Читать книгу Una propuesta para Amy - El amor de mi vida - Mi vida contigo - Tessa Radley - Страница 7
Capítulo Tres
ОглавлениеAborto. De nuevo volvía a oír esa palabra.
Amy miró a la persona que la había pronunciado. Carol Carter, la asistenta social, era una mujer regordeta de mediana edad con el pelo negro corto y unos ojos amables que parecían haberlo visto todo en la vida. Nada más entrar, Amy le había dicho que se sentía culpable por estar embarazada fuera del matrimonio y que eso iba en contra de sus principios. La serenidad con que la asistencia social le había dado aquel consejo la había horrorizado.
Por un momento, deseó tener a alguien a su lado. Roland. Megan. Necesitaba una mano a la que agarrarse. Pero Roland ya no estaba y Megan se había ido esa mañana a Australia por un par de días.
–¡No puedo hacerlo!
–Tiene que pensarlo bien antes de tomar una decisión, ahora que todavía estamos a tiempo.
–¿No es ya demasiado tarde para… ? –preguntó Amy.
Carol volvió a examinar el informe del doctor Shortt que Amy le había llevado.
–No debería haber ningún riesgo para usted si el procedimiento se lleva a cabo dentro del próximo mes.
–No, no puedo hacerlo.
–El feto se está acercando al final del primer trimestre.
El feto. Sí. Así era como debía llamarlo.
–También podría tener el bebé y darlo luego en adopción –añadió Carol, mirándola por encima de las gafas–. Le aconsejo que considere esta opción seriamente. Podría dar una gran satisfacción a una pareja que esté deseando tener un bebé.
Eso la hizo sentirse aún peor. Ella no quería estar embarazada. Y, sin embargo, en algún lugar podía haber otra mujer deseando desesperadamente un bebé.
Las lágrimas volvieron a brotarle.
–Piense en ello –dijo Carol–. Teniendo en cuenta su situación y cómo se sentiría siendo una madre soltera, podría ser lo mejor para el niño. Hágame llegar su decisión cuanto antes.
¡Lo mejor para el niño!
Amy se quedó desconcertada, mirando a Carol. ¿Podía ser capaz de renunciar a su bebé aunque fuera lo mejor para él? Había sido un trauma para ella enterarse de que estaba embarazada, pero ahora estaba empezando a aceptarlo.
Heath la estaba esperando cuando salió del despacho de la asistenta social.
–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó ella.
–Vi tu cita en el ordenador y pensé que podrías necesitar mi ayuda.
–¿Así que has estado espiándome?
Heath levantó una mano y se acercó a ella. Amy pensó que iba a tocarla, pero luego bajó el brazo.
–No, pero me preocupé cuando no fuiste a trabajar esta mañana. Mi padre me dijo tenías una cita con el médico, pero yo sabía que habías estado ayer con el doctor Shortt y me inquieté al saber que habías concertado otra cita.
–No quería que nadie supiera que iba a venir a ver a una asistenta social. No quiero que nadie pueda pensar que pretendo desprenderme de…
–Amy…
Pareció como si quisiera decir algo más, pero se limitó a pasarle un brazo por el hombro atrayéndola hacia sí.
Ella se puso tensa y él, al percibirlo, suspiró contrariado y retiró el brazo.
–Ven, te llevaré al trabajo.
–No hace falta que te molestes. He dejado el coche aparcado aquí mismo.
–No creo estés en condiciones de conducir. Le diré a alguno de los operarios de la bodega que se pase a recogerlo.
–Puede que tengas razón –admitió ella.
–¿Acaso no la tengo siempre? –exclamó él en tono burlón.
Amy se dio cuenta de que solo estaba bromeando para levantarle el ánimo. Pero no estaba de humor para reírse. La decisión que tenía que tomar pesaba sobre ella como una losa. Era una decisión que no solo le afectaba a ella.
Heath no la llevó directamente a Saxon´s Folly, sino que se dirigió al centro de la ciudad y detuvo el coche junto a una cafetería muy popular.
Amy se puso tensa al darse cuenta de sus intenciones. Heath temió que iniciara una nueva discusión, pero se sintió aliviado cuando accedió a entrar y sentarse con él en una mesa.
