Читать книгу Tú y sólo tú - Esposa de verdad - Susan Crosby - Страница 5
Prólogo
ОглавлениеDoce años atrás…
CAGNEY Bishop dio un respingo cuando oyó que llegaba un coche. Conocía bien a su padre, el jefe de policía, sabía que tenía un carácter explosivo e impredecible, pero ella se las había apañado para saber de qué humor llegaba a casa dependiendo por cómo abría y cerraba la puerta del coche.
Cagney oyó que su padre apagaba el motor, abría la puerta y…
¡Bum!
Cagney hizo una mueca de disgusto, se apresuró a esconder su cuaderno de dibujo debajo del edredón, sacó un libro de texto y un cuaderno de espiral, descansó el lápiz entre dos páginas y se quedó escuchando.
Pasos fuertes.
Llave en la cerradura.
La puerta se abre.
¡Bum!
Cagney notó cómo se le hundían los hombros. Lo mismo de siempre. Lo mismo de todos los días. Debería estar acostumbrada. Llevaba así más de diecisiete años. ¿Acaso creía que iba a cambiar de repente?
Cagney se arrellanó contra el cabecero de la cama, deseando hacerse pequeña. Sin duda, primero discutiría con su madre, pero, al final, como siempre, le echaría a ella una bronca por cualquier tontería que se le ocurriera.
La única manera que había encontrado de escapar a aquella vida familiar tan espantosa era ponerse objetivos para las semanas, los meses y los años venideros. El baile de fin de curso, la graduación y, luego, por fin, gracias a Dios, la universidad.
Por fin, podría escapar de aquel represivo régimen del jefe de policía.
Todavía le quedaban unas cuantas semanas más, una eternidad…
De repente, la puerta de su dormitorio se abrió con tanta fuerza que se estrelló contra la pared, pero Cagney no reaccionó. Era un mecanismo que llevaba años perfeccionando.
No dejar bajo ningún concepto que su padre se diera cuenta de que estaba sudando.
La última vez que el sargento había abierto la puerta con tanta rabia, el pomo se había clavado en la pared y la había desconchado. En aquella ocasión, Cagney había decidido colocar un pequeño cojín en el agujero para que amortiguara el golpe la próxima vez.
Porque, por supuesto, sabía que habría una próxima vez. A su padre le encantaba dar portazos.
Por supuesto, le hubiera encantado gritarle «ten un poco más de respeto y no entres sin llamar» o «vete ahora mismo de aquí», pero, por supuesto, no se atrevió a decirle nada parecido.
Con sólo mirar a su padre a la cara, Cagney supo que iba a haber bronca. Su padre tenía el rostro rojo y parecía iracundo. Todavía iba vestido de uniforme. A pesar de que jamás ninguna de ellas había sufrido maltrato físico, Cagney se preguntó si un puñetazo dolería menos que sus palabras crueles y cortantes.
Cagney lo miró a los ojos con expresión neutra y esperó. Era mejor esperar cuando una no sabía a lo que se enfrentaba. Al ver que su padre no decía nada, sintió que el corazón le daba un vuelco.
¿Se habría enterado de lo que quería hacer la noche del baile de fin de curso? Cagney sintió que el miedo se apoderaba de ella. Aquel hombre se enteraba siempre de todo. Tenía a su servicio a unos cuantos agentes de policía y no dudaba en utilizarlos como espías para fines personales.
—¿Qué demonios estás haciendo? —le preguntó su padre por fin, apretando los dientes.
Cagney decidió hacerse la ingenua, así que miró los libros que tenía sobre el regazo.
—Los deberes, sargento —contestó.
Era patético, pero siempre lo llamaba así, jamás lo llamaba papá. El hombre al que una vez había querido había muerto hacía mucho tiempo. ¿Cómo lo iba a llamar papá o papi? No tenía sentido.
—No te hagas la tonta —le espetó—. Sabes perfectamente a lo que me refiero.
Cagney tragó saliva. Era evidente que su padre se había enterado de lo del baile de fin de curso, que era al día siguiente. Aun así, Cagney prefirió seguir haciéndose la tonta.
