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Capítulo 4

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JONAS llegó al Pinecone antes que ella, se sentó en una mesa del fondo, pidió café para los dos y esperó.

Aquel lugar no había cambiado absolutamente nada en doce años, lo que le gustaba. Seguía oliendo a café, a tortitas y a pechuga de pollo a la parrilla.

No se podía creer que hubiera aceptado trabajar tan cerca de Cagney durante meses. Le podría haber entregado el proyecto del centro juvenil, haber contratado una cuadrilla para la reforma pagándola él y punto, pero no, no había podido dejar pasar la oportunidad de hacer enfurecer a su padre.

Qué idiotez.

Claro que había sido una delicia ver cómo Cagney se enfrentaba a él con elegancia y firmeza. Jamás le había visto hacerlo cuando eran adolescentes. Entonces, su guerra era una guerra de guerrillas destinada a pasar desapercibida.

Sí, admiraba su valor, pero no tendría que haberse dejado arrastrar. Ahora se encontraba atrapado y lo cierto era que se sentía muy vulnerable cuando estaba con ella. Trabajar codo con codo con Cagney iba resultar doloroso y peligroso.

Demasiado tarde.

En aquel momento, Cagney entró en la cafetería. Jonas se quedó mirándola mientras saludaba a unas personas. Llevaba pantalones color caqui y una camiseta verde militar que realzaba su pelo rubio y dejaba al descubierto su abdomen bronceado. Era una mujer fuerte y sensual.

Por supuesto, a él no le importaba, pero era un hombre y tenía ojos en la cara.

Cuando Cagney llegó hasta su mesa lo hizo hablando sin parar. Una de dos, o estaba ansiosa por el proyecto o estaba tan nerviosa como él.

—Vaya, gracias por pedirme un café. Mira, mientras venía para acá, venía pensando en un montón de cosas. Para empezar, no creo que vayamos a tener problemas con los permisos para el centro porque después de la reforma que hice…

—Más despacio, más despacio —la interrumpió Jonas—. Reconozco que me ha causado mucha admiración el golpe de Estado que has hecho en el pleno el ayuntamiento, pero tenemos que hablar y aclarar unas cuantas cosas antes de ponernos manos a la obra.

Cagney se quedó mirándolo y se sentó lentamente.

—Está bien. Pongamos las normas. Como tú quieras. La pelota está en tu campo, Jonas, así que adelante.

—Sé por qué has hecho lo que has hecho.

—¿Ah, sí? —contestó Cagney llevándose el café a los labios.

—Para sacar a tu padre de sus casillas.

—En parte, sí —sonrió Cagney—. Resulta de lo más satisfactorio.

—¿Cuáles son los otros motivos?

—Me gustan los adolescentes y se me da bien trabajar con ellos —añadió encogiéndose de hombros.

—Ya —contestó Jonas sin convencimiento.

—No me insultes dando a entender que estoy utilizando la excusa de los adolescentes porque tengo otros motivos ocultos.

—¿Y no es así?

—Tú mejor que nadie sabes que crecí en una familia disfuncional. Los Bishop parecíamos una familia feliz y maravillosa, pero no era cierto. Llevo toda la vida sintiéndome una impostora y estoy segura de que habrá adolescentes a los que les pasará lo mismo.

—No te digo que no, pero no tiene nada que ver con vivir en una caravana y comer comida de lata todas las noches.

—Mira, esto no es una competición para ver quién lo pasó peor, ¿de acuerdo? Tengo trato con adolescentes constantemente y me llevo bien con ellos, los conozco y los respeto y ellos lo saben.

Jonas se arrellanó en la silla. Cagney tenía razón, pero no era eso lo que quería hablar con ella.

—Mira, quiero que sepas que no me ha gustado lo que has hecho para involucrarme en la reforma.

—Pues échate atrás —contestó Cagney como si no le importara lo más mínimo—. Contrataré a otra persona para que te reemplace. A mí lo que me importa es que el proyecto salga adelante.

—¿Lo dices en serio?

—No te estoy intentando engañar en absoluto. Ese centro para adolescentes me interesa mucho —le aseguró quedándose pensativa—. No me es fácil explicarlo, pero me siento viva por primera vez desde hace mucho tiempo. Gracias a tu idea, Jonas. Pero la verdad es que había creído que, aparte de financiar el proyecto, tu interés era más personal también.

