Читать книгу Albert Camus, de la felicidad a la moral - Susana Cordero - Страница 10
ОглавлениеCAPÍTULO I LA LUZ FUNDAMENTAL DE LA INFANCIA: EL REVÉS Y EL DERECHO
Como dijimos en nuestra Introducción, para rehacer el itinerario moral de Camus es imprescindible partir de sus primeros escritos. Detengámonos en El revés y el derecho, conjunto de cinco ensayos de juventud, escrito entre 1935 y 1936, y reeditado solo veinte años más tarde.
El interés de esta obra se evidencia desde la primera lectura, por la manera en que nos entrega las reflexiones y vivencias de un hombre cuya juventud repleta de dones naturales busca manifestarse en el lirismo rico y equilibrado con que expresa, a la vez, su amor a la vida y su nostalgia de una vida ‘verdadera’.
“No hay amor de vivir sin desesperación de vivir”, he escrito, no sin énfasis en estas páginas. No sabía entonces hasta qué punto decía la verdad;…19
A dicho interés se añaden las nuevas luces que el prefacio puesto a los ensayos en su reedición de 1954 nos procura; durante mucho tiempo, Albert Camus se resistió a la reedición de esta primera obra:
Siempre rehusé la reimpresión de El revés y el derecho. Mi obstinación no tiene razones misteriosas No niego nada de lo expresado en estos escritos, pero su forma me pareció siempre inhábil.Resuelta la cuestión de su valor literario, puedo confesar, en efecto, que el valor de testimonio de este librito, es para, mí considerable.20 [Subrayado nuestro].
El revés y el derecho muestra el inicio de preocupaciones que acompañarán a Camus toda su vida, y que definen desde este primer momento su actitud fundamentalmente moral frente a la existencia. El aval que dicha actitud recibe de veinte años de trabajo incesante en la búsqueda de sí mismo, del hombre y del mundo, es garantía suficiente de la constancia de preocupaciones cuya mejor fórmula nos entregó el mismo Camus en el citado prólogo: “Hay más amor verdadero en estas páginas desmañadas, que en todas las que las han seguido.” 21
CONTRA LOS PRINCIPIOS, LA MISERICORDIA
La vida está hecha de pequeñas cosas; las grandes son excepción, y ellas mismas se dan en un contexto hecho de mínimas decisiones en el ámbito de lo ordinario, que es precisamente el nivel vital en que nos vamos definiendo. Raras veces la existencia exige heroísmo, esfuerzos eminentes o disposiciones excepcionales. Las deducciones, las demostraciones cuya evidencia ilumina y lastima buscan formular la realidad fluyente, pero son abstracciones superpuestas al deslizarse incesante de la acción, desnuda de predicciones o promesas.
La realidad es concreta, palpable, individual; es imposible encerrarla en cápsulas intelectuales. La vida solo puede ser vivida, no puede ser aprisionada por el pensamiento.22
Y, sin embargo, hemos de darnos razones. Nuestro quehacer ha de partir de un qué hacer con la vida, si queremos elevarla al rango exigido por nuestra razón, unida a la voluntad de ser. Paradojas en que se debate el existente, cuya posibilidad de respuesta radica en la constatación de que en el universo de lo insignificante se esconde nuestra única posibilidad de grandeza.
Hay que poner sus principios en las cosas grandes. Para las pequeñas, basta la misericordia.23
La “misericordia” a que alude Camus es el amor con que nos acercamos a lo pequeño para esclarecerlo y encontrar en su energía secreta la fuente del fervor. En aquella afirmación suya se eleva al rango de lo verdaderamente importante una actitud moral, entendida como enriquecimiento amoroso de cada acontecer. Mientras lo intelectual ilumina apenas aquello que, queriendo ser conocido y formulado se resiste a revelarse, lo moral, exigido por la estructura en que se fundamentan los actos de una vida, define, al justificarlos, cada acción individual, cada esfuerzo hacia el otro, y el conjunto de todos los hechos de una vida que, más que ser entendida, busca ser aceptada.
