Читать книгу Albert Camus, de la felicidad a la moral - Susana Cordero - Страница 11
ОглавлениеCAPÍTULO II BODAS, LA DICHOSA POSESIÓN DEL HOMBRE
En este exaltado epitalamio en el que Camus canta el rito de la vida y de la muerte, cara a la luz que le ofrece el mundo, se reúnen cuatro ensayos: “Bodas en Tipasa”, “El viento en Djémila”, “El verano en Argel”, y “El desierto”, sobre otros tantos lugares distintos a los que Camus acudió en plena juventud.
Bodas nos entrega de manera predominantemente lírica la experiencia del enfrentamiento de Camus con la naturaleza y las ciudades de los hombres, y sigue brindándonos su inicial visión del mundo que, alimentada en la infancia ‘entre la miseria y la luz’, produce el fruto de estas bodas efímeras.
En ellas, dos impresiones fundamentan la posición de Camus ante la realidad:
– El hombre es inocente. Identificado con la naturaleza, el ser humano sabe que en ella radica toda su fortuna, pues constituye la única posible justificación de su existir:
Amo esta vida con abandono y quiero hablar de ella libremente, pues me da el orgullo de mi condición humana. Sin embargo, se me ha dicho a menudo que no hay de qué enorgullecerse. Sí hay de qué: este sol, este mar, mi corazón exultante de juventud, mi cuerpo con sabor a sal y esta inmensa decoración donde la ternura y la gloria coinciden entre el amarillo y el azul.57
Quien contempla ha de hacerlo sin prejuicios, evitando el riesgo de la abstracción. Lejos de la rutina, abierto a lo que el mundo puede darle, ha de dejarse penetrar a través del cuerpo –su principal instrumento de conocimiento, voluptuoso y sensitivo– por la verdad presente y sin promesas.
Todo lo que trasciende la naturaleza, todo lo que espera algo fuera de ella, la traiciona.
Bodas denuncia la ilusión culpable del recurso a lo divino y funda en el consentimiento clarividente a un destino mortal, nuestra única posibilidad y nuestro primer deber.58
Ni mitos ni lecciones, solo la presencia del cuerpo en el mundo y la constatación de su deseo de duración y su destino de muerte darán la dignidad suficiente y, por lo tanto, toda la verdad que Camus exige por ahora, al enamorado ardor del ser humano.
En la plenitud con que en Tipasa se entrega el mundo, Camus encuentra todo lo que el hombre puede desear, que es el derecho a amar sin medida; este derecho ha de ejercerse y colmarse en la plenitud sensible, “pues estrechar un cuerpo de mujer es también retener contra sí esta extraña alegría que desciende del cielo hacia el mar”.59
Buscar algo más allá de los límites de la sensación; atribuir al hombre un destino que traspasa la dicha terrestre significa negar el valor absoluto del mundo y privar a la existencia de los únicos bienes reales, por tangibles, temporales y acordes con la naturaleza del hombre, que se agotan en el perecer y encuentran su dignidad en el lúcido asumir de esta condición. “Una de las constantes de Camus es su horror a toda ideología, a todo mito”.60
Este horror se percibe ya en los primeros escritos camusianos y culminará en El hombre rebelde, obra en la cual el autor lleva al extremo su apasionada negación del valor de las ideologías que encierran al hombre entre sus límites, tan engañosos cuanto precarios.
