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Capítulo seis

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Kate se sobresaltó. Lo había oído mal, sin duda.

«¿Prometido? ¿Matrimonio?».

—Felicidades, querida. —Tía Mariposa le apretó la mano—. Toma otro caramelo.

—Oigan —dijo Kate cuando por fin halló la voz—, yo no…

Antes de que consiguiera protestar verbalmente, la mano gigantesca de Thorne se posó en su hombro. Y se lo apretó con fuerza. Era un mensaje breve e inconfundible:

«No».

—Nadie nos dijo que estaba prometida —comentó lord Drewe mientras su recelosa mirada volaba de Kate a Thorne y de Thorne a Kate—. Ni el vicario ni la propietaria de la posada…

—No se lo hemos contado a nadie todavía —respondió Thorne—. Es muy reciente.

—¿Cuán reciente?

—Me ha dicho que sí hoy, cuando volvíamos de Hastings. —Thorne apartó la mano del hombro de Kate y le acarició un mechón, en un intento sutil para que se fijaran en el estado en que se encontraba su peinado.

A Kate le ardieron las mejillas cuando la insinuación de Thorne se extendió por el salón y provocó que se arquearan cejas en todos los rincones de la estancia.

—Ay, ya sabía yo que había algo entre ustedes —presumió Lark—. De lo contrario, no se explicaría que hubieran vuelto tan tarde y con aspecto tan… —su voz se fue apagando a medida que barría con la mirada el dobladillo embarrado del vestido de Kate y su pelo revuelto— tan natural.

Las patas de la silla crujieron al ponerse Kate en pie.

—Cabo Thorne, ¿me permite hablar con usted en privado?

Se disculpó de los Gramercy con una sonrisa nerviosa.

—¿Se puede saber qué pretende? —le susurró en cuanto el militar la hubo seguido a un rincón, al lado del piano. Kate sabía con creces que podían hablar en voz baja allí sin que los oyeran—. Hace unas horas me ha dicho que no siente… nada por mí, y ¿ahora afirma que estamos comprometidos?

—Estoy cuidando de usted.

—¿Cuidando de mí? Acaba de insinuar que nosotros…, que nosotros hemos…

—No es nada que no pensaran ya —contestó él—. Créame. La he traído a casa tarde y con aspecto de haberse revolcado.

—Yo…

—Y luego ha sido usted quien les ha dicho que le he regalado un cachorro. ¿Qué conclusión iban a sacar de todo ello si no?

El ardor se había adueñado de las mejillas de Kate, y apartó la mirada.

—Y que se ruborice tanto tampoco ayuda.

¿Cómo iba a evitar ruborizarse? El rostro le quemaba aún más si recordaba cómo los dedos de aquel hombre habían jugueteado con su pelo con tanta presunción.

—No seguiremos adelante con ello —dijo el militar—. Con el matrimonio.

—¿Ah, no? —En el silencio que se instaló entre ellos, a Kate le preocupó haber sonado decepcionada—. Es decir, por supuesto que no. No deseo casarme con usted. Voy a decírselo a los Gramercy ahora mismo.

—Sería un error. —Le colocó las manos en los hombros y la mantuvo inmóvil—. Escúcheme. Está sobrepasada por la situación.

—No estoy sobre…

Se le quebró la voz. Ni siquiera era capaz de encontrar las energías suficientes para completar la objeción. Estaba sobrepasada, efectivamente. Sobrepasada, exhausta, confundida. Y en parte era culpa de él. Quizá la mayor parte, de hecho.

Había que reconocerle a Thorne que no lo negó.

—Un día muy largo llega a su fin —dijo—. Su profesora la ha tratado de loca. El conductor del carruaje la ha tratado de loca. Yo la he tratado peor que ellos. Y entonces llega esta gente con su cuento de hadas y los bolsillos repletos de caramelos y de riquezas. Quiere ver el lado bueno de ellos porque usted es así. Pero le aseguro que hay algo que no encaja en la historia que le han contado.

