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Las líneas de investigación contemporáneas

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Antes de comenzar a desplegar una serie de temas y líneas de investigación —la mayoría en curso—, es necesario observar que la discusión epistémica en torno a la articulación de las categorías juventud e indígena/étnica recién inicia y sigue siendo una tarea pendiente de realizar en conjunto. Preocupa el que muchos estudios actuales se adentran en la temática y toman lo étnico y lo juvenil como meros escenarios para estudiar otros temas como la migración, la familia, los usos y apropiaciones de las redes sociales y otros. Nadie niega la riqueza de los datos conseguidos y expuestos, pero los niveles explicativos de las complejas relaciones entre jóvenes y adultos se pierden y el análisis social también pierde con ello (Chávez, 2014; Gracia y Horbath, 2019; Ruiz y Franco, 2017, entre otros). Ni lo joven ni lo étnico son problematizados en términos de su gran potencialidad teórica y metodológica. La perspectiva juvenil asume a los y las jóvenes como autores activamente comprometidos en la producción de sus mundos inmediatos en su presente, y es ahí donde se aquilatan los saberes construidos en las relaciones horizontales con sus pares y con actores de referentes más amplios. Se abrió en oposición a la perspectiva académica e institucional que los concebía como aprendices eternos de las enseñanzas adultas y pasivos reproductores de las mismas, en tanto se les enviaba al futuro “esperado” o impuesto por los adultos. Esta perspectiva, precisamente, fue capaz de ingresar en esos mundos juveniles dentro de los pueblos originarios, en las ciudades y en las olas migratorias, y revelar la enorme complejidad e incertidumbre de la construcción juvenil étnica en el curso de las grandes transformaciones económicas, políticas, culturales y tecnológicas que movilizaron a los pueblos (familias y jóvenes varones y mujeres) a salir de sus lugares de origen para sobrevivir. Problematizar la articulación juventud-etnia implica ingresar en los discursos normativos de cada uno de los ámbitos tradicionales y novedosos (culturas parentales, empleo, migración, consumo, indocumentación, ilegalidad, etcétera) que recrean los jóvenes indígenas en la contemporaneidad; en las tensiones en las que se ven involucrados y cómo construyen —desde su experiencia juvenil— discursos y prácticas culturales propios en sus negociaciones y adaptaciones.

No es lo mismo estudiar la relación entre padres e hijos, o las relaciones generacionales en los pueblos originarios, sin tomar en cuenta que la relación adulto/joven es una relación social de poder históricamente construida, que la división de las edades como dice Bourdieu (1990) es una cuestión de poder, de ubicar a cada quien en la estructura social, y que los sistemas normativos existentes en los pueblos originarios que norman las edades y los roles en cada edad por sexo, son parte de estas intricadas relaciones de poder y subordinación de los niños y jóvenes hacia los adultos y ancianos (Urteaga, 2009) y que estas se imbrican —reforzándose— con las relaciones de poder que los adultos mantienen sobre los jóvenes en la sociedad nacional y global.

Si bien cuando hablamos de juventud nos referimos a la relación de poder adulto/joven, el reto investigativo pasa por ubicar histórica y socialmente a los sujetos de la relación, esto es, emplazarlos en las condiciones que hacen a los sujetos: clase, género, edad, etnicidad, raza, generación, desigualdades sociales, violencias, procesos migratorios, interétnicos e interculturales, y muchos otros ordenadores sociales del siglo XXI. La juventud es una construcción teórica que ha cambiado a lo largo de la historia del pensamiento. La perspectiva de pensamiento dominante hasta los años setenta negó autoría a los jóvenes en su propia construcción de juventud (Urteaga, 2011 y 2019). Lo mismo sucedió con la construcción de las categorías etnia e indígena, se negó agencia a los pueblos conquistados y subordinados. En ese sentido, ambas categorías comparten desde su origen la subordinación hacia otros, y también ambas son en la actualidad subvertidas al dejar ingresar la agencia en los sujetos y en su categorización. El ingreso de la agencia juvenil a la discusión teórica se plasmó en la noción “culturas juveniles”, que lo introdujo como actor/autor de su propio discurrir, de las vidas de los agentes de sus entornos más inmediatos y de las sociedades en las que viven. No es fortuito que en la actualidad los movimientos juveniles y los étnicos coincidan en un punto: alejarse de la tutela jurídica de instituciones que les obstaculizan y niegan autonomía.

