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Capítulo 1
ОглавлениеHoy en día
CAGNEY miró a su alrededor. Estaba en el aparcamiento del centro médico High Country y había un montón de coches y de peatones. No se podía creer el interés que había despertado una estúpida conferencia de prensa.
Claro que estaban en Troublesome Gulch, Colorado, centro de la curiosidad. ¿Dónde si no iba un sencillo acontecimiento mediático a necesitar tanta presencia policial?
Cagney se ajustó el cinturón en el que descansaba su pistola, saludó a un compañero al que le habían asignado también aquella operación y miró la hora que era. Apenas las nueve de la mañana y ya estaba aburrida a más no poder.
Un día más en la apasionante vida de la agente Cagney Bishop. Hacer controles de visitantes le gustaba tanto como dirigir el tráfico. Nada. En realidad, no le gustaba ninguna de las cosas que hacía en el trabajo. Lo único que la hacía sentirse viva era tratar con niños problemáticos o cuando tenía la oportunidad de ayudar de verdad a la gente y eso, para ser sinceros, no sucedía muy a menudo.
¿Cuántos años le quedaban para jubilarse? Para pasar el tiempo, comenzó a hacer cálculos mentales. En aquel momento, como presintiendo que necesitaba un descanso de toda aquella monotonía que le imponía su trabajo, sonó su teléfono móvil.
Cagney miró la pantalla y, al ver de quién se trataba, sonrió y atendió la llamada.
—Hola, Faith, ¿cómo está tu niña?
Faith Montesantos Austin, pedagoga en el instituto de Troublesome Gulch, había dado a luz a su primera hija hacía tres meses y estaba de baja por maternidad. Habían llamado Mickie a su hija en recuerdo de su hermana, que había muerto en el accidente de coche que se había producido la noche del baile de fin de curso junto con Tad, Kevin y Randy.
—Está fenomenal, como de costumbre. Me ha despertado tres veces esta noche, así que ahora tiene la tripita llena y está encantada mientras que yo estoy pálida, cansada y de mal humor.
—Vaya.
—Sí, es lo que tiene querer tener bebés muy guapos.
—Te recuerdo que con los cachorros te pasa lo mismo.
—Es cierto. Eso va por ti, Hope —sonrió Faith acariciando al perro que su marido, Brody, le había regalado cuando le había pedido que se casara con él—. ¿Qué haces? ¿Te vas a pasar por casa?
Siempre que el trabajo se lo permitía, Cagney se pasaba por casa de su amiga para tomarse un café con ella.
—Necesito tener contacto con adultos, Cag —le recordó Faith—. Necesito que alguien me asegure que estoy adelgazando. Por cierto, ¿has visto a Erin? —añadió refiriéndose a otra amiga que tenían en común, Erin DeLuca, del cuerpo de bomberos de Troublesome Gulch—. Es cierto que ha tenido a Nate Jr. unos meses antes que yo, pero a las tres semanas de haber dado a luz ya estaba completamente recuperada. No es justo.
—Es cierto, pero recuerda que sólo engordó diecinueve libras durante el embarazo y es muy deportista.
—Casey Laine Bishop, ¿me estás llamando vaga?
Cagney se rió. Ya nadie la llamaba Casey.
—Claro que no. Lo que ocurre es que Erin es de otra pasta. Debemos aceptarlo y seguir con nuestras vidas.
—Qué suerte tiene. Menos mal que es mi amiga y la quiero mucho. De lo contrario, la pondría de vuelta y media.
—No hay razón para algo así por el mero hecho de que sea biónica —bromeó Cagney.
—La verdad es que me arrepiento de todas las patatas fritas que me he comido durante el embarazo. No me he controlado en absoluto —suspiró su amiga—. Bueno, ahora que ya sabes que estoy deprimida y gorda, ¿vas a venir?
—Lo siento, pero no puedo. El sargento me ha asignado el control de visitantes del hospital. ¡Apasionante! —contestó Cagney poniendo los ojos en blanco.
—Ah, me había olvidado de que eso era hoy —contestó su amiga—. ¿Por qué tanto revuelo porque se vaya a construir un ala nueva? ¿Tienes información confidencial?