… a este inexorable hacer la propia vida a través de cada uno de los actos y la consiguiente inscripción de ese hacer, por medio de hábitos y de carácter, en nuestra naturaleza, es a lo que llamamos moral como estructura.24
El apetito de conocimiento no es, ¡cómo podría serlo?, extraño a Camus. Pero no se satisface por medio de la razón, que no bastará jamás para llenar su afán de aclarar el mundo, ni por medio de la fe, que no llegará a Camus o a la que él no aspiró a ascender. Los principios constituyen lo abstracto y entre ellos, Camus no siempre está orientado:
De espíritu poco escolar, Camus, que se adaptaba mal a los métodos universitarios, vacilaba entre los estudios literarios y filosóficos; de los primeros le separa el mínimo gusto que él experimentaba por la historia literaria; en lo referente a la filosofía, Camus carece de espíritu de sistema, de pasión por la lógica.25
Son estas, evidencias presentes en El revés y el derecho, que desembocarán en la concepción del absurdo. Si Camus gusta de definirse de algún modo, es como hacedor de mitos. Y en este quehacer “habría querido rescribir un día El revés y el derecho”.
Si, a pesar de tantos esfuerzos para edificar un lenguaje y hacer vivir mitos no consiguiera un día rescribir El revés y el derecho, jamás habría logrado nada, he aquí mi oscura convicción.26
¿Cuál es la envergadura de los conceptos vertidos en esta obra que hace exclamar a Camus con sinceridad sin exaltaciones, con afán decantado por los años, que su quehacer como hombre se justificará solamente el día en que reescriba los motivos de sus primeros ensayos?
HACIA EL OTRO LADO DE LAS COSAS
El título con que los nombra señala su temprano afán de encontrar la unidad de la diversidad, de captar el haz y el envés del mundo –afán racionalista el fin, iniciado en una rica intuición de las verdades de la condición humana, que se topará con el muro de la imposible elucidación intelectual de lo real– impulsado por un temperamento artístico que sabe más de intuiciones y sensaciones, de belleza sensible, de luz y cansancio en las playas argelinas, que de nociones cultivadas a la sombra de largas y amargas especulaciones. Las Islas, obra de su maestro Jean Grenier a la que Camus pone más tarde un prefacio,27 le muestra la posibilidad de síntesis entre el arte y la inquietud filosófica, entendida como inquietud por la verdad. En la lectura de Nietzsche, Camus descubre también el arte y la pasión de la verdad al mismo tiempo y su camino será el esfuerzo de síntesis entre estos dos movimientos del espíritu.
En todo caso a partir, de este momento, Camus ha descubierto por sí mismo lo que debía ser el ensayo: un mediador entre la filosofía, concebida como la investigación vital de la verdad o de la unidad, y de la poesía, que emana naturalmente de esta búsqueda. Se aparta ya de toda literatura gratuita.28 [subrayado nuestro].
Mirar el mundo y devolvérnoslo traspuesto por el arte es comprometerse con él y buscarse como hombre, para realizarse. El tormento de esta síntesis marcará su camino, los altibajos de su producción, si puede hablarse de ellos, la desesperada esperanza de su búsqueda, el amor y la fe de vivir, el deseo de unidad.
Tras todas las reminiscencias literarias de Rimbaud, de Nietzsche o de Gide; tras el romanticismo desmañado de una expresión voluntariamente exasperada, se encuentran todas las contradicciones de que se alimentó la obra de Camus: vacilación entre la simple felicidad y la grandeza, entre el deseo de vivir a nivel de lo sagrado… y el rechazo de abandonar al hombre.29
Tales contradicciones definirán su obra, de tal manera es cierto que todo está en cada uno de nosotros desde el principio y que la tarea del hombre es, por una parte, definir y desenmarañar ese todo y, por otra, darle forma: exigencia de la pasión del artista. Obsesión de la verdad y voluntad de indiferencia ante la dificultad para alcanzarla, miedo de la muerte y amor apasionado por la vida se manifiestan en el vivir y la creación camusianos.
… nada me impide soñar, a la hora misma del exilio, puesto que al menos sé, a ciencia cierta, que una obra de hombre no es más que esta larga marcha para recobrar por los recodos del arte las dos o tres imágenes simples y grandes sobre las que el corazón se abrió por primera vez.30
Nada, salvo la infancia, está dado previamente al hombre. Las condiciones en que el niño vivió, aprendió a sentir, a elaborar sus primeros sueños, a asumir el mundo lo llenaron de dioses o lo vaciaron de ellos. El caso de Camus es el del artista cuya infancia fue doblemente vivida: en su realidad cronológica y en el mundo de la creación.
El revés y el derecho exhala un inmenso amor por una infancia pobre, por una madre solitaria llena de oculta ternura. Ningún principio guía el corazón del niño Camus hacia una dirección moral determinada, pero hay vivencias, sensaciones, dolores, una verdadera escuela de la vida, en que se fundamentan su obsesión de justicia, su afán de colmar con amor los vacíos de la realidad, su percepción de la esperanza y la alegría.