La inocencia por la que Camus clama, y la única fidelidad a la que buscará adherirse se hallan en la línea de exaltación del presente: “para un hombre tomar conciencia de su presente es no esperar nada más”.61
El presente es la embriaguez de los sentidos satisfechos, el afán de contemplación colmado con la belleza del mar, los olores, el color espléndido y fugaz que rodean al hombre. Ser fiel al presente es “rehusar todos los ‘más tarde’ del mundo”. 62
Aparte de estas verdades que se pueden tocar, todo lo que propone el hombre a sus semejantes es un esfuerzo que busca descargar al ser humano del peso de su propia vida. Tal fidelidad a la tierra, de claro cuño nietzscheano es, a la vez, manifestación del triunfo del presente sobre las pretensiones de la historia, del dominio del hoy sobre el futuro, cuya realidad se agota en promesas falaces, sobre las que el ser humano nada puede construir; el instante no encierra ofertas ni mañana; es cierto que existe la muerte, pero los sarcófagos exhumados en los que brotan salvias y alhelíes son el símbolo del triunfo de la naturaleza sobre cada ser racional; la verdad es la manifestación de un mundo que renace sin cesar, de las ruinas que retornan a la naturaleza ante nuestra contemplación, devoción o piedad, que nada añaden a la belleza del mundo. La conciencia de pertenecer a este universo, de ser dueño absoluto de lo efímero es el orgullo permitido a cada uno, pues la capacidad de apropiarse de la propia existencia, de asumirse como un ser libre destinado a la responsabilidad de la elección está lejos de plantearse en este infancia dichosa. La libertad es una sola cosa con la inteligencia y esta está repleta en el cumplimiento de la pasión de experimentar y contemplar. Ver es ver el mundo y asistir a la muerte como consecuencia natural de la vida, ante cuya realidad solo cabe la aceptación lúcida y valiente de una condición que acabará por permitir la realización humana, al identificar al hombre con la naturaleza, devolviéndole al seno de “las cosas que caen”.63
La contemplación de las ruinas romanas de Tipasa, casi fundidas ya con la naturaleza, que testimonian como a su pesar, la presencia antigua del hombre anónimo y mortal produce en el corazón de Camus “una extraña alegría que nace de la conciencia tranquila”64, es decir, de la intuición de su propia inocencia; la conciencia se ve a sí misma como indiferente, no distinta del mundo que la engendra: hombre y mundo se funden en el abrazo nupcial que culminará solo con la muerte.
Esta conciencia inocente reconoce que
No siempre es fácil ser un hombre, menos aún ser un hombre puro. Pero ser puro es encontrar esta patria del alma donde se vuelve sensible el parentesco del mundo, donde los latidos de la sangre se unen a las pulsaciones violentas del sol de las dos.65
La aspiración de cada uno a la pureza lúcida se satisfará en el reencuentro de esta patria del alma en donde el hombre se sabe uno con la naturaleza. Camus se halla ahora, desde el punto de vista moral, en esa “exacta coincidencia consigo mismo” de que habla Simone de Beauvoir66, en plenitud perfecta, en la que la noción del deber ser carece por completo de sentido.
Los principios en que se basa su inocencia son, pues, la coincidencia con la naturaleza, la fidelidad al mundo sensible, que nos ayuda a resistir la tentación de los mitos; la rebelión contra lo que intenta transponer los muros del mundo, la negación de toda trascendencia. La existencia es perecedera, pero la intensidad del momento, la juventud y la alegría de vivir son el mejor testimonio de esa libertad inocente que satisface todo su anhelo de eternidad en la duración del mundo.
Lo que para Plotino podría ser plenitud, regreso al Uno, tiene en Camus marcados los límites que su ateísmo le imponía; solo puede aceptarse en tanto se mantiene dentro de la inmanencia humana, en el ámbito del alma cósmica, mientras la fuente que a él se remonta sea el mundo como reverso de sí mismo.67
LA VIDA ES COL SOL LEVANTE, COL SOL CADENTE
La alegría y el amor de vivir, fundamentos de Bodas en Tipasa, inician en Camus la ascensión hacia Djémila, paisaje desolado de silencio, primer símbolo concreto de la muerte.
Se necesita mucho tiempo para ir a Djémila. No es una ciudad en la que uno se detenga y deje, luego, atrás. A ninguna parte lleva, no se abre sobre otro país.68
La muerte, cuyo rostro de acabamiento irá precisándose lentamente, no lleva a ninguna parte, ni abre sus puertas sobre ningún país. En la intención del artista estaba presentar a Djémila tan solo como lo que él ve: “ruinas entre el viento y el sol, meseta entre áridas colinas, un juego de cartas abiertas sobre un cielo sin límites”.69 Pero Djémila lo arrastra a una lucidez distinta de la que le brindó la comunión de su cuerpo con la naturaleza de Tipasa; la misma comunión es su inicio; idéntica inocencia a la que baña el paisaje de Bodas da un soplo de frescura y tenacidad a la visión camusiana del mundo, pero en Djémila la inocencia se sabe transitoria: todavía no, frente a la culpa; ya, y plenamente, frente a la muerte. A la sensación física se une la percepción intelectual: “este baño violento de sol y de viento agotaba todas mis fuerzas de vida”.70
La conciencia se ejercita también sobre el presente:
Sí, estoy presente. Y lo que me sorprende en este momento es que no puedo ir más lejos. Como un hombre aprisionado a perpetuidad, ante el cual todo está presente. Pero también como un hombre que conoce que mañana será igual, y todos los otros días. Pues para un hombre tomar conciencia de su presente es no esperar nada más.71
Si el alma se encuentra atada al presente, el cambio, el futuro son una utopía. En el hoy incesantemente repetido, ninguna promesa turba la indiferencia de la naturaleza y de la vida, que pasa sin que podamos elegirla u ordenarla. La existencia toda es destino, nos sobrepasa y nos da nuestra medida.