—Claro que me interesa personalmente el proyecto, pero…

—No quieres trabajar conmigo —concluyó Cagney—. No pasa nada. Puedes decirlo. Ya me quedó claro el otro día lo que sientes hacia mí.

—Es complicado —suspiró Jonas.

—¿Por qué?

—No te hagas la tonta. Hay muchas cosas entre nosotros, Cagney. No había contado con esta dificultad. Estoy tan interesado en el centro juvenil como tú, pero la situación es… rara.

—Está bien —accedió Cagney—. Entonces, vamos a hacer un trato. El centro juvenil no tiene nada que ver con nosotros, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Así que, todo lo que tenga que ver con el proyecto, lo trataremos de manera única y exclusivamente profesional. Nuestro sórdido pasado quedará al margen.

«Como si fuera tan fácil», pensó Jonas.

Apenas podía mirarla sin sentir nostalgia por lo que pudo haber sido y no fue. También sentía un deseo que parecía imposible de desafiar.

—¿Tú podrías hacerlo… eso de tratarme de manera única y exclusivamente profesional? —le preguntó.

—No es lo que prefiero hacer, pero, si no me queda más remedio, lo haré.

Jonas apreciaba su sinceridad.

—Mira, Jonas, sabes perfectamente que en mi familia nadie habla de nada importante. Por eso, precisamente, a mí me gusta hablar las cosas de manera muy clara. Siempre —le recordó—. Es cierto que te has visto metido en todo esto apresuradamente y que, tal vez, necesitas poner distancia profesional entre nosotros para que el proyecto salga adelante…

—¿Por qué te hiciste policía? —le preguntó Jonas de repente.

Cagney se quedó en silencio unos segundos.

—Es una historia muy larga. Ya te la contaré otro día. Bueno, mejor dicho, si quieres que las cosas entre nosotros sean única y exclusivamente profesionales, es mejor que no te la cuente nunca.

—Cuéntamela ahora mismo.

Cagney se quedó pensativa.

—Para resumirlo, diré que me había quedado sin opciones, que estaba bloqueada. Después de que murieran mis amigos y de que tú…

Jonas bajó la mirada hacia la mesa y Cagney tomó aire.

—No fui a la universidad.

—¿Cómo? —se extrañó Jonas volviendo a mirarla.

—¿No fuiste a CSU?

Cagney negó con la cabeza.

—Me derrumbé y me pasé un año deprimida. Lo único que hacía era sentir lástima por mí misma y una terrible culpa por haber sobrevivido al accidente. Echaba mucho de menos a mis amigos y lo único que hacía era ver la televisión —le explicó desviando la mirada como si escondiera algo—. Entonces, un día, el puesto de policía apareció en mi vida y yo tenía que hacer algo, no tenía experiencia laboral, pero tenía que empezar a ganar dinero para poder irme de casa, así que acepté el trabajo. ¿Satisfecho con la respuesta?

Jonas se quedó mirándola, intentando ignorar la punzada de compasión que sentía por ella. De momento, iba a tener que conformarse con aquella respuesta aunque sabía que había más.

—¿Te gusta?

—Es un trabajo y puedo pagar las facturas.

—No parece que sea la pasión de tu vida.

—No todo el mundo tiene la suerte de trabajar en lo que verdaderamente le apasiona —contestó Cagney—. Ahora me toca a mí preguntarte. ¿Por qué no te dedicaste a escribir, que era lo que tú querías hacer?

—¿Cómo sabes que no escribo?

—Porque te conozco muy bien. Aunque te moleste, te conozco perfectamente y, a menos que seas Stephen King, escribir no da para financiar un ala entera de un hospital.

Jonas no se molestó en negarlo.

—Mi madre se puso enferma y yo me tuve que poner a trabajar para ganar dinero porque el tratamiento era muy caro. Menos mal que lo que había estudiado tenía salidas profesionales bien pagadas.

Cagney tragó saliva.

—¿Así que tú sí que fuiste a la universidad? —le preguntó.

—Sí.

Cagney asintió lentamente y a Jonas le pareció ver envidia en sus ojos.

—¿Dónde?

—En Seattle —contestó Jonas dándole un trago al café para ganar tiempo—. Le detectaron el cáncer cuando yo estaba en el último año de carrera.

—Lo siento mucho, Jonas. Tu madre era una mujer maravillosa.