En carta del 30 de octubre de 1953 a su amigo René Char, Albert Camus exclamaba que renunciar a la infancia es imposible.31
En 1954 evoca en el prólogo puesto a El revés y el derecho, los valores aprendidos entre la miseria y el sol en los felices días de Argel. Lo vivido en su infancia y juventud, literariamente manifiesto en El revés y el derecho es determinante e irreversible:
Cada artista guarda, en el fondo, una fuente única que alimenta durante su vida lo que es y lo que dice. Cuando la fuente se seca, se ve poco a poco la obra endurecerse y agrietarse.[…]
En lo que a mí respecta, sé que mi fuente está en El revés y el derecho, en este mundo de pobreza y de luz en que viví largo tiempo y cuyo recuerdo me preserva todavía de dos peligros opuestos que amenazan a todo artista, el resentimiento y la satisfacción.32
El agua de esta fuente se verterá en el quehacer camusiano como causa primera y última, origen y fin de dicha ardua tarea de definición y reencuentro. ¿Cuáles son los motivos y vivencias gracias a los cuales la obra de Camus mantendrá su frescura?
AMOR Y PRIVACIÓN
Todos los dones de que está llena su infancia se explayan ante el telón de fondo de la privación: el muchachito Camus vivió en un barrio popular y alegre, Belcourt, “colorido, ebrio de sí mismo”.33 En su vida se mezclan, de manera feliz, la carencia material con la riqueza de los dones de la naturaleza y un temperamento privilegiado que aprendió tempranamente a amarlos; la libertad del despojamiento, con las limitaciones de una pobreza llevada casi al límite; la belleza del paisaje abierto e inabarcable de las playas repletas de luz, con la presencia proteica y exigente de una abuela orgullosa. En su casa había solo una pequeña ventana; para tomar el fresco al caer de la tarde, “bajábamos sillas a la acera delante de casa y gustábamos la tarde”.34
Las estrellas en el cielo de verano, el aire tibio y acariciante de la noche, la calle, el ruido de los niños corriendo de puerta en puerta, todo cobra su valor de milagro: … “En lo más bajo de la escala social, el cielo recupera todo su sentido: una gracia inapreciable”.35
Así estimará Camus toda su vida el mundo mediterráneo: una gracia sin precio posible, un don en el que todo se equilibra y encuentra su sentido; a tal luz, aun la injusticia es justicia o, al menos, esperanza.
Dominando el recuerdo de todo lo vivido, se halla el ‘estar’ discreto de su madre: “era enferma, pensaba difícilmente”.36 Analfabeta, casi muda, su presencia es apenas una sombra sujeta al dominio de la abuela imponente. A ella entrega el dinero que gana como sirvienta, para la educación de los dos hijos. Toda su ternura hacia los niños se expresa en un débil rechazo cuando la abuela pega demasiado fuerte. El pequeño Albert no puede evitar sentir hacia su madre una impotente combinación de amor y de piedad: “Tiene piedad de su madre, ¿eso es amarla?”.37 Estos sentimientos ratificados y exacerbados en el recuerdo, llevan a Camus a su aspiración fundamental:
… pondré en el centro de esta obra el admirable silencio de una madre y el esfuerzo de un hombre por encontrar una justicia o un amor que equilibren ese silencio.38
Justicia o amor… Palabras que encierran todo un programa ético y que para Camus suponen la única forma de justificar su vida: la humildad de su madre, su existencia pródiga en privaciones fundamentan el naciente y cálido humanismo camusiano; la fuente de su visión moral de la existencia es la constatación de la injusticia: el sacrificio materno produce en el pequeño Camus la intuición del desacuerdo entre el hombre y su vivir, entre la bondad, la buena voluntad humana y la indiferencia de una vida en la que ninguna providencia está presente.
Además, el silencio de la madre –especie de unión animal con el mundo– le enseña “la indiferencia de lo que no muere”. Madre y mundo se funden, este es la prolongación del existir materno. El amor urgente y profundo de Camus por su madre se manifiesta muchas veces idéntico al que siente por la pródiga y silenciosa naturaleza que le rodea. Y la simplicidad de la humilde mujer es la imagen de la temprana transparencia sin preguntas en la que el mundo se le presenta. Universo que era toda la riqueza en sus privaciones y que jamás se le presentó como hostil, madre que nunca lo acarició –no sabría hacerlo, dirá el joven Camus– pero cuya presencia cuidadosa y persistente, en su simplificación casi abstracta, es constante en el pensamiento de Camus; ¿cuán extraño es que estas dos realidades cobraran, allá en el fondo de su capacidad de valorar, un rostro idéntico?