¿Por qué preocupa a tantos “buenos espíritus” la inmortalidad del alma? Porque han rehusado aceptar “antes de haber agotado su savia, la única verdad que les ha sido dada y que es el cuerpo”.72 La adhesión de Camus al instante se hace más lúcida en la carencia de esperanza: el presente se vuelve desesperado, es decir, inconsolable. El gozo de vivir no se pierde, aunado a la lucidez de su fugacidad. Rechazar cuanto trasciende la existencia concreta nada tiene en común con la renuncia: repudiar los mitos, los sueños equívocos, las falsas esperanzas significa exaltar la vida, asumirla completa en su dignidad, su belleza y su infortunio. Camus vive la vida en el despojamiento.
Pocos comprenden que hay un rechazo que nada tiene en común con la renuncia. ¿Qué significan palabras como porvenir, bienestar, posición? ¿Qué significa el progreso del corazón? Si rehúso obstinadamente a todos los “más tarde” del mundo es porque se trata de no renunciar a mi riqueza presente. No me gusta creer que la muerte abre a otra vida. Es para mí una puerta cerrada.73
Esta idea de despojo constituirá la base de la medida, valor central en el camino camusiano hacia la moralidad. No otra cosa se manifestará en el maduro “pensamiento de mediodía”74, expresión de la mesura, así como de cierta fatalidad… Toda la vida de Camus se regirá por la búsqueda de equilibrio entre la existencia y la muerte, la felicidad y el acabamiento. Tal ansia de fundir los opuestos le lleva en este momento de su evolución humana y creativa a negar uno de ellos para exaltar al otro: en Bodas las verdades exaltadas son el cuerpo, los valores del lado de la vida, la belleza, los dones de la naturaleza y cierta clase de felicidad:
Más ¿qué es la felicidad sino el simple acuerdo entre un ser y la existencia que lleva? Y ¿qué acuerdo más legítimo puede unir al hombre a la vida, sino la doble conciencia de su deseo de duración y su destino mortal? Se aprende así, al menos, a no contar con nada y a considerar el presente como la única verdad que nos es dada “por añadidura”.75
Fiel a su juventud, Camus la vive con tal plenitud que se le ocurre absoluta y eterna. Ciertamente, sabe que la muerte espera, pero apenas si se le manifiesta como “el miedo físico del animal que ama el sol”. Todavía es demasiado joven para “haber tenido tiempo de pulir la idea de muerte o la de la nada, pero ya ha masticado su horror”.76
HACIA EL ANTIGUO HUMANISMO
La muerte le enfrenta con el hombre antiguo, el griego, el trágico que constituirá en la obra camusiana, el modelo y la nostalgia. Ser hombre significa “recobrar la inocencia y la verdad que lucen en la mirada del hombre antiguo cara a su destino”.77 Meursault en su prisión ilustrará la mirada que recobra la inocencia y la verdad, al no eludir su trágica condena. Toda forma de resistencia a la muerte priva al hombre de la alegría sin esperanza que ofrece el mundo, y es manifestación del engañoso deseo de durar. En nuestra condición está implícito este separarnos, este ser distintos del mundo, gracias a la conciencia, y enfrentarnos a él; pero nuestro deseo de durar por encima de su realidad es origen de toda mentira. El hombre ha de huir de la ternura y de la compasión de sí mismo; la lucidez desesperada es constante en la actitud vital y teórica camusiana: de El revés y el derecho a Bodas; de El extranjero a La peste, de Calígula a El malentendido y al juez-penitente de La caída, va perfilándose esta intuición que acaba por abarcar todo el sentido de su mirada del mundo y de la creación. En Djémila es apenas una luz indecisa, proyectada sobre el contorno de la insaciable vitalidad de Bodas en Tipasa: esta cobra, a la luz de Djémila, el sentido de un decorado, a pesar de cuya presencia los hombres mueren. El mundo en el nuevo marco de la muerte empieza a oponerse al hombre cuyo ideal era fundirse con él sin rebeldía y para siempre, y acabar en su misma indiferencia. No extraña que Djémila le deje “el corazón apretado ante la grandeza que queda atrás”78, ya que la muerte ha separado para siempre lo que la exaltación de la juventud y de la vida buscaba unir en unas nupcias destinadas a la desolación.