—¿Qué le hace pensar eso?

Un extenso instante de indecisión.

—Es un presentimiento.

—¿Un presentimiento? —Kate abrió los ojos como platos y lo miró fijamente—. Creía que usted ni sentía ni presentía.

—No puede saber qué objetivo persiguen. —Thorne ignoró el comentario mordaz de ella—. Todavía no están seguros de que se trate de usted. Es una situación peligrosa, en la cual no cuenta con ningún protector ni familiar que salvaguarde sus intereses. Solo estoy yo. Pero no puedo interesarme por su bienestar sin mostrar a ojos de todos que me intereso por usted.

«Me intereso por usted». Kate no sabía cómo interpretar aquellas palabras. En su vida nadie había intentado interesarse por ella. Y acababa de ocurrirle dos veces en una sola noche.

Aquella situación estaba envuelta por un halo de irrealidad. La hora intempestiva, la sucesión de coincidencias, las rarezas de que hacían gala los Gramercy. Kate no sabía de quién ni de qué fiarse en esos momentos; después de haber cometido esa tarde la estupidez de haberse lanzado a los brazos de Thorne, su desesperado corazón parecía el elemento menos fiable de todos.

Necesitaba un aliado. Pero ¿debía ser él?

—¿De veras sugiere que finjamos estar comprometidos? Usted. Y yo.

—El teatro no va conmigo, señorita Taylor. —Frunció el ceño—. No habrá nada fingido. Le estoy proponiendo que nos comprometamos de verdad, para así ofrecerle protección de verdad. En cuanto su situación se haya aclarado, podrá librarse de mí.

—Librarme de usted —repitió.

—Del compromiso. Una dama puede romper un compromiso en cualquier momento, y su reputación no se ve repercutida negativamente. Si se demuestra que es usted una Gramercy, nadie esperaría que siguiera adelante y se casara conmigo.

—¿Y si se demuestra que no soy una Gramercy?

—Nadie esperaría que se casara conmigo de todos modos. —Thorne arqueó una ceja.

Kate supuso que no. Como sabía cualquiera en Cala Espinada, Thorne y ella eran el equivalente social del agua y el aceite. Imposibles de unir.

—¿Por qué se ha prestado a esto? —le preguntó la muchacha observando la dura expresión de él en busca de pistas—. ¿Por qué se preocupa por mí?

—¿Que por qué…? —Con un gruñido suspirado, la soltó—. Es mi deber cuidar de usted, señorita Taylor. En las próximas dos semanas me reuniré con lord Rycliff para tratar mi licenciamiento con honor. Si resulta que entrego a la mejor amiga de su mujer a la custodia de unos extraños desconocidos, es probable que no vea mi petición con tan buenos ojos.

—Ah —murmuró ella—. Ya veo. Tiene sentido.

Por lo menos aquella respuesta de corazón de piedra sin emociones era terreno conocido.

—Lo siento —dijo Kate girándose hacia los Gramercy—. Debería haber mencionado antes el compromiso. —Alargó la mano para agarrar la de Thorne e intentó mirarlo a los ojos con cariño—. Es tan reciente… Ni siquiera hemos tenido tiempo de contárselo a nuestros amigos, ¿verdad que no…? —Su voz se fue apagando en cuanto se dio cuenta de que desconocía cuál era su nombre de pila.

«Añade un apodo», se dijo. «Una expresión de cariño. Querido, corazón, cielo, perrito, amor. Lo que sea».

—¿Verdad que no, Chiquitín? —terminó con una sonrisa inocente.

Ah. Por fin se agrietaba el hielo que desprendían aquellos ojos azules. Thorne intensificó la presión con que le apretaba la mano. Curiosamente, Kate se sintió complacida al percibir aquellas señales de enfado de él. De alguna manera, provocarlo hacía que todo aquello volviera a la normalidad.

