Читать книгу Tú y sólo tú - Esposa de verdad - Susan Crosby - Страница 8

Capítulo 3

Оглавление

TRAS una reunión de emergencia con Lexy, Erin y Faith en la que se tomaron dos pizzas familiares, una caja de bombones Godiva y tres botellas de vino, Cagney consiguió sobreponerse y dos días después del encuentro con Jonas había vuelto a ser ella misma y a pensar con claridad.

Si Jonas creía que se iba a esconder para lamerse sus heridas después del enfrentamiento en la conferencia de prensa, estaba muy equivocado. Era evidente que la vida lo había vuelto un hombre duro, pero ella también se había endurecido lo suficiente como para saber que una gran parte de la armadura de Jonas se la había colocado para protegerse.

Lo conocía bien y sabía que, bajo la fachada fría que mostraba, había un hombre vulnerable por mucho que él se empeñara en fingir que aquella persona ya no existía.

Cagney había investigado y había averiguado que había ganado su fortuna trabajando con ordenadores y que iba a quedarse en Troublesome Gulch hasta que estuviera construida el ala de terapia artística del hospital, o sea, meses.

Perfecto.

Aunque no volvieran a ser pareja nunca, para cuando se fuera, habrían vuelto a ser amigos. Cagney no sabía cómo iba a hacer exactamente para abrirse camino y conseguir romper su armadura, pero lo iba a conseguir.

Le costara lo que le costase.

Cagney había terminado su turno de patrulla y había parado en el ayuntamiento para dejar unos papeles cuando, al pasar por un despacho, oyó la voz de su padre, que gritaba iracundo. Aquello la hizo pararse y escuchar.

—Una cosa es el ala del hospital…

—No es cualquier cosa —intervino Hennessy.

—Ya, sí, muy bien, pero no necesitamos un estúpido centro juvenil —insistió su padre—. Si hay adolescentes problemáticos en este pueblo, lo que tenemos que hacer es echarlos de aquí y no recompensar su mal comportamiento poniéndoles un sitio donde ir a pasárselo bien.

—Siento decirle que no estoy en absoluto de acuerdo con usted, sargento Bishop —intervino nada más y nada menos que Jonas—. Según las estadísticas, los pueblos que tienen centros juveniles con actividades extraescolares para los chicos menos privilegiados económicamente tienen mucho menos delincuencia.

¿El sargento y Jonas en la misma habitación? Cagney decidió que no se podía perder aquello.

—Muchas gracias por tu opinión sobre la delincuencia, Eberhardt. Estoy seguro de que lo que dices lo sabes de primera mano —se burló el padre de Cagney con desprecio.

—Efectivamente. Por eso me interesa tanto este tema —le confirmó Jonas.

—Mira, yo tengo mucha más experiencia que tú en cómo hacer para que se cumpla la ley.

—Esto no tiene nada que ver con hacer cumplir la ley —intervino el alcalde Ron Blackman—. Se trata de satisfacer las necesidades de nuestra comunidad y Jonas ha tenido una idea excelente.

Cagney sonrió. El hecho de que el alcalde y los concejales de la ciudad llamaran a Jonas por su nombre de pila y estuvieran de acuerdo con él debía de estar matando al sargento.

Aquello no tenía precio.

—Lo que tenemos que hacer es darles a los chicos algo que hacer. Así, no se meterán en problemas —continuó Blackman.

—Para eso están los padres —ladró el jefe de policía.

—Bill —le dijo Walt Hennessy—, me sorprende tu actitud. Eres uno de los miembros de la comunidad que más involucrados están en su bienestar. No entiendo por qué te pones en contra de una mejora como ésta. Tú más que nadie deberías saber que no todos los niños de este pueblo tienen la suerte de contar con unos padres tan buenos como tú.

A Cagney le entraron ganas de reírse a carcajadas. ¿Cómo habría conseguido su padre engañar a todos durante tanto tiempo?

—Los padres que descuiden a sus hijos deberían ser castigados —insistió el sargento—. ¿Por qué nos tenemos que hacer cargo nosotros de sus hijos?

—Porque sus hijos son ciudadanos de Troublesome Gulch —le recordó el alcalde indignado—. Y Troublesome Gulch no es una cárcel. Tampoco es un club de campo. Es un lugar en el que vivimos personas de diferentes estratos socioeconómicos y ninguno de los que estamos aquí somos quiénes para juzgar a nadie.

—Tenemos el deber de ofrecer servicios de calidad a nuestros ciudadanos, a todos nuestros ciudadanos —intervino una concejala—. Muchos de esos padres que, según tú, descuidan a sus hijos no pueden estar con ellos porque se ven obligados a tener varios trabajos para llegar a fin de mes.

Cagney tuvo que taparse la boca para no echarse a reír. Lo que más odiaba su padre en el mundo era que una mujer le llevara la contraria.

—En cualquier caso, no tenemos espacio suficiente para construir un lugar así —insistió el jefe de policía con satisfacción—. Además, no creo que el presupuesto anual nos dé para una tontería así, ¿no, Walt?

—Por el dinero no hay problema, de eso me encargo yo —intervino Jonas.

