Читать книгу Tres (Artículo 5 #3) - Simmons Kristen - Страница 7
ОглавлениеCapítulo 5
—CHASE SE PUEDE QUEDAR CON NOSOTROS. ¡Él ni siquiera te conoce!
Mi madre, que me tenía agarrada de los hombros, apretó con mayor fuerza. Susurró mi nombre, casi a modo de advertencia, pero de hecho demasiado blanda.
—Él me conoce, ¿no es cierto, sobrino? —El tío de Chase se apoyó contra la pared de nuestra sala como si estuviera sosteniéndola. Probablemente también podría hacerlo. Era lo suficientemente grande y fuerte para hacerlo—. Vine a tu fiesta de cumpleaños.
Chase permanecía de pie frente al sofá, donde había estado durante los últimos quince minutos, desde que Jesse llegó. Todavía llevaba puesta la camiseta verde que tenía desde hacía dos días cuando los policías le habían dicho que sus padres y su hermana habían sufrido un accidente. Se veía muy ajada; el cuello estaba completamente arrugado.
—Yo tenía cinco años —murmuró, mirando los pies que habían crecido dos tallas desde el verano—. Eso fue hace nueve años.
—Bueno. El tiempo vuela cuando te estás divirtiendo. —Jesse echó hacia atrás su pelo largo y suelto, y debajo apareció el tatuaje en tinta negra de una serpiente, enroscada en su cuello.
Lo miré fijamente.
—La madre de Chase dijo que estuviste en prisión.
—Ember. —Mi madre trató de detenerme, pero me aparté y me aferré al brazo larguirucho de Chase. Él me miró y esgrimió una sonrisita, pero el brazo del que me sujetaba se pegó a su cuerpo al sentir que yo lo apretaba.
Jesse sonrió. Su sonrisa era como si yo estuviera haciendo algo divertido, o curioso. Me hacía doler el estómago. Él no me caía nada bien.
Mi madre se aclaró la garganta.
—Ambos estamos apegados a Chase, señor Waite. Estaríamos felices de poder idear algo para que pudiera terminar el colegio con sus amigos.
Jesse resopló.
—Sin ánimo de ofender, señora, pero él estaría mejor con la familia.
CHASE Y JESSE SE MIRARON el uno al otro, igual de sorprendidos de haberse encontrado como yo lo estaba.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Finalmente dejé salir la frase.
Esto pareció sacar a Jesse de su trance y dio una rápida orden a su equipo para que se retirara.
Sus ojos oscuros se encontraron con los míos. Eran similares a los de Chase, pero eran duros y fríos. Jesse todavía llevaba el pelo largo, y estaba cubierto de barro y ramas, como si llevara años viviendo en medio de la naturaleza.
—Te conozco —dijo—. Tú eres la chica vecina.
“La chica vecina”. Ojalá todavía tuviera el tenedor en la mano.
Jesse sacudió su cabeza como para aclarar sus pensamientos y le extendió la mano a Chase. Luego de un momento de vacilación, Chase le extendió la suya y se encontró estrujado por el abrazo de su tío. Los brazos, que quedaron inertes a los costados, rodearon entonces la espalda de Jesse, sin tocarlo del todo.
—¡Mi sobrino! —Jesse lo llamó a voces en medio de la ahora silenciosa noche. Me puse de pie torpemente al tiempo que Jesse halaba de Chase y se reía—. Tú también estabas. Debes recordarlo.
—¿Recordarlo? —pregunté.
—Le conté a Chase sobre este lugar; bueno, el refugio. ¿Recuerdas, sobrino? Te vi en Chicago. Te dije que vinieras aquí si tenías problemas. —Jesse se rio.
Había olvidado que fue de esta forma como Chase se enteró originalmente del refugio. Se había encontrado con Jesse durante su entrenamiento en la OFR en Chicago. Más tarde, Chase trataría de convencerme de que mi madre estaba allí, esperando. Si en ese momento hubiéramos llegado allí, es probable que ahora estuviéramos muertos.
