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LA DECISIÓN DE DARWIN

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En julio de 1838, una década después de que esas bellas casas comenzaran a hundirse en los restos de Collect Pond, Charles Darwin se sentó al otro lado del Atlántico para tomar nota de una decisión que, indirectamente, alteraría el curso de la historia científica. Darwin tenía veintinueve años. Había regresado de su legendario viaje alrededor del mundo en el HMS Beagle dos años antes y estaba a pocos meses de esbozar el primer borrador sobre la selección natural en sus cuadernos, aunque no publicaría su descubrimiento hasta otras dos décadas más tarde. La decisión con la que se debatía ese mes de julio desempeñaría un papel fundamental en ese agonizante retraso, aunque no estaba, en sentido estricto, relacionado con cuestiones científicas sobre el origen de las especies. Fue una decisión diferente, también existencial, pero de carácter más personal: «¿Debería casarme?».

El enfoque de Darwin hacia esta decisión tomó una forma que sería reconocible para muchos de nosotros hoy en día: hizo una lista de pros y contras, dividiendo dos páginas de su cuaderno en dos columnas, una a favor del matrimonio y otra en contra. Bajo el epígrafe «No casarse» enumeró los siguientes argumentos: 2

Libertad para ir adonde uno quiera.

Escoger tus relaciones sociales y que sean pocas.

Conversación con hombres inteligentes en los clubes.

No estar obligado a visitar a los parientes y a doblegarse ante cada nimiedad que surja.

Gastos y ansiedad que producen los hijos.

Posibles discusiones.

Pérdida de tiempo.

No poder leer por las noches.

Gordura y ociosidad.

Ansiedad y responsabilidades.

Menos dinero para libros, etc.

Si hay muchos hijos, verse obligado a ganarse el pan (con lo malo que es para la salud trabajar demasiado). Tal vez a mi esposa no le guste Londres; entonces la sentencia es el destierro y quedar degradado a ser un tonto indolente y ocioso.

Bajo el epígrafe «Casarse» compiló la siguiente lista:

Hijos (si Dios lo quiere),

Acompañante permanente (y amiga en la vejez) que se interesará por mí.

Objeto para amar y jugar con él. Mejor que un perro, en cualquier caso.

Hogar y alguien que cuide de la casa.

Los encantos de la música y el parloteo femenino.

Estas cosas son buenas para la salud, pero son una terrible pérdida de tiempo.

Dios mío, es intolerable pensar en pasar toda la vida, como una abeja, trabajando, trabajando, trabajando, y al final para nada... No, no, no me sirve.

Imagínate vivir todo el día solo en la sucia y humeante London House.

Imagínate una esposa suave y agradable en un sofá con una chimenea, libros y quizás incluso música.

Compara esta visión con la lúgubre realidad de la Great Marlboro Street, en Londres.

El recuento emocional de Darwin sobrevive hasta el día de hoy en los archivos de la biblioteca de la Universidad de ­Cambridge, pero no tenemos constancia de cómo sopesó realmente estos argumentos contrapuestos entre sí. Conocemos la decisión a la que finalmente llegó, no solo porque garabateó «Casarse, casarse, casarse, casarse QED» (Quod erat demonstrandum es una locución latina que significa ‘lo que se quería demostrar’) al final de la página, sino también porque, de hecho, se casó con Emma Wedgwood seis meses después de escribir esas palabras. La boda marcó el comienzo de una unión que traería mucha felicidad a Darwin, pero también un gran conflicto intelectual, ya que su cosmovisión científica cada vez más agnóstica chocó con las creencias religiosas de Emma.