En aquel momento, Cagney tuvo una idea y, sin pensárselo dos veces, llamó a la puerta. Jonas, su padre, Hennessy, el alcalde y el pleno del ayuntamiento al completo la miraron.

Ella se limitó a sonreír.

—Siento mucho interrumpir, pero pasaba por delante de la puerta y he oído una parte del debate. Es que se oye todo desde fuera, ¿saben? —se disculpó—. Bueno, he entrado para decirles que creo que tengo la solución perfecta.

—Agente Bishop, ¿qué hace usted aquí? Seguro que tiene otras cosas de las que ocuparse —le contestó su padre con frialdad.

—No, no tengo ningún asunto del que ocuparme —contestó Cagney—. Acabo de terminar mi turno. No estoy de servicio.

—Pasa, pasa —la saludó el alcalde poniéndose en pie—. Supongo que todos conoceréis a Cagney, la hija pequeña de nuestro jefe de policía y una de nuestras mejores agentes.

Todos asintieron y la saludaron.

—Por favor, siéntate —le indicó Blackman—. ¿Qué se te ha ocurrido, querida? Nosotros estamos bloqueados y nos vendrá bien una nueva perspectiva.

Cagney se sentó y vio que su padre estaba rojo de ira y que Jonas parecía confundido e intrigado. Una vez sentada, puso las manos sobre la mesa y miró al grupo mientras hablaba.

—Supongo que todos saben que hace dos años compré y reformé la fábrica de sillas de montar.

—Sí, te quedó precioso ese lugar —contestó Hennessy.

—Gracias —sonrió Cagney—. Lo que no sé si sabrán es que los inspectores me dieron permiso para utilizar el lugar como propiedad residencial cuando lo hubiera terminado, pero tiene doble escrituración y también se puede utilizar para actividades comerciales. El edificio es inmenso, ya se pueden imaginar. Antes fue una fábrica. Tiene tres plantas. En total más de quince mil pies cuadrados. Yo vivo en la segunda y en la tercera planta, pero la primera, la que da a la calle, está vacía y sin reformar todavía. Tiene más de cinco mil pies cuadrados diáfanos.

—¿A qué viene todo esto, Cagney? —le espetó su padre—. Por si no te has dado cuenta, estábamos reunidos.

—Por favor, Bill —lo reprendió Hennessy frunciendo el ceño—. Déjala que hable. No es una niña pequeña.

—Es mi empleada.

—En estos momentos, es una ciudadana de Troublesome Gulch —le espetó el alcalde—. Habla, Cagney.

—Lo que quería decirles es que me encantaría ceder la planta baja de mi propiedad para que pusieran allí el centro juvenil del que estaban hablando. Al igual que Jonas, yo llevo muchos años pensando que este pueblo necesita un lugar así.

Los allí congregados se emocionaron.

—Qué idea tan ridícula —opinó su padre—. No querrás que todos los desarrapados e indeseables del pueblo se te metan en casa. Vas a necesitar presencia policial constantemente.

Su padre estaba cayendo en la trampa fácilmente.

—No hay problema por eso. Soy policía —le recordó—. Además, me llevo bien con los adolescentes problemáticos y no los considero ni desarrapados ni indeseables. Les propongo otra cosa. Estoy dispuesta a dejar de patrullar para encargarme a jornada completa de ese centro juvenil. He estado destinada en el instituto como policía y conozco a muchos de esos chicos.

—¿Estás segura, Cagney? —le preguntó Blackman—. Eres una agente de policía muy buena.

—Estoy completamente segura —contestó Cagney—. La inmensa mayoría de las poblaciones de Colorado tienen proyectos comunitarios en los que participa la policía. Nosotros no tenemos ninguno y es una vergüenza. El cumplimiento de la ley no tiene por qué conseguirse siempre a través del castigo.

—Es cierto —murmuró Hennessy.

—En cuanto al tema económico…

—Por eso no hay problema —intervino Jonas—. Yo pagaré el centro.

Cagney inclinó la cabeza.

—Muy bien, entonces lo único que nos falta es involucrar a la comunidad en el proyecto. Estoy dispuesta a hablar con los dueños de las tiendas y de las empresas para que nos donen el material necesario para la reforma. Así, el ayuntamiento y nuestro benefactor se ahorrarán algo —discurrió Cagney—. Aunque no sea necesario —añadió mirando a Jonas—. Tengo experiencia en reformas y creo que es muy importante involucrar a los habitantes de Troublesome Gulch todo lo posible.

—Un momento —ladró su padre acallando los murmullos de excitación de los demás—. Agente Bishop, esto es una insubordinación por su parte. No tendría que haber interrumpido nuestra reunión, a la que no estaba invitada, y no puede usted cambiar el lugar al que está asignada como agente de policía así como así.

—Por favor, deja de comportarte como un negrero —lo increpó el alcalde—. Todos sabemos que es tu hija y tu empleada, pero tiene treinta años, ¿no, Cagney?

—Sí.