—No tengo ni idea de lo que es…
—El baile, Cagney —la interrumpió su padre paseándose por la habitación como un loco—. Me has mentido, Cagney —añadió abriendo y cerrando los puños continuamente—. Te estoy hablando del asqueroso de Eberhardt, Cagney —concluyó—. ¿Acaso creías que no me iba a enterar?
—Sólo es un baile —se defendió Cagney intentando mantener la calma—. Somos amigos del colegio. Nada más. Deberías darle una oportunidad a Jonas…
—¿Estás loca o qué ? —la interrumpió el jefe de policía acercándose a su cama en dos zancadas—. Te prohíbo que salgas con ese delincuente, ¿lo entiendes?
—Pero…
—¡Nada de peros! —insistió el jefe de policía—. Te he dado todo lo que has querido, me sacrifico por ti todos los días y me lo pagas así. Un comportamiento así no me hubiera sorprendido viniendo de tu hermana Terri, que es un desastre, pero yo creía que tú ibas a seguir los pasos de Deirdre.
Deirdre, la hija buena, la hija que trabajaba para el FBI y de la que su padre se sentía tan orgulloso. Cagney tuvo que hacer un gran esfuerzo para ocultar su sorpresa al oír a su padre mencionar el nombre de su hija mala, Terri, que lo había desafiado hacía dos años y se había escapado a Nueva York. Desde entonces, nadie en aquella casa tenía permiso para hablar de ella en su presencia.
—Yo no sigo los pasos de nadie. Yo tengo mi propio camino. Yo soy yo.
El jefe de policía se rió con crueldad.
—Escúchame bien porque te voy a decir un par de cosas. Te voy a dar la oportunidad de hacer las cosas bien.
¿De verdad? Sería la primera vez en la vida.
—Te escucho —contestó Cagney.
—Quiero que vayas al baile. De hecho, tienes que ir al baile.
—¿Cómo?
—Sí, vas a ir al baile, pero no con Jonas Eberhardt. Irás con otro chico, un chico que a mí me guste.
—Yo quiero ir con Jonas —insistió Cagney.
Su padre sonrió, pero no era una sonrisa de verdad.
—Estupendo, así que quieres ir con ese vagabundo —recapacitó—. Muy bien. Pues prepárate porque, si vas con él, no te pago la universidad.
—¡Sargento!
—Ya sabes, ésas son mis condiciones. Soy un buen hombre, así que te doy la oportunidad de elegir a otro chico. Así, no tendrás que renunciar a tu sueño de ir a la universidad.
Cagney sintió ganas de vomitar. ¿Cómo iba a elegir entre Jonas o la universidad?
Lo cierto era que necesitaba el dinero de su padre para ir a la universidad y necesitaba ir a la universidad para ser libre y no volverse loca. Ya era tarde para pedir una beca o un crédito. Perdería el primer año y no podría soportar un año más en aquella casa.
También necesitaba a Jonas para no perder la cabeza. La idea de ir al baile de fin de curso sin él hacía que le doliera el corazón. Era cierto que vivía en una caravana a la salida del pueblo con su madre, una mujer que frecuentaba demasiado los bares, pero ¿y qué? ¿Había que castigarlo por ello?
Jonas era la mejor persona que conocía. Era un chico cuidadoso, observador, en el que se podía confiar y que nunca juzgaba a nadie, una persona capaz de ver el vaso siempre medio lleno, de soñar y de tener objetivos y el entusiasmo y la fuerza para llevarlos a cabo.
Jonas quería escribir y, de hecho, ya tenía varios poemas sinceros, fuertes y punzantes, unos poemas que Cagney tenía escondidos en una caja al fondo del armario. Aparte de la señora DeLuca, la profesora de Arte del colegio y madre de su amiga Erin, Jonas era la única persona en el mundo que creía que Cagney podría ganarse la vida como artista y podría utilizar su talento para ayudar a otros.
Jonas la inspiraba.
Jonas la quería.
