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El cuestionamiento epistémico a las categorías indígena y étnico
ОглавлениеEs necesario exponer en este primer apartado algunos aportes importantes en el cuestionamiento crítico a los soportes epistémicos, ideológicos y políticos sobre los que están construidas la “indigeneidad” y la “juventud” de la categoría “joven indígena”, para avanzar en la producción intelectual de este campo de estudios y ampliar el conocimiento sobre la juventud en la contemporaneidad de los pueblos originarios de la sociedad mexicana.
Pérez Ruiz (2011, 2015, 2019) llama a “desnaturalizar la categoría indígena y preguntarnos por el sentido que le damos así como por sus implicaciones”. Para esta investigadora es necesario recordar que la categoría de indio/indígena fue generada externamente para imponer una identidad de origen colonial, ocultando las peculiaridades de identidad y cultura de los pueblos que incorporó a su dominación. Expresa, por tanto, la condición de asimetría, desigualdad y discriminación impuesta a los pueblos a los que etnizó, concibiéndolos como un “otro” diferente al resto de los integrantes de la sociedad” (Pérez Ruiz, 2019). Las investigadoras Aquino y Contreras (2016), en su artículo sobre la juventud de las comunidades ayuuk y zapotecas de la Sierra Norte de Oaxaca, observan que la categoría indígena no tiene un significado certero, pese a que durante el siglo XX la antropología mexicana y las políticas indigenistas realizaron esfuerzos para establecer criterios más adecuados con el objetivo de definir a los “indígenas”. Bonfil Batalla señala que si bien lo “indígena” no denota contenido específico alguno de los pueblos que abarca, sí señala una relación particular, la relación colonial y la condición de colonizado. En ese sentido, las investigadoras se preguntan si al usar esta categoría no se estaría reduciendo a los jóvenes a la figura de sujetos colonizados (Aquino y Contreras, 2016:466).
En sociedades racializadas como la mexicana, Pérez Ruiz (en Yaxcabá, Yucatán) y estas últimas investigadoras observan que ningún joven se autoadscribe como indígena, pero se descubren “indígenas” cuando migran a la ciudad al ser categorizados como tales por otras personas e instituciones públicas. En sus lugares de origen las identificaciones que existen son las comunitarias y la del pueblo o región a los que pertenecen. La negativa de los jóvenes a identificarse como indígenas es para Aquino y Contreras “una forma de resistir a la imposición de denominaciones externas que mantienen un sentido despectivo y una función clasificatoria que provoca su racialización, estigmatización y/o folklorización”. Por eso preguntan: “si los jóvenes no se identifican con esa categoría y resulta estigmatizante ¿tiene sentido seguir usándola? ¿No se contribuye así a su racialización?” (Aquino y Contreras, 2016:465).
La categoría étnico o grupo étnico también resulta problemática en la investigación, pues como categoría clasificatoria, sostiene Pérez Ruiz: “se ejerce desde las sociedades y grupos dominantes para designar a los ‘otros’ y sobre la base de esas diferencias culturales establece fronteras y justifica relaciones de dominación que se ejercen sobre ellos” (2007:35). La etnicidad se basa en grupos en situación de dominación que son considerados por el poder como culturalmente inferiores. Una implicación analítica importante que Aquino y Contreras observan cuando se usa la categoría “étnica” en la investigación sobre jóvenes es la tendencia a focalizar la atención en una sola dimensión identitaria, la étnica, en detrimento de otras dimensiones identitarias que “pueden ser más importantes para los jóvenes en esa etapa de su vida”, como la identificación con el pueblo de origen, la clase social, el género o la identidad juvenil, a las que nosotras agregamos la migración, los estudios, la sexualidad, la música, el consumo y otras producciones culturales.
Si bien aquí se plantean una serie de problemas analíticos en torno al uso de las categorías indio, indígena y étnico, tanto los investigadores como los adultos y los jóvenes de los pueblos originarios son bastante conscientes de lo que significa la lucha por legitimar social e históricamente la “identidad indígena” en México para la supervivencia —en términos de su proyección al porvenir— de los pueblos y culturas. Estas categorías han sido legitimadas como estratégicas en la lucha por la defensa y ampliación de los derechos de los pueblos “indígenas” en la sociedad mexicana y tienen un uso político importante por parte de los movimientos. Se han convertido en vocablos políticos. Aquino y Contreras consideran pertinente su uso en el caso de los estudios sobre las luchas políticas de los pueblos “indígenas” o “étnicos”, porque ellos comparten “una historia de despojo y opresión y tienen una demanda en común, el reconocimiento de sus derechos como pueblos indígenas”. También consideran su uso pertinente cuando se estudian las políticas públicas que el Estado ha dirigido a las poblaciones indígenas y que están relacionadas con el racismo y la discriminación.
