Читать книгу Tú y sólo tú - Esposa de verdad - Susan Crosby - Страница 7
Capítulo 2
ОглавлениеJONAS se dirigió al público en mucho menos tiempo del que había empleado Hennessy en presentarlo o, al menos, ésa fue la sensación que él tuvo. Fingiendo una sonrisa, aguantó toda la ceremonia, posó para los fotógrafos y habló con el arquitecto que había diseñado la nueva ala.
En total, no tardó más de una hora, pero, al cabo de aquel tiempo, estaba emocionalmente destrozado y quería irse a su hotel, situado en Crested Butte, el pueblo de al lado.
Aquel día estaba resultando muy raro, no estaba teniendo nada que ver con lo que él había esperado, la satisfacción que había pensado que se produciría no había llegado.
Confuso y sumamente perdido, se despidió todo lo rápido que pudo y se dirigió a la rampa que lo llevaría al garaje, donde lo estaba esperando la limusina.
Sus zapatos de piel italianos retumbaban contra el asfalto. Mientras caminaba por el aparcamiento desierto, se desabrochó la corbata y se la quitó, tomó aire profundamente, lo dejó salir, se pasó los dedos por el pelo y entonces… la vio.
Cagney.
Estaba junto a su limusina.
Jonas se paró en seco y, para su sorpresa, lo invadió una oleada de incertidumbre.
Su Cagney.
Era ella y estaba más guapa que nunca. Llevaba el pelo recogido hacia atrás, pero se le habían soltado unos cuantos cabellos. Al verlo, se puso a juguetear con los dedos y, finalmente, se cruzó de brazos, como solía hacer cuando estaba nerviosa. ¿Estaba nerviosa? Al ver que avanzaba hacia ella, lo sonrió con valentía. ¿Estaría contenta de verlo?
Jonas sintió que el corazón le daba un vuelco. Se suponía que debía odiarla.
Seguía teniendo los mismos labios. ¿Seguirían teniendo la misma textura? Y su pelo rubio y voluminoso… ¿seguiría siendo tan suave?
—Hola —lo saludó.
Jonas sintió que toda su compostura se iba al garete. En aquellos momentos, lo único que quería era estar con ella. De repente, todos sus planes de venganza se le antojaron ridículos, lo único que quería era abrazarla y asegurarle que todo estaba bien. Ahora eran adultos y el sargento Bishop no tenía nada que decir sobre su relación. Ese asqueroso canalla ni siquiera tenía por qué formar parte de sus vidas si no querían.
Jonas se dejó llevar por el impulso y por su romanticismo y dio dos pasos hacia ella, pero entonces se dio cuenta de cómo iba vestida, se dio cuenta de que llevaba el uniforme de la policía de Troublesome Gulch.
Aquello lo sorprendió sobremanera.
¿De verdad que el sargento Bishop no iba a tener cabida en sus vidas? ¿Qué vida? Si ellos nunca habían tenido una vida juntos y jamás la tendrían.
La realidad con toda su crudeza se apoderó de él y lo paralizó como una armadura, lo que le vino muy bien para sobrevivir al repentino encuentro.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó tras carraspear y recubrirse el corazón de una dura tapa de cemento.
—Vivo aquí —contestó Cagney con tranquilidad.
—Pues lo siento mucho por ti —se burló Jonas enarcando una ceja.
Aquello hizo que a Cagney se le borrara la sonrisa del rostro. A continuación, ladeó la cabeza y se quedó mirándolo con sus inmensos ojos azules, aquellos ojos que siempre habían visto a través de su alma. Menos mal que Jonas había ido recubriéndola durante los años con una coraza emocional impenetrable.
—¿Qué? —le preguntó con la respiración entrecortada.
—Muy bonito el discurso que has dado —contestó Cagney.
—¿Qué quieres, Cagney?
—Una respuesta sencilla a una pregunta sencilla.
—Pues dispara porque tengo cosas que hacer —mintió Jonas.
—Muy bien —accedió Cagney esperando que Jonas la mirara a los ojos—. Si tanto odias Troublesome Gulch, ¿por qué has decidido donar tu dinero a nuestro hospital? Y, sobre todo, crear un ala de terapia artística. Me resulta bastante sorprendente.
Qué bien lo conocía.
Jonas decidió que no tenía por qué contestar a sus preguntas, así que pasó a su lado y abrió la puerta trasera de la limusina.
