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Primera parte

La expedición

i

Los orígenes

newton ferrers, condado de devonshire

20 de agosto de 1659

En algún momento del año 1670 un joven proveniente del condado de Devonshire, en el conocido Sudoeste inglés, se alistó a la Marina Real británica. Dado que ese joven terminaría pasando el resto de su vida adulta en el agua, es posible que se presentara voluntariamente al servicio. El voluntariado prestaba varias ventajas económicas: la marina ofrecía dos meses de salario por adelantado, aunque se esperaba que el nuevo recluta dedicase parte de esos fondos a comprar su equipamiento (incluida la hamaca en la que dormiría a bordo). Los voluntarios novatos, además, recibían respaldo frente a sus acreedores si tenían deudas de hasta veinte libras. No obstante, casi la mitad de los marineros de la Marina Real habían sido reclutados forzosamente merced a una de las instituciones más infames de la época: la leva.

Ser un varón joven en la Inglaterra del siglo xvii –especialmente un varón joven sin muchos recursos económicos– equivalía a vivir con un miedo constante a la leva, que era puesta en práctica por pandillas ambulantes de agentes oficiosos de la marina conocidos habitualmente en inglés como press-gangs. La leva era una especie de híbrido entre el reclutamiento o llamada a filas y un secuestro patrocinado por el Estado. Un chico de diecisiete años podía estar esperando a alguien en la esquina de su calle, sin meterse con nadie y, de repente, aparecía una press-gang, lo agarraban entre varios y le hacían una oferta al estilo El padrino que nadie se sentía capaz de rechazar: podía unirse a la marina voluntariamente o sería obligado de lo contrario a cumplir otro tipo de servicios en condiciones mucho peores. Le daban a elegir, pero al final terminaría a bordo de un barco de la Marina Real británica.

Los marinos recién levados se topaban con una lúgubre realidad en los barcos en los que eran retenidos hasta que se les asignara un navío u otro. Un texto del siglo xviii titulado The Sailors Advocate [El adalid de los marinos] describe la escena: “Rara vez se encontraban a bordo del barco de guardia menos de seiscientos, setecientos y ochocientos hombres a la vez; no disfrutaban de comodidades de ningún tipo, se veían obligados a dormir en las cubiertas, confinados, y a comer lo que encontrasen, pues carecían de provisiones apropiadas; esto ocasionaba trastornos de salud y, en ocasiones, seis, ocho o diez reclutas morían en un solo día; otros se ahogaban tratando de escapar lanzándose al agua y sus cuerpos aparecían flotando río abajo”.3

Este servicio de leva para la marina nació en parte porque durante la era de los descubrimientos había una enorme demanda de mano de obra en el mar que no se cubría con los incentivos financieros en vigor. El cambio del feudalismo tardío al primer capitalismo agrario y los grandes trastornos que alimentarían el crecimiento de los centros metropolitanos en los siglos siguientes habían descabezado toda una clase social –la de los jornaleros que trabajaban en pequeñas explotaciones cooperativas–, convirtiendo a sus integrantes en profesionales independientes itinerantes. Cuando el siglo xvi llegaba a su fin había tantos vagabundos que se les terminó tachando de enemigos públicos, desencadenando una de las primeras oleadas de pánico moral de la era pos-Gutenberg. Había nómadas por todos lados, familias enteras perdidas en un paisaje económico cambiante. Los siervos, que antaño vivían anclados en un sistema feudal opresivo pero siempre coherente, se encontraron como madera a la deriva en la corriente del capitalismo temprano. A todos los que se sentaban en las orillas observando el correr del agua aquellos cambios debieron de parecerles como las películas modernas de invasiones zombi: un día te despiertas y te das cuenta de que las calles están llenas de gente que no solo no tiene casa, sino que además les faltaba otro tipo de hogar, más existencial; esa gente no sabía siquiera qué tipo hogar debían buscar.

En 1597, el Parlamento aprobó una ley contra la vagancia cuyo objetivo era combatir la lacra de las personas sin hogar. El texto de la ley incluye un catálogo casi jocoso de los distintos tipos de vagabundos que merodeaban los caminos públicos y las plazas de los pueblos y ciudades de Inglaterra:

Eruditos vagabundos buscando limosna, marinos naufragados, personas ociosas que aplican mañas sutiles en el juego de azar o en la videncia del futuro, celadores, alcahuetas, recaudadores de limosnas para instituciones, esgrimistas, domadores de osos, músicos comunes o juglares, malabaristas, caldereros, buhoneros y quincalleros, personas capaces que vagabundean y jornaleros que se niegan a trabajar por el jornal corriente, pensionistas retirados, vagabundos que fingen haberlo perdido todo en un incendio, egiptanos o gitanos.4

La Ley de Vagabundos transmitía un claro mensaje a las autoridades locales: a todos estos personajes se les debería “desnudar de cintura para arriba y azotar hasta que sangraran, para luego enviarlos a su lugar de nacimiento o de última residencia”. La ley también dio poder a las press-gangs. Si los eruditos vagabundos y los malabaristas no querían terminar siendo azotados en público medio desnudos, deberían unirse a las filas de la Marina Real. ¿Qué mejor manera de limpiar las calles de los refugiados de un orden feudal caído en desgracia que enviándolos al mar?

