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Ideario como historiador
ОглавлениеEn la obra de Zuccarelli 13 se presenta al hombre como artífice de la historia, contraponiendo esta idea de Tácito a la de Heródoto; se basa para lanzar esta afirmación en el juego que puede dar en latín la palabra auctor . Aun tratándose de una obra muy elaborada, conviene advertir que este tipo de enfoque, deduciendo ideas a partir de la semántica de palabras aisladas, tiene sus peligros: no me voy a detener en ellos, pero sí voy a señalar la contradicción resultante de una ligera ojeada que se dé a las conclusiones del citado libro: este hombre auctor debe ser, idealmente, un uir modestia praeditus , algo así como «un hombre dotado de mesura»; pues bien, Zuccarelli concluye que, ante la realidad histórica, tal mesura periclita y, a la postre, desaparece.
Según Paratore 14 , el fondo ideológico está en la dualidad Fortuna/Fatum . El Fatum es algo inexplicable, pero no misterioso. Constituye la auténtica voluntad del poder divino que regula la historia de los hombres; en la Germania se nos habla de «urgentibus imperii fatis» (33, 2). El destino humano queda fijado desde el nacimiento. Un balanceo entre este providencialismo y, a veces, un señalado causalismo lo explica Paratore por la dualidad de Tácito como artista (helenismo colorista) y pensador (causalismo pesimista). La fortuna de Agrícola y de Vespasiano la vemos tan enorme que aparece indudablemente providencial.
La Fors dominaría, con espíritu maligno, las vicisitudes humanas, a veces bajo el aspecto de ira divina. Paratore cita un pasaje de la Germania que se opone a lo anterior (33, 1). Pero Syme pretende demostrar que la benignitas deum , presente en Tito Livio, en Tácito es una expresión convencional; cita, a tal fin, un pasaje de los Anales (XII 43): «por la gran bondad de los dioses y del invierno»; vemos asimismo en Hist . I 3 : «los dioses no piensan en nuestra seguridad, sino en su venganza». En definitiva, la religión ya no se podía explotar tan fácilmente como en épocas pasadas; la introducción y asentamiento de las filosofías griegas y orientales son decisivas en este aspecto; la filosofía sustituye a la religión.
Nos parece conveniente recordar ahora el artículo de Víctor José Herrero 15 acerca de lo que piensa Tácito sobre el vulgo; según este profesor, siente por él un claro desprecio; sin aspirar a muchas matizaciones, ya al final del citado artículo se dice: «Emplea, pues, la palabra no tanto en su valor cuantitativo como cualitativo»; pero la contraposición entre el vulgo y su espíritu aristocrático ya no la vemos tan clara; pensamos que Tácito desprecia a la masa como elemento anulador de la virtud y acción individuales; si es un aristócrata, lo es del comportamiento personal; sería, con ello, un «clase media», en el sentido de que se revuelve violentamente hacia arriba y hacia abajo, hacia la derecha y hacia la izquierda.
Pasando a un plano más objetivo, veamos cuál es, para él, la finalidad de una obra histórica. En un pasaje de los Anales propone que la historia debe alabar la virtud y condenar para siempre la injusticia (An . III 65). No tenemos muchos más datos, aparte éste. Lo cierto es que se han visto más intenciones moralizantes que las que el propio Tácito pretende; otros estudiosos, en cambio, tal vez se han quedado cortos 16 . Lo que sí hay, como hemos visto, es una defensa de la libertad y dignidad humanas. Tratando de completar ideas ya apuntadas, podemos detenemos en el hecho de que la Revolución en Roma tuvo dos fases bien distintas: una primera, brusca y rápida, durante la que cayó el régimen republicano, reflejada en autores como Salustio. Una segunda, con paulatina pérdida de la libertad y de los principios aristocráticos. Tácito asiste a la desaparición de su ideal de República por la acción de factores como la clientela, el fauor , la ferocia , la simulatio … Nosotros opinamos que su reacción es de rabia y desprecio, pero también se le achaca el que, ante las convulsiones sociales de su tiempo, siguiera el ejemplo de Tucídides y, encerrado en su torre de marfil, viviera preocupado únicamente por la ciuitas Romanorum y su destino. De todos modos, ya nos advierte Paratore que no puede hacerse de Tácito un pesimista monócromo, viendo reflejado su carácter sólo en los Anales; según el autor italiano, era un historiador desde su primera producción literaria; no le parece muy válido el triple aspecto de retórico, biógrafopanegirista e historiador. Así, vemos cómo el «ahora renace, al fin, la vida» del Agrícola resuena al comienzo de las Historias .