Lord Drewe se encontraba en el centro de la sala, irradiando nobleza y autoridad.

—Esto es lo que va a ocurrir.

Y Kate tuvo la repentina e indudable convicción de que cuanto dijera lord Drewe a continuación iba a ocurrir, sin duda. Aunque anunciara que lloverían caramelos del cielo.

—Señorita Taylor, veo que la estamos apremiando. Tiene la feria de verano en el horizonte y asuntos personales de los cuales ocuparse. Y, por supuesto, es usted reacia a marcharse al haberse comprometido tan recientemente.

—Sí, así es. —Se inclinó hacia el brazo de Thorne.

—Es obvio que no podemos pedirle que abandone Cala Espinada ahora mismo.

Kate suspiró, aliviada. Gracias a Dios. Lord Drewe era un hombre lúcido y lo comprendía. Regresaría a Ambervale con su familia, retomaría las investigaciones y le notificaría los resultados. Por carta, tal vez, y no mediante una visita a medianoche.

—Está ocupada —prosiguió lord Drewe—, mientras que nosotros estamos de vacaciones. Pero no hay razón que nos impida pasar las vacaciones aquí.

—¿Se re-refiere a quedarse aquí, en Cala Espinada? —Kate tragó saliva—. ¿En El Rubí de la Reina? ¿Todos ustedes?

—¿Hay alguna otra posada en el pueblo?

—No. —Meneó la cabeza—. Pero esta no acepta huéspedes varones.

—He visto una taberna. —Lord Drewe se encogió de hombros—. Estoy convencido de que el propietario dispondrá de una o dos habitaciones para alquilar. No necesito nada en especial.

«Ah, claro que no. No es más que un marqués».

Era una complicación imprevista. Decirle a esa gente que estaba comprometida con Thorne era una cosa; vivir todos juntos allí, en Cala Espinada, otra muy distinta.

Cielos. En el pueblo nadie los creería.

—Hablaré con la señora Nichols para que prepare habitaciones para las damas —siguió Drewe— y de inmediato mandaré a los carruajes a por nuestras pertenencias.

—Seguro que no es necesario —dijo Kate.

—Las vacaciones casi nunca lo son —añadió Tía Mariposa—. Ese es su encanto.

—No quisiera causarles molestias.

—No es ninguna molestia. Cala Espinada es un retiro costero para damas poco convencionales, ¿no es así? —Lord Drewe extendió las manos y señaló a sus hermanas y a su tía—. Resulta que me acompañan tres mujeres muy poco convencionales, que estarán dispuestas a entretenerse en el pueblo. En cuanto a mí, dirijo mis asuntos por correspondencia. Puedo hacerlo desde cualquier lugar.

—Ardo en deseos de ver la feria —opinó Lark.

—Un chapuzón en el mar sería maravilloso —dijo Tía Mariposa.

—Me entusiasma la idea de pasar una temporada en la cala de las solteronas —terció Harry al levantarse de la silla mientras se alisaba la camisola—. Ames sentirá muchísimos celos.

—Como ve, señorita Taylor, es perfecto. De esta manera, no hará falta que la alejemos de sus amigos, pero dispondremos de suficiente tiempo para conocernos.

—Sí, acerca de eso… —Kate se mordió el labio—. Es un pueblo pequeño. ¿Les importa que les pida que mantengamos nuestro supuesto parentesco en secreto? Abrigo la esperanza de que las especulaciones y los chismes se reduzcan al mínimo, en caso de que…, en caso de que finalmente no sea cierto.

Esperaba de corazón que no hubiera tres muchachas apoyadas en la puerta del salón escuchando cuanto se discutía en el interior.

—Sí, por supuesto —accedió lord Drewe, y se detuvo unos instantes para reflexionar—. A nosotros también nos desagradan profundamente los chismes… Por desgracia, estamos acostumbrados a ellos. De cara a la galería, contrataremos sus servicios como profesora de música particular para Lark. ¿Cree que eso bastará?