Ahora Chase tenía la camisa y el pantalón cubiertos de barro a causa de la ropa de Jesse. Aunque su boca se abrió, no lograba articular palabra. Por un breve momento, nuestras miradas se cruzaron y recordé la misma sonrisa tímida que durante todos aquellos años había esgrimido, antes de que Jesse se lo llevara con él.
Como si lo recordara de repente, Chase sacó algo de su bolsillo. Capté un destello de metal de un pequeño anillo de plata un segundo antes de que lo volviera a guardar.
—¿Tú quién eres? —preguntó Billy, acercándose desde atrás.
Jesse se espabiló.
—Estábamos en el refugio. —Extendió con amplitud los brazos—. Somos los únicos que quedamos.
Inmediatamente la noche estalló con preguntas. Más personas salieron de entre los arbustos. Hombres, mujeres, incluso algunos niños. Más de veinte de ellos.
—Te estábamos buscando —graznó Chase—. Seguimos tus huellas.
—Pensé que eran soldados que venían a terminar el trabajo —dijo Jesse—. Por eso la cálida bienvenida. No puedo ver nada en este pantano. —Cuando sonrió, sus dientes se destacaron debido al contraste con su sucia piel.
—Se lo dije, chicos —dijo Billy.
—¿Mamá? —Gritó Jack. La sangre goteaba por su pierna mientras se apoyaba para levantarse—. ¿Alguien conoce a Sherri Sandoval?
Billy comenzó a abrirse paso a través de la multitud.
—¿Wallace?
Mientras los otros se reunían, un hombre cuyo rostro aún estaba medio cubierto de barro se acercó a mí. El radio, o lo que quedaba de este, estaba acunado en sus brazos. Me lo entregó en cuatro pedazos separados.
—Lo siento —dijo—. Creo que aún hay partes del aparato en el pasto.
Le eché un vistazo al desastre: la cuerda había sido cortada, habían arrancado la cubierta del micrófono y los cables emergían apuntando en todas direcciones. La caja del transceptor había cedido en la mitad, como si alguien se hubiera parado sobre ella. Se la daría a Billy a ver qué podía hacer, aunque desde ya sabía que no podría ser reparada.
—¿Tienes un radio? —le pregunté al hombre.
Negó con un movimiento de cabeza.
—Todo se vino al suelo junto con el refugio.
El primer puesto de vigilancia de la resistencia con el que se encontraba nuestro equipo estaba vacío, Truck había desaparecido y Tucker estaba solo. ¿Por qué era tan difícil que pudiera salir bien más de una cosa a la vez?
Dejé a Chase y a Jesse en su charla y me dirigí hacia el paseo peatonal. La luna se reflejaba fuera del agua y proporcionaba la suficiente luz para mostrar a dos figuras en medio del pantano: una chica de pelo rubio, envuelta en los brazos del chico que la amaba.
Sean finalmente había encontrado a Rebecca.
ESA NOCHE ENCENDIMOS UNA FOGATA en una extensa pradera al oeste del pantano donde habíamos acampado. Los sobrevivientes tenían comida; no mucha, pero era más que las tres latas de duraznos que nos quedaban. Acostumbrados a la vida en la zona roja, habían matado a un jabalí en el bosque durante la tormenta. Un anciano con el pelo gris enmarañado lo había limpiado y lo había cocinado.
En la oscuridad y con todos ellos cubiertos de barro era imposible saber quién estaba presente, pero una vez que la fogata estuvo encendida y nos limpiamos la mugre, pudimos evaluarnos con detenimiento.
Veintitrés habían sobrevivido a la demolición del refugio. Veintitrés de casi trescientos. El tío de Chase era el único miembro presente de la familia, pero dos mujeres coincidían con las descripciones dadas por sus hermanos, según contaron los heridos en el minimercado.
Ahora el ambiente era sombrío. Otros compartieron las noticias que tenían, pero Billy se sentó solo lejos del fuego, con la excusa de arreglar la Banda Ciudadana del radio para poder estar solo. En cierto modo, me alegré de no tener que buscar a mi madre. Hacía mucho tiempo que mis esperanzas de encontrarme en la costa con la familia se habían extinguido.