En todo caso, si Camus quiere alguna forma de eternidad, la quiere entera al modo de este mundo. Meursault, que proclama su amor por la existencia presente contra el cura que le exhorta a meditar en otra vida, expresa en su situación límite esta misma convicción: querría “una vida en que pudiera recordar esta”.79
CAMUS, UN JOVEN DE ARGEL
La riqueza sensual camusiana no es cualidad exclusiva de su personalidad ardiente y abierta. La indiferencia, la inocencia, el gozo de vivir son otros tantos nexos que definen a Camus como un norteafricano nacido en un país abierto al sol y al mar, ebrio de los valores de su pueblo. En la bruma europea, en sus largos y grises inviernos, el sol sigue siendo presencia constante en el corazón de Camus. “En el centro de mi obra hay un sol invencible”, dirá años más tarde a Gabriel d’Aubarède.80 La juventud de Argel, que Camus definirá en sus obras principales, es la de un pueblo niño, cuyo carácter fundamental es una “vocación magnífica para las felicidades fáciles”.81 Abundancia, profusión, pasión, exigencia, generosidad, palabras que, del lado del cuerpo, definen esta juventud sin preguntas, que exprime como un fruto su tiempo y su belleza, bienes efímeros cuya irremisible pérdida deja sin consuelo. En Argel “un obrero de treinta años ha jugado ya todas sus cartas. La vida no se construye, se quema”.82
Creo que virtud es palabra sin significado en Argelia. Estos hombres no carecen de principios. Tienen su moral, y muy particular: no se “falta” a la madre; se hace respetar a la esposa en las calles; se considera a la mujer encinta; no se ataca entre dos a un adversario, porque “sería feo”. Quien no observe estos mandamientos elementales “no es un hombre” y el asunto queda arreglado.83
Los valores de este pueblo son los valores de la vida: quien no respeta sus reglas es juzgado a través de juicios estéticos, no morales: “sería feo”… La virtud como ascética, como práctica y hábito es desconocida por este pueblo joven que mantiene, sin embargo, el ascetismo de la desposesión y del afán de vivir sin subterfugios. La juventud y sus alegrías agotan el sentido de la vida, y la muerte, desposeída de todo aspecto sagrado, presenta su rostro de horror irremediable.
Diversiones simples constituyen sus alegrías: los domingos libres y siniestros –tan cercanos al lento domingo que nos entregará El extranjero– se abren como una boca o como una herida a un mañana sin porvenir. “Pueblo sin religión, sin ídolos, y sin consuelos, donde cada uno muere solo, después de haber vivido en masa”.84
Camus se identifica con sus hermanos… Para él, como para aquellos, la bondad es la bondad del mundo, la de las cosas, supremos y únicos bienes, de los que el ser humano ha de gozar plenamente, sin fisuras, a los que la conciencia de la muerte añade aún mayor intensidad. El mundo es eterno, entendido solamente como lo que dura más que nosotros. Ser uno con este mundo, no introducir en él fracturas como las de la culpa, el pecado, la nada, es el ideal inocente de estos héroes ignotos y rebeldes.
HE AQUÍ BASTANTES CERTEZAS PARA UNA VIDA HUMANA
El sentimiento del absurdo, piedra angular del pensamiento de Albert Camus, perfila su contorno en estas páginas, sin encontrar aún formulación precisa:
Camus no es consciente aún de que todas las certezas de las cuales hace gala en sus primeros contactos lúcidos con la realidad tienen un rostro oculto de incertidumbre, pero en cada una de ellas descubre motivos de renuncia y obstinación. El desacuerdo entre la esperanza que pugna por surgir y se manifiesta en todo lo que en este mundo dura más que nosotros, y la carencia de respuesta posible de parte de una naturaleza y un mundo indiferentes inician para Camus la ya citada vivencia del absurdo.