Así, cada vez que me ha parecido experimentar el sentido profundo del mundo, su simplicidad me ha consternado. Mi madre, esta tarde y su extraña indiferencia.39
La realidad inmediata le provee de certezas que no precisan, por el momento, ser probadas. “Él es su hijo, ella es su madre. Ella puede decirle, ‘sabes’”40. Esta simplicidad de las dos presencias más determinantes en la vida del niño Camus influirá, sin duda, en su concepción total de la existencia, teñida de la nostalgia de lo simple, de lo indiferente, de aquello que no precisa indagación sino adhesión apasionada. El mundo y sus verdades, la presencia del otro en la que irá ahondando a lo largo de su quehacer responden, en último término, a estas premisas: la verdad se agota del lado de la tierra, ¿para qué buscar trascendencia si todo está ya aquí?... Sin que jamás se expresen manifiestamente la interioridad de su madre ni los sentimientos que experimentan el niño y el adolescente ante el humilde existir de aquella, hay un saber intuitivo, radicado en las vivencias infantiles, que fundamenta tanto el camino futuro del arte, como las preocupaciones del moralista.
Me dijeron un día: “es tan difícil vivir”. Recuerdo aún el tono. Otra vez, alguien murmuró: “El peor error es hacer sufrir”.41
Frases dichas al azar por gente sencilla, cuya sabiduría radica en el trabajo diario semi–inutilizado por la realidad cotidiana. Camus aprende en ellas lo que será el principio de su quehacer: respetar a los otros, confiar en el hombre, evitar por todos los medios su sufrimiento y paliar la injusticia de su muerte.
El trabajo es principio del que obtendrá sus más constantes alegrías porque tempranamente le compromete con los otros; de la pobreza vivida en su infancia aprende la desposesión. Sabe que el pan diario, cierta comodidad y disponibilidad son necesarios para permitir fluir los mejores dones de la existencia, pero sus valores estarán siempre del lado del espíritu y a dilucidarlos prodigará su mayor afán.
SI TRATO DE ALCANZARME ES EN EL FONDO DE ESTA LUZ
En este primer enfrentamiento consigo mismo, que son en esencia los ensayos de El revés y el derecho, Camus logra precisar lo que será constancia en el transcurso de sus preocupaciones artísticas e intelectuales: todo su reino se agota en este mundo.42
Ninguna promesa de inmortalidad es necesaria para llenar la exaltada esperanza camusiana, tan ligada a los dones de la tierra. Entre el despojamiento impuesto por la miseria y el incomparable lujo de la luz, aprendió, junto al afán de justicia, el consuelo de la pródiga naturaleza, más allá de la cual todo esperar es irrisorio.
El mundo suspira hacia mí con prolongado ritmo y me trae la indiferencia y la tranquilidad de aquello que no muere.43
La ‘eternidad’ del mundo, de cuya duración el poeta tiene la ilusión de participar, inutiliza cualquier aspiración que le lance fuera de sus muros. Y si en algún momento el desacuerdo se instala entre él y las cosas, en este corazón menos sólido penetra más fácilmente la música del mundo”.44
La percepción temprana de la nada en el fondo de su ser de hombre se llena con la presencia del mar, con la belleza e ‘indiferencia’ de este mundo repleto en su presente. A la noche sucederá el día y esta es la única forma de esperanza fundada. Lo demás, la ilusión que lo proyecta fuera de esta fecunda realidad, medida del posible desacuerdo entre el yo y las cosas, apenas distrae momentáneamente la maravillada atención que hacia el mundo dirige el joven ensayista.
LA FELICIDAD
Camus no se pregunta, ni se inquieta aún por los otros: toda su aspiración se llena en la experiencia de sí mismo; dentro del mundo alcanza a su yo, y en la poética exaltación con que lo enfrenta, se reconoce “listo para la felicidad”.45
Por el momento, felicidad es el acuerdo entre el poeta y el mundo, pues ¿qué desacuerdo existiría que no fuese capaz de coronarse con la gracia de lo bello y la certidumbre de un perfume? Así, toda pregunta pierde su sentido, ante un mundo cuyas respuestas están del lado de los sentidos, prestas a entregarse, a dejarse acariciar, oler tocar, en fin.
