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Ideología

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Los tiempos que le correspondió vivir a Tácito fueron bastante movidos. En realidad —con el paréntesis de Augusto— lo eran desde los Gracos. Hay unas palabras de Cicerón en una de sus cartas a Ático: «por lo que a nosotros se refiere, nos encontramos en una situación política lamentable, quebradiza y cambiante» 9 . Lo mismo podía haber dicho Tácito, aunque con una cierta diferencia cuantitativa. Sólo Vespasiano, con su buen hacer, y Domiciano, con su autoritarismo, consiguieron una situación algo estable, pero esto suponía una actuación personal. El fracaso de las instituciones era evidente, y esto nos induce a reflexionar sobre la engañosa apariencia del régimen benefactor de Augusto; el pacto entre el Príncipe y el Senado no podía mantenerse más que por virtud de mano dura y por el cansancio existente en el 31 a. C., debido a las continuas guerras y desórdenes; cuando estos dos presupuestos desaparecieron, retornaron las turbulencias del período preaugústeo.

Augusto no borra del mapa político y social las instituciones republicanas tan tajantemente como se pretende; el Senado se resistía a perder sus privilegios; mejor diríamos, la clase senatorial, que no se mantenía en su rango por razones de sangre únicamente, sino que ya desde antes del siglo III veía engrosar sus filas con plebeyos de alta capacidad económica. Pues bien, la pugna clase senatorial-Príncipe continúa; a pesar de la decadencia de aquélla, el Príncipe tiene que apoyarse en otras, como la de los caballeros y otros ciudadanos que van adquiriendo influencia política. Añádanse a éste, surgido en la época precedente, otros factores nuevos; por una parte, la mayor presión de las fuerzas militares, debido a que el Imperio necesitaba mantener un gran contingente; por otra, la creciente influencia de las provincias en la resolución de los problemas de la metrópoli.

Así las cosas, pudieran encontrarse algunas contradicciones en esta breve exposición, tal vez porque el mismo Tácito esté incurso en ellas; las circunstancias, su ritmo vertiginosamente cambiante lo desconciertan, le llevan a un claro desengaño y, en consecuencia, a un gran pesimismo, muy bien reflejado en los Anales . En algo nos recuerda a la personalidad de Cicerón y sus vaivenes; los de Cicerón más bruscos, porque su época los dio más bruscos. En este punto la coincidencia es bastante notable, como también en el método para descubrir su pensamiento: a través de sus obras; para Paratore 10 , la correcta interpretación de las Historias es la clave para el estudio del pensamiento político de Tácito, lo que le lleva, según él, a ser el mejor intérprete de la historia de su tiempo y el profeta del porvenir; pero Tácito, al igual que Livio y Salustio, no quiere descubrirnos claramente su ideología.

Según Syme 11 , «es, a primera vista, hostil a la Monarquía, no sólo hacia los Césares, sino hacia el Principado, por su falsedad desde su nacimiento y por sus continuos contrastes entre promesas y resultados. Pero si profundizamos un poco, podemos descubrir su convencimiento de que para lograr la paz y la estabilidad, la ley impuesta por un hombre solo no puede ser evitada; esta constatación le deja muy triste; hace decir a Eprio Marcelo (Hist . IV 8) que «conocía los tiempos pasados y los presentes; que admiraba el pasado y se conformaba con el presente; deseaba buenos Emperadores, pero era capaz de soportar a cualquiera».

Volver al sistema republicano significaba más competencia para acceder al consulado y al gobierno de las provincias, control del Senado sobre las finanzas, el ejército y la política imperial; en resumen, lo que Augusto había abolido y que tal vez no permitían las nuevas circunstancias históricas. En esta agonía se debate Tácito, como se debaten y seguirán debatiéndose muchos humanos. Ciertamente es enemigo y crítico del Principado, aunque su lenguaje, como el que se mueve en el terreno político, tienda a ser muy ambiguo. Tendrá que decidirse por un régimen imperial, al fracasar la armonía entre los tres componentes fundamentales: democracia, oligarquía, monarquía; este fracaso influye en ese su carácter de poeta trágico, como se le llama; pero para él también el régimen imperial fracasa; al menos, se menoscaba la libertad y se cometen arbitrariedades, con lo que más que hacia lo trágico, deriva hacia lo tenebroso, cuya manifestación la encontramos en sus célebres claroscuros lingüísticos, tanto de forma como de contenido. Podríamos encontrar un ejemplo paralelo en nuestro Goya.