–Tomaré un té. Un té verde.
Heath frunció el ceño. El establecimiento estaba lleno y había un griterío que llegaba hasta ellos mezclado con el aroma irresistible del café.
–Hay aquí demasiada gente. ¿Prefieres ir a otro lugar más tranquilo?
–No deseo ir a ninguna parte contigo. Pensé que ibas a llevarme a Saxon´s Folly.
–Quiero hablar contigo antes.
–¿Hablar? ¿De qué?
–Del bebé.
Heath esperó un instante, convencido de que iría a decirle que eso no era asunto suyo. Pero ella permaneció en silencio, y él aprovechó la oportunidad para mirarla detenidamente. Ya no estaba tan pálida como el día anterior. Tenía un aspecto más saludable. Su piel parecía de nácar y su pelo tenía un brillo de terciopelo. Nunca la había visto tan hermosa e… inalcanzable.
–¿Por qué me miras así?
–¿Cómo?
–Como si fuera un insecto bajo el microscopio.
Él se echó a reír.
–¡Un insecto! ¡Qué disparate! Solo estaba pensando lo guapa que estás.
Ella se sonrojó.
Heath decidió cambiar de conservación.
–¿Te produce náuseas el olor del café?
–No he notado nada hasta ahora. Ni siquiera he tenido esos antojos de los que habla la gente.
–Me alegro de que no sientas mareos matinales ni tengas… antojos molestos.
–Soy una estúpida –dijo ella–. ¿Cómo no me habré dado cuenta antes?
Heath apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia adelante.
–Has tenido demasiadas cosas de las que ocuparte últimamente.
Heath se reclinó hacia atrás en la silla y observó como Amy jugueteaba nerviosamente con el sobre de azúcar en las manos. Siempre la había visto como una chica frágil y menuda. Había asistido de niña a clases de ballet, y se le notaba en la forma de moverse. Parecía que andaba sin apenas tocar el suelo. Sus dedos eran delicados Tenía las uñas pintadas de un color rosa suave. Llevaba el pelo corto muy bien peinado, dejando ver unos pendientes de oro.
Era la mujer más delicada y femenina que había conocido. Y si Roland no hubiera muerto, sería ahora la señora de Roland Saxon.
Ella alzó la vista pero fue incapaz de leer sus sentimientos. Heath tenía mucha práctica ocultándolos.
–Se me olvidaba decirte que tu madre me llamó ayer por la mañana antes de que me desmayara.
La madre de Heath había descubierto que, al poco de casarse, su esposo, el padre de Heath, había tenido una aventura de la que había resultado un niño, Rafaelo, el hermanastro de Heath. Resentida por la traición de su marido, se había ido de casa para pasar una semana en Australia con su hermano y nadie sabía cuándo volvería.
–¿Dónde estaba yo cuando llamó?
–No me preguntó por ninguno de vosotros. Quería hablar con Phillip, pero no pude localizarlo. Dijo que volvería a llamar y me pidió que no se lo dijera.
–¿Y se lo dijiste?
–No. Le prometí no hacerlo y siempre cumplo mis promesas.
–No te preocupes, yo tampoco se lo diré. Ha sido un golpe muy duro para mi madre.
Los últimos dos meses habían sido horribles para todos. La muerte de Roland en un accidente de tráfico, la llegada de Rafaelo y el anuncio sorprendente de que él era el hijo ilegítimo de Phillip. Heath había perdido a un hermano, pero había ganado a otro. Lo peor había sido para Amy. Ella había perdido al amor de su vida.
–No sé cómo puede soportar que tu padre le haya engañado con otra mujer. Debió ser terrible para ella descubrirlo.
Heath se quedó mirándola fijamente tratando de desentrañar sus pensamientos. ¿Sabría ella que a Roland le gustaba flirtear con otras mujeres?
–¿Ocurre algo? –preguntó ella, al ver su mirada expectante.
«No, no sabía nada», se dijo él. Con mucha delicadeza, colocó una mano sobre la suya.
–Quiero que sepas que yo tampoco rompo nunca una promesa. No le contaré a nadie lo de tu bebé.