Por ejemplo, las reformas constitucionales de 1992 y 2001 coadyuvaron a que muchos de los jóvenes hicieran visible su adscripción étnica, pero la mayoría, como observan estudios sobre los jóvenes indígenas en la ciudad (García Álvarez, 2018; Vázquez, 2019), tiende a disfrazar, si no a borrar, los rastros de su indigeneidad por las prácticas discriminatorias de la violencia racista en la que se desenvuelven en muchos de los ámbitos de su vida cotidiana.
Algunos otros prefieren autoadscribirse como indígenas en la medida en que disfrutan del apoyo de las redes comunitarias étnicas de influencia política, formas privilegiadas de reagrupación y defensa de los indígenas migrantes en la ciudad. Su acceso a las universidades, con cuotas y becas, ha transformado estas violencias en actitudes más sutiles; se les invisibiliza como agentes creadores (Czarny, 2012), y las instituciones se niegan a tocar el tema de la introducción de los saberes de los pueblos en la currícula universitaria (Sartorello y Cruz-Salazar, 2013). También, las expectativas y los estereotipos de “autenticidad indígena”1 exigidos por parte de la población mexicana cercan y obstaculizan las carreras y posibilidades de los y las jóvenes universitarios y profesionistas wixaritari (Negrín, 2015), a quienes se acusa de “oportunismo étnico” cuando hacen uso de ciertos beneficios.
La actitud de los jóvenes de los pueblos, militantes o no, es seguir caminando para superar mayores retos en la defensa y ampliación de su autonomía personal y colectiva; sea que se posicionen en los flujos migratorios o en las ciudades a las que arriban, o que estén en los pueblos, o como protagonistas en las redes digitales, hacen uso de las asignaciones identitarias étnicas esencializadas como recursos políticos en sus negociaciones con las instituciones para lograr más y mejores apoyos y derechos que les posibiliten reposicionarse de manera individual y comunitaria en la sociedad. Su desplazamiento en el presente, así como su proyección al porvenir, evidencia su activo involucramiento con la hechura del mundo contemporáneo y el desvanecimiento de las fronteras o distinciones teóricas que colocaban de un lado a los indígenas en sociedades “premodernas” y de otro a “los mestizos” en la sociedad moderna. ¿Cómo los investigadores sobrepasamos la trampa identitaria étnica o juvenil y nombramos el campo de estudio sin racializar, sin colonizar y sin sacar al otro de nuestro tiempo y espacio?
Una respuesta probable a la anterior pregunta puede ser: ampliando la propuesta de Aquino y Contreras bajo ciertas reservas. En primer lugar, reconociendo al “joven indígena como sujeto autor de su propia historia, [lo que] tiene un pasado reciente, aunque como actor social2 se puede ubicar mucho antes” (Cruz-Salazar, 2012:145). En segundo lugar, el enfoque de la agencia —constreñida por el pasado colonial y por su expulsión de la sociedad mexicana como el otro inferiorizado, racializado— permite visibilizar sus prácticas y reconocer un cambio en su subjetividad, como sujeto con mayor autonomía y en resistencia, si no en oposición constante a las nuevas formas de tutela jurídica del Estado y de sus instituciones, a la esencialización, exotización o folclorización y a la “totalización” de una teoría que hace de un rasgo específico, un fenómeno social total (Abélès, 2012:109). La propuesta de Aquino y Contreras, de “denominar a los jóvenes tal cual ellos y ellas se autonombran” (2016:464) en las investigaciones, es una salida concreta a los estudios de caso. En ese tenor, tomando en cuenta la necesaria ruptura epistemológica que como investigadores debemos realizar, es posible plantear que el campo de estudios de este sujeto hasta el momento puede seguir denominándose juventudes étnicas, en tanto que esos términos denotan la intención de visibilizar a jóvenes pertenecientes a los diferentes pueblos originarios de México que comparten una historia de despojo y opresión y que tienen una demanda común, el reconocimiento de sus derechos como pueblos indígenas en la contemporaneidad mexicana y el ejercicio del derecho a su diferencia; y, por otro lado, una manera de poner en cuestión la perspectiva dominante dentro del campo de estudio (Aquino y Contreras, 2016:464).