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EN O POR EL CAMINO

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En la radio de música clásica la locutora dice que la próxima pieza va a ser un poema sinfónico, “o lo que también se denomina un poema tonal”, compuesto por Rajmáninov. El título es “La roca”, y la obra se basa en un cuento de Chéjov llamado “Por el camino”. El cuento, dice, trata sobre un indigente entrado en años y una joven rica que, en el transcurso de una ventisca, se encuentran en una posada. “Como que ambos vienen a ser arrojados juntos en una habitación, que el dueño de la posada llama ‘La viajera’, dado que la reserva para viajeros de paso o que han quedado varados”. El hombre y la mujer conversan durante horas y gradualmente se toman afecto. “Hay una posibilidad –podríamos decir incluso una esperanza– de que se conviertan en buenos amigos o, cuando menos, compañeros de viaje por el resto del trayecto. Pero a la mañana siguiente la mujer se va en un trineo que el hombre, parado en medio del camino, sigue con la vista hasta que desaparece. Al cabo de un rato, empieza a tener el aspecto de una roca cubierta por la nieve”, dice la locutora, “de allí el título”. Él no conoce el cuento, pero el final es muy típico de Chéjov. Dos personas de medioambientes o condiciones económicas muy diferentes, o ambas cosas, se encuentran por primera vez y conversan de manera íntima, a menudo después de haber vivido toda su vida en la misma región y haber tenido alguna vaga idea el uno del otro durante años, y cuyas existencias… En fin, hay una posibilidad de que después de su primer encuentro puedan unirse… sus vidas puedan... incluso casarse, o ayudarse el uno al otro de alguna manera… pero… Como sea, lo que parecía prometedor se termina de repente, normalmente porque uno de ellos no dice algo que podría evitar que el otro se vaya, o porque el tiempo se ha despejado, o porque la rueda o el eje de una de las carretas han sido reparados o el obstáculo en el camino removido, y siguen cada uno su rumbo, con escasas probabilidades de que vuelvan a encontrarse o a dirigirse la palabra alguna vez. Él nunca ha sido bueno para resumir historias, ni siquiera las suyas. Pero el final de este cuento, por lo que dijo la locutora, es uno que Chéjov utilizó varias veces de manera similar, y tal vez mucho más que eso, ya que él solo ha leído unos cincuenta de los 568 cuentos y esbozos que Chéjov escribió. Ahora viene la obra de Rajmáninov. Durante el último minuto o algo así, pasaron un anuncio de un concierto gratuito de lieder en la academia de música del centro y una propaganda grabada de la señal de radio, que dice que el sesenta por ciento de su presupuesto viene de las contribuciones de oyentes asociados, “así que ¿no invertiría usted unos pocos minutos de su tiempo para convertirse en socio, marcando el siguiente número de teléfono o registrándose online?”. Durante un minuto escucha la música, no le gusta particularmente, luego no le gusta para nada y apaga la radio. A veces, lo que él considera música horrorosa puede llegar a resultar deprimente. En esta señal de radio pasan un montón de esa música, sobre todo alrededor de las diez de la mañana –marchas briosas, valses sensibleros–, aunque también pasan muchísima buena música. En cuanto a hacerse socio, él y su esposa lo han sido por unos veinticinco años, aunque él ahora aprovecha la membresía para adultos mayores. Pero el cuento. Si estuviera su esposa, él le preguntaría por la pieza de Rajmáninov. Ella es la especialista en Chéjov. Sobre sus cuentos, precisamente, hizo su maestría y su doctorado: una tesis sobre los comienzos de sus cuentos –unos veinte de ellos– y una disertación sobre los finales: diez. Él le diría: “¿Conoces un cuento de Chéjov llamado ‘Por el camino’? Yo no. ¿Y cómo puede ser que un poema sinfónico, que es como yo siempre los he llamado, se base en un cuento corto? Especialmente uno con una trama como la que resumió la locutora –ya que no estamos hablando de ópera–, que parece ser más bien una larga conversación en una posada, entre un hombre y una mujer, y que termina con el hombre de pie, metido en lo que asumo que debe ser nieve bastante alta, con la apariencia, el hombre, de una roca”. Ella podría decir que ha leído más de 300 de sus cuentos y esbozos en ruso –una vez se lo dijo– y más o menos la mitad de los algo así como 400 traducidos al inglés, y que ese que él menciona no le resulta familiar, aunque el final es similar a varios de los suyos. “¿‘Por el camino’? ¿Estás seguro de que la locutora no dijo otro título? Aunque muchos de sus cuentos tienen títulos diferentes en cada nueva traducción. ‘Luto’, por ejemplo, que también he visto como ‘Aflicción’ o ‘Pena’, y en una traducción como ‘Tristeza’, aunque puede ser que me equivoque sobre este último… Sé que hay por lo menos cuatro títulos diferentes, para ese cuento, en las versiones inglesas. Si quieres, puedo buscar en mis notas sobre su narrativa, y si no encuentro nada me fijaré en los volúmenes de cuentos suyos que tengo, tanto en ruso como en inglés. Si encuentro el cuento en inglés, ¿quieres leerlo?”. Él diría: “Me gustaría, y después quizá tú podrías leerlo por primera o por segunda vez, y hablaremos de él. Eso siempre es divertido. Y no será una pérdida de tiempo. Jamás he leído uno de sus cuentos, salvo alguno que otro de los esbozos menores –y esos no son cuentos, ¿verdad?