“Todo lo que exalta la vida acrecienta al mismo tiempo su absurdidad.”85 En la plenitud sensible que exalta sobre toda ponderación y en la felicidad de existencias definidas por la inocencia y por la unidad entre la tierra y el mar, Camus encuentra que “una sola cosa es más trágica que el sufrimiento, y es la vida de un hombre feliz”.86
La lucha contra el sufrimiento humano definirá la parte principal de la obra camusiana –pensamos en La peste, El hombre rebelde, La caída–, pero el sufrimiento acaba con la muerte y, en tal sentido, esta puede tomar el rostro de la esperanza… Mas la vida feliz es la tragedia del encuentro de la aspiración a la eternidad con la conciencia de que todo acaba. Si algo suspira por continuar es, precisamente, la felicidad: “El hombre que puso todos sus bienes en esta tierra permanece sin defensa contra la muerte”.87
En esta visión, tan alejada de una fácil retórica, se vislumbra ya el núcleo de la tragedia del joven Camus: el autor se va separando de sí mismo, el acuerdo de sí con la naturaleza y consigo mismo se topa con la muerte y toda defensa se vuelve imposible.
Ya que la felicidad está limitada por la finitud, hay que obrar, para que la desesperación sea fecunda. En esta “religión de la lucha sin mañana”88 se halla el quehacer artístico como el que produce las más constantes alegrías. En Italia, tierra de creación, se evidencia el poder del arte en toda su fuerza y su irrisoria eternidad: es una verdad hecha por el hombre, a su medida, y por esto Camus le concede el poder de expresar la insatisfacción y la desesperada esperanza humana. El hombre busca la felicidad y crea para re-presentar, interpretar al mundo y a sí mismo, y hacer felices a los demás, mas en el fondo de la felicidad se halla el absurdo, reverso de toda plenitud.
El hombre que se delinea en los ensayos que estudiamos, destinado al goce efímero del instante, de existencia fugaz, asumida en su incesante desaparición, es la antítesis del hombre cristiano; en su existir inocente, conceptos como el del pecado dibujan su extrañeza bajo un cielo sin signos.
La generación de Camus no es “inmoral”, sino “amoral”; va derecha al fin, impaciente frente a las precauciones oratorias; desconfía de toda “literatura”, de toda ideología. Quiere un contacto directo con la realidad sensible. […]
Su religión de la dicha es impermeable a todo sentimiento de pecado, es arreligiosa.89
En el paisaje toscano, se inicia en Camus la necesidad de resistirse al destino humano; entonces, intuye la posibilidad de rebelión, otro principio de su inquisición sobre el hombre y la vida; esbozado en un rechazo que a nada renuncia, se concreta en el ‘decir no’.
Decía no con todas mis fuerzas. Las lápidas me enseñaron que era inútil… Pero aún hoy, no veo lo que la inutilidad quita a mi rebeldía, y siento lo que le agrega.90
La muerte está allí, pero se niega a mirarla con resignación. Si la presencia de Dios es inútil y vana es porque ayuda a vivir resignado. La belleza brinda la nada: el único acuerdo posible del hombre con la vida ha de asumir en el afán de durar, su destino mortal. Dios vendría a romper este acuerdo con su cuña de esperanza.
Cada motivo descubierto por Camus en este nivel de su inquisición, el gozo, la felicidad, la inocencia, la naturaleza, el arte concebidos como certezas tangibles y válidas, engendran la rebeldía, pues están destinados a acabar con la muerte. Cierto que una rebelión que nada puede contra el acabamiento es inútil, pero Camus la concibe como indispensable, ya que añade a la vida la densidad de manifestar la voluntad irremisible de permanecer, contra la certeza del fin. Su rebeldía está marcada por el voluntarismo.