No hay promesa alguna de inmortalidad en este país. Qué me importa revivir en mi alma, pero sin ojos para ver Vicenza, sin manos para tocar las uvas de Vicenza, sin piel para sentir la caricia de la noche en el camino de Monte Berico a Villa Valmarana.46
El hombre necesita de promesas, pero el mundo las vuelve infecundas. El temprano sensismo camusiano, su sensualidad cargada por momentos de inocente patetismo se acallan con la caricia del agua, el reflejo de la luz o la tibieza de la noche. Todo su cuerpo está listo para el goce y a tal punto el corazón ha sido absorbido por la totalidad de lo sensible, que Camus no duda al exclamar que “la vocación del hombre es ser egoísta”.47
Ser capaz de gozar de los bienes del mundo, olvidando la pobreza y la injusticia, es una primera llamada que pesa en el hombre Camus. Por hoy, el mundo se reduce al paisaje: mucho tiempo ha de pasar aún para que en su ‘paisaje’ tomen parte los hombres. Pero la disponibilidad inocente del joven autor, sus experiencias infantiles, su vocación misma de escritor, le llevarán lenta y seguramente al dolor, el sufrimiento y la alegría de los demás.
Mientras tanto, se hallan el mundo, la felicidad que produce su contacto, y la inocencia. El egoísmo es llamada necesaria: su envés son los otros, sus limitaciones y carencias, así como el envés del mundo amado es el exilio.
Alcanzarse a sí mismo en el fondo de la luz, y buscar el secreto del mundo para encontrarse en él; fundirse con la indiferencia de la realidad sensible que llena con su voz y su esperanza de artista, saber que “lo que cuenta es ser verdadero” es hoy su forma de sabiduría.
…y ¿cuándo soy más verdadero que cuando soy el mundo? Estoy repleto antes de haber deseado. Esperaba la eternidad y está aquí.48
Lo eterno es el presente; cada instante está la duración en nuestras manos y con ella, los dones de la verdad y de la lucidez. Ser lúcido es, por ahora, saber que todo está en este lado del mundo, que las promesas con que tienta el paisaje son mentira y que lo que realmente cuenta es la exaltación emocionada con que logre captar los únicos dones hechos a la medida del hombre.
PRIMERA SOMBRA: EL EXILIO
En la ciudad de Praga, viaje que Camus narra en el ensayo “La muerte en el alma”, experimenta por primera vez de manera vívida el desacuerdo entre el hombre y el mundo. Toda plenitud está hecha para la fisura; el paisaje amado será reemplazado por el del exilio, y el otro exilio, la muerte, se integrará pronto a la maravillada exaltación del presente.
Más tarde, evocará este paisaje gris y sin apertura, en El malentendido y La caída. A dicho grisáceo ámbito, aúna sentimientos como el aburrimiento, envés de la esperanza, la incomunicación, la extrañeza; la experiencia de una muerte ocurrida en el hotel en que se hospedaba, en cuarto contiguo al suyo y mientras leía el réclame de una pasta de afeitar, viene a henchir de desolación su aprendizaje de ciudades extrañas. Ya se delinea en el universo camusiano la dialéctica del exilio y el reino que definirá en buena medida su reacción frente a la existencia; en la infancia sintió la distancia entre él y su madre, a la que, sin embargo, tanto amaba: la imposible comunicación. Nada se puede hacer por los otros, cada uno es una isla difícilmente abordable.
Heme aquí sin adornos. Ciudad cuyas enseñas no sé leer, caracteres extraños en los que nada familiar se encuentra, sin amigos a quienes hablar, sin distracción, en suma. De esta habitación a la que llegan los ruidos de una ciudad extraña, nada puede atraerme para llevarme hacia la luz más delicada de un hogar o un lugar amado, lo sé bien. ¿Voy a llamar, a gritar? Rostros extraños aparecerán.49
Las antiguas costumbres, el trabajo de todos los días aparecen en el exilio como máscaras en las que nos protegimos para no percibir nuestra desolación; este exilio físico se integrará a la visión camusiana del mundo: la vida misma será exilio sin remedio, puesto que ningún reino existe capaz de colmar la aspiración humana hacia la felicidad. Herida la esperanza, renacerá todavía en la exaltada creación juvenil, frente a otro paisaje amado, bajo una luz distinta. Luego de la experiencia de la soledad vivida en Praga, Camus viaja hacia Italia, donde constatará que está listo para la dicha:
Una luz renacía. Hoy lo sé: estaba listo para la felicidad. Hablaré solamente de los seis días que viví en una colina cercana a Vicenza. Allí me hallo todavía, o más bien allí me encuentro algunas veces y a menudo todo se me devuelve en un perfume de romero.50
Esta capacidad de lanzarse desde el exilio a la familiaridad demuestra que no es en su dimensión trágica como se manifiesta en Camus el tema de la condición humana. El polo de su universo es la búsqueda de la dicha.51
En el vaivén entre el exilio y el reino, el peso de la balanza caerá, en la primera etapa de creación camusiana, del lado del reino, que es la posesión de la felicidad en la vida de la tierra.