La costumbre, la tradición y otras normativas de los pueblos con respecto a la socialización y formación de niños y jóvenes no subvierten las relaciones de poder adulto joven; al contrario, refuerzan esta subordinación. Desde la perspectiva de los actores y autores juveniles de origen étnico involucrados en procesos contemporáneos de desplazamiento, estas limitaciones no son obstáculo para su salida o para resistir al poder adulto desde sus lugares de origen (Aquino y Contreras, 2016; Cruz-Salazar, 2012, 2015). El contenido de los mandatos (unos muy seductores) desde los dispositivos y ámbitos de la cultura mayor (nacional y global) han venido formando en los sujetos jóvenes de todo el mundo un ethos más autónomo en sus decisiones sobre el entorno inmediato, y más personal, priorizando el presente como estilo de vida, y con ello el consumo de bienes materiales y simbólicos que distingan a los individuos (Cruz-Salazar, 2017). Los jóvenes en migración, así como en sus pueblos de origen, no son la excepción. Muchos estudios señalan las tensiones, negociaciones y rupturas entre jóvenes y adultos de las etnias. Los investigadores que “se paran” en la visión adulta interpretan estos movimientos como “pérdida de valores”; para los que nos paramos en las prácticas y visiones presentes que los actores jóvenes construyen en interacción con sus pares, con otros segmentos de edad y en otras circunstancias sociales, lo que se ve es la emergencia de un ethos tercero.

Según el diccionario de la Real Academia Española, ethos es el “conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad”.8 También refiere a reglas que se establecen para regular los comportamientos y modelar el carácter.9 En la discusión antropológica, Geertz (1995:89, 118) define el ethos como el tono, la calidad de vida, la disposición de su ánimo y el estilo moral y estético de un grupo. Pitarch (2000) lo explica como el conjunto de movimientos y actitudes corporales que componen a la persona y que aluden a la relación de cuerpo y alma entre los tseltales; comportamiento que moldea la figura personal, léase la compostura. Neila Boyer (2013) lo trabaja para explicar la ruptura del comportamiento sereno y respetuoso entre los tsotsiles, y Cruz-Salazar (2017) lo desarrolla para explicar el carácter del nacimiento de ese tercer ethos expresado en lo etnojuvenil contemporáneo, el comportamiento “desatado” de los jóvenes tseltales, choles y tsotsiles de Chiapas.

Ciertamente, pocos estudios (Virtanen, 2012) documentan la continuidad en el cambio generacional sin conflicto o confrontación y, sobre todo, respetando las subjetividades y mundos juveniles (Muñoz, 2009). La mayoría tienen una perspectiva antropológica adultocéntrica y etnocéntrica que defiende la solidaridad y armonía entre las culturas indígenas, sin considerar lo que esto implica para las y los jóvenes: la obediencia, o bien la doble moral o el manejo y la colaboración de su parte para que ese statu quo permanezca. Los y las jóvenes evaden, confrontan o negocian con las normas e imposiciones porque su opinión regularmente no es aprobada.10

La visión romántica de los grupos indígenas unidos en la lucha por la tierra y por su herencia y saberes culturales ignora la lucha interna de los grupos etarios por ser y hacer, siendo-perteneciendo al grupo; lo que nosotras cuestionamos en este texto es esa hegemónica verticalidad que no permite un acercamiento a la complejidad que guardan los mundos y visiones juveniles frente a las grandes lógicas y sistemas de poder reproducidas desde las culturas parentales (Scott, 1990).

Estas y otras discusiones se vuelven fértiles en la medida en que profundizamos en el conocimiento del sujeto joven con orígenes “indígenas” contemporáneo, y ampliamos así el horizonte de su lucha y reconocimiento social.

También es importante señalar que en los últimos años las miradas al sujeto joven indígena se han multiplicado y enriquecido con muchos temas e información nueva provenientes de líneas de análisis interdisciplinarias y campos de investigación como el educativo, la comunicación, la lingüística, la agroecología, los estudios de migración, de género, de salud y enfermedad, desde los cuales se están realizando discusiones teóricas y metodológicas importantes en torno a esta relación entre juventud y etnicidad (ver bibliografía).