—Yo también lo siento —admitió Jonas.

Lo cierto era que necesitaba desahogarse con Cagney, tal y como siempre había hecho, necesitaba contarle todos aquellos años de tratamientos, todas aquellas esperanzas que se habían desvanecido cuando el cáncer había vuelto a parecer, todos aquellos años prometiéndose a sí mismo que tenía que ser más fuerte emocionalmente que su madre.

Todos aquellos años en los que no había tenido a nadie con quien hablar.

Jonas se recordó que Cagney Bishop no era su confidente.

—¿Cuándo murió?

—Hace tres meses —contestó Jonas sintiendo un nudo en la garganta.

—Vaya, hace muy poco tiempo.

—Sí, fue una lucha muy larga.

—Supongo que puedes estar tranquilo. La ayudaste todo lo que pudiste.

—No, eso no es cierto —contestó Jonas apretando los puños—. Apenas estaba con ella, tenía mucho trabajo, tenía que ganar dinero, pero me di cuenta de que el dinero no lo es todo, Cagney.

—Tranquilo, Jonas, no te pongas a la defensiva. Estaba haciéndote un cumplido. Estoy segura de que tu madre sentía que la estabas apoyando. Tan necesario sería estar con ella en el hospital como estar ganando dinero para pagar el tratamiento médico. Sé perfectamente que el dinero no lo es todo.

—Ya, pero te has comprado un edificio histórico de quince mil pies cuadrados —se burló Jonas.

—Sí, lo compré cuando estaba abandonado y el ayuntamiento estaba pensando en derribarlo. Lo compré para salvarlo. Ya sé que no me lo has preguntado, pero lo hice con el dinero que me dio el seguro después del accidente y, para que lo sepas también, tengo una hipoteca tremenda, así que no te atrevas a acusarme de materialista.

A continuación, se hizo un incómodo silencio entre ellos.

Jonas recordó las cosas tan feas que le había dicho unos días atrás. Sabía que había almacenado mucha rabia contra ella durante los años, pero él no era así.

—Quiero decirte una cosa —declaró tras carraspear—. Quiero pedirte perdón por lo que te dije el otro día en el aparcamiento. Por lo que te dije sobre Tad y tus amigos. No suelo ser así de cruel.

—¿Te crees que no lo sé, Jonas?

—Siento mucho lo que les sucedió a Mick y a los otros, siento mucho que murieran. Eso era lo que te quería decir en realidad

—Disculpas aceptadas. Gracias —contestó Cagney—. ¿Te parece que hagamos un alto el fuego? Por lo menos mientras tengamos que trabajar juntos. Tenemos que sacar este proyecto adelante y, si no nos llevamos bien, el que saldrá ganando será el sargento. Otra vez —añadió haciendo una pausa para que las palabras hicieran impacto en Jonas.

—Me parece bien —contestó Jonas—. Por cierto, tu entrada en el pleno del ayuntamiento ha sido increíble. Le has dado una buena lección al sargento.

—Ese hombre no piensa más que en sus venganzas personales, jamás le ha importado el bien de la comunidad. Yo creo que los concejales y el alcalde se habrán dado cuenta. La resistencia que mostraba al proyecto era por ti.

—Me sigue odiando, entonces.

—Odia a todo el mundo, como de costumbre —contestó Cagney poniendo los ojos en blanco—. ¿Por qué te crees que ninguna de sus tres hijas nos hemos casado? No queremos que un hombre así nos lleve hasta el altar.

—¿Deirdre sigue en el FBI?

—Sí, está en Los Ángeles.

—¿Y Terri?

—No lo sé —contestó Cagney con tristeza—. No he vuelto a saber nada de ella desde que se fue de casa hace años.

Jonas alargó el brazo y, para sorpresa de Cagney, le apretó la mano.

—Lo siento…

—Venga, hablemos de cosas más alegres —propuso Cagney haciendo un esfuerzo por sonreír—. ¿Qué tienes pensado para el centro?

Por primera vez en más de diez años, Jonas sintió esperanzas. Si tenía cuidado, podría sobrevivir. Era cierto que Cagney era policía, pero era una buena mujer que no tenía nada que ver con su padre. Era más fuerte tanto física como emocionalmente que la última vez que la había visto, pero seguía siendo cien por cien ella. Ahora tenía una razón para verla constantemente sin arriesgar el corazón. No era mala idea.