—¿Cómo pasó? —Chase le preguntó a Jesse.
Jesse negó con la cabeza, mientras su tatuaje de serpiente parecía deslizarse en las llamas. Me senté cruzando mis piernas en el suelo a una prudente distancia. Detrás de mí, Rebecca estaba sobre la hierba, con la cabeza apoyada en el muslo de Sean. Él peinaba el pelo de su amada detrás de la oreja, ajeno a todo lo demás a su alrededor.
—Realmente no lo sé —dijo Jesse—. Estaba fuera cazando cuando lo escuché, una especie de silbido, como esos voladores que solíamos encender en el verano cuando era niño. Luego fue como si comenzara nuevamente la guerra. Los temblores y los gritos… —Se detuvo—. Luego el silencio. Tú te acuerdas.
Me estremecí al recordar los túneles derrumbándose cuando la resistencia fue bombardeada en Chicago y cómo la tierra estuvo a punto de tragarnos.
—Lo recuerdo —dijo Chase.
—Encontré a los demás en medio de las ruinas —dijo Jesse—. Una pareja en la playa. Una pareja escondida en el bosque. Ese tipo de allí. —Jesse señaló a un hombre sentado solo, que miraba fijamente las llamas—. Cargó a su esposa muerta por medio día. Pensó que simplemente estaba inconsciente.
—Por favor —siseó una mujer, meciendo a un niño—. Por favor, ¿no puedes hablar de otra cosa?
Yo también había escuchado suficiente. Me levanté y caminé hasta el otro lado del círculo, pasando junto a una chica sentada de espaldas al fuego. Estaba envuelta en prendas de vestir enormes, con los pies descalzos y estirados frente a ella. Me quedé tan sorprendida de ver su vientre de embarazada que por poco me tropiezo.
—¿Sarah?
—¡Oh! —Se puso de rodillas y agarró mis manos—. ¡Lo lograste!
La última vez que la había visto en Knoxville tenía la cara magullada e hinchada, y para poder ponerla a salvo la habíamos cargado en la parte posterior de la camioneta. Traté de recordar cuándo había sido eso. Sentí que habían pasado meses, pero solo habían pasado un par de semanas. Después de que encontramos lo poco que quedaba del refugio, estaba segura de que ella había muerto.
Sonreí. Las marcas en su cara se habían desvanecido, y aparecieron unos bonitos hoyuelos. Verla a ella me hizo recuperar la esperanza.
—¿Cómo fue que…?
Sarah hizo un gesto con la barbilla sobre su hombro.
—Jesse. Salí a caminar cuando sucedió. Me encontró en la playa y me trajo con él. Nos salvó.
Volvía a mirar a Chase y a su tío, pensando que me había precipitado al juzgarlo. Había pasado tanto tiempo desde que lo conocí y este mundo tenía una forma de cambiar a la gente.
Billy avanzaba sigilosamente rumbo a la comida, pero cuando nos vio hablando, disminuyó el paso. Le hice señas para que se acercara. Para mi sorpresa, se unió a nosotras.
—Nadie tenía un radio —dijo—. Pensé que podría ser capaz de salvar algunas partes y hacer un remiendo lo suficientemente fuerte como para conectarlo con el interior, pero… —Se encogió de hombros.
Tal vez era mejor que el equipo de Tucker no pudiera contactarnos. Dado que solo habían sobrevivido veintitrés personas, no era que tuviéramos muchas buenas noticias para compartir.
Cuando miré a Sarah, estaba acomodándose el suéter. Billy levantó la vista, luego apartó su aceitoso pelo.
Había olvidado que nunca se habían conocido.
—Billy, ella es Sarah.
Él la saludó torpemente. Ninguno de los dos habló.
—Vale —dije ocultando una sonrisa—. Voy a revisar que todo esté bien con la comida.
No teníamos platos ni utensilios, pero apenas importaba. El anciano que había cocinado el jabalí cortó trozos con una navaja mariposa y me pasó un pedazo grande en forma de corazón. Solo había suficiente para dos sangrientos mordiscos, lo que era mejor que nada. Agarré otro pedazo para Chase.