—De hecho —Lark se acercó a Kate—, no me irán mal las clases. Soy un desastre con el piano, pero creo que me gustaría probar con el arpa.

La sonrisa radiante de aquella joven llegó al corazón de Kate. También el asentimiento tranquilizador de Harry, los modales confiados de lord Drewe y el regusto prolongado del caramelo de Tía Mariposa en la lengua.

Formaban una familia y querían pasar tiempo con ella. Conocerla. Aunque tan solo durara unos cuantos días, aquello ya valía la pena, por más que tuviera que lidiar con una mayor incomodidad con Thorne. Era el lado positivo de la crueldad con que la había rechazado en la pradera. Ahora Kate sabía sin asomo de duda que él no albergaba sentimientos.

—En ese caso —asintió Kate mientras dedicaba una moderada sonrisa a todos los Gramercy—, supongo que está todo claro.

«Claro».

Cuando un rato después se metió en la cama, Kate no lo veía todo tan claro.

La última vez que se había acostado en aquellas sábanas de lino, era una huérfana y una solterona. A lo largo de aquel día de locos, había acumulado cuatro posibles primos, un cachorro mestizo y un prometido temporal.

«Claro» no describía su estado. Más bien al contrario. Su mente se enturbiaba por la emoción, por las posibilidades…

Y por aquel beso.

Aun teniendo en cuenta lo que había ocurrido con los Gramercy, era incapaz de olvidar aquel beso.

Era horrible. Estaba físicamente cansada y mentalmente agotada. Necesitaba quedarse dormida como agua de mayo. Pero, cada vez que cerraba los ojos, notaba el calor de los labios fuertes de él contra los suyos.

Cada. Vez.

Si hubiera logrado mantener los ojos abiertos durante el beso, quizá ahora evitaría hacer esa asociación. Pero no. La conexión era inmediata: ojos cerrados, beso revivido. El instante en que sus pestañas se posaban sobre sus pómulos, en que sus labios y su cuerpo por completo palpitaban con una emoción embriagadora e indeseada.

Debería haberse esforzado por que la besaran años atrás, para que así la sensación no resultara tan novedosa. Vamos a ver, ¿qué muchacha con amor propio recibía el primer beso a los veintitrés años?

Thorne ni siquiera le caía bien. Era un hombre espantoso e insensible.

«Piensa en la familia», se amonestó mientras observaba, con los ojos bien abiertos, los travesaños del techo. «Piensa en los cumpleaños en febrero. Piensa en la mujer desnuda sin pudor en el cuadro, acariciándose con cariño la barriga hinchada. Podría tratarse de tu madre».

Si iba a pasarse la noche en vela, que fueran aquellos pensamientos los que la mantuvieran despierta. No un beso sin significado alguno, de un hombre que no sentía absolutamente nada por ella, para quien comprometerse era una manera de utilizarla para avanzar en su carrera.

Estaba decidida a no volver a pensar más en él. Nunca más.

Agarró la almohada, se tapó la cara y soltó un gruñido. Acto seguido, se llevó la misma almohada al pecho y la estrechó con todas sus fuerzas.

—Imagina un jardín repleto de colores. De rosas, de orquídeas, de numerosas flores.

En plena oscuridad, cantó en voz muy baja aquellas palabras, dejando que la melodía la envolviera como si de una manta se tratara. Aquella nana tan sencilla era el recuerdo de infancia más antiguo de Kate. La rítmica tonada siempre la tranquilizaba.

—Hay lirios, jazmines —continuó—, también alhelís. Todas ellas bailan, bailan para ti.

Cuando la última nota se apagó, sus párpados se cerraron y se quedaron inmóviles.

Kate soñó con un beso ardiente y apasionado que duraba toda la noche.

Una dama a medianoche

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