Jonas sabía más de ella, de su vida y de lo que sucedía en su casa que muchas de sus mejores amigas, a las que no les contaba muchas cosas porque le daba vergüenza. Sin embargo, a él se lo contaba absolutamente todo.
Sin embargo, se habían visto obligados a esconderse durante años porque el padre de Cagney no podía ni ver al chaval, al que consideraba un inútil.
El jefe de policía creía que Jonas y su hija se conocían desde hacía dos años cuando, en realidad, para entonces ya estaban completamente enamorados.
Habían conseguido engañarle porque eran unos artistas escondiéndose. Cagney era toda una rebelde, pero pasiva.
Jonas y ella habían decidido que la noche del baile de fin de curso iban a hacer frente común, todo el pueblo se iba a enterar de que estaban juntos y al diablo con su padre. Lo tenían todo planeado. Habían decidido plantar cara al jefe de policía, explicarle lo que les pasaba y no aceptar un no por respuesta. Estaban seguros de que, al final, cedería. ¿Qué otra cosa podría hacer cuando su hija estaba punto de cumplir dieciocho años?
Iba a ser una noche mágica.
Por fin juntos.
Pero había subestimado a su padre. Aquel hombre estaba dispuesto a negarle una educación universitaria si no le obedecía. Prefería dejarla sin ir a la universidad que verla feliz con un chico que a él no le gustaba.
—¿Y bien? —la instó.
Cagney se mordió el labio inferior.
Jonas era capaz de ver y de pensar con perspectiva, así que Cagney pensó que por una noche y por un baile daría igual porque tenían toda la vida por delante. Le explicaría la situación y él la entendería porque sabía cómo era su padre.
Lo más importante era conseguir ir a la universidad en la que los habían aceptado a los dos. Una vez allí, podrían pasarse todo el día juntos.
Seguro que la entendería.
Cagney se relajó.
—Está bien —accedió—. Le voy a llamar para…
—No.
—¿Cómo? —se indignó Cagney.
—Hace años que te prohibí que hablaras con ese perdido y, aunque nunca me has obedecido, esa prohibición sigue en pie.
—Pero he quedado con él y sería de muy mala educación por mi parte dejarlo plantado sin darle una explicación —insistió Cagney.
Su padre se acercó a ella tanto que Cagney percibió el café de su aliento.
—Me parece que no lo entiendes. Me importa un bledo ese chico y sus sentimientos, si es que los tiene. Vas a ir al baile con otro chico y no le vas a decir nada a tus amigas ni a él. Si no me obedeces, olvídate de la universidad. No te creas que estoy de broma.
—¡Jefe! —exclamó Cagney golpeando el colchón con los puños—. Eso no es justo.
Su padre la agarró de la muñeca y se la apretó.
—La vida no es justa y ya va siendo hora de que te enteres.
¡Como si no lo supiera! Cagney dejó que la rabia se apoderara de ella.
—¿Por qué eres tan cruel? —murmuró.
Una avalancha de emociones atravesó el rostro de su padre, que consiguió volver a recuperar el control al cabo de unos segundos.
—Contéstame. Sí o no, Cagney. Contesta inmediatamente porque tengo cosas mejores que hacer que estar aquí perdiendo el tiempo contigo.
Cagney sintió que el mentón le temblaba de la rabia a pesar de que estaba intentando controlarse. Echó los hombros hacia atrás. Aunque fuera en el último momento, podría hablar con Jonas al día siguiente en el colegio.
—Y mañana no vas a ir al colegio, por cierto —le dijo su padre como si le hubiera leído el pensamiento—. Ya he llamado para advertirlo.
Cagney sintió que el corazón le daba un vuelco y que las lágrimas le asomaban a los ojos.
—¿Cómo? ¿Tan seguro estabas de cuál iba a ser mi contestación?
¿Y cómo iba a ser de otra manera? Su padre era una persona manipuladora y calculadora. Claro que lo que acababa de hacer era lo peor que le había hecho en su vida. ¿Para qué lo hacía? ¿Para hacerles daño a Jonas y a ella? Sabía que su padre era una mala persona, pero aquello era demasiado.