–No lo llames así.
–¿Cómo? –replicó él, inclinándose hacia adelante.
–«Tu bebé» –dijo ella con voz temblorosa–. No quiero que lo llames así.
–¿Por qué no? Es tu bebé.
–Pero no quiero pensar en él de esa manera –replicó ella con lágrimas en los ojos–. Aún no. No quiero ligarme a su vida hasta que decida lo que voy a hacer.
Heath le apretó la mano afectuosamente.
–La asistenta social me aconsejó que considerara seriamente la opción del aborto –dijo ella con la voz quebrada.
–¿Y qué le dijiste?
–Lo mismo que a ti. Que no podía hacerlo. Llegó a proponerme la posibilidad de… darlo en adopción.
–¿Y?
–No lo sé. Estoy confundida.
Heath vio su mirada desolada.
Le acarició el dorso de la mano con los dedos.
–No tienes por qué hacer nada que no quieras. Habrá un montón de gente dispuesta a ayudarte con el bebé. No estarás sola.
–¿Qué voy a hacer, Heath? –dijo ella, apartando la mano–. En circunstancias normales, nunca consideraría la posibilidad de renunciar a mi bebé, pero no estoy casada.
–Eso no importa…
–A mí, sí. No puedo olvidar que Roland era adoptado, y fíjate la alegría que llevó a tus padres. Si no hubieran tenido hijos, Roland habría sido su único motivo de felicidad. Este bebé podría colmar las ilusiones de otra pareja.
Heath sintió una intensa desazón. Si las cosas hubieran sido diferentes, el bebé podría haber sido suyo. Sabía que su madre estaría encantada de tener un hijo de Roland. Sería como una continuación de él. Le ayudaría a soportar su pérdida.
Pero no deseaba usar ese argumento para chantajear a Amy. Tenía que contentarse con lo que ella decidiera, con independencia de lo que su familia pudiera desear. Tendría que apoyar su decisión, cualquiera que fuera. Para él, Amy siempre sería lo primero.
–Amy, debes hacer lo que consideres más correcto.
–Ya he cometido bastante errores. Nunca tuve la intención de traer un hijo al mundo sin un marido… sin un padre. No podría soportar las miradas capciosas, los rumores –dijo ella tapándose la cara con las manos–. Supongo que debo parecerte algo convencional.
–Te equivocas.
Todos los que conocían a Amy sabían que se había pasado la vida tratando de hacer lo correcto. Siempre se había portado muy bien en el escuela y en el instituto. Tanto con los profesores como con sus compañeras. A los dieciséis años, llevaba ya la casa de su padre.
Y ahora encontraba incluso tiempo para colaborar en organizaciones benéficas.
–Tienes que hacer lo que te haga más feliz. Tú eres la que tendrás que vivir el resto de tu vida con la decisión que tomes ahora.
–Eso, lejos de ayudarme, no hace sino crearme más dudas.
–Ven –dijo él, apartando la silla hacia atrás–. Con este griterío no hay forma de hablar. Vamos a dar un paseo.
Para su sorpresa, ella no le discutió su decisión ni le dijo que la llevara a Saxon´s Folly.
Heath dejó unos billetes en la mesa y salieron de la cafetería.
Caminaron en silencio. Cruzaron Marine Parade con un grupo de turistas. Heath sintió la tentación de agarrarle la mano y pasear con ella como una pareja más. En lugar de ello, se dirigió a un pequeño parque desde el que se dominaba una playa de piedras negras y, una vez que estuvieron solos, se volvió hacia ella.
–No debes precipitarte en tomar esa decisión, ni dejarte llevar por razones ajenas a tu voluntad. Si decides dar al bebé en adopción, no lo hagas solo porque Roland fuera adoptado. Tú no puedes saber lo que él habría querido para vuestro hijo.
Amy cruzó la pradera y dirigió la mirada hacia las aguas azules del océano. Sentía una terrible sensación de soledad.
Tras unos instantes, se volvió hacia él con un suspiro.
–Sigo tratando de convencerme de que si lo diera en adopción contribuiría a ver realizados los sueños de otra mujer.