Ya se uniera a la marina motu proprio, ya se viera obligado por las cuadrillas de leva, ese marinero de Devonshire habría crecido en una cultura muy marcada por las historias de la vida marinera. Ninguna otra región británica está más íntimamente relacionada con la aventura marítima que el Sudoeste de Inglaterra, la aguda península de tierra sembrada de abruptos páramos que incursiona en el Atlántico encajada entre los canales de la Mancha y de Brístol. Casi todos los lobos marinos legendarios de la era isabelina procedían de esa región. Tanto Walter Raleigh como Francis Drake nacieron en Devon. Los marinos del Sudoeste inglés encabezaron muchas batallas navales en nombre de la Corona –incluida la batalla contra la Armada Invencible española en 1588– y muchos de ellos también se pasaron a la piratería. (Los dos piratas más infames del siglo xviii, “Black Sam” Bellamy y Barbanegra, también nacieron en el Sudoeste). La prominencia del estilo de vida corsario tenía raíces geológicas: la situación del Sudoeste dio a sus capitanes un acceso sin parangón a las redes navales europeas y las muchas calas e islotes que salpican esa costa la hacían ideal para los contrabandistas. El vínculo entre la piratería y el condado de Devonshire sigue vivo en el habla inglesa más de trescientos años después de que ese chico del condado subiera a aquel barco de la marina: cuando los angloparlantes imitan el estereotípico acento de pirata, con la característica onomatopeya –¡arr!– están, de manera inconsciente, emulando el acento y la gramática propios del inglés que se habla en el Sudoeste.

El misterio que rodea la vida del marino de Devonshire comienza con su nombre. En la primera referencia biográfica de sus hechos, publicada en 1709, se le llama capitán John Avery. De joven al parecer adoptó brevemente el alias de Benjamin Bridgeman, aunque su apodo, Long Ben, ha llevado a algunos historiadores a especular que su verdadero apellido era Bridgeman y Avery era el alias. La mayoría de los especialistas opinan que nació cerca de Plymouth, en Devon­shire, en la costa sudoccidental inglesa. Un conocido testificó bajo juramento en 1696 que el marino era un hombre de unos cuarenta años, lo que dataría su nacimiento a finales de la década de 1650. Los registros parroquiales en Newton Ferrers, una localidad situada sobre la desembocadura del río Yealm, al sudoeste de Plymouth, dan fe del nacimiento de un niño, hijo de John y Anne Avery, el 20 de agosto de 1659. Quizá ese niño creció para convertirse en el infame Henry Avery, el delincuente más buscado del planeta. O quizá el auténtico Avery nació en alguna otra localidad del Sudoeste durante ese mismo periodo. En parte porque una familia de apellido Every había sido terrateniente de prestancia en Devon­shire desde hacía siglos cuando él nació, muchos se refieren a él como Henry Every. Casi todos los documentos legales escritos en inglés deletrearían su apellido como “Every” y la única carta que se conserva de su puño y letra está firmada como “Henry Every”. Every era el apellido más utilizado en general cuando se convirtió en uno de los hombres más infames del mundo. Este último motivo bastaría para llamarlo efectivamente Henry Every.

Apenas se sabe nada de su infancia. Un relato autobiográfico en el que sus primeros años de vida quedan totalmente opacados data de 1720: “En el presente relato no doy noticia de mi nacimiento, niñez, juventud ni de ninguna otra época anterior a mi edad adulta, pues fue la parte más inútil de mis años, de modo que igualmente le resultará inútil saberlo a quienesquiera que lean esta obra, pues en general no ocurrieron cosas reseñables en sí ni tampoco de aprovechamiento para los otros”. Dado que tal relato autobiográfico es casi con toda certeza apócrifo –algunos creen que, de hecho, fue obra de Daniel Defoe– la omisión de detalles sobre la infancia refleja sin duda cuán yermos son los registros históricos, no tanto la infancia que viviera Every.5

Sin duda, el joven Henry Every (o Avery o Bridgeman) creció escuchando cuentos populares sobre las hazañas de exploradores como Drake o Raleigh, quienes durante su carrera como marinos pasearon cómodamente por la frontera entre el corso y la piratería. (Como veremos, las convenciones legales de la era desdibujaron deliberadamente esa frontera). Esas falsas memorias afirman que su padre había servido en la Marina Real como capitán mercante; en efecto, en el árbol genealógico de los Every de Devonshire había unos cuantos capitanes de barco. Independientemente de los detalles reales, parece que Every, como también afirman las memorias ficticias, “se crio en el mar desde la juventud”. No en vano, el primer detalle biográfico real que conocemos de Every –más allá del registro parroquial de Newton Ferrers– es que, en efecto, se alistó en la Marina Real, probablemente durante su adolescencia.

Las neblinas que empañan el nacimiento del marino de Devonshire son casi tan espesas como las que rodean su muerte. Lo cierto es que no sabemos a ciencia cierta dónde ni cuándo nació, ni tampoco su nombre real. Viene muy al caso que las raíces de Henry Every se hundan en el misterio. Las vidas de las grandes leyendas de la historia son un palimpsesto, múltiples capas de relatos que se entretejen con los rumores y con las sutiles alteraciones que aparecen en cualquier historia contada de generación en generación. Durante un tiempo, Henry Every fue una leyenda tan conocida como cualquier otra del repertorio; héroe inspirador para algunos, asesino despiadado para otros. Fue un amotinado, un líder de la clase trabajadora, un enemigo del Estado y un rey pirata.

Y, al final, se convirtió en un fantasma.

3 Turley, 1999, p. 23.

4 Dean, 2013, p. 60.

5 Defoe, 2015, pp. 65-67.

Un pirata contra el capital

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