Читать книгу Una propuesta para Amy - El amor de mi vida - Mi vida contigo - Tessa Radley - Страница 10

Capítulo Seis

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La fecha de la boda se había fijado para el sábado siguiente.

Cinco días. Eso era todo lo que tenía, le dijo Heath a Amy aquel lunes a última hora de la tarde, apoyado en la mesa de recepción. La mayoría del personal ya se había ido. Reinaba un gran silencio en el espacioso vestíbulo. Y estaban solos.

Todo estaba sucediendo muy deprisa. Kay ya había concertado el menú con una empresa de catering, Alyssa se había ofrecido a llamar y mandar las tarjetas a todos los invitados, y Megan no paraba de asediarla para que fuera con ella a la ciudad a elegir el vestido de novia. La familia Saxon había acogido la boda con mucho entusiasmo y todo el mundo parecía dispuesto a colaborar en el éxito de la ceremonia.

Amy se vio sin otra cosa que hacer que aceptar las ideas de los demás.

Pero no podía quejarse. No quería contrariar a Heath. Su boda había llenado de alegría a la familia. Nunca había visto a Kay tan feliz. Su madrina había abandonado la idea de marcharse a Australia por una temporada. La boda y el bebé parecían haber dado un nuevo impulso a su vida.

Amy alzó ahora la vista y vio a Heath inclinándose hacia ella. Parecía demacrado y ojeroso. Desde luego, no tenía el aspecto de un novio feliz y entusiasmado. Estaba trabajando duro por ella y por su familia.

–Me sentiré más tranquila cuando todo este jaleo termine.

Él no sonrió. Por el contrario, sus ojos se tornaron más sombríos que nunca. Parecían los ojos del diablo. Sin embargo, había estado tan amable con ella todos esos días…

Él la miró fijamente y apoyó los codos en el mostrador.

–¿Dónde quieres ir después?

–¿Después?

–Después de la boda. De luna de miel.

¿La luna de miel? Amy sintió un calor líquido corriendo por su vientre ante la idea de ir a un lugar donde estuviera a solas con él.

–¿Qué falta nos hace ir de luna de miel? Nadie va a esperar de nosotros que…

–Iremos de luna de miel –replicó él con firmeza–. Así podremos conocernos mejor.

Ella conocía a Heath desde siempre, pero… estar a solas con él sería diferente.

Respiró hondo el aire húmedo de la noche.

–Heath, ya sé que esto no va a ser un matrimonio platónico, pero no necesitamos una luna de miel. Nuestro matrimonio no va a ser de ese tipo.

Él la miró con los ojos entornados de forma inquietante.

–¿Y de qué tipo piensas tú que va a ser nuestro matrimonio?

–¡Uf…! Quería decir que lo nuestro no es un matrimonio por amor. ¿Quién podría creerlo? Especialmente, a solo dos meses de la muerte de Roland.

–La gente creerá que el dolor nos ha unido. Mientras tú no les digas a nadie lo contrario.

–Todo el mundo se pondrá a echar cuentas y acabará preguntándose si el bebé es de Roland… o tuyo.

Las facciones de Heath se tornaron duras como rocas.

–Todo el mundo sabe que siempre has estado enamorada de Roland. No hay ninguna razón para que pongan en duda la paternidad del bebé.

Su amante se movía, deslizando su cuerpo sobre el de ella. Un rayo de luna reveló las duras facciones de su rostro. Era un lado de él que ella nunca había visto. Un breve instante de cordura la hizo vacilar, pero entonces él la besó y sus besos eróticos la hicieron derretirse por dentro. Con un suspiro de placer, se entregó rendida.

Sintió los ojos de Heath clavados en ella. Un torrente de adrenalina comenzó a correrle por las venas.

¿Y si ella hacía algo que le hacía pensar que lo deseaba?

En realidad, lo deseaba, aunque no quisiera admitirlo.

Razón de más para hacerle desistir de su idea de la luna de miel.

–¿Y que va a pasar con el Festival de Verano? Aún quedan muchas cosas por hacer –dijo ella, enseñándole la lista de tareas pendientes que tenía en una libreta–. No puedo irme así sin más.