–No debes pensar en lo que podría hacer feliz a otra mujer sino en lo que es mejor para ti. Si yo fuera el padre del bebé, desearía que mi mujer criara a mi hijo y lo compartiera con mi familia después de mi muerte, para que todos disfrutasen de él.
–Yo no estoy casada, Heath. No tengo nada que ofrecer a un hijo.
–Nos tienes a nosotros, a Saxon´s Folly… Y me tienes a mí.
Ella se echó a reír.
–¿A ti? Tú nunca has querido un hijo.
–Estaría siempre a su lado. Si fuera niño, jugaría al fútbol o al críquet con él. Y si fuera niña, vigilaría a todos los chicos que se acercasen a ella. Sé muy bien las intenciones que tienen esos pequeños salvajes –dijo él con una sonrisa.
Ella lo miró atónita. Pero él tuvo la sensación de que estaba llegando a alguna parte. Por fin.
–Pensé que si daba al bebé en adopción a alguna pareja, no tendría que decírselo a nadie –replicó ella, mirándolo de soslayo–. Excepto a ti.
Tenía el pelo revuelto por la brisa del mar. Parecía una sirena recién salida de las aguas.
–Si decides dar en adopción a tu bebé, tendrás que llevar el embarazo hasta el final y no podrás mantenerlo oculto.
–Nadie se enteraría. Me iría a Auckland. Diría a todo el mundo que tenía que irme a trabajar o a estudiar o hacer cualquier cosa. No puedo quedarme aquí. Empezaré allí una nueva vida.
Heath sintió una punzada en el estómago al oír esas palabras. Era algo que no había previsto. Se había acostumbrado a tenerla cerca desde hacía tantos años…
–¿Una nueva vida en Auckland? ¿Por qué quieres huir?
–No puedo quedarme aquí.
–¿Por qué no? Hay muchas mujeres que se quedan embarazadas y tienen hijos fuera del matrimonio. Ahora ya no es como antes. A nadie le importan esas cosas.
–A mí, sí.
Heath tuvo la sensación de que ella había tomado ya una decisión y que, dijera lo que dijera, no conseguiría hacerla cambiar. Se marcharía de todos modos.
Y la perdería. Para siempre.
–Hay otra solución.
–¿De veras? –dijo ella con una sonrisa.
–Podrías casarte conmigo.
Ella se quedó sin aliento. La sonrisa se desvaneció de sus labios.
–¿Casarme contigo?
–¿Tan horrible te parece la proposición? Por favor, dime que no te vas a desmayar de nuevo.
–No, no te preocupes.
Amy se dio la vuelta y se dirigió a la zona donde la hierba daba paso a los guijarros de la playa y se quedó mirando al Pacífico. El agua era increíblemente azul y la brisa húmeda olía a sal y a sol.
–¿Por qué? –preguntó ella, dándose la vuelta y viendo a Heath a su lado.
Se había quitado las gafas de sol y estaba mirándola fijamente. Sintió que se le ponía la carne de gallina. Se frotó los brazos con las manos, como si tuviera frío a pesar del sol que hacía.
–Porque no quieres tener un bebé sin estar casada.
–Ese es mi problema, no el tuyo –replicó ella, entornando los ojos para protegerse de la brillante luz de la bahía de Hawkes.
–Roland era mi hermano. Este será su único hijo.
–Él no esperaría que te sacrificases por su bebé.
–No sería un sacrificio –dijo Heath.
–Por supuesto que sí. Siempre has dicho que nunca te casarías. La última vez, hace unos días, si mal no recuerdo.
–Es cierto. Pero las circunstancias han cambiado desde entonces.
–¿Qué ha cambiado?
–Tú necesitas un marido y…
–¡Yo no necesito ningún marido! –exclamó ella.
–Lo que quería decir es que… necesitas un padre para tu hijo. Nunca serías feliz siendo una madre soltera.
–Tienes razón. En un mundo perfecto, los bebés deben pertenecer a una familia.
Pero su mundo ya no era perfecto. Se había trastocado por una serie de acontecimientos que ella no había podido controlar.
–Entonces, cásate conmigo. Seremos una familia. Será una forma de resolver nuestros problemas.