La técnica de dos columnas de Darwin se remonta a una famosa carta escrita medio siglo antes por Benjamin Franklin, en respuesta a una petición de consejo de Joseph Priestley, químico y político radical británico. Priestley estaba tratando de decidir si aceptaba una oferta de trabajo del conde de Shelburne, lo que implicaría trasladar a su familia de Leeds a la finca del conde al este de Bath. Había sido amigo de Franklin durante varios años, así que a finales del verano de 1772 le escribió a Franklin, que entonces residía en Londres, y le pidió su consejo sobre esa trascendental decisión profesional. De acuerdo con su dominio del arte del autoperfeccionamiento, Franklin optó por no tomar partido en su respuesta y, a cambio, le ofreció un método para tomar la decisión:

En el asunto de tanta importancia para ti, en el que me pides mi consejo, no puedo por falta de premisas suficientes aconsejarte lo que debes determinar, pero si quieres te diré cómo hacerlo.

Cuando se presentan estos casos difíciles, son difíciles principalmente porque mientras los tenemos bajo consideración, todas las razones a favor y en contra no están presentes en la mente al mismo tiempo, sino que a veces un conjunto se presenta, y otras veces otro, cuando el primero está fuera de la vista. De ahí los diversos propósitos o inclinaciones que prevalecen alternativamente y la incertidumbre que nos deja perplejos.

Para superar esto, mi método consiste en dividir media hoja de papel en dos columnas, una para los pros y otra para los contras. Entonces, en el curso de tres o cuatro días de reflexión, voy anotando bajo cada encabezamiento unas breves indicaciones de los diferentes motivos que se me van ocurriendo en distintos momentos a favor o en contra de la medida. Cuando los he reunido todos formando un cuadro del conjunto, me esfuerzo por estimar sus respectivos pesos; y cuando encuentro dos, uno a cada lado, que parecen iguales, los elimino a ambos: si encuentro que una razón a favor (pro) equivale a dos razones en contra, elimino las tres. Si considero que hay dos razones en contra que equivalen a tres razones a favor, tacho las cinco; y procediendo de este modo al final encuentro cómo queda la balanza; y si después de pensarlo uno o dos días más no surge nada nuevo que sea importante en ninguno de los lados, llego a la conclusión. Y aunque el peso de las razones no puede ser tomado con la precisión de las cantidades algebraicas, cuando cada una de ellas es así considerada por separado y comparativamente, y todo está ante mí, creo que puedo juzgar mejor y es menos probable que dé un paso precipitado; y de hecho he encontrado una gran ventaja en este tipo de ecuación en lo que puede llamarse álgebra moral o prudencial. 3

Al igual que la mayoría de los cuadernos de notas con borradores de los pros y contras que hizo posteriormente, la lista de Darwin «casarse/no casarse» no parecía utilizar toda la complejidad «del álgebra moral» de Franklin. Este utilizó una técnica primitiva pero potente de «ponderación» que reconoce que algunos argumentos serán inevitablemente más significativos que otros. En el enfoque de Franklin, la etapa de «equilibrio» es tan importante como la etapa inicial de anotar las entradas en cada columna. Pero parece probable que Darwin calculó intuitivamente los pesos (o relevancia) respectivos, probablemente decidiendo que, a la larga, tener hijos podría importarle más que la «conversación con hombres inteligentes en los clubes». En términos de aritmética simple, había cinco entradas más en el lado «contras» del dilema de Darwin, y sin embargo el álgebra moral en su cabeza parece que lo llevó a una decisión abrumadora a favor del matrimonio.

La mayoría de nosotros, sospecho, hemos hecho listas de pros y contras en varias encrucijadas de nuestra vida personal o profesional. (Recuerdo que mi padre me enseñó el método en una libreta de notas cuando aún estaba en la escuela primaria). Sin embargo, el acto de equilibrio de Franklin, en el que tachaba los argumentos de relevancia equivalente, se ha perdido en gran medida a lo largo de la historia. En su forma más simple, una lista de pros y contras suele ser solo cuestión de contar los argumentos y determinar qué columna es más larga. Pero ya sea que integres o no las técnicas más avanzadas de Franklin, la lista de pros y contras sigue siendo una de las únicas técnicas para tomar una decisión compleja que todavía se sigue enseñando. Para muchos de nosotros, la «ciencia» de tomar decisiones difíciles ha estado estancada durante dos siglos.

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