—Además, la oferta que nos está haciendo es realmente generosa. Está dispuesta a hacer un sacrificio profesional muy grande. No hay razón para acusarla de insubordinación. Tu hija lo único que está haciendo es hacer gala de un espíritu comunitario digno de admiración. Deberías estar orgulloso de ella.

—Le deberíamos dar una medalla —añadió Hennessy.

—Además, el presupuesto de la policía se aumentó a principios de año para que pudieras contratar a otros cinco agentes, así que seguro que podrás prescindir de una de ellos por esta causa tan maravillosa —le dijo uno de los concejales más respetados de la ciudad—. ¿Por qué no tenemos ningún proyecto comunitario en el que participa la policía, Bill? —quiso saber.

Todos los presentes permanecieron en silencio.

El jefe de policía ni se molestó en contestar a la pregunta.

—Está bien, adelante con el centro juvenil, pero yo me encargo de decidir quién será el agente que lo vigile —accedió haciendo un gran esfuerzo por ocultar la rabia que sentía.

—No, eso es inaceptable —le dijo Cagney.

—¿Cómo? —se indignó su padre.

—Si voy a ceder una parte de mi propiedad para este proyecto, quiero ser yo la agente de policía asignada al centro. Estoy seguro de que lo comprenden.

—Lo comprendemos perfectamente. Me parece una idea maravillosa y apruebo la propuesta —contestó el alcalde.

—Cuenta también con mi aprobación —añadió Hennessy mirando al jefe de policía con una ceja enarcada.

Cagney tuvo que hacer un gran esfuerzo para no estallar en carcajadas y comenzar a pegar brincos de alegría. El alcalde, los concejales y todo el pleno del ayuntamiento estaban de su parte. Ver a su padre acorralado le producía un gran placer.

El sargento no podía oponerse a su solución, que era casi perfecta, sin poner de manifiesto que era un hombre dictatorial e irracional y, como tenía que seguir manteniendo las apariencias delante de los demás, iba a tener que ceder.

¡Qué gran momento!

—Está bien —accedió por fin—. Apruebo la propuesta, aunque no me parece adecuada.

—Gracias —contestó Cagney mirando a Jonas—. ¿Qué me dice, señor Eberhardt?

—Por favor, llámame Jonas —contestó el aludido en tono serio.

—Jonas, ¿crees que el espacio que yo tengo servirá para el centro que quieres construir?

Jonas se debía de estar preguntando por qué demonios Cagney se había metido en todo aquello, pero también tenía que mantener las apariencias.

—Yo creo que, si el ayuntamiento nos ha dado su permiso, deberíamos seguir adelante con el proyecto. Gracias.

—¿Te encargas tú de los permisos necesarios o quieres que lo haga yo? —le preguntó haciéndose la inocente y dejándole la parte administrativa, que la aburría sobremanera.

—Ya me encargo yo —contestó Jonas.

—No se preocupen, las licencias y los permisos de este proyecto tienen prioridad absoluta —les aseguró el alcalde.

—Gracias —contestó Cagney—. Se me acaba de ocurrir otra idea maravillosa. ¿Por qué no me ayudas con las obras de reforma, Jonas? —le propuso regalándole una maravillosa sonrisa—. Al fin y al cabo, es tu proyecto.

—Sí, pero es tu casa.

—Insisto. Me gustaría que todo estuviera exactamente como tú quieras. Me pongo a tus órdenes.

—No me parece buena idea —intervino el jefe de policía.

—¿Por que no? —le preguntó Hennessy.

Jonas se giró hacia él y Cagney se dio cuenta de que acababa de cambiar de opinión.

—¿Por qué no? Yo voy a poner el dinero que falte después de las donaciones de los demás, así que, ¿por qué no es buena idea?

¡Atrapado de nuevo!

Cagney se dio cuenta de que, enfrentando a aquellos dos hombres, la que ganaba era ella.

—¿Eso significa que puedo contar contigo? —le preguntó a Jonas.

Jonas la miró comprendiendo lo que acababa de hacer y asintió.

—Sí, cuenta conmigo. Me tengo que quedar por aquí hasta que esté terminada el ala del hospital, así que tengo tiempo de sobra.

—Entonces, todo arreglado —sonrió el alcalde—. A los del periódico les va a encantar esta historia —añadió pensativo—. Por cierto, ¿vosotros dos no ibais al mismo colegio?

—Sí —contestó Cagney—. Nos graduamos el mismo año y, de hecho, éramos amigos, ¿verdad, Jonas?

—Sí —contestó Jonas con prudencia.

—Lo que pasa es que hemos perdido el contacto con los años —añadió Cagney.

—Genial —sonrió el alcalde—. Voy a hacer un comunicado de prensa ahora mismo. Esta historia es realmente conmovedora, es fantástica, espléndida —se emocionó mientras los demás miembros del pleno asentían igualmente emocionados—. Cuánto me alegro, Cagney, de que hayas entrado en la reunión.

—Yo también —contestó Cagney sinceramente—. Bueno —añadió mirando a Jonas—, si tienes tiempo, nos tomamos un café en el Pinecone y vamos hablando del tema. Cuanto antes comencemos, mejor, ¿no te parece?

Tú y sólo tú - Esposa de verdad

Подняться наверх