Amy inclinó la cabeza y lo miró a los ojos detenidamente.
–Mis problemas, tal vez. Tú no tienes ninguno.
–¿Estás segura?
–Eres un hombre de éxito.
–¿Crees que por ser rico y trabajar tanto no tengo problemas?
–No trabajas tanto.
–¡Vaya! Así que solo soy rico… ¿Me consideras acaso un holgazán?
Quizá lo había pensado, se dijo ella. Parecía tener todo lo que deseaba y sin ningún esfuerzo. Éxito, buenas cosechas, mujeres hermosas…
–No, no he dicho eso –replicó ella algo incómoda–. ¿Podemos cambiar de tema, por favor?
Amy se alejó unos pasos y fue a sentarse en un banco de madera que había frente al mar.
Heath la siguió, se sentó a su lado y apoyó un brazo en el banco por encima de su hombro.
–No, esto se está poniendo interesante. ¿Qué más cosas piensas de mí?
Ella lo miró fijamente como si fuera la primera vez que lo hubiera visto en su vida. Bajo sus pantalones vaqueros y su camisa, se adivinaba un cuerpo atlético y musculoso. Tenía la piel bronceada y unas facciones muy varoniles. Pómulos altos, mandíbula cuadrada y unos ojos llenos de vida. No era de extrañar que las mujeres se fijasen en él.
–Eres encantador y muy atractivo. Gustas a la gente.
–Encantador, atractivo, gustas a la gente… ¿Es esa toda la opinión que te merezco?
–No era mi intención ofenderte.
–No importa. Eres siempre tan amable y tan bien educada… Pero me gustaría saber lo que de verdad piensas de mí. He trabajado muy duro para sacar adelante el viñedo que tu padre dejó casi en la ruina. He estado noche y día plantando miles de nuevas viñas, la mayoría con mis propias manos. ¿Qué es lo que creías que había estado haciendo estos meses?
–Sabes muy bien que mi padre nunca me dejó involucrarme en el negocio. De otro modo, la finca no habría estado tan descuidada…
–Estaba en quiebra.
Amy desvió la mirada. Sabía que él tenía razón. Contempló el mar que tenía frente a ella. Estaba en calma. Escuchó el chillido de una gaviota siguiendo a otra a lo largo de la playa. Pero lo único que acudía a su mente era la expresión de indiferencia del director del banco cuando había ido a presentarle su proyecto para abrir un pequeño hostal con el que aliviar las cargas financieras de su padre. El director no le había concedido el préstamo. Le había dicho que se trataba de un negocio poco fiable que necesitaba un avalista que garantizase la inversión.
Entonces Heath se había presentado en el banco con una oferta de compra de Chosen Valley.
–Sabía que no atravesaba una buena situación económica, pero no pensé que fuera tan mala –dijo ella finalmente.
–Pensaste que me aproveché de ello comprándola a precio de saldo, ¿verdad? –exclamó él, arqueando las cejas–. Pues debes saber que pagué por ella más de lo que valía.
–Si hubiera sucedido ahora, habría podido ayudar a mi padre. He aprendido muchas cosas del negocio desde que trabajo en Saxon´s Folly. Gracias a ti, Heath.
–No quiero tu gratitud –replicó él, apretando los puños por detrás de la espalda.
–Lo siento –dijo ella en voz baja.
–Amy, no es contigo con quien estoy enfadado, sino conmigo mismo.
–¿Por qué? Tienes todo lo que cualquiera desearía.
–Causé muchos problemas cuando era joven. Apenas tengo ahora relación con mi padre y sé que eso le hace sufrir a mi madre. Tampoco le demostré ningún afecto a Rafaelo. Pensé que todo era una farsa. Nunca lo reconocí como hermano.
–Podría haber sido un impostor.
–Gracias –dijo él, exhibiendo un atisbo de su diabólica sonrisa–. También fui siempre demasiado crítico con Roland.
Amy siguió con la mirada puesta en el Pacífico mientras Heath desgranaba el catálogo de sus pecados.
–Tal vez se lo merecía.
