Jesús en el corazón mismo de la sociedad en la que vive, animarla y transformarla desde el lugar en que se encuentra, ya sea familia, trabajo, diversión y todas las opciones de vida. La diferencia con las otras vocaciones —que serían las de especial consagración— es el lugar y el estilo, aunque todos estamos llamados a complementarnos y acompañarnos desde el ser de hijos de Dios, a pasar cruces y a celebrar resurrecciones.

Después de esta introducción, me dedicaré a mostrar el rostro y la presencia de Catalina laica. Deseo que sea inspiración, modelo y fortaleza para muchos. Nuevamente advierto, en no juzgarla con los parámetros actuales porque, con lo que acabamos de ver, su tarea puede parecer clericalista. La visión debe ser opuesta. En una sociedad sumamente clericalista y masculinizada, lo que hizo como laica estuvo fuera de lo acostumbrado en aquellos años. ¡Y quizás para estos también!

Catalina se hizo cargo de su ser de bautizada, se sintió hija de Dios y por eso fue hermana del prójimo y dueña de las cosas (4) y no al revés como suele tentarnos la vida; alimentó su fe, la cuidó, fue coherente con ella y la llevó a los demás en el ambiente en donde se desplazó. Considero que en su labor apostólica, como Mama Antula lo había hecho un siglo antes, lo nuclear en la laica Catalina fue su tarea en torno a los Ejercicios Espirituales. Aquí es necesario repetir que entre 1848 y 1859 los jesuitas fueron expulsados del territorio nacional por Juan Manuel de Rosas. Durante ese tiempo, los mentores de estas prácticas no eran considerados buena gente. Catalina, con otros laicos, siguió organizándolos usando la residencia abandonada y, después, cuando transforman a esta en cuartel, en una casa destinada para el fin o en casas de familia. Los predicadores eran sacerdotes del clero que ella misma convoca y también congrega a la gente para que los haga, encargándose además de las tareas domésticas que los Ejercicios requerían.

Son muchos los testimonios de la dedicación que ponía para que todos tuviesen la experiencia; en sus memorias ella misma lo dice al expresar “esas mujeres que se llevan a Ejercicios casi a la fuerza”. (5) Es un ejemplo claro de fermento en la masa, de intentar dar a los otros laicos lo que alimentaba su propia fe y así hacer crecer el Reino. Mientras tanto, y usando sus influencias familiares y sociales, hace todas las diligencias posibles para lograr que los jesuitas puedan volver. Repito aquí que, seguir con las enseñanzas y prácticas de gente que había sido expulsada por pensar y hacer pensar distinto, constituía un acto casi temerario. Todo esto en el marco de la Iglesia argentina que pasaba por una seria crisis vocacional y estructural. Catalina como siempre, “persiguió sus sueños, destrabó el tiempo, corrió los escombros y destapó el cielo.”

Al regresar los jesuitas a Córdoba, ella encabeza con su esposo el arreglo de la casa para los sacerdotes convocando a otras personas para ese fin. Se puede leer en el diario de la Residencia: “La señora de Zavalía nos donó una mesa y sillas para el comedor”. En su estadía en Paraná, nuevamente insiste con su primo, el presidente Derqui (6), para que la Compañía se instale en esa ciudad. Allí también deja un grato recuerdo por sus “virtudes caritativas, su gratuidad y su piedad” (7). Al regresar a Córdoba, sigue con el apostolado de los Ejercicios organizado tandas y propagando las enseñanzas de san Ignacio. En unas de las que atendía, conoció a un seminarista que estaba haciendo los Ejercicios Espirituales. Se llamaba José Gabriel Brochero. Más adelante, siendo él presbítero y ella, la viuda de Zavalía, asistirán a las víctimas de la epidemia del cólera.

Además de los Ejercicios, que junto con promoverlos los hacía anualmente, los testimonios cuentan su dedicación a los más pobres, su austeridad de vida y su decisión a hacer lo que fuera necesario para humanizar la sociedad en la que vivía. Algunos de ellos cuentan que “ningún pobre se iba de su casa sin que recibiese el pan material del alimento y el pan espiritual del buen consejo” (8) y que “tenía un gran celo por la conversión de los pecadores y la salvación de las almas” (9). “No se rindió, no cedió, aunque el frio quemaba, aunque el miedo mordía, aunque el sol se escondía y se callaba el viento.”

Por los mismos paradigmas de la época, no tuvo cargos públicos ni trabajo fuera de su hogar, pero sus opciones de vida la llevaron más allá de su casa para animar y transformar la sociedad en la que vivía. Se desacomodó y desacomodó su ambiente. La carta, citada en el capítulo La Esposa, en la que pide la liberación de su marido y otros militares es una muestra de tantas acciones en las que no consideró el rol que la sociedad le asignaba como mujer, sino que primó la búsqueda de la integridad de los demás. Aunque por diferentes motivos tenía un status social alto, siempre llamó la atención que solo usó sus influencias para el servicio y no para marcar diferencias (10).

Tal vez porque Catalina murió como religiosa y en la mayoría de las imágenes la vemos así representada nos cuesta asumirla como laica. Vivió esta vocación, a la espera de la concreción de la otra, el doble de tiempo; es decir, fue cuarenta y ocho años laica y solo veinticuatro religiosa. Nos muestra caminos como esposa, como madre adoptiva y como mujer que, desde donde estuviese, encarnó el Evangelio saliendo de su confort. Para ella, los esquemas no existieron a la hora de buscar el bien del prójimo. Fue sal en una sociedad desabrida de fraternidad y fue luz en una Iglesia que se quedaba a oscuras (cfr. Mt 5, 13-16).

Siempre hacen falta la sal y la luz; se trata de ir con nuestros granitos y nuestra vela en la mochila, usar los sentidos para ver donde debemos sazonar o alumbrar y ahí detenernos. Para después seguir caminando. Catalina marca el rumbo. Su ejemplo nos desafía “a desplegar las alas e intentar de nuevo, a celebrar la vida y retomar los cielos.”

1- Concilio Vaticano II, constitución Lumen Gentium 31.

2- Papa Francisco, Mensaje al Consejo Pontificio Latinoamericano, 13 de marzo de 2016.

3- Papa Francisco, Mensaje al Consejo Pontificio Latinoamericano, 13 de marzo de 2016.

4- CELAM, Documento de Puebla, 323.

5- Memorias, 20.

6- Positio, 51.

7- Positio, 53.

8- Apuntes, 63.

9- Apuntes, 62.

10- Apuntes, 64.

La historia de una buena mujer

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