—¿Qué contestas? —la urgió el jefe de policía mirándola con aire triunfante—. ¿Qué prefieres? ¿Ir al baile de fin de curso con un chico que no es digno de ti y nunca lo será o ir a la universidad? Tú eliges.
Cagney sintió un intenso frío por dentro. No podía reaccionar adecuadamente. No sentía nada. Sabía que debería estar llorando y gritando, como habría hecho Terri en su lugar, pero ella se sentía confusa, atrapada y torturada.
—Elijo ir a la universidad, por supuesto. ¿Te crees que soy idiota?
—A veces, teniendo en cuenta el tipo de amigos que eliges, lo pareces —le espetó su padre soltándole la muñeca y yendo hacia su bolso, abriéndolo y quitándole el teléfono móvil—. Me lo llevo —añadió desconectando también el fijo—. Tengo muy claro que no puedo confiar en ti. Por cierto, tampoco intentes utilizar el ordenador porque le he quitado el módem.
Cagney sintió que la furia se apoderaba de ella.
«Debería luchar», pensó.
—No tienes escapatoria, así que ni te molestes. Mañana me voy a quedar en casa para vigilarte y estaré aquí cuando tu cita pase a buscarte para ir al baile.
—No soy tu prisionera —se defendió Cagney aunque, a veces, se sentía exactamente así.
—No, eres mi hija, vives en mi casa y acatas mis normas. ¿Con quién vas a ir al baile?
Cagney no contestó.
—¿No contestas? Supongo que eso querrá decir que no vas a ir. Mejor —le espetó su padre yendo hacia la puerta.
—No, espera —le dijo Cagney tomando aire—. Iré con mis amigas, en pandilla.
La idea de quedarse en casa mientras sus amigas estaban en el baile se le hacía insoportable. Se moría por ir con Jonas, pero se sentía acorralada. Podría llamarlo desde el baile para verse allí. Ya era algo.
—No. Sólo las pringadas y las frescas van en pandilla —contestó el jefe de policía.
—¡Eso no es cierto!
—Si no vas con un chico, te quedas en casa.
Cagney suspiró con frustración.
—Tad Rivers —murmuró—. Me lo pidió y no creo que tenga ninguna cita porque, según he oído, iba a ir en pandilla —añadió—. ¿Lo consideras un pringado por ello o es apto? Su padre es el fiscal de la ciudad.
—Voy a llamar a Will Rivers ahora mismo.
—Quiero ir en grupo, con mis amigas. Mick, Erin y Lexy van a ir todas juntas con sus citas —sugirió Cagney—. Si me dejas llamar a Lexy… —añadió con la esperanza de poder ponerse en contacto con Jonas a través de su amiga.
—Ahora la llamo también.
—Vaya, gracias. ¿Y qué le vas a decir?
—No te hagas la lista —le advirtió su padre señalándola con el dedo índice—. Te estoy haciendo un gran favor. Deberías darme las gracias.
Cagney apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas de las manos y se hizo sangre. Si no podía ir al baile con Jonas, estaba decidida a emborracharse por lo menos. Era lo mínimo que se merecía su padre.
—Tu madre ha dicho que la cena estará en veinte minutos.
—No tengo hambre —murmuró.
—Me da igual que tengas hambre o no. Tu madre ha preparado la cena, que es mucho más de lo que la inútil de Ava Eberhardt habrá hecho, así que quiero que estés en la mesa en veinte minutos. ¿Te ha quedado claro?
Cagney se quedó en silencio, contemplando la posibilidad de defender a la madre de Jonas, contemplando la posibilidad de decirle a su padre que se fuera al infierno. Luego, recordó que debía ir a la universidad si quería escapar de él y que, para ello, dependía de su dinero. Su padre no le había permitido trabajar mientras había estado en el colegio, así que no tenía absolutamente nada ahorrado. Otra manera de tenerla completamente acorralada.
—Sí, señor —contestó.
—Me alegro de ver que a veces todavía eres capaz de ser razonable. Sólo a veces. Sin embargo, no pienso olvidar que me has desafiado.
Cagney lo miró a los ojos.