Esta vida un poco animal de la juventud… Camus no desprecia esta juventud anónima; le da la absolución en virtud de una mística de la dicha sensible, la única en que cree. Ve en esta vida una especie de inocencia… que se acerca más bien a la inocencia de la naturaleza, que descubre cándidamente sus secretos íntimos.52 [Subrayado nuestro].
Dicha juventud a la que Camus describe en muchas de sus obras y cuya vida comparte plenamente, le enfrenta también a la vejez y a la derrota que significa la experiencia. Además de su abuela, otros seres anónimos y tristes rodearon su infancia. Su conciencia atenta no podía ignorarlos. Aunque derrotados por los años, no están aún listos para morir. Su inútil esperanza renovada resulta ridícula, y entristece al joven Camus, para quien la lucidez es la única posible dignidad del hombre. En “La ironía”, el primero de los ensayos de El revés y el derecho, exalta el contraste entre el vigor juvenil y la indignidad de la vejez y de la muerte; junto al amor de vivir, constata que la realidad de la vejez es demoledora e insultante, y que lo es aún más cuando se apoya en esperanzas que surgen en el ocaso de la vida. La vejez es otro exilio en el que el hombre aspira inútilmente a la inmortalidad.
Sola durante largas jornadas, iletrada, poco sensible, su vida entera se refería a Dios. Creía en él. Y la prueba es que tenía un rosario, un Cristo de plomo y, de estuco, un San José con el Niño en brazos.53
Para Camus, las únicas pruebas posibles de la fe –actitud que será conscientemente apartada de entre las posibilidades de su vida– son irrisorias. La verdad es que Dios se le presenta con el rostro del consuelo que intenta inútilmente compensar la soledad a la que la vejez está condenada. ‘Sin la energía y el vigor indispensables para vivir, acudamos a Dios’, parece decirle esta gente; Dios es, de este modo, tan mezquino como cualquier otro pretexto del hombre para hurtarse a la verdad de sí mismo: en lugar de constituir el trasfondo de la realidad y su sentido, Dios enmascara lo real, más que otras mentiras a las que el hombre acude, pues al ser asumido como total trascendencia, Dios se convierte en la evasión definitiva.
El joven siente viva tristeza ante esta anciana que se adhiere a cualquier resto de compasión que pudiera inspirar, igual que a su Cristo de plomo, su rosario, su San José y su Niño. Sin sospechar que Dios se ha reducido en esta vivencia senil a una expresión insultante, a un ignorante disfraz, atribuye a la misma naturaleza de la fe el consuelo falso, la esperanza histriónica, risible. La causa de esta adhesión grosera –tan humana, tan legítima, por otra parte– radica, para Camus en la soledad, la incultura, la insensibilidad.
Tal es el rostro de Dios que Camus conoció en su infancia y juventud. Gracias a su vida desbordante de plenitud, se acerca a las gentes próximas a la muerte sintiendo, como lo sienten los jóvenes, que la vejez no le implica. Alegría de vivir, goce, amor, comienzo de la experiencia consciente, todo lo vuelca hacia sí mismo, de manera tal, que su futuro se confunde con su presente. Su capacidad de ironía inmisericorde le sugiere que “el gran coraje consiste en mantener los ojos abiertos sobre la luz como sobre la muerte”.54 ¿Cuán extraño es que, en la voluntad camusiana de asumirse “valientemente”, el consuelo de la religión se le presente como vergonzante y lastimoso?: al cerrar los ojos del hombre a la única realidad en que se puede creer, que es la que se vive, al entregarle el empeño engañoso de una vida tras la vida, Dios priva al hombre del reino de este mundo. “Dios no le servía sino para apartarla de los hombres y dejarla sola”.55
Traspasado ya este primer escalón de la que llamaríamos ascensión hacia la moral en la obra de Albert Camus, tenemos a mano los fundamentos de lo que constituirá su indagación, contra las primeras “evidencias” que más tarde se volverán improbables.