La felicidad posible y necesaria no se eleva en estos ensayos al plano de la culminación de una vida de esfuerzo hacia el bien, pues este se halla, entero, del lado de la tierra; no es aspiración del hombre, sino resultado de su fusión rebelde con el mundo; constatación de cada momento, coincide con la dicha en la inocencia del goce; plenitud física, inseparable de la conciencia de la muerte. La conciencia de la finitud priva al hombre de la alegría en la posesión del mundo, pero, a su vez, es derrotada por nuestra rebelde lucidez. ¿Quién ha dicho, preguntará Camus, que la felicidad exija el optimismo?
El mundo es bello y fuera de él no hay salvación. La gran verdad que pacientemente me enseñaba es que el espíritu no es nada, ni siquiera el corazón. Y que la piedra calentada por el sol o el ciprés que el cielo descubierto agranda limitan el único universo donde “tener razón” tiene sentido: la naturaleza sin hombres.91
Así, llegamos a la única culminación posible de las vivencias y conceptos vertidos en Bodas: el hombre ha de sacrificar al mundo que dura, todo su anhelo de vivir, comprendiendo que la dicha posible se halla solo del lado de la tierra, y anuncia la fusión total, el aniquilamiento de su ser. La aspiración humana se resuelve, siempre a la manera de Nietzsche aunque sin llegar a una profesión consciente de conceptos como el del eterno retorno, en la repetición incesante de la vida en otros seres, cuya juventud seguirá a la nuestra, en un irreversible camino hacia el común destino de morir.
Si Camus se hubiera detenido aquí, sin ahondar en obras posteriores en sus intuiciones sobre la rebeldía, la tenacidad, la felicidad o el rechazo, poco podría decirse de él, o casi nada, en relación con los valores morales. Por el momento, una verdadera conciencia moral, concebida a la manera de Heidegger como la llamada de la existencia a su más propio ‘ser ella misma’ se diluye, en la embriaguez de la posesión sensible del mundo y su belleza.
Libertad y voluntad no son problemáticas, antes al contrario, se alimentan mutuamente de las convicciones que ofrece el mundo, aspiran a fundirse en él… Pero el salto que –a nuestro entender– realiza Camus desde esta ‘inocencia’ a la culpabilidad, es la muestra más evidente de la imposibilidad en que se halla una existencia sincera y abierta a permanecer tranquila, resignada, entre los límites del mundo y de la muerte.
57. J’aime cette vie avec abandon et veux en parler avec liberté: elle me donne l’orgueil de ma condition d’homme. Pourtant, on me l’a souvent dit: il n’y a pas de quoi être fier. Si, il y a de quoi: ce soleil, cette mer, mon cœur bondissant de jeunesse, mon corps au gout de sel et l’immense décor ou la tendresse et la gloire se rencontrent dans le jaune et le bleu., N, Essais, p. 58.
58. Louis Faucon, “Noces, Commentaires”, en A. Camus, Essais, p. 1335.
59. Étreindre un corps de femme, c’est aussi retenir contre soi cette joie étrange qui descend du ciel vers la mer., N, Essais, p. 58.
60. Moeller, op. cit., p. 46.
61. Car pour un homme, prendre conscience de son présent, c’est ne plus rien attendre. N, Essais, p. 63.
62. … je refuse obstinément tous les “plus tard” du monde. Ibid., p. 63.
63. … des choses qui tombent., Ibid.,p. 56.
64. J’avais au cœur une joie étrange, celle-là même qui naît d’une conscience tranquille. Ibid., p. 60.
65. Il n’est pas toujours facile d’être un homme, moins encore d’être un homme pur. Mais être pur, c’est retrouver cette patrie de l’âme où devient sensible la parenté du monde, où les coups du sang rejoignent les pulsations violentes du soleil de deux heures., Ibid., p. 75.
66. Simone de Beauvoir, Para una moral de la ambigüedad, Buenos Aires, Ed. Chapire, 1956, p. 56.
67. Leo Pollman, Sartre y Camus, Madrid, Gredos, 1973. 176.
68. Il faut beaucoup de temps pour aller à Djémila. Ce n’est pas une ville où l’on s’arrête et que l’on dépasse. Elle ne mène nulle part et n’ouvre sur aucun pays., N, Essais, p. 61.
69. …un jeu de cartes ouvert sur un ciel sans limites. Ibid., p. 61.