Él seguía sentado sobre la hierba con los brazos cruzados alrededor de sus rodillas. Su postura abatida y su golpeteo con el talón me pusieron tensa. Tomó la comida con un gesto de ausente asentimiento y se escabulló para dar espacio a otras personas.
—¿Está todo bien? —susurré, y me senté a su lado.
Jesse golpeó el fuego con un palo y sonrió.
—Mi sobrino y yo estábamos hablando de los buenos viejos tiempos.
—Ah, ¿sí?
Chase miró el fuego.
—Nada importante.
—Vamos —dijo Jesse—. Cuéntale sobre la vez que atrapaste a ese tipo dentro de la droguería.
Chase me miró y luego giró la cara.
Jesse se rio.
—El hombre entra al lugar sacudiéndose como una hoja, con el cuchillo haciendo un agujero en el bolsillo de la camisa. Los temblores propios de una primera vez lo tenían azotado. —Chase sonrió, pero su talón estaba clavado en la tierra. Me mordí el interior de la mejilla—. El tipo volvió a salir. No traía ni medicinas ni el cuchillo. Solo venía con un ojo morado del golpe que le había propinado el farmacéutico. —Jesse se dobló de la risa, y se limpió una lágrima del ojo—. Chico, en aquel entonces eras tan debilucho.
Sabía que la educación de Chase durante la guerra había sido singular. Él aprendió a robar automóviles y también a pelear, cosas que nos ayudaron a mantenernos con vida. Pero nunca había escuchado los detalles de cómo es que aprendió todo eso. No creí que quisiera escucharlos desde la perspectiva de Jesse.
—Ya no soy un debilucho. —Chase arrojó en el fuego una rama partida.
Jesse se detuvo y se recostó contra el tronco de un árbol caído. Las bayas secas que arrojó al fuego estallaron como pequeños disparos.
—Si lo que dices es cierto —dijo en voz baja—, entonces ahora eres un hombre.
Al principio no entendía de qué estaban hablando, pero sabía que el dolor se desprendía de Chase en oleadas y no era difícil imaginar que él estaba pensando de nuevo en Harper y en lo que había sucedido en el hospital de Chicago.
El rubor me cubrió las mejillas como una bofetada.
—Eso no te hace un hombre —le dije.
—En este mundo sí lo hace —dijo Jesse, juzgándome con su mirada—. Te vi con ese tenedor, compañera. ¿Hubieras tenido el coraje de clavármelo en el corazón?
No me había dado cuenta de que estaba inclinada hacia delante hasta que sentí que mi codo chocaba con el de Chase.
—Lo clavé en tu pierna, ¿o no?
Una sonrisa lenta y peligrosa se abrió paso en la cara de Jesse. Me hizo preguntarme qué habría hecho él que se veía forzado a esconderse.
Miré a Chase en busca de su respaldo, pero él estaba mirando a través de las llamas como si no estuviera escuchando. Puse la mano suavemente sobre su rodilla. Se estremeció, como si despertara de un sueño, y se secó las palmas en los pantalones. Jesse nos miró con curiosidad.
Al otro lado del fuego, la forma alta de Jack se inclinó para hablar con un pequeño grupo de sobrevivientes. Luego, fue a hablar con Billy y Sarah. Billy se levantó y se dirigió a otro grupo mientras Jack cojeaba en nuestra dirección.
Nos pusimos de pie. Jack se mordió los labios. Vimos que llevaba atada alrededor de su pierna lo que parecía ser una camiseta.
—Rat ha desaparecido —dijo—. Algunos de nosotros regresaremos al puente para ver si se encuentra allí.
No fue hasta entonces que recordé que Rat había pasado corriendo a mi lado durante el ataque. Suponía que había regresado una vez terminado el combate, pero aparentemente no lo había hecho.
—Atravesó el bosque —dije, omitiendo la parte en la que corría asustado—. Lo vi durante el combate.