–Ya lo creo que puedes. Se trata de nuestra luna de miel. Todo el mundo lo entenderá.

¡Uf! No iba a resultar nada fácil convencerlo, pensó ella.

–¿Y cuánto tiempo va a durar? –preguntó, rindiéndose a la evidencia.

–Cinco días. Tendrás tiempo más que suficiente para colaborar en la organización del festival cuando vuelvas. Yo te ayudaré.

A medida que los días pasaban y la fecha de la boda se acercaba, la tensión de Amy iba en aumento. Se daba cuenta de que estaba perdiendo el control de su vida. No había tenido ocasión de decidir ni la fecha de su boda ni la luna de miel.

Pero había una cosa que aún estaba en sus manos: decidir si de verdad quería casarse o no con Heath.

Se sentía culpable y debía decírselo. Había intentado hablar con él varias veces, pero siempre le había faltado el valor en el último minuto. Era una cobarde. Sin embargo, se prometió que no se casaría sin decirle a Heath eso que tanto le costaba confesar. Pero cada día se le hacía más difícil, y cuando llegó la víspera de la boda, todas sus buenas intenciones quedaron en nada.

La noche había comenzó bastante bien. Heath había invitado al padre de Amy a cenar con ellos en Chosen Valley. Una cena informal. Sin etiqueta. Amy se había puesto unos pantalones vaqueros que casi ya no podía abrocharse y un top. Heath llevaba, como siempre, sus vaqueros negros de marca y una camiseta.

Después de una comida espléndida, los tres se fueron al cuarto de estar. Había una luz suave y relajante. Josie, el ama de llaves de Heath, llevó una taza de chocolate caliente para Amy y los dos hombres se sirvieron una copa de oporto.

Amy se sintió avergonzada cuando su padre, para amenizar la velada, se puso a contar historias de cuando ella era niña. Heath, sin embargo, parecía muy interesado escuchándolas. Aparte de alguna mirada ocasional, se comportaba como si se hubiera olvidado de que ella estaba allí.

Finalmente, pareció recordar su presencia.

–¿Has tomado ya el hierro y las vitaminas, Amy? No te olvides de tomarlas. Mañana va ser un día muy duro.

–Deja de decirme lo que tengo que hacer –replicó ella indignada–. A pesar de lo que puedas creer, ya no soy una niña.

Las palabras retumbaron como una sentencia por las paredes del cuarto. En el fondo, ella sabía que estaba siendo injusta con él. Pero no podía dominar el resentimiento que había estado latente en su corazón desde que él había comprado Chosen Valley.

–Cálmate –dijo Heath.

–Deja entonces de entrometerte en mi vida como siempre has hecho.

–¡Amy! –exclamó su padre–. Heath salvó esta hacienda. ¿No puedes entender eso? Sé que tenías intención de ayudarme, pero no lo habrías conseguido.

–¿Qué quieres decir, Ralph? –preguntó Heath en voz baja.

Ralph Wright miró a su hija con ojos indulgentes, como si quisiera disculparse con ella.

–La situación era muy complicada. Me demoré demasiado con la vendimia y… cuando llegaron las lluvias… ya no se pudo hacer nada por salvar la cosecha.

–Está bien, papá –dijo ella, poniéndole una mano en el hombro.

–¿Qué planes tenías? –preguntó Heath, dirigiéndose a ella.

–Fui a hablar con el director del banco para ampliar nuestro crédito. Pero me dijo que no les interesaba –respondió ella, recordando la humillación–. Había pensado poner un pequeño hostal. Era algo que siempre había soñado. Tenía preparado incluso un plan de negocio.

–Deberías habérmelo dicho.

–¿Para qué? ¿Habrías ido a amenazarles con una porra para me dieran el préstamo?

Él esbozó una leve sonrisa.

–Creo que me sobrestimas. Supongo que yo tampoco habría conseguido que te dieran el crédito, pero podría haberme presentado como avalista. O haberte adelantado el dinero…

–No. Eso habría sido lo último que hubiera hecho.

–¿Por qué?

–No quería estar en deuda contigo. Soy una persona adulta. No quería que vinieses a solucionar mis problemas como siempre has hecho.