—Me gustaría que fuera algo muy sencillo —contestó echándose hacia atrás en la silla—. Colores vivos, muebles grandes y cómodos. Hay unas cosas que parecen vainas de judías gigantes que son increíblemente chulas. Se llaman…

—Pufs.

—¿Los conoces?

—Tengo uno, y es verdad que es lo más cómodo del mundo.

—Además, aguantan mucho. Podemos encargar un material que aguante y que se pueda limpiar bien. Me parecen perfectos.

—Estoy de acuerdo.

—También me gustaría poner ordenadores con Wifi —continuó Jonas.

—Buena idea, no había pensado en ello —sonrió Cagney—. Eso les gustará a los chicos.

—Es muy necesario porque hay muchos chicos a los que sus padres no les pueden comprar un ordenador y los profesores siempre te piden que entregues las cosas a ordenador. Los chicos de las familias que tienen menos dinero juegan con desventaja. ¿Qué más se me ocurre?

—Piensa en cosas divertidas.

—Muy bien. Una televisión gigante para poner películas por las noches, mesas para jugar a diferentes cosas y un karaoke —añadió Jonas—. Tiene que ser un lugar en el que se sientan valorados y queridos, un lugar en el que puedan escapar del peso de… bueno, qué te voy a contar a ti, ya lo sabes.

—Sí, lo sé muy bien —contestó Cagney mirándolo con sus penetrantes ojos azules.

—¿Qué pasa? —preguntó Jonas poniéndose nervioso.

—Eres un buen hombre y no puedes ocultarlo.

—¿Quién te dice que estaba intentando ocultarlo? —bromeó Jonas—. ¿No habíamos dicho que íbamos a mantener nuestra relación en el terreno profesional? Además, si mal no recuerdo, ha sido idea tuya.

—Sí, por supuesto, los cumplidos están completamente prohibidos aunque sean merecidos. ¿Cómo se me ha podido olvidar? Deberías despedirme —bromeó Cagney.

De repente, Jonas se sintió inmensamente cansado, pero decidió hacer un esfuerzo porque, si se ponía a bromear también, lo único que conseguiría sería desearla todavía más y por ese camino no iban a ninguna parte.

—No es que los cumplidos estén prohibidos, Cagney, pero creo que sería mucho mejor para los dos si nos los ahorráramos.

Cagney asintió.

—Tienes razón —accedió tomando aire—. Voy a consultar la base de datos de la policía para hacer una lista de adolescentes de riesgo y así tendremos por dónde empezar. Faith nos puede echar una mano también.

—¿Quién es Faith?

—La hermana pequeña de Mick Montesantos.

—¿Pero qué edad tiene?

—Te recuerdo que el tiempo pasa para todos. Ahora es pedagoga en el instituto y trata con muchos adolescentes problemáticos.

—Vaya —suspiró Jonas dándose cuenta de la cantidad de años que había estado fuera.

En aquel momento, Cagney le hizo una señal a la camarera para que les llevara otros dos cafés.

—¿Te has casado, Jonas? —le preguntó a bocajarro cuando la camarera se hubo ido.

La pregunta lo tomó completamente por sorpresa y tardó un momento en encontrar un tono de voz neutro con el que fingir.

—No, y te estás poniendo personal otra vez.

Cagney inclinó la cabeza y se quedó en silencio.

—¿Y tú? —le preguntó Jonas sin poder controlar la curiosidad y aguantando el aliento.

—No.

Jonas intentó ignorar el increíble alivio que había sentido al oír la respuesta.

—¿Por qué no?

—Quiero que quede constancia por escrito de que tú también te estás poniendo personal…

—Olvida la pregunta.

—No, a mí no me importa contestar a las preguntas personales. De hecho, me gusta que hablemos de nosotros, así que te voy a contestar —le explicó haciendo una pausa—. Yo soñaba con un matrimonio perfecto, con encontrar a mi alma gemela, con tener una vida perfecta y una familia perfecta muy diferente a la mía, una familia en la que se pudiera hablar y soñar y en la que todo el mundo se respetara, pero para hacer realidad esa fantasía tenía que encontrar a un compañero de vida perfecto.

—Y nunca lo encontraste, claro.

—Claro que lo encontré —contestó Cagney mirándolo fijamente—. Pero se fue.

Tú y sólo tú - Esposa de verdad

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