En lo que atañe a la investigación antropológica y social sobre los jóvenes indígenas, otras líneas analíticas se encuentran en curso y están asociadas a las experiencias migratorias y las universitarias. De estas, la transformación, adaptación y recreación identitarias, la discriminación y el conflicto intercultural son temas subyacentes. Varios son los trabajos de estudiantes indígenas que desde sus propios pueblos y miradas han profundizado en las prácticas estudiantiles contemporáneas de tseltales oxchuqueros (Gómez, 2013), del conflicto y relevo generacional entre los bachajontecos tseltales (Bermúdez, 2012), así como de la práctica educativa y discriminatoria entre maestros mestizos y estudiantes tseltales (Hernández, 2012) y choles (Bastiani et al., 2012). Todos abonan al eje de las reconfiguraciones identitarias y del reconocimiento indígena, además de que decantan en los procesos de aprendizaje que valoran lo étnico y que, en los nuevos espacios tanto citadinos como universitarios, “transitan al orgullo indígena” con una plataforma firme, ya que aprender del “orgullo indio” les sirve para reivindicarlo (Ortelli y Sartorello, 2011).

Las bases de una fértil discusión sobre los cambios culturales entre jóvenes retornados indígenas han sido discutidas recientemente por Porraz (2015) y Jiménez (2018). Porraz destaca las contradicciones en la subjetividad del joven migrante y las expectativas de su comunidad una vez retornado: los estigmas, las nociones de éxito y fracaso, así como los quiebres que en materia económica y social su regreso representa. Jiménez (2018) discurre sobre la reinserción de estos jóvenes frente al sistema normativo, sobre los asuntos que detonan el conflicto y cambio generacional, así como sobre lo que significa para los retornados el haber incrementado su repertorio cultural fuera de lo que se espera en el espacio rural.

En la misma línea analítica están los trabajos de Carpena (2014; 2016) sobre los jóvenes nahuas que experimentan la migración transnacional. El debate de la autora trae a colación la agencia política y la movilidad en las trayectorias de vida que hacen navegar a los jóvenes entre diferentes formas de conocimiento. Después del despojo y de la dominación cultural y simbólica que implica la formación escolar, la experiencia migratoria con el sesgo de la indocumentación los convoca a su propio reconocimiento en términos culturales, insertándolos en un proceso de conciencia étnica y de lucha por mantener los campos agrícolas y sus productos. Una especie de reapropiación cultural y material que los reposiciona en las luchas étnico-políticas y de resignificación identitaria.

Las investigaciones sobre los y las jóvenes de origen indígena en las ciudades han penetrado otras zonas de la experiencia juvenil como la desigualdad y sus manifestaciones en el espacio urbano, su segmentación clasista y racista, el trabajo (y las prácticas discriminatorias), los estudios superiores y la invisibilidad a la que son sometidos en las universidades convencionales e interculturales (Ortelli y Sartorello 2011; Sartorello y Cruz-Salazar, 2013). Los y las jóvenes están vinculados a la reorganización étnica en las ciudades, y a partir de la defensa de sus derechos como pueblos indígenas es que se apropian de otros espacios y reivindican su identidad. Derechos y defensa legal y política frente a prácticas discriminatorias y racistas son temas de investigación y acción en curso. Estos derechos se intersectan con las políticas de acción afirmativa, inclusión educativa e interculturalidad desde el sistema educativo, así como con el cumplimiento de los derechos de los jóvenes en lo que atañe a la permanencia de los estudiantes en la educación superior, y han demandado formas organizativas juveniles que los sustenten, lo que está dando lugar a otros procesos organizativos (García Álvarez, 2018).

Los estudios de género, juventud y etnicidad en contextos citadinos están dando ya sus frutos en términos de la organización y las luchas que jóvenes y adultas de comunidades indígenas (interétnicas) están dando en la defensa y realización de sus derechos como mujeres con orígenes étnicos, así como en la propuesta y defensa de los derechos laborales en el servicio doméstico (López Guerrero, 2017). Esto marca una fuerte línea de investigación y acción con los jóvenes indígenas (Igreja, 2019).