—Me das mucha pena, sargento.
—Ahórrate esas cosas conmigo —le espetó su padre abandonando la habitación.
Una vez a solas, Cagney no fue capaz de llorar. Su padre había matado tantas cosas en su interior que apenas era capaz de sentir, pero había sido la única manera de sobrevivir. Lo malo era que ya no podía fiarse de sí misma, ya no sabía cuándo sentía de verdad. ¿Cuando algo le dolía era de verdad? A veces, creía sentir miedo, pero no estaba segura.
¿Cómo iba a estarlo? El caos reinaba en su interior.
Cagney dejó caer la cabeza entre las manos y tomó aire profundamente. Cualquier otra chica en su situación habría buscado consuelo en su madre, pero Cagney sabía por experiencia que, en su caso, era inútil.
Su madre era la personificación de la pasividad. Jamás había desafiado a su marido, ni siquiera para defender a sus hijas.
Cagney suspiró.
Seguro que Jonas y ella podrían sobreponerse a aquella situación.
Seguro que Jonas la entendería porque la quería. Se verían en el baile y harían lo que tenían planeado. No era lo que tenían pensado para aquella noche, pero de alguna manera, Cagney encontraría la forma de explicarle todo lo que había sucedido y, como de costumbre, Jonas la entendería.
Jonas estaba anonadado de lo que costaba alquilar un incómodo traje para una sola noche.
Sin embargo, merecía la pena.
Por Cagney.
Una mezcla de nervios y miedo se apoderó de él mientras aparcaba el decrépito coche de su madre frente a la impecable casa de Cagney. A lo mejor su padre salía a recibirlo pistola en mano, pero, de todas formas, apagó el motor y esperó.
No sucedió nada.
Jonas se quedó mirando la inmaculada fachada de piedra de aquella casa, intentando no compararla con la desastrosa caravana en la que vivían su madre y él. Aunque aquella casa era grande e impresionante desde fuera, sabía por Cagney que dentro había poco amor. Prefería a su madre, una mujer con problemas pero muy cariñosa, y su caravana alquilada.
Para su sorpresa, la luz del porche se encendió. Jonas no sabía si tomarse aquello como una señal de bienvenida o de advertencia, pero lo que estaba claro era que había llegado el momento de salir del coche, así que tomó aire, agarró la orquídea que había comprado para Cagney y se bajó del vehículo. Una vez fuera, se abrochó la chaqueta, se pasó la mano por el pelo y se dirigió al porche.
Ahora o nunca.
La puerta se abrió antes de que le diera tiempo de llamar al timbre y salió el jefe de policía Bishop con el ceño fruncido, como de costumbre. Lo cierto era que Jonas no tenía ni idea de lo que había hecho para que aquel hombre lo despreciara tanto.
—Buenas noches, señor —le dijo echando los hombros hacia atrás.
—No me llames señor —le espetó el padre de Cagney—. ¿Qué demonios haces entrando en mi propiedad?
Por un instante, ante la dureza de la pregunta, Jonas no fue capaz de formular una respuesta. Cagney no había ido al colegio aquel día ni había contestado a sus llamadas telefónicas ni a sus correos electrónicos, pero Jonas estaba seguro de que, siendo la hora que era, su padre sabría con quién iba a ir al baile de fin de curso.
Jonas sintió que la boca se le secaba y se mojó los labios para contestar.
—He venido a buscar a Cagney para ir al baile de fin de curso.
La risa del jefe de policía fue como una bofetada.
—Pues siento mucho decirte que Cagney se ha ido hace media hora con su cita, Tad Rivers —le espetó cruzándose de brazos y sacando pecho—. Así que ya te puedes ir. Fuera de aquí.
Jonas parpadeó varias veces. No se podía creer lo que acababa de oír.
—Eso es imposible. Cagney es mi novia —recapacitó en voz alta sin pensar lo que decía—. Habíamos quedado para ir juntos.
—Tu novia, ¿eh? —le dijo el jefe de policía—. Mira, cuando quieras echarte novia, te buscas una chica como tú porque mi hija es demasiado buena para ti, siempre lo ha sido y siempre lo será.