Como había hecho cuando era una colegiala. Solo que esa vez había ido más lejos. Había comprado su casa y le había buscado un empleo en Saxon´s Folly. Siempre se había sentido como una marioneta movida por los hilos que él controlaba.

Heath puso cara de circunstancia y dejó su copa de oporto en la mesa.

–Amy, hace años que dejé de verte como una niña. Pero tú estabas empezando a salir con Roland por entonces, ¿rechazaste también su ayuda?

–Le hablé de mis planes. Él viajaba mucho y me dijo que en el futuro me llevaría con él. Pensaba que si yo abría un negocio de hostelería ya no querría marcharme de aquí.

Roland sabía que ella deseaba formar una familia y él no quería que su esposa trabajase. En eso, era igual que su padre. Los dos pensaban que el deber de una esposa era apoyar a su marido y hacerle la vida más fácil.

El banco había rechazado su plan y, con él, el sueño de su vida. Roland le había dicho que, cuando estuvieran casados, podría ayudarle en su trabajo como director de marketing atendiendo a los clientes.

Ella había logrado convencer a Roland de que, mientras tanto, necesitaba contar con unos ingresos para poder tener su independencia. Eso no le había gustado, pero había accedido con la condición de que trabajase en Saxon´s Folly. Ella había declinado su oferta porque adivinaba que eso podría significar algún tipo de contrapartida por su parte y deseaba llegar virgen al matrimonio.

Su vestido blanco de novia era otro de sus sueños rotos. Igual que el de su virginidad. Sintió un escalofrío al venirle a la memoria el recuerdo de una boca junto a su cuello y unas palabras ardientes susurradas al oído.

Amy se estremeció de placer cuando los dedos varoniles le acariciaron la piel desnuda que brillaba como pétalos de rosa blanca a la luz de la luna. Aquel éxtasis era un error, un espejismo. Pero ella no se atrevía a decirle que parase. Le consumía el deseo y la pasión que sus caricias habían encendido en ella.

Trató de olvidar aquellas imágenes lascivas. Nunca debía haberse rendido a la tentación. Había roto su castidad por dejarse llevar. Era tan culpable como Roland.

Durante los dos años que habían estado saliendo y luego durante el año que habían estado comprometidos, nunca había pensado que Roland pudiera serle infiel. La fidelidad era para ella parte consustancial del amor. Había creído que estando juntos podrían llegar a conocerse mejor y vivir una historia romántica.

Pero Roland no compartía sus creencias.

Cuando ella se enteró de que él estaba con otra mujer, le dio un ultimátum. Roland echó la culpa de todo a su trasnochado voto de castidad. Le dijo que si se hubiera acostado con él, no habría necesitado ir a buscar fuera lo que tenía en casa. Esa noche, le hizo dudar de sus valores, de sus creencias. Empezó a creer que era culpa suya que él se acostara con otras mujeres y no le fuera fiel.

Le había hecho dudar de todo. De sus sentimientos y sus principios. Incluso de quién era.

La oscuridad ocultaba el color febril que sus caricias habían dejado en su piel ardiente de deseo. Se sintió asaltada por una lasitud embriagadora. Podía fingir que era un hermoso sueño, que la pesadilla de la noche anterior se había desvanecido para siempre, que había despertado por la mañana en los brazos de su amado y que todo estaba bien…

Heath observó el color de sus mejillas encendidas, pero ella eludió su mirada.

¿Sabría que deseaba besarla y saborear sus labios hasta dejarlos del color rosa que teñía sus mejillas? Estaba tan sexy…

Ralph se había puesto a hablar de las previsiones del tiempo y Heath asentía con la cabeza sin escucharle. Tenía toda la atención puesta en Amy. Cuando por fin ella giró la cabeza y lo miró a los ojos, pareció decirle sin palabras que sabía exactamente lo que estaba pensando.

Heath borró la sonrisa de sus labios.

La dulce Amy, la inocente Amy… Él siempre la había deseado.

Ella hizo un gesto de desaprobación con los labios. Un mohín delicioso que le hizo desearla aún más. Deseaba besarla con pasión hasta que el capullo rosa de su boca floreciera en sus labios. Le guiñó un ojo. Ella lo miró fijamente pero sin el menor atisbo de alegría en los ojos.