—¿No tienes un conductor para que se ocupe de esas cosas? —se burló Cagney.
Jonas tiró la corbata sobre el asiento trasero, se quitó la cazadora y la dejó caer también sobre el cuero. A continuación, se giró hacia Cagney. Lo desconcertó lo cerca que la tenía. Percibió el aroma de su piel, aquel olor a pino y a flores silvestres.
—No soy partidario de que nadie me abra la puerta. No es necesario. Soy perfectamente capaz de abrirla yo solo.
—Ya… ¿y entonces de qué te sirve la limusina? Se supone que todo va incluido en el mismo paquete, ¿no?
Buena pregunta.
Maldición.
—Me pareció apropiado dadas las circunstancias —contestó Jonas.
—Ah, las circunstancias —suspiró Cagney—. Eso me lleva a la pregunta que te he hecho y que no has contestado. ¿Por qué has donado todo ese dinero a este pueblo?
«Por venganza».
Ésa habría sido la verdadera respuesta.
Lo había hecho para hacerla sufrir porque ella lo había hecho sufrir, pero, por supuesto, no se atrevía a decírselo, así que apartó la mirada.
—Tal vez, lo he hecho creyendo que habrías seguido tu sueño, pero, por cómo vas vestida, veo que me he equivocado —contestó mirándola de arriba abajo.
Cagney se sonrojó de pies a cabeza, como si la hubiera abofeteado. Al instante, Jonas se sintió mal. ¿Y por qué habría de sentirse mal? Aquella mujer le había destrozado la vida, así que tenía derecho a mostrarse cruel con ella.
—Me lo podrías haber preguntado primero —le dijo encogiéndose de hombros—. Nunca me he movido de aquí y mi número está en el listín telefónico.
—A lo mejor lo he hecho por ti, Cagney. ¿Se te había ocurrido esa posibilidad? Ya veo que ha sido un error porque parece que tú has tomado otro camino en la vida.
—Estás intentando ofenderme con tus palabras, pero no creo lo que me estás diciendo —contestó Cagney.
Jonas frunció el ceño.
—¿Qué es lo que no crees?
—No creo que fueras capaz de hacer algo como esto… —contestó Cagney señalando el hospital— este ala de terapia artística… por mí.
—¿Por qué no? ¿Al final terminaste odiándome, tal y como quería tu padre?
—Es evidente que uno de los dos ha aprendido a odiar, pero has sido tú —contestó Cagney.
Jonas sabía que era cierto, así que no se molestó en negarlo en voz alta.
—No me creo que hayas querido hacer algo tan increíble por mí porque no volviste a hablarme, jamás me dejaste que te explicara lo que sucedió —insistió Cagney.
—Eso fue lo que tú elegiste.
—No —contestó Cagney poniéndose nerviosa—. Te cambiaste de universidad, Jonas. Después de lo que nos había costado conseguir ir a la misma, renunciaste a la beca que te habían concedido y desapareciste. No le dijiste a nadie dónde estabas. Perdóname que te diga, pero es evidente que el que elegiste fuiste tú.
Jonas sintió que la rabia se apoderaba de él. ¿Ahora resultaba que el culpable era él?
—¿Para qué iba a llamarte después de lo que sucedió? ¿Por qué iba a seguir adelante con nuestros planes cuando era evidente que tú no sentías nada por mí?
—¿Cómo que no? —se defendió Cagney—. Nunca me diste la oportunidad de hablar de mis sentimientos. Te fuiste. Huiste y no volví a saber de ti. En cuanto las cosas se pusieron feas, te fuiste sin decirme nada.
—Eso no es verdad.
—¿Ah, no?
Jonas se quedó en silencio
—Me tengo que ir —anunció.
Estaba muy enfadado.
—¿Huyendo de nuevo? —lo increpó Cagney.
—No te pases —le advirtió Jonas.
Cagney se acercó a él y lo agarró del antebrazo. Era evidente que no estaba en absoluto intimidada por su enfado.
—No he terminado.
—Pues vete haciéndolo —contestó Jonas zafándose de su mano.
—No fuiste a verme al hospital después del accidente que tuvimos la noche del baile de fin de curso —le recordó Cagney—. ¿Por qué?
Jonas no desvió la mirada, pero le costó mantenerla. Lo cierto era que no se había enterado del accidente hasta dos años después de que se hubiera producido. Cuando había leído la noticia en un resumen sobre muertes adolescentes al volante, no había respirando hasta que no había leído que Cagney había sobrevivido y, entonces, se había echado a llorar y se había odiado por ello.