70. Ce bain violent de soleil et de vent épuisant toutes mes forces de vie. Ibid., p. 62.
71. Oui, je suis présent. Et ce qui me frappe à ce moment, c’est que je ne peux aller plus loin. Comme un homme emprisonné à perpétuité –et tout lui est présent. Mais aussi comme un homme qui sait que demain sera semblable et tous les autres jours. Car pour un homme prendre conscience de son présent c’est ne plus rien attendre., Ibid., pp. 62-63.
72. L’Immortalité de l’âme, il est vrai, préoccupe beaucoup de bons esprits. Mais c’est qu’ils refusent, avant d’en avoir épuisé la sève, la seule vérité qui leur soit donnée et qui est le corps., Ibid., p. 80.
73. Peu de gens comprennent qu’il y a un refus qui n’a rien de commun avec le renoncement. Que signifient ici les mots d’avenir, de mieux être, de situation ? Que signifie le progres du cœur ? Si je refuse obstinément tous les “plus tard” du monde, c’est qu’il s’agit aussi bien de ne pas renoncer à ma richesse présente. Il ne me plaît pas de croire que la mort ouvre sur une autre vie. Elle est pour moi une porte fermée. Ibid., p. 63.
74. Cfr. L’Homme révolté, passim.
75. Mais qu’est-ce que le bonheur sinon le simple accord entre un être et l’existence qu’il mène ? Et quel accord plus légitime peut unir l’homme à la vie sinon la double conscience de son désir de durée et son destin de mort? On y apprend du moins à ne compter sur rien et à considérer le présent comme la seule vérité qui nous soit donnée par “surcroît”. N, Essais, p. 85.
76. … cette peur physique de l’animal qui aime le soleil… Il n’a pas eu le temps de polir l’idée de mort ou de néant dont pourtant il a mâché l’horreur. Ibid., p. 64
77. … recouvrer l’innocence et la vérité qui luisent dans le regard des hommes antiques en face de leur destin., Ibid., p. 64.
78. Le cœur se serre devant cette grandeur que nous quittons déjà. Ibid., p. 66.
79. Alors, je lui a crié: “Une vie où je pourrais me souvenir de celle-ci.” E, Théâtre…, p. 1208.
80. Au centre de mon œuvre, il y a un soleil invincible. Gabriel d’Aubarède, “Rencontre avec Albert Camus”, en A. Camus, Essais, p. 1339.
81. … une vocation magnifique pour les bonheurs faciles. N, Essais, p. 22.
82. Un ouvrier de trente ans a déjà joué toutes ses cartes… La vie n’est pas à construire, mais á brûler.
83. Et je crois bien que la vertu est un mot sans signification dans toute l’Algérie. Non que ces hommes manquent de principes. On a sa morale, et bien particulière. On ne “manque” pas à sa mère. On fait respecter a sa femme dans les rues. On a des égards pour la femme enceinte. On ne tombe pas à deux sur un adversaire, parce que “ça fait vilain”. Pour qui n’observe pas ces commandements élémentaires, “il n’est pas un homme”, et l’affaire est réglée. Ibid., p. 72.
84. Ce peuple sans religion et sans idoles meurt seul, après avoir vécu en foule., Ibid., p. 23.
85. Tout ce qui exalte la vie, accroît en même temps son absurdité., Ibid., p. 75.
86. … j’apprends qu’une seule chose est plus tragique que la souffrance est c’est la vie d’un homme heureux., Ibid., p. 75.
87. Il a mis tous ces biens sur cette terre et reste dès lors sans défense contre la mort., Ibid., p. 74.
88. Moeller, op. cit., p. 81.
89. Moeller, op. cit., pp. 50-52
90. Je disais non de toutes mes forces. Les dalles m’apprenaient que c’était inutile. … Mais aoujourd’hui encore, je ne vois pas ce que l’inutilité ôte à ma révolte et je sens bien ce qu’elle lui ajoute. N, Essais, p. 83.
91. Le monde est beau, et hors de lui, point de salut. La grande vérité que patiemment il m’enseignait, c’est que l’esprit n’est rien, ni le cœur même. Et que la pierre chauffée par le soleil, ou le cyprés que le ciel découvert agrandit, limitent la seul univers où “avoir raison” prend un sens: la nature sans hommes., Ibid., p. 87.