—No y, aunque la tuviera, no te la daría —contestó Cagney haciéndole una señal con la cabeza al compañero que estaba dirigiendo el tráfico, que le estaba indicando que dejara pasar a una limusina negra.
Mientras lo hacía, Cagney pensó que, evidentemente, era el misterioso invitado de honor. ¿Quién más se iba a pasear por Troublesome Gulch en una limusina negra? Cuando el vehículo pasó a su lado intentó vislumbrar por las ventanas tintadas de quién se trataba, pero no pudo ver nada. Por supuesto, el sombrero de ala ancha y las gafas de sol tampoco la ayudaron en absoluto.
—Como te iba diciendo, aunque tuviera información privilegiada, no te la daría. Lo único que sé es que la nueva ala la va a financiar un benefactor sorpresa. Por lo visto, quieren que, gracias a esto, Troublesome Gulch comience a ser conocido.
—Ya, lo de siempre. ¿Cuándo se van a dar cuenta de que este pueblo es conocido única y exclusivamente por lo que pasó la noche del baile de fin de curso? Perdón por el recordatorio desagradable, pero es que todo esto de que nuestro municipio se haga famoso me parece absurdo.
—Estoy completamente de acuerdo contigo, pero ya conoces a Walt. Le encanta la publicidad —contestó Cagney refiriéndose al adjunto del alcalde.
—Y no sé a qué viene tanto secreto —se lamentó Faith—. Vivimos en un pueblo pequeño y todos nos conocemos. Todos sabemos lo que hacen los demás. Es lo que suele pasar al vivir en un sitio pequeño.
—Sí, pero, por lo visto, la persona que dona el dinero quería mantener el anonimato.
—¿Por qué?
—No lo sé. Ya sabes que la gente rica es un poco rara y, cuando uno dona un ala hospitalaria entera, puede pedir lo que quiera. Estamos hablando de millones.
—¿De cuántos exactamente?
—Ni idea, pero seguro que de más de lo que nos podamos imaginar —contestó Cagney observando cómo la limusina se perdía en el garaje subterráneo que había sido cerrado al público—. La verdad es que esto es lo más excitante que ha ocurrido en Troublesome Gulch desde hace un tiempo.
—En eso tienes razón —suspiró su amiga—. Bueno, llámame en cuanto sepas algo interesante. Yo lo único que tengo que hacer hoy es lavar ropa y más ropa. No tenía ni idea de que un bebé pudiera ensuciar tanta.
—Siento decirte que será peor cuando sea adolescente.
—Cállate de una vez—protestó Faith—. La verdad es que no me importa. Siempre será mi preciosa niñita.
Cagney sintió una punzada de envidia.
—Ya sabes que te cambiaría el sitio sin pensarlo.
—Muy bien, ya te llamaré a las tres de la madrugada para recordártelo —bromeó su amiga.
—No he dicho nada —se despidió Cagney chasqueando la lengua—. Te tengo que dejar. Dale un beso a la pequeña de mi parte —añadió al escuchar por radio que el espectáculo estaba a punto de comenzar.
Jonas Eberhardt escuchaba aburrido desde detrás de la cortina lo que el adjunto del alcalde estaba diciendo sobre él. Desde luego, el hombre no estaba escatimando palabras bonitas para presentarlo.
Jonas sacudió la cabeza disgustado.
Olvidándose del empalagoso discurso, intentó concentrarse en aquel momento con el que había estado soñando durante más de diez años. Había pensado en ello constantemente, pero se le estaba quedando corto.
Había comenzado a orquestar su venganza casi desde el mismo momento en el que había abandonado la casa de Cagney Bishop con el corazón roto. Ese deseo de venganza había sido su motor.
En innumerables ocasiones se había imaginado humillando a los habitantes de Troublesome Gulch por lo mal que se habían portado con él y con su madre.
Sin embargo, las cosas no estaban saliendo como él había creído.
De momento, todo el mundo se estaba comportando de maravilla con él. Parecía que eran sinceros. Claro que también podía ser porque ahora tenía dinero. En cualquier caso, debería sentirse feliz por la bienvenida que le habían dispensado.