Como él mismo lo sostuvo, los motivos insertos en estos primeros ensayos constituyen el fundamento de su quehacer posterior: amor de vivir y desesperación de vivir que le llevarán a una lucidez ejercida desde ahora y ya sin tregua sobre la existencia, que en ningún caso desembocará en lo trascendente. Nacimiento de un humanismo basado en el amor y la aspiración a la justicia, y mantenido constantemente del lado de la Tierra. Junto a la pobreza, la rebeldía futura puede ya atisbarse; al confrontar su ansia de conocimiento y dominio racional del mundo con la indiferencia del paisaje cuyos secretos se le cerrarán para siempre, Camus va dibujando, ¿consciente, inconscientemente?, la figura de lo absurdo, tal como surgirá y se hará presente en su amor exacerbado por la vida, gracias a su conciencia de la muerte.
“Nuestro más íntimo sentido es el de la eternidad”, afirmaría Camus en alguna de sus anotaciones de Cuadernos... Este sentido vigilante y tenso ha de enfrentarse al tiempo cuya única promesa es la de la muerte. De este modo, se fundamentará una nueva dialéctica, entendida como progresiva iluminación del sentido de la vida, manifiesta en una obra cuyo principal valor radica en la calidad y firmeza de su testimonio personal.
Por lo demás, ¿cómo definir el lazo que conduce desde este devorador amor a la vida a esta secreta desesperación? Si escucho a la ironía, agazapada en el fondo de las cosas, se descubre, lentamente. Guiñando su ojo pequeño y claro dice, “vivid como si”… A pesar de tanta búsqueda, es esta toda mi sabiduría.56
Vivir como si… Asombra encontrar en esta temprana intuición de los valores con que regirá su vida, una clara formulación de lo absurdo y de su resultado, que muchos años más tarde, luego de una lenta evolución en la percepción de lo negativo de la existencia humana, desembocará en idéntica consecuencia: puesto que es imposible encontrar un Sísifo dichoso, hemos de imaginarlo feliz. Hacer como si…
El despliegue de estos valores apenas intuidos en una juventud ebria de sí misma, pero atenta en su voluntad de lucidez, se realizará simultáneamente a partir de dos obras: El extranjero, novelística, y Calígula, dramática. Bodas en Tipasa es un ensayo en el que ahonda Camus en los motivos de su primer trabajo, con enorme enriquecimiento lírico, pero sin que, respecto a aquel, signifique un avance considerable en el punto preciso que nos interesa: la evolución del moralista Camus.
19. “Il n’y a pas d’amour de vivre sans désespoir de vivre”, ai–je écrit, non sans emphase, dans ces pages. Je ne savais pas à l’époque à quel point je disais vrai ;… EE, Préface, Essais, p.11.
20. J’ai toujours refusé la réimpression de l’Envers et l’Endroit. Mon obstination n’a pas de raisons mystérieuses. Je ne renie rien de ce qui est exprimé dans ces écrits, mais leur forme m’a toujours paru maladroite.
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La question de sa valeur littéraire étant réglée, je puis avouer, en effet, que la valeur de témoignage de ce petit livre est, pour moi, considérable. EE, Préface, Essais, p.5.
21. …il y a plus de véritable amour dans ces pages maladroites que dans toutes celles qui ont suivi, Ibid., p.5.
22. Fullat, op cit., p. 40.
23. Il faut mettre ses principes dans les grandes choses. Aux petites, la miséricorde suffit. EE, Préface, Essais, p.8.
24. José Luis Aranguren, Ética, Madrid, Revista de Occidente, 1958, p. 56.
25. Roger Quilliot, “L’Envers et l’Endroit, Commentaires”, en A. Camus, Essais, p. 1169.
26. Si, malgré tant d’efforts pour édifier un langage et faire vivre des mythes, je ne parviens pas un jour à récrire l’Envers et l’Endroit, je ne serai jamais parvenu à rien, voilà ma conviction obscure. EE, Préface, Essais, p. 13.
27. A. Camus, “Sur Les Îles, de Jean Grenier”, en Essais, p. 1157.
28 Roger Quilliot, “L’Envers et l’Endroit, Commentaires”, en A. Camus, Essais, p. 1172.
29. Quilliot, art. cit., p. 1171.
30. … rien ne m’empêche de rêver, a l’heure même de l’exil, puisque de moins je sais cela, de science certaine, qu’une oeuvre d’homme n’est rien d’autre que ce long cheminement pour retrouver par les détours de l’art les deux ou trois images simples et grandes sur lesquelles le cœur, une première fois, s’est ouvert. EE, Préface, Essais, p. 13.
31. Cfr. Quilliot, art. Cit., p. 1180.
32. Chaque artiste garde ainsi, au fond de lui, une source unique qui alimente pendant sa vie ce qu’il est et ce qu’il dit. Quand la source est tarie, on voit peu a peu l’œuvre se racornir, se fendiller.