–Por eso, necesitas casarte conmigo. Cuando me fui de casa y compré Chosen Valley, mi padre se puso furioso. Me dijo una cosas terribles. Entre ellas, que nunca me perdonaría haber entrado en competencia con él y que no se me ocurriera volver nunca por Saxon´s Folly.
–Pero volviste.
–Por Caitlyn, no porque él me lo pidiera. Y porque Joshua le convenció de que era lo más sensato de momento.
–¿Piensas quedarte?
–Sí. Después de todo lo que ha pasado estos últimos meses, sé que no hay nada seguro en la vida. Quiero cerrar la brecha que tengo abierta con mi padre.
–Lo comprendo. ¿Significa eso que vas a vender Chosen Valley?
Él negó con la cabeza.
–Chosen Valley es ahora mi casa. Puedo trabajar como enólogo en ambos viñedos.
–¿No habrá un conflicto de intereses?
–No, cada viña cultiva una variedad diferente de uva. Yo me estoy centrando más en la cabernet sauvignon. Pero necesito que me ayudes a convencer a mi padre de que he vuelto con intención de quedarme. Mis padres te adoran. Eres su ahijada favorita. Y eso que tienen varias.
Ella sonrió abiertamente. Parecía estar recobrando su alegría natural.
–Es solo porque Kay y mi madre fueron siempre muy amigas. Y además porque, de niña, vivía muy cerca de vuestra casa y me veían a todas horas.
–No es solo eso. Tú eres parte de la familia.
–No sabes lo que me agrada oírte eso. Pero me preocupa lo que puedan pensar de mí cuando sepan que…
–¿Te acostaste con Roland antes de la boda?
Ella bajó la cabeza y su sonrisa se desvaneció.
–Vamos, Amy, con todas las cosas que han salido a relucir últimamente en mi familia, no creo que nadie esté en situación de tirar la primera piedra. Además, ya sabes lo mucho que te quieren mis padres.
La forma tan enternecedora con que Heath la miraba le hacía sentirse la mujer más adorada del mundo. ¿Cómo no se había dado cuenta hasta ahora de lo atractivo que era Heath?
Tal vez porque había estado comprometida con Roland. O porque siempre había tenido a Heath por un chico malo. O tal vez porque había estado demasiado ciega.
Sintió calor en las mejillas, amenazando extenderse por todo su cuerpo.
«¡Basta, Amy!», le dijo una voz interior. «¡Esto es una locura!».
–Yo también quiero mucho a tus padres. Sería muy triste que decidieran separarse.
–Si te casaras conmigo, tal vez la llegada de su nieto les ayudara a reconciliarse.
–Pero se preguntarían por qué motivo querrías casarte conmigo. Pensarían incluso que el bebé podría ser tuyo. No. No podría soportarlo. Sería una gran humillación para mí.
–Si eso es lo que te preocupa, les dejaré bien claro que el bebé es de Roland, no mío –dijo él con aire sombrío.
–¿Harías eso por mí?
Él asintió con la cabeza.
–No me gustaría que pudieran pensar que traicioné a Roland –añadió ella.
–Nadie podría pensar una cosa así de ti, Amy. Siempre has hecho lo correcto en la vida. ¿Quién podría creer que te hubieras acostado con el hermano de tu prometido?
Amy vio la tensión con que él pronunciaba esas palabras. Se levantó del banco bruscamente.
–Solo quiero hacer lo que sea mejor para mi bebé.
–Casarte conmigo es lo mejor que puedes hacer por tu bebé, Amy –dijo Heath levantándose también del banco–. Ya lo verás. Todo el mundo estará encantado de saber que estás embarazada. Tómate todo el tiempo que quieras, pero recuerda, este bebé es un Saxon, y Roland estaba orgulloso de ser un Saxon.
Heath veía en aquel matrimonio la oportunidad de reconciliarse con su familia. Daría a sus padres la ocasión de olvidar sus diferencias y mitigar el dolor por la pérdida de su hijo con la llegada de su primer nieto.
En cuanto a ella, podría tener a su bebé. Un bebé que crecería en Chosen Valley, en la casa donde ella había nacido. Todo era perfecto. Excepto que entre Heath y ella no habría amor.