Читать книгу La mujer de Ödesmark - Stina Jackson - Страница 10

VERANO DE 1998

Оглавление

La chica camina por la carretera llena de baches. El sol quema y los pinos desprenden un aroma fuerte con el calor. Los tábanos han echado a los renos fuera del bosque y, al parecer, estos la observan con curiosidad mientras avanza por la carretera. Levantan orgullosamente sus cornamentas hacia el cielo y ella se siente segura en su presencia. Finge que pertenece a la manada. Lleva puesto un vestido blanco que se mueve como una flor al viento y le acaricia las piernas con suavidad. Cuando se acerca un coche, ella se esconde en la cuneta y se agacha allí hasta que puede distinguir el color y la marca. Solo entonces se levanta y extiende una mano.

Un viejo Mercedes frena con un chirrido brusco en medio del silencio. Los renos se mueven impasibles sobre la línea central, puede que él haya parado por ellos. Pero el hombre que va al volante le pide con la cabeza que se acerque. Ella se sacude los restos del bosque del vestido y camina hacia la ventanilla que tiene el cristal bajado. Los ojos de él se ocultan tras unas grandes gafas de sol y todo lo que ella ve es su propia imagen reflejada: el cabello despeinado y la boca tratando de sonreír.

—¿Adónde vas? —pregunta él.

Ella se encoge de hombros.

—A cualquier sitio.

Él esboza una sonrisa cuando ella se sienta. Una pulgarada de tabaco snus le brilla debajo del labio. El coche huele a tabaco y a sudor, y el asiento le quema el dorso de los muslos desnudos. A los hombres les gusta que ella no dé respuestas directas, les parece emocionante. Ella casi puede ver cómo se excita cuando la mira de reojo.

El tipo arranca y maniobra con cuidado entre los renos. El aire que sale por las rejillas de ventilación es deliciosamente fresco; ella saca una mano por la ventanilla y la deja navegar, extendiendo los dedos contra el viento. La chica tiene un ojo puesto en el espejo retrovisor todo el tiempo para asegurarse de que no los sigue nadie.

—¿Así que no vas al pueblo a encontrarte con algún chico?

Ella niega con la cabeza. El pueblo está demasiado cerca, ella quiere ir más lejos. El hombre respira pesadamente.

—Eres muy guapa —dice él—. ¿Vas a bailar?

—No.

—Hacía mucho tiempo que no llevaba a una chica tan guapa en el coche, que lo sepas.

—¿Tienes un cigarrillo?

Pero solo tiene snus, tabaco sin humo. Ella coge la caja que él le tiende, amasa una buena pulgarada y se la coloca debajo del labio. Él ríe de nuevo, con esa risa nerviosa que les suele dar. Eso es precisamente lo que más le gusta de los hombres, que los asusta un poco. Que la miran como a un animal capaz de cualquier cosa. Algo peligroso.

Luego vienen las preguntas. Él quiere saber cómo se llama, dónde vive, quiénes son sus padres.

—Eso no importa —dice ella, sin más.

La sonrisa de él desaparece. Cuando cruzan el pueblo, la chica se hunde en el asiento. Todo florece y verdea, el sol brilla en el lago y la risa de la gente penetra a través de los cristales sucios. Ella se pregunta si él parará, pero no lo hace, solo cruza por delante de los abedules relucientes y las tiendas.

—¿Quieres un trago? —pregunta él, señalando con la cabeza hacia la guantera.

Allí hay oculta una botella sin etiqueta. Ella desenrosca el tapón y el vapor del alcohol es tan fuerte que le lloran los ojos. Da un par de tragos generosos y ahora el tipo ríe una vez más. Pero él no va a beber nada, está conduciendo. Vuelven a encontrar renos, y esta vez él pasa el brazo alrededor del asiento de ella mientras esperan a que se dispersen los animales. Él no maldice ni les toca la bocina.

—A pesar de todo, son sorprendentemente bonitos, ¿verdad? —dice él.

Eso lo decide todo. Ella extiende la mano y le acaricia la mejilla. Él no ha sido cuidadoso con la maquinilla de afeitar y algunos pelos de la barba le rascan la palma de la mano. Al principio, él se estremece bajo su caricia, como si le asustara, pero cuando la mira le brillan intensamente los ojos. Aparecen manchas oscuras de sudor en su camisa.

—¿Quién eres realmente?

—Solo una chica.

Así es como ella responde siempre. «Solo una chica». Porque es muy agradable no ser nadie en absoluto, poder borrar todo lo que le oprime la boca del estómago y empezar de nuevo. No siempre funciona, pero en ese momento —cuando ve brillar la inquietud en los ojos del hombre—, siente como si su cuerpo se elevara del asiento. La bebida también ayuda, la hace flotar, ligera. El hombre posa su áspera mano en los muslos de ella y sus dedos trepan cada vez más arriba por debajo del vestido. Ella tira el tabaco y abre un poco las piernas. Eso es lo quieren siempre, los hombres. Eso le da una sensación de seguridad, los hombres nunca sorprenden.

Aparcan en un área de descanso, y entonces aparece un coche de la nada. Los neumáticos levantan remolinos de polvo cuando da un frenazo y la grava sale disparada como una lluvia de metralla contra la chapa del Mercedes. El que está a su lado maldice y busca a tientas sus vaqueros. Ella no encuentra el vestido. Se ha perdido en el asiento trasero, entre las pieles de reno y una caja con útiles de pesca. Ella solo lleva las bragas cuando su padre tira de la puerta y la saca del coche.

—¿No ves que es solo una niña? —le grita al hombre—. ¡No tiene edad, podría meterte en la cárcel por esto!

El hombre parpadea, le arde la cara tras el volante. Parece un arándano rojo cuando su padre se la lleva. Los dedos de su padre le escuecen en la piel cuando él la arrastra por la grava y la mete en su coche. Él le grita, ella ve cómo mueve los labios y siente las salpicaduras de saliva en las mejillas, pero las palabras no la alcanzan. Sus oídos se han cerrado. Tan pronto como se cierra la puerta, le empieza a picar todo el cuerpo.

La mujer de Ödesmark

Подняться наверх