—Está bien, no hace falta que me contestes —dijo Cagney con lágrimas en los ojos—. Ya no importa. Lo cierto es que te fuiste cuando más te necesitaba. Evidentemente, nuestro amor no era de verdad.
—Mira quién fue a hablar.
Cagney se quedó de piedra ante aquella contestación, pero consiguió recuperarse rápidamente.
—¿Lo ves? ¿Cómo voy a creer que vas a aparecer de repente para hacer realidad un sueño que yo abandoné hace más de diez años?
¿Hacía más de diez años que no pintaba? Jonas suponía que aquello le tendría que haber dado una gran satisfacción, pero, por alguna extraña motivo, no fue así. Así que Cagney había abandonado aquel don divino que tenía y había dejado de crear. Una lástima, una verdadera lástima, pero Jonas se dijo que aquella mujer no merecía su compasión.
—Aquella noche me quedó todo muy claro.
—¿Ah, sí? ¿Después de haber hablado con el sargento? ¿Por qué demonios te creíste lo que él te dijo? ¿Por qué no hablaste conmigo?
Jonas dudó y se cuestionó por primera vez en su vida los motivos del padre de Cagney.
—No, me quedó claro por lo que hiciste —contestó, aunque lo cierto era que lo que le había dicho el padre de Cagney le había afectado mucho.
—¿Y ya está? ¿Te fuiste por lo que te había dicho mi padre y por lo que creías que yo había hecho? —se lamentó Cagney—. ¿Te fuiste sin hablar conmigo? Jonas, me dijiste que me querrías siempre.
—Yo…
Jonas sintió que se le revolvía el estómago. Lo cierto era que la rabia no le había permitido nunca ver lo sucedido desde la perspectiva de Cagney. Era cierto que la había querido, más que a su vida, pero eso ya no importaba y no iba a permitir que Cagney lo manipulara y lo hiciera quedar como el malo de la película.
—Hablar contigo no me habría servido de nada, habría sido una pérdida de tiempo —le dijo fijándose en su uniforme de nuevo—. Déjalo. Todo eso es agua pasada, Cagney. Entre nosotros ya no hay nada.
—Claro que no hay nada, pero yo creo que deberíamos cerrar lo que no cerramos hace muchos años.
—No hace falta —contestó Jonas sacudiendo la cabeza disgustado, metiéndose en la limusina e intentando cerrar la puerta.
Pero Cagney se lo impidió.
—Huye si es lo que necesitas hacer, pero quiero que sepas que estás equivocado. Estás equivocado sobre mí y sobre lo que sucedió aquella noche y sobre muchas otras cosas, y todo esto me pone… triste.
Aquello tomó a Jonas por sorpresa. ¿Así que ahora resultaba que él estaba equivocado y que ella se entristecía? ¿Y qué pasaba con su dolor? ¿Qué pasaba con su corazón roto? Jonas sintió que el cuerpo se le revolvía y se apresuró a recurrir a aquella amargura ciega que lo había guiado durante tantos años.
—¿Y qué tal te lo pasaste en la fiesta con Tad? —le espetó.
Aquella pregunta hizo que Cagney hiciera una mueca de dolor y lo mirara como si ya no lo conociera.
—Por Dios, Jonas, Tad está muerto y con él murieron tres de mis mejores amigos. No me puedo creer lo que me acabas de decir.
Jonas apretó los puños y se maldijo a sí mismo en silencio. Por supuesto, sabía que los cuatro habían muerto y se dio cuenta de que jamás debería haber hecho referencia a ello. Debería pedirle perdón inmediatamente, pero no fue capaz de hacerlo.
—Mira, creía que íbamos a poder hablar sobre lo que ocurrió, pero es evidente que no quieres escucharme, así que no merece la pena hablar sobre el pasado. Sin embargo, me gustaría que te quedara clara una cosa sobre el futuro —le dijo Cagney—. Si has donado ese dinero al hospital en un intento inexplicable de hacerme daño, has tirado el dinero —añadió sonriendo con tristeza—. Bueno, ahora que lo pienso, no es cierto. Hay un montón de chicos a los que les va venir muy bien poder hacer terapia artística, hay mucha gente que se va a beneficiar de lo que has hecho. Siento mucho que ésa no fuera tu intención.
Jonas sintió que perdía pie. ¿Cómo demonios se le había dado la vuelta su plan de venganza?