Ralph estaba mirándolo también. Heath se sintió turbado al ser sorprendido mirando embobado a su hija como un idiota enfermo de amor.

–¿Estás preparado? –preguntó Ralph.

Heath parpadeó nuevamente sorprendido. ¿Preparado? ¿Para qué?

¡Ah! Sí. Claro que sí. Hacía años que lo estaba.

–Sí, estoy preparado para mañana –respondió Heath, tomando un trago de su copa de oporto.

No podía creer que al final lo hubiera conseguido. Iba a casarse con Amy al día siguiente. Se sintió invadido por una euforia descontrolada.

–Nunca imaginé que Amy pudiera casarse contigo algún día –dijo Ralph, dirigiendo una mirada de cariño a su hija–. Aunque, bien pensado, no sé por qué. Hacéis una buena pareja.

–Estaba comprometida con Roland –dijo Amy, dejando la taza de golpe sobre la mesa.

–Creo que Heath será mejor para ti.

–¿Por qué dices eso, papá?

Heath apoyó la cabeza en el respaldo de la silla con aire expectante. Estaba muy interesado en conocer la opinión que su futuro suegro tenía de él.

Ralph hizo bailar el vino dentro de la copa unos segundos y luego echó un buen trago.

–Porque has sido siempre muy hogareña y Roland no paraba nunca en casa. Siempre andaba por ahí zascandileando.

–Ese era su trabajo –replicó ella–. Y yo lo aceptaba. Incluso llegó a decirme que, cuando nos casáramos, le gustaría que fuera con él para ayudarle a atender a los clientes.

Su padre negó con la cabeza.

–Roland era muy inquieto, nunca estaba a gusto en ningún sitio. Habrías acabado odiando estar siempre tras sus pasos.

Heath comprendió que Ralph era más perspicaz de lo que había imaginado. Demostraba haber conocido muy bien a Roland. Su hermano adoptivo había sido siempre un trotamundos y un mujeriego. Pero eso Amy no lo sabía.

–¿Crees que me habría encontrado insatisfactoria? ¿Que le habría aburrido? –preguntó Amy a su padre con los ojos echando chispas.

Heath reprimió una sonrisa ante la ridiculez de las preguntas.

–No, hija. No estoy tratando de criticarte, pero Roland era… como era. Salvaje e inquieto.

Amy se echó a reír.

–Estás confundido, papá. Esa es la descripción de Heath. Fíjate en él.

Ralph miró a Heath con ojos expertos para no perderse un detalle. De repente, Heath tuvo la sensación de que su futuro suegro sabía de él más de lo que sospechaba.

Esperó expectante el resultado de su evaluación.

–No sé, hija. Nunca me creí toda esa basura que se decía de él. Heath siempre ha estado donde se le ha necesitado, ha trabajado duro y siempre ha sabido estar en su sitio –dijo Ralph, dejando su copa de vino sobre la mesa–. Pero no corresponde a un padre hablar a su hija del hombre con el que va a casarse.

Heath soltó poco a poco el aliento que había estado conteniendo. Su secreto estaba a salvo. Se sintió reconfortado sabiendo que alguien había cuestionado la veracidad de los actos que le habían creado tan mala fama.

–¿Qué quieres decir? –preguntó Amy a su padre.

Ralph dirigió a Heath una sonrisa de complicidad.

–Creo que ya he dicho suficiente. Es hora de marcharme.

Esa sonrisa le dijo a Heath todo lo que necesitaba saber. Empujó la silla hacia atrás y se levantó.

Amy fue con él hasta la puerta para despedir a su padre, pero Heath vio que ella no tenía ninguna intención de irse.

Cuando Ralph se marchó, Heath le pasó el brazo suavemente por la cintura y la llevó al cuarto de estar.

–¿Estás enfadada?

–Un poco –respondió ella, apartándole el brazo con mucha naturalidad.

Luego abrió las puertas de cristal y salió a la terraza.

Heath encendió las luces y la siguió lentamente. La noche era cálida y el aire tenía el sabor salado del mar. La luz de la luna llena se derramaba sobre el paisaje, confiriéndole un extraño clima de cuento de hadas.