Pero lo cierto era que no era así.
Con o sin dinero, no se sentía a gusto allí.
Mientras se ajustaba las mangas de la chaqueta, por debajo de las cuales asomaban unos gemelos de platino y diamantes, Jonas percibió la zozobra interior que sentía en aquellos momentos. Aunque había soñado muchas veces con aquel momento, jamás se había parado a pensar en lo raro que se sentiría al estar de vuelta en aquel pueblo que odiaba.
Era difícil de describir.
Después de todo lo que había conseguido en el mundo de la informática, no había contado con sentirse como un intruso, como aquel chico avergonzado que había intentado con todas sus fuerzas mezclarse con los demás.
Evidentemente, después de la cantidad de dinero que le había entregado al consejo del hospital, tendrían que darle la llave de la ciudad y ponerle su nombre a la calle principal. Aun así, algo en su interior sentía que no merecía todo aquello.
No era cierto, pero aquel lugar hacía que la confianza que tenía en sí mismo se tambaleara.
El traje a medida que llevaba le había costado más de lo que solía pagar su madre por un año entero de alquiler de la desvencijada caravana en la que había pasado sus años adolescentes. Entonces, ¿por qué seguía sintiéndose como aquel adolescente solitario al que nadie quería y que llevaba vaqueros de segunda mano porque no había dinero para más?
«Ya basta», se dijo a sí mismo.
Aquellos sentimientos amenazaban con dar al traste con todo. Jonas apretó las mandíbulas e intentó apartarlos de su mente. El hecho era que había triunfado en la vida a pesar de que no lo había tenido fácil y que no iba a permitir que nada ni nadie diera al traste con eso.
Ni siquiera Troublesome Gulch.
El pueblo de Cagney.
Cagney.
Jonas sintió una punzada de dolor seguida de un gran enfado, que le llevó a cerrar los ojos.
Sí, para ser sincero consigo mismo, debía admitir que el problema era ella.
Había amado a aquella chiquilla más que a nada en el mundo, se había abierto a ella como no había hecho antes en la vida y como no lo había vuelto a hacer, y ella se lo había pagado rompiéndole el corazón.
Jonas estaba decidido a no volver a sentir aquel dolor jamás.
Esperaba que Cagney siguiera viviendo allí. Aunque no fuera así se enteraría del espectáculo de todas manera. Cuando todo terminara, esperaba que sintiera un intenso dolor.
Sabía que el canalla de su padre seguía al mando de la policía del pueblo y sabía que lo que iba a suceder lo iba a enfurecer, lo que le daba una gran satisfacción, pero su principal objetivo era Cagney.
Aun así, sentía algo… algo que lo molestaba… ¿Remordimiento? ¿Duda? Fuera lo que fuese, Cagney se merecía lo que iba a suceder.
Estar de vuelta en Troublesome Gulch hacía que volviera a sentirse como aquel adolescente al que aquella chica había traicionado la noche del baile de fin de curso. Aquella traición había matado su inocencia, le había roto el corazón y le habían endurecido el alma.
Aquella noche se había jurado a sí mismo que algún día les demostraría que no podían apartar a Jonas Eberhardt de sus vidas como si fuera basura.
Todas las decisiones que había tomado en su vida adulta lo habían conducido hacia aquel día, aquel lugar, aquella oportunidad de poner ciertas personas en su lugar. Había vivido para aquello, así que más le valía apartar las dudas que estaban surgiendo en su interior y disfrutar de la gloria del momento.
Jonas se metió la mano en el bolsillo y tocó el talismán que siempre llevaba con él, aquel talismán que siempre le había dado fuerza en los momentos difíciles.
Ojo por ojo.
Estaba decidido a dejar las cosas claras.
Sobre todo, quería que le quedaran claras a Cagney.
Y, luego, se iría de Troublesome Gulch y jamás miraría atrás.
Entonces, estarían iguales.
Empate.
Aquel pueblo le había dejado muy claro doce años atrás lo que pensaba de él y, aunque ahora era inmensamente rico, seguro que seguirían pensando lo mismo. Le iba a costar mucho dinero, pero, por fin, la última palabra la iba a decir él.