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Pour moi, je sais que ma source est dans L’Envers et l’Endroit, dans ce monde de pauvreté et de lumière ou j’ai longtemps vécu et dont le souvenir me préserve encore des deux dangers contraires qui menacent tout artiste, le ressentiment et la satisfaction. EE, Préface, Essais, pp. 5-6.
33. Morvan Lebesque, Camus par lui–même, Paris, Seuil, 1963, p. 13.
34. On descendait alors des chaises sur le devant de la maison et l’on goûtait le soir. EE, Essais, p. 24.
35. … au bas de l’échelle, le ciel reprend tout son sens, une grâce sans prix. Ibid,. p. 24.
36. Elle était infirme, pensait difficilement. Ibid. p. 25.
37. Il a pitié de sa mère, est-ce l’aimer? Ibid., p. 25.
38. … je mettrai encore au centre de cette œuvre l’admirable silence d’une mère et l’effort d’un homme pour retrouver une justice ou un amour qui équilibre ce silence. EE, Préface, Essais, p. 13.
39. Ainsi, chaque fois qu’il m’a semblé éprouver le sens profond du monde, c’est sa simplicité qui m’a toujours bouleversé. Ma mère, ce soir, et son étrange indifférence. EE, Essais, p. 28.
40. Il est son fils, elle est sa mère. Elle peut lui dire : “Tu sais”. Ibid., p. 29.
41. On m’a dit un jour: “C’est si difficile de vivre”. Et je me souviens du ton. Une autre fois, quelqu’un a murmuré : “La pire erreur, c’est encore de faire souffrir”. Ibid., p. 23.
42. Cfr. N, Essais, pássim.
43. Le monde soupire vers moi dans un rythme long et m’apporte l’indifférence et la tranquillité de ce qui ne meurt pas. EE, Essais, p. 24.
44. …un désaccord se fait entre lui et les choses. Dans ce cœur moins solide, la musique du monde entre plus aisément. Ibid., p. 34.
45. … j’étais prêt pour le bonheur. Ibid., p. 37.
46. … aucune promesse d’inmortalité dans ce pays. Que me faisait de revivre en mon ame, et sans yeux pour voir Vicence, sans mains pour toucher les raisins de Vicence, sans peau pour sentir la caresse de la nuit sur la route du Monte Berico a la villa Valmarana ? Ibid., p. 39.
47. … la vocation de l’homme qui est d’être égoïste,…, Ibid., p. 39.
48. Et quand donc suis-je plus vrai que lorsque je suis le monde? Je suis comblé avant d’avoir désiré. L’éternité est lá et moi je l’espérais., Ibid., p. 49.
49. Me voici sans parure. Ville dont je ne sais pas lire les enseignes, caractères étranges où rien de familier ne s’accroche, sans amis à qui parler, sans divertissement, en fin. De cette chambre où arrivent les bruits d’une ville étrangère, je sais bien que rien ne peut me tirer pour m’amener vers la lumière plus délicate d’un foyer ou d’un lieu aimé. Vais-je appeler, crier ? Ce sont des visages étrangers qui paraîtront. Ibid., pp. 33-34.
50. Une lumière naissait. Je le sais maintenant: j’étais prêt pour le bonheur. Je parlerai seulement des six jours que je vécus sur une colline près de Vicence. J’y suis encore, ou plutôt, je m’y retrouve parfois et souvent tout m’est rendu dans un parfum de romarin. Ibid., p. 37.
51. Moeller, op. cit., p. 47.
52. Ibid., p. 49.
53. Seule de longues journées, illettrée, peu sensible, sa vie entière se ramenait à Dieu. Elle croyait en lui. Et la preuve est qu’elle avait un chapelet, un Christ de plomb et, en stuc, un saint Joseph portant l’Enfant. EE, Essais, p. 15.
54. Le grand courage, c’est encore de tenir les yeux ouverts sur la lumière comme sur la mort. Ibid., p. 49.
55. Dieu ne lui servait de rien, qu’à l’ôter aux hommes et à la rendre seule., Ibid., p. 17.
56. Au reste, comment dire le lien qui mène de cet amour dévorant de la vie à ce désespoir secret. Si j’écoute l’ironie, tapie au fond des choses, elle se découvre lentement. Clignant son œil petit et clair : “Vivez comme si”…, dit-elle. Malgré bien des recherches, c’est lá toute ma science., Ibid., p. 49.