–, que no fuera claro y legible y bueno, y veinte o treinta de los que leí eran francamente geniales. No creo poder decir eso de ningún otro cuentista. Acaso Hemingway o Bábel se le acerquen”. Así que se iba a fijar, podría decir ella, tal vez no ahora mismo, pero hacia el final del día. Ella tiene la colección completa de 16 o 17 o el número que sea de volúmenes de cuentos y esbozos completos de Chéjov en ruso. Él se va a fijar en las antologías de cuentos de Chéjov en inglés. Va al living, saca las tres antologías de un estante y en el índice de una de ellas encuentra el título “En el camino”. Tiene que ser ese. Va a las últimas páginas del cuento. Un hombre, parado en medio de una nevada “como si hubiese echado raíces en ese lugar”, y contemplando las huellas dejadas por los patines del trineo de la mujer, empieza muy pronto a parecerse a un peñasco blanco. Luego lee las primeras páginas del cuento, hojea el resto y entra con el libro en el estudio de su esposa. “Hurra, hurra”, dice, “lo encontré. En una vieja edición de los cuentos de Chéjov de la Modern Library que creo haber comprado cuando estaba en la universidad, traducida por esa vieja tan confiable, Constance Garnett. O me parece que era por ella. No dice quiénes son los traductores, salvo por unos cinco de los cuentos, en la página de agradecimientos, y le atribuyen a ella todos menos uno. Tal vez esté al final del libro”. Se fija: no está. “Pero casi como que tiene que ser de ella. El copyright es de 1932”. “Nada de qué sorprenderse”, podría decir su esposa, aunque ya ha pasado por eso antes. “Y salvo por los traductores top de hoy, que son casi tan conocidos como los autores, las cosas no han cambiado mucho desde esa época. Los traductores siempre han sido mal pagados y solían no figurar en los créditos del libro. Pero pobre de ellos si la traducción no suena tan bien, o si el cuento original no es tan bueno. Entonces toda la culpa es de ellos. ‘Descuidadamente traducido’, esa clase de críticas… El escritor, por supuesto, queda libre de sospecha. Déjame verlo”. Él sostiene el cuento abierto en la primera página. “Ah, sí”, podría decir ella, tal vez después de haber leído un párrafo o dos, “ahora lo recuerdo. No es uno de mis favoritos, razón por la que nunca lo he enseñado en clase, pero aun así, como decías, es un buen cuento. Dos personas en una posada durante una tremenda tormenta de nieve. El viento que aúlla. Él se apoyaba mucho en esas cosas. Incluso la tormenta, que sacude las ventanas y el techo. Si tenía alguna debilidad, era esa. Se supone que la mujer es bastante más joven que el hombre, que es descrito como entrado en años, aunque anda por los cuarenta, así que tal vez solo fuese viejo para esa época y ese lugar. Ella es una terrateniente, o tal vez el terrateniente sea su hermano, a cuyo encuentro se dirige, viajando en trineo. El hombre fue alguna vez bastante próspero –me parece que en una época poseía una finca, o la administraba–, pero durante largo tiempo le ha ido muy mal. Al principio no parecen ser una pareja muy compatible. Pero hacia el final, dado que son tan cálidos y francos y serviciales y hasta solícitos el uno con el otro, uno pensaría, si no conociera mejor a Chéjov, que podrían hacer buena yunta. No creo que eso pase nunca en Chéjov, ni en sus ficciones ni en sus obras de teatro, o bien sucede muy rara vez. El hombre viaja con su hija. Una niña encantadora pero triste, como tantos niños en sus cuentos… muy maltratada y regañada por su padre”. “La sinopsis del cuento que dio la locutora”, dice él, “nunca mencionó a la hija. Tal vez no tuviera tiempo, o las notas del programa de la obra de Rajmáninov no la incluyeran”. “Si no recuerdo mal”, podría decir ella, “la mujer tiene algún dinero propio y siente mucha simpatía por la niña, y habría sido una maravillosa madre sustituta para ella y una buena esposa para el hombre. Olvidé lo que le sucedió a su esposa. Creo que había muerto o lo había abandonado por otro hombre, y él se quedó con la hija. Eso explicaría la cuesta abajo en la que está”. “Lo que me gustaría saber es cómo se puede hacer un poema sinfónico a partir de un cuento como ese”, dice él. “Una ópera, como te dije –de un solo acto–, eso sí puedo verlo, aunque la nieve podría ser un problema”. “Oh”, podría decir ella, “saben cómo hacer la nieve en un escenario de ópera. La Bohème, por ejemplo. Pero tengo que confesar que no sé lo que es realmente un poema sinfónico”. “Supongo que es lo que hizo Richard Strauss en Don Juan y Till Eulenspiegel etcétera etcétera, y lo que hicieron Sibelius y Smetana en algunas obras suyas. Una narración en música, aunque yo tendería a creer que es difícil ilustrarla de esa forma. Pero ¿y si nos olvidamos de la música y leemos el cuento –yo ya lo empecé y sé cómo termina–, y charlamos sobre eso en algún momento del día?”. “Termínalo, yo te alcanzaré”, podría decir ella. “Lo leeré también en ruso, si tengo tiempo, por si acaso en la traducción se pierda algo”. “Hasta luego, entonces”, dice él. Va al dormitorio, ahueca y acomoda las cuatro almohadas, la dos de ella y las dos suyas, unas encima de las otras contra la pared, y se recuesta sobre ellas y lee el cuento. Después de terminarlo vuelve al estudio de su esposa. Ella no está allí.

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