Cagney escuchaba distraída a Walt Hennessy, maestro de la verborrea, que estaba dando un discurso ridículo.
Sobre la mesa que tenía delante de él había un tablero cubierto por una tela roja y todos los ojos estaban pendientes de aquello. Sin duda, era la maqueta de la nueva ala del hospital, aquella ala supersecreta de la que todo el mundo había oído hablar.
Tras unos cuantos minutos más de discurso insufrible, el concejal le hizo una señal a las cuatro personas que tenían que levantar la tela roja.
—Y, sin más preámbulos, me gustaría presentarles a la persona que va a hacer posible todo esto y que es uno de los nuestros, un paisano.
¿La persona que iba a pagar la nueva ala del hospital era de Troublesome Gulch? Aquello nadie se lo esperaba y Cagney sintió curiosidad. ¿Quién sería y cómo habría conseguido pasar inadvertido? Era imposible en un lugar como Troublesome Gulch.
—Antes de que esta persona salga a saludarlos, me gustaría enseñarles la joya de la corona del hospital —concluyó Hennessy levantando los brazos—: el ala de terapia artística Ava Eberhardt —anunció de manera dramática.
Entonces, sus cuatro ayudantes retiraron la tela y todos los allí reunidos se pusieron aplaudir y a gritar emocionados. Los periodistas dispararon sus cámaras y las personas se acercaron a la maqueta.
Cagney se había quedado anonadada.
¿Ava Eberhardt?
¿Un ala de terapia artística?
La madre de Jonas nunca había sido un referente en la sociedad de aquel lugar. Más bien, todo lo contrario. Entonces, ¿quién podía ser el donante más que…?
—Y el hombre que va hacer todo esto posible, el hijo pródigo de Troublesome Gulch, el señor Jonas Eberhardt.
Cagney ahogó un grito y sintió que la vista se le nublaba hasta tal punto que temió desmayarse.
En aquel momento, el telón que había en la parte trasera del escenario se abrió, dando paso al chico con el que soñaba todas las noches, un chico que se había convertido en un hombre increíblemente guapo y, aparentemente, increíblemente rico también, un chico que la había escuchado y la había animado a hacer realidad su sueño de crear arte y ayudar a los demás, de combinar las dos cosas y ganarse la vida con ello, pero que la había abandonado en el hospital después de aquel accidente de coche la noche del baile de fin de curso, aquel chico que no la había llamado ni la había ido a ver, aquel chico que le había roto el corazón y al que, a pesar de todo, jamás había dejado de amar.
Jonas había vuelto.
Cagney sintió que las rodillas le temblaban y tuvo que apoyarse en el vehículo más cercano y tomar aire varias veces para lidiar con la miríada de emociones que sentía en su interior.
Emoción.
Miedo.
Curiosidad.
Rencor.
Enfado.
¿Por qué habría vuelto después de tantos años? ¿Por qué y cómo iba a financiar un ala hospitalaria de terapia artística cuando ése era su sueño y no el de Jonas? Y, sobre todo, ¿por qué no se lo había dicho?
La parte de ella que siempre lo había amado quería creer que aquel gesto estaba dirigido a ella, lo que la consolaba. Sin embargo, Cagney se daba cuenta de que aquello no tenía sentido. Lo más lógico era pensar que Jonas le había robado su sueño intencionadamente y que le estaba pasando por las narices su gran fracaso en la vida. Lo que estaba haciendo era recordarle que no había sido capaz de cumplir sus sueños, que había preferido un trabajo cómodo y estable.
¿Pero por qué habría de hacer algo así? Hacía doce años que no se veían y Jonas no tenía por qué saber nada de ella.
Doce larguísimos y vacíos años.
De repente, Cagney sintió que todo lo que no le gustaba de su vida se le caía encima y tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder ponerse en pie. Quería correr, esconderse, gritar y llorar, quería quitarse aquel estúpido uniforme y exigir que se le devolvieran los años perdidos.
Necesitaba hablar con Jonas en privado, aclarar las cosas y no dejar que su loca imaginación se disparara.
Sobre todo, quería mantener con él la conversación que habrían tenido que tener hacía más de diez años.