Aparte de estas causas generales, hay dos factores concretos que, igualmente, dejaron sentir su influencia: 1) Su actitud ante la gestión de Tiberio y la de Domiciano, personajes muy discutidos (sobre todo el primero), tratados en la actualidad con más comprensión, pero que produjeron en Tácito una odiosa impresión y lo dejaron marcado. 2) La tradición cultural le había llegado a través de la poesía de Horacio, Virgilio y Propercio: para él, aquélla era una Edad de Oro literaria y de ahí infería que también había sido una Edad de Oro político-social; lo que no veía eran las continuas guerras y asesinatos que pesaron en el ánimo de estos tres poetas, y de otros muchos ciudadanos, a la hora de aceptar un régimen hacia el que, en un principio, no sentirían un gran entusiasmo ideológico.

Tácito, por tanto, se engaña; sigue con sus ilusiones en torno al antiguo régimen, actitud normal en un «hombre nuevo». Lo que no sabemos, a veces, es si este antiguo régimen hay que identificarlo con el de Augusto o con la República, porque no parece tener buena opinión acerca del primero; en este caso, la opinión de Syme 12 respecto a que Nerva y Trajano representarían una vuelta a Augusto tal vez no sea muy acertada.

«Hombre nuevo», despreciaba actitudes como la descrita por Plinio (Ep . I 17), por la que un caballero romano sirve al Gobierno y, al tiempo, levanta estatuas de héroes republicanos o de víctimas del despotismo imperial. Han cambiado los tiempos desde que Catón ponía coto a las pretensiones de acceder a la aristocracia; ahora, ser noble no basta, por ejemplo, para ser cónsul; debe ser luchador, tenaz… un «hombre nuevo»; la antítesis «lujuria e inercia» frente a «integridad y energía» tiene un paralelo en la de los nobles frente a los homines noui , quienes, sin antecedentes familiares que los impulsen, tienen que ser forzosamente buenos militares, oradores y estudiosos del Derecho. Ahora bien, ante la corrupción y la decadencia en Roma, el homo nouus es ahora un provincial; Hispania y la Galia Narbonense producen personalidades eminentes; la primera, en el terreno de la política (Trajano y Adriano) y en el de la literatura (Séneca, Lucano y Marcial), aunque esta situación ya comienza a darse con los itálicos, pero no romanos, Catulo, Horacio y Virgilio. Este desdén por el árbol genealógico halla una contradicción en sus palabras sobre Tiberio en los Anales , aunque en dicho pasaje existe la intención de contraponer a Tiberio con sus gloriosos predecesores.

Otro punto de partida para la reconstrucción de su pensamiento político es el problema de la sucesión al Principado, mediante la adopción del más digno por el Príncipe y la ratificación del Senado. El sistema tiene sus fracasos: relativo el de Nerón, porque, al fin y al cabo, pertenecía a la domus imperial; contundente, el de Galba; las luchas palaciegas a lo largo de estos procesos constituyen otro de los elementos que influyen en su visión pesimista de los Anales .

Los tiempos de Domiciano son definitivos en la vida de Tácito. Como remedio ante el ambiente coactivo, propone mantener la dignidad en cualquier caso; el ciudadano encontrará un consuelo en el obsequium , el deber hacia la comunidad; remedio no muy convincente, pero válido, si el Emperador es un déspota. Un insurgente se presentará como un defensor de los derechos del Senado y del pueblo, como un campeón de la libertad; si vence, es constitucionalizado y legitimado; luego ejerce una autoridad delegada. De ahí ese middle path , en Tácito, entre libertad sin licencia, disciplina sin esclavitud, como vemos en Hist . I 16: «has de mandar a hombres que no pueden soportar una esclavitud total ni una libertad completa».

Parece que no puede abandonar completamente la esperanza. El ciudadano debe caminar libre de ambición y de peligros, libre de la absurda contumacia y de la obediencia vergonzosa; esto es lo que puede proporcionar un final honroso, o bien distinguir a los hombres en su éxito. Extraña nos resulta la defensa de estas actitudes, frente a su crítica en otros pasajes, como en Agrícola 42: «… sin ningún provecho para la comunidad». ¿Hay realmente paradoja, o se trata de un claro pesimismo? Lo veremos al estudiar el Agrícola .

Agrícola. Germania. Diálogo sobre los oradores

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