Jonas sintió la crueldad de aquellas palabras, pero consiguió mantener el mentón elevado. El jefe de policía Bishop no tenía ni idea de quién era su hija ni de lo que quería en la vida.
—Cagney me quiere y yo la quiero a ella.
—¿La quieres? —se burló el sargento—. Si tanto la quieres, lo mejor te puedes hacer es dejarla en paz. A lo mejor hay alguna chica donde vives acampado con la que puedas salir. No sé lo que estarás buscando en mi hija, pero seguro que las chicas de tu clase te lo darían encantadas.
A pesar del gran esfuerzo que estaba haciendo, Jonas sintió que la furia se apoderaba de él. Jamás había tenido intención de acostarse con Cagney ni de aprovecharse de ella. Se estaba enfadando tanto que estaba empezando a sudar.
—No sabe lo que dice. Respeto profundamente a Cagney, la respeto mucho más que usted. Sé que está en casa y quiero verla —añadió intentando esquivar a su padre, pero el jefe de policía se lo impidió—. ¡Cagney! —gritó entonces.
La mano que el padre de Cagney le había colocado en el pecho se convirtió en un puño, arrugándole la camisa.
—Eso, intenta entrar en mi casa, pequeño vagabundo. Sería genial —le espetó apretando los dientes—. Nada me haría disfrutar más que detenerte.
Jonas no tenía tanta fuerza como aquel hombre y se vio siendo lanzado contra la barandilla del porche. Intentando mantener la dignidad, intentó en vano alisarse el frente de la camisa.
—¿Cómo puede usted vivir con tanto odio en su interior? —le preguntó con voz trémula.
El padre de Cagney ignoró su pregunta.
—Antes de irse con Tad, Cagney te ha dejado una carta. Es un buen chico ese Tad Rivers y procede de una buena familia —comentó dejando que el terrible comentario atravesara a Jonas como un cuchillo bien afilado—. Supongo que tienes derecho a leerla porque la ha escrito para ti. Aunque también quiero que sepas que lo ha hecho en contra de mi voluntad porque yo creo que mi hija no te debe ningún tipo de explicación.
¿Explicación de qué? Jonas sintió que el miedo se apoderaba de él. Mirando al padre de Cagney con cautela, se acercó y tomó el sobre que éste le tendía, lo abrió y rezó para que aquello le diera alguna pista de lo que estaba sucediendo porque Cagney parecía haber olvidado su idea de hacer frente común. ¿Por qué no habría respondido a sus llamadas? ¿Por qué no habría encontrado la manera de advertirle que había sucedido algo? Jonas no lo entendía. Siempre se habían protegido mutuamente.
Jonas hojeó la carta y reconoció la letra de Cagney. También reconoció el papel en el que estaba escrito. Se trataba de una hoja claramente arrancada de su cuaderno favorito, el de líneas moradas que olía a uvas cuando se pasaba el dedo por encima.
Jonas tomó aire y leyó.
Querido Jonas:
Me hubiera gustado decírtelo antes, pero no he encontrado el momento. Eres un chico maravilloso y hemos sido buenos amigos, pero Tad y yo comenzamos a hablar hace dos meses y me he enamorado de él. Simplemente… ha sucedido. Con él es más fácil porque cuento con la aprobación del sargento. Espero que lo entiendas…
No podía soportar seguir leyendo aquello delante del sargento Bishop. Era evidente que el policía estaba disfrutando. Jonas sentía que el corazón se le estaba rompiendo, así que arrugó la carta y desvió la mirada. Al cabo de unos segundos, volvió a girar la cabeza hacia el hombre que tenía ante sí.
—Esto lo ha escrito usted —lo acusó.
—No digas tonterías, chaval. Yo no he tenido nada que ver con eso de la carta. Cagney ha elegido —contestó el policía—. Es lo mejor para todos.
—¿Desde cuándo sabe usted lo que es mejor para Cagney o para el resto de sus hijas? —le espetó Jonas sintiendo unas terribles ganas de llorar—. Ninguna de ellas le puede soportar. Todos lo sabemos.