—Tu tío probablemente lo apuñaló. Accidentalmente, por supuesto. —Jack apretó el vendaje alrededor de su pierna, luego escupió en el fuego. Las llamas le contestaron con un siseo.
—Fue un error —dijo Chase rotundamente.
—¿Un error? —repitió Jack—. Que te estuvieras ahogando allí, ¿también fue un error?
Sabía que estaba hablando del ataque. Todavía podía escuchar su llamada para que Chase le disparara a Jesse, pero eso no explicaba el veneno en el tono de su voz. Crucé los brazos sobre el pecho.
—¿Algo que quieras decir, Jack? —Chase se acercó un paso.
Los labios de Jack se contrajeron y formaron una delgada línea.
—Si no estás muy ocupado con tu reunión familiar, tal vez podrías buscar a nuestro hombre.
Los dedos de Chase golpearon contra su muslo. Estiré la mano hacia su antebrazo, y sentí cómo sus músculos se flexionaron.
Jack miró al punto donde nos rozábamos y nuevamente a Jesse, quien entrecerró los ojos. Sin decir una palabra, se dirigió hacia el puente. Traté de ignorar la oleada de empatía que sentí hacia él cuando dejó caer los hombros; solo en ese momento lo recordé llamando a su mamá: Sheri algo. No era la primera vez que me preguntaba por qué no se había ido con los otros de Chicago a las bases de la resistencia. Supuse que se había quemado en el colapso del túnel, y tenía temor de volver a las ciudades, pero ahora me di cuenta de que aguardaba a que alguien apareciera aquí en medio de esta zona inhóspita.
Cuando volví, Chase ya se había arrancado una tira de la manga y la había atado al extremo de una gruesa rama para hacer una antorcha. La sumergió en las llamas, y la rama comenzó a crepitar, y creó un pequeño círculo brillante que podía iluminar nuestro camino.
—Buena suerte —dijo Jesse sin moverse.
—Gracias —murmuró Chase.
Los bosques estaban oscuros, e incluso con la antorcha en alto, las sombras se tragaban la mayor parte de la luz. Seguimos hacia el norte, cortando maleza de lado y lado, cada tanto llamando a voces a Rat. Me quedé cerca de Chase mientras los ecos de nuestras voces se distorsionaban en el bosque, y regresaban a nosotros como si fueran susurros de extraños. Pero cada vez que me le acercaba demasiado, él se alejaba. Pensé en Rebecca, en la forma en que había mirado ese puente tambaleante, la rectitud de su espalda mientras se alejaba hacia lo desconocido, como si nunca se hubiera dado la vuelta. Un escalofrío me sacudió toda la piel.
—Jack tenía razón —dijo Chase cuando llegamos al arroyo—. Me estaba atragantando.
Me acerqué al halo de luz, detestando la duda que había visto reflejada en su rostro.
—Terminó siendo tu tío. Menos mal que no le disparaste. —Intenté sonar convincente, pero mi falta de entusiasmo por Jesse se notaba a leguas.
—No volverá a suceder —dijo. No estaba segura de a quién estaba tratando de convencer.
“Entonces ahora eres un hombre” había dicho Jesse.
Me detuve y tomé a Chase de la parte posterior de su camisa antes de que pudiera alejarse.
—No te habrás creído toda la perorata que Jesse estaba diciendo, ¿cierto? —Di un paso más cerca—. Quiero decir, sé que es tu tío, pero él realmente no te conoce.
Chase se metió la mano libre en el bolsillo.
—Él me conoce mejor de lo que crees.
—¿Porque él te enseñó a robar? ¿O por qué? —Me tragué el nudo en la garganta—. ¿También le disparó a alguien?
Chase exhaló entre dientes.
—Porque él sabe qué es sacar comida de los contenedores de basura —dijo—. Porque él estaba allí cuando las bombas cayeron sobre Chicago y cuando la gente enloqueció y comenzó a saquear, a combatir y a hacer cosas que tú no quisieras saber.
Forcé mis ojos a permanecer enfocados en los suyos.
—¿Cómo sabes que yo no sé qué cosas? Nunca hablas del asunto.