El eje sobre sexualidades, homosexualidades, lesbianismos, intersexualidades y otros géneros entre los jóvenes indígenas ha sido trabajado en menor medida, En cambio, el papel del cortejo y el noviazgo, un tópico clásico en los estudios de mujeres indígenas jóvenes (Barrios y Pons, 1995; Collier, 1980), es recuperado por estudios actuales con enfoque de juventud (Cruz-Salazar, 2008, 2014). Por ejemplo, el tema de las modalidades de noviazgo a la distancia abre una veta de análisis fértil que renueva la investigación sobre las relaciones de pareja. El “pago de la novia” y la tradicional “pedida de la novia” coexisten en algunas comunidades con las nuevas formas de noviazgo y robos “acordados”, situaciones que hablan de los cambios negociados desde las migraciones juveniles y las acciones juveniles por elegir pareja.

Consideramos que el protagonismo de estas juventudes es decisivo en el presente y en el devenir de los grupos indígenas del mundo, porque son quienes están dialogando con los mestizos, con los kaxlanes, con los Otros, es decir, con quienes desde los años de la Colonia han sido enemigos y sin quienes no se podría construir un México diverso. Los jóvenes indígenas de las generaciones actuales tienen una visión desanclada de los protagonismos étnicos, poco les interesa preservar la idea de “autenticidad” basada en representaciones arcaicas y museográficas del indio puro; sus visiones están puestas en otros modelos de ser joven estudiante, migrante, moderno y transcultural (Negrín, 2015; Urteaga, 2017).

Problematizar la intersección de lo juvenil y lo étnico contemporáneos implica reflexionar conceptual y metodológicamente sobre los momentos históricos, sociales y académicos en los cuales se generan las categorías, su flexibilidad, los cambios de perspectivas. Cuando proponemos una epistemología de lo juvenil étnico nos referimos no solo a considerar la poderosa mediatización de las culturas de origen (“el costumbre”, la tradición), sino a desagregar esta en los aspectos que a los jóvenes atañen, como sus culturas parentales y las normatividades reguladoras de la edad y el sexo, y confrontarlas con los escenarios y discursos normativos que, en su salida a las escuelas, a las ciudades y a El Gabacho desde su experiencia juvenil, priorizan la visión y motivación de los jóvenes en desplazamiento. Esto nos permite terminar la discusión sobre la “aculturación” de las generaciones más jóvenes y ubicarnos en un tercer espacio de constitución del sujeto liderado por el mismo sujeto.

El sujeto juvenil étnico que está construyéndose entre las fronteras tradicionales y modernas transnacionales es interpelado, en el sentido de Stuart Hall (2003), desde contextos y discursos de unos y otros lados. Algunos pesan más que otros en el accionar individual y colectivo de los jóvenes, pero en la incertidumbre con la que viven las nuevas experiencias, las decisiones fundamentales se toman en situación, en acto, más que apelando a la fuerza de los sistemas normativos tradicionales, porque estos también tienen aspectos que los jóvenes interpelan y modifican en sus prácticas sociales y culturales (fuga, negociación, reconfiguración). Hemos dado ejemplos de cómo los jóvenes con orígenes indígenas no desobedecen a los mayores per se, sino a esa mentalidad arcaica que en nombre de la tradición homologa “indigeneidad” a pobreza de recursos, de vida y horizontes, a dominaciones internas que obstaculizan el desenvolvimiento de las y los jóvenes como seres humanos con derechos a participar en la reconfiguración étnica contemporánea. Esto habla de procesos de subjetivación que manifiestan la fuerte individuación en la constitución de la experiencia juvenil de los jóvenes indígenas.

Para Alessandro Baricco (2008), los cambios en las relaciones cultura/poder recientes forman parte de una mutación cultural necesitada de un pensamiento que evite situar al objeto de estudio en el mapa conocido definiendo “qué es”, y opte por intuir de qué maneras ese objeto modificará el mapa volviéndolo irreconocible (Martín Barbero, 2012). Las y los investigadores tenemos muchos retos por delante: uno es continuar las reflexiones epistémicas y metodológicas siguiendo a los autores de estos cambios. Plantearnos, por ejemplo, qué tanto para los investigadores, como para los sujetos implicados, el comprender tiene ahora menos que ver con el unificar que con el coser, esto es, el lidiar con las cicatrices y suturas para no “regresar” a los mapas analíticos conocidos.

Juventudes indígenas en México

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