El jefe de policía enrojeció como la grana.
—Vete ahora mismo de aquí con tu carta. No quiero volver a verte jamás.
—No se preocupe por eso —contestó Jonas mientras se giraba y bajaba los escalones de dos en dos, sintiendo que el mundo se le caía a los pies. Aquélla era la gota que colmaba el vaso.
«Con él es más fácil porque cuento con la aprobación del sargento».
«La aprobación del sargento».
Aprobación.
Jonas llevaba toda la vida intentando ganarse la aprobación de los demás, pero nunca lo había conseguido. Había que aceptar la realidad. Nunca nadie los había querido en aquel lugar. Aquella ciudad había sido hostil con él y con su madre desde el mismo momento en el que habían cometido el error de establecerse en ella.
Aquel mismo día, el propietario de uno de los bares a los que su madre iba a menudo la había echado porque le faltaban dos dólares.
Dos asquerosos dólares.
Literalmente.
Aquel hombre había humillado a su madre, la había dejado llorando en la calle, con todo el dinero que le había dado a ganar durante aquellos años. Jonas no aprobaba el comportamiento de su madre, pero era una mujer amable y vulnerable.
Y ahora a él le ocurría aquello.
Su madre y él sólo se tenían mutuamente.
Le había quedado muy claro.
Estaba harto de aquel pueblo. Aunque era pobre, era ingenioso y rápido y se sentía motivado, a diferencia de muchos de sus compañeros de clase. Había elegido tantos créditos aquel último año que se había graduado en diciembre, pero, aun así, había esperado a la ceremonia de primavera por Cagney.
Jonas sintió un profundo dolor en la boca del estómago.
Ya le mandaría el colegio su diploma a donde estuviera. No quería volver a ver a nadie de por allí. Y eso incluía a Cagney. Lo único bueno que le había ocurrido en Troublesome Gulch era ella y ahora resultaba que su relación también era mentira.
Un dolor indescriptible se apoderó de él. Jamás había sentido nada así. Necesitaba escapar de aquel entorno cuanto antes. Si por él era, él y su madre abandonarían aquel lugar aquella misma noche. Tenían que encontrar un lugar en el que la gente no los juzgara por su cuenta bancaria, sino por su corazón. Jonas estaba dispuesto a trabajar y estudiar a la vez para demostrar a la gente de Troublesome Gulch lo confundidos que estaban con él.
Algún día lo conseguiría.
Con la ayuda de Dios.
Jonas tiró la orquídea por la ventana y salió de la propiedad Bishop quemando rueda. Le daba igual lo que el sargento pudiera pensar ya de él. Todo daba igual.
En aquel momento, sonó su teléfono móvil, el teléfono que tanto le había costado comprar, y Jonas sintió que una pequeña esperanza se abría camino en su corazón.
A lo mejor era ella.
Tad Rivers.
Jonas sintió el gusto amargo de la traición y decidió ignorar la llamada, así que dejó que el teléfono siguiera sonando hasta que saltó el contestador. A continuación, llamó al buzón de voz para oír el mensaje.
Era Cagney.
Desde el teléfono de Tad.
Así que era cierto. Cagney había ido con Tad al baile y no le había dicho nada. Había dejado que se gastara el dinero en alquilar un esmoquin y en comprar flores y lo había humillado delante de su padre.
¿Cómo le había podido hacer algo así?
«Jonas, por favor, por favor, contesta. Quiero hablar contigo. Tengo que explicarte lo que ha sucedido. Te llamo luego. Por favor, contesta cuando te llame».
Así que le iba a volver a llamar, ¿eh? Claro, desde el teléfono de Tad Rivers.
Con la sangre agolpada en las sienes, Jonas miró la carta que le había roto el corazón. Apenas veía las palabras, pues las lágrimas se lo impedían.
Todo había terminado.
Todo estaba muy claro. Lo que Cagney Bishop le había escrito le dejaba todo claro. No necesitaba ninguna otra explicación.
Su madre siempre decía que no se podía confiar en el amor y tenía razón.