—Me parezco más a él de lo que me parezco a ti —dijo esta vez más rápido—. Yo robaba autos cuando tú estabas en la secundaria, ¿lo sabías? ¿Crees que la OFR fue el primer lugar donde recibí una paliza? ¿O donde alguna vez la di?
—Entonces eres un tipo grande y malo, ¿eso es lo que me dices? —Las puntas de mis botas chocaron con las suyas cuando invadí su sombra—. No me asustas, Chase, de modo que deja de intentarlo.
Hizo un sonido de asco y dio un paso atrás, se tambaleó y luego recuperó el equilibrio en el último momento. Estábamos de pie sobre un terraplén, y cuando dejó caer la antorcha, esta se apagó con un siseo en el agua. La siguió con su mirada en la oscuridad.
—Yo le disparé a Harper —dijo—. Estuvo a punto de venir con nosotros y yo le disparé.
—Yo estaba allí. —Vi ese agujero en el pecho del soldado, vi la sangre que se acumulaba en el suelo—. Él nunca habría venido.
—¿Es eso lo que te dices a ti misma? —le preguntó Chase—. ¿Sabes lo que me digo a mí mismo? Que él fue el primero en disparar. Que lo que hice fue en defensa propia.
Se apretó el pulgar contra la sien como para desalojar el recuerdo.
—Fue en defensa propia.
—Yo no te entiendo —dijo de repente tranquilo—. Todos los demás lo entienden. Jesse lo entiende. Mis padres también. Incluso Tucker lo entiende.
El dolor me atravesó el cuerpo.
—¿Todos los demás entienden qué?
—Que así soy yo. —Parecía como si finalmente hubiera descubierto lo que todos habían sabido desde el principio—. Lo arruino todo.
Me quedé en silencio, conmocionada. El aire que corría entre los dos era lo suficientemente grueso como para cortarlo de un tajo.
—No lo dices en serio.
No respondió nada. Yo hubiera preferido que estuviera enojado.
Levanté las manos para sostener su rostro, para hacer que se encontrara con mis ojos, pero él se apartó. Mis brazos cayeron inertes a los costados.
—No te tengo miedo —le dije—. No importa lo que digas.
Me giré, las lágrimas nublaban mi visión. De todos modos, estaba demasiado oscuro sin la antorcha, y no más de tres pasos después resbalé y me deslicé por el terraplén hacia el lecho del río, dando vueltas al llegar abajo.
El agua fría me aguijoneó la piel ya sensible. Me raspé las rodillas con las rocas, pero aterricé de pecho sobre algo suave. Los dedos se abrieron sobre un material fino y húmedo, y cuando me levanté, mi codo rozó un mechón de pelo.
Todo el aire del mundo pareció desaparecer.
—¡Ember!
Rodé hacia un lado y agarré la mano extendida de Chase. Salté fuera del agua, arañando el barro y las raíces al pie de la orilla alta del arroyo. La bilis ascendió, filosa y rasguñando la garganta.
—¡Oye! —Chase saltó otra vez en el arroyo y le dio la vuelta al cuerpo que yacía a mi lado. Se agachó, y revisó si encontraba algo de pulso, pero no era así. Yo sabía que no lo encontraría.
—¿Quién…?
—Es Rat —Chase se levantó y maldijo—. Debe haberse caído de la orilla. Se golpeó la cabeza.
Sin luz que le alumbrara en la oscuridad, debió haber tropezado con las raíces de los árboles y luego cayó un metro hasta llegar a la corriente. Ahora su piel estaba hinchada y azul a la luz de las estrellas, y sus ojos estaban opacos, vacíos y sin vida.
Había muerto solo. Cuando miré a Chase, vi que el miedo volvía a renacer en él. Miró el cadáver. Heladas y oscuras manchas de agua trepaban por las perneras de sus pantalones mientras permanecía hundido hasta los tobillos en la corriente.
Chase había perdido todo y a todos. Si yo se lo permitía, él me apartaría de él, tan solo para no tener que esperar el momento en que me perdiera a mí también.
—Tenemos que moverlo —le dije—. Te ayudaré.