–¿Estás enojada conmigo?

–No, estoy enojada conmigo misma.

–¿Por qué? –preguntó él, conteniendo una sonrisa.

–Porque soy una cobarde.

Heath no pudo evitar soltar una carcajada. Ella le dirigió una mirada de reproche, como queriéndole decir que aquello no tenía ninguna gracia.

–Creo que también estás un poco enfadada conmigo, ¿verdad?

Ella no respondió.

Heath se acercó a ella un poco más y decidió aventurase en un territorio peligroso.

–¿Es porque yo estoy vivo y Roland no?

–¡No! Eso nunca –exclamó ella sorprendida.

Heath suspiró aliviado. No había ningún motivo de preocupación. Su hermano estaba muerto. Amy era suya. No lo amaba como a Roland, pero aprendería a amarlo. Él no era vanidoso pero sabía la pasión que despertaba en las mujeres.

Después de la boda, tendrían todo el tiempo del mundo. Ella acabaría amándolo.

–¿Por qué sigues viendo en mí al adolescente salvaje e inquieto? ¿Te sientes así más a gusto?

–¿Por qué piensas eso?

–Supongo que por esa manera que tienes de decir que soy un chico malo, que no tengo nada en común contigo, la chica buena.

–Eso no es cierto. Pero hiciste más de una locura cuando eras joven.

–No todas fueron obra mía. En algunas, me echaron la culpa injustamente. Yo era el más joven de todos. Era normal. A veces, incluso, hasta me halagaba que me echaran la culpa de cosas que no había hecho. Me hacía sentirme más hombre.

–Yo sabía que mi madre deseaba que saliera contigo –dijo ella con ojos soñadores–. Creo que habría sido feliz. Siempre soñó con verme casada con uno de los chicos de Kay.

–¿Es eso por lo que te enamoraste de Roland? ¿Para complacer a tu madre?

–No seas tonto. Nunca me habría casado con Roland por esa razón.

–¿Estás segura? ¿Pensaste alguna vez que podría ser yo al que realmente amabas y no a mi hermano?

–¡Heath! –exclamó ella con una leve sonrisa–. Sabes que estaba enamorada de Roland.

–¿Por qué? ¿Qué tenía él de especial?

–No lo sé… Pero cuando tenía diecisiete años y abrí su regalo de cumpleaños, supe que…

–¿Qué? –susurró él con gesto angustiado.

–Que él era el elegido. Me dio esto –dijo ella, acariciando el medallón relicario que llevaba colgado del cuello–. Fue un detalle tan romántico…

–¿Habría sido yo el elegido si te hubiera regalado ese medallón victoriano de brillantes tan romántico?

–No se trataba solo del oro y los brillantes.

–Lo sé. Era lo que ello representaba, ¿verdad?

–Sí. Tú nunca me diste nada igual –dijo ella con un brillo especial en la mirada.

–No, tienes razón. Pero ahora te vas casar conmigo –dijo el, poniéndole una mano en el vientre–. Piensa que este hijo podría haber sido mío.

Ella lo miró fijamente y, por un instante, el tiempo pareció detenerse. Sus ojos dorados se cubrieron de sombras. Se pasó la lengua por los labios con un gesto nervioso.

Heath, sin poder apartar la vista de ella, sintió que todo el deseo acumulado a lo largo de esos años, se concentraba entre sus muslos.

–No puedo esperar ya más. Deseo hacerte mía.

–Heath, me prometiste darme tiempo –dijo ella, cruzando los brazos sobre el pecho–. Hace algo de frío aquí afuera. Debemos entrar.

Heath ladeó la cabeza extrañado.

–Yo diría que hace una buena noche.

–No sé, pero yo siento frío.

Él pensó cómo se sentiría ella en sus brazos. Necesitaba abrazarla para asegurarse de que aquello que estaba viviendo era real y no un sueño. Tal vez estaba siendo demasiado optimista. Tal vez su hermano fuera siempre un muro infranqueable entre ellos y ella nunca llegara a amarlo. Pero valía la pena intentarlo.

–Déjame, yo te haré entrar en calor.

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