—No tienes ni idea de cuál era mi intención y te recuerdo que yo fui uno de esos chicos necesitados, que este pueblo y tu padre me destrozaron la vida, pero creo que es mejor que no hable mal de ese canalla ahora que juegas en su equipo.
Cagney lo miró avergonzada, pero se recuperó rápidamente.
—Está bien, soy policía y no te gusta. Peor para ti. Además, no eres el único —admitió—. ¿Y qué tal vas con tus poesías, Jonas? —lo desafió.
Aquella pregunta lo hirió de lleno. Lo cierto era que no había vuelto a escribir. Llevaba doce años sin escribir.
—¿Cuánto tardaste en traicionarte a ti misma, Cagney? —se defendió Jonas a la desesperada—. ¿Cuánto tiempo tardó tu padre en hacerte claudicar, en conseguir que renunciaras a tus sueños y te colgaras una pistola del cinturón?
—Ya basta —le advirtió Cagney mirándolo con frialdad.
Pero Jonas la ignoró.
—Claro que, a lo mejor, todo lo que hablamos y lo que soñamos era también mentira y puede que incluso nunca quisieras ser artista. A lo mejor, nuestra relación era mentira desde el principio y siempre fuiste la hija de tu padre. A lo mejor es que lo único que buscabas estando conmigo era un poco de emoción y una razón para desafiar a tu padre.
Cagney se apartó de la puerta como si le hubiera dado una descarga eléctrica y lo miró asustada, con lágrimas en los ojos.
—Oh, Dios mío. Ahora entiendo. No me lo puedo creer.
—¿Qué es lo que no te puedes creer? —le espetó Jonas cada vez más enfadado porque lo cierto era que no podía soportar verla llorar.
—Me odias —murmuró Cagney con voz trémula—. Jamás me lo hubiera imaginado, pero es eso. Me odias.
La angustia que percibió en su voz lo destrozó. Aquello no podía estar sucediendo. Se suponía que las cosas tendrían que haber salido de otra manera. Jonas intentó recordar los doce años que había pasado preparando aquel momento, intentando buscar algo a lo que aferrarse.
El rencor, el rencor siempre le había ido bien.
—Dilo —insistió Cagney—. Ten el valor de decirlo. Me odias, ¿verdad?
Odiar implicaba pasión y la pasión estaba demasiado cerca del amor. Jonas no quería plantearse todas aquellas cosas y, menos, delante de Cagney, así que hizo lo único que podía hacer en aquellos momentos, retirarse.
—No —contestó—. Es mucho peor que eso, agente Bishop. Simplemente, no me importas lo más mínimo —mintió.
Y, dicho aquello, cerró la puerta. Desesperado por escapar de allí, le indicó a su conductor, Leon, que pusiera el vehículo en marcha.
—Eres igual que él —escuchó que Cagney le decía desde fuera—. Y lo peor es que no te das cuenta. Dios mío, Jonas, le has dejado ganar.
Jonas sintió un escalofrío por todo el cuerpo mientras todo aquello en lo que había basado su vida de adulto se desintegraba ante sus ojos. Quería escapar de aquel desastre, necesitaba alejarse de Cagney.
¿Acaso se habría equivocado con ella y con lo que había sucedido? No, claro que no. No debía ni planteárselo.
El conductor puso el motor en marcha y Cagney se quedó allí de pie, mirando la limusina. Jonas sabía que no podía verlo porque los cristales estaban ahumados, pero aun así, Cagney no dejó de mirar hacia la ventana.
Desde dentro, Jonas vio cómo una lágrima le resbalaba por la mejilla. Sin embargo, Cagney permaneció en silencio, estoica, sin molestarse en limpiarse el rostro.
«Yo no soy como ese canalla», pensó Jonas apretando los dientes.
No obstante, sabía que se había convertido en una mala persona y aquello lo destrozó. Aturdido, apoyó la palma de la mano en el cristal de la ventara y dejó que lo invadiera la pena por todo lo que habían perdido.
Doce años atrás se había metido en una trampa de culpa y rabia en la que había estado encerrado todo aquel tiempo. Ahora, se daba cuenta de que ya no quedaba nada bueno en su interior y de que, además, había perdido a Cagney.
El sargento Bishop estaría encantado.
—No te odio —murmuró Jonas mientras la única mujer a la que había amado en su vida se perdía en la distancia—, pero ya no hay nada que hacer.