Читать книгу Una propuesta para Amy - El amor de mi vida - Mi vida contigo - Tessa Radley - Страница 6
Capítulo Dos
ОглавлениеHeath llamó a un médico y luego la llevó a su casa en su flamante Lamborghini.
Subió las escaleras con ella en brazos, ante la cara de sorpresa del ama de llaves, y se dirigió a la habitación de invitados.
Era la casa donde había nacido y se había criado. Amy contempló la habitación con nostalgia. La última vez que había estado allí tenía las paredes de un color azul pálido desvaído. Heath debía haberlo renovado todo. Ahora tenía un papel de rayas muy elegante de color marfil y azul.
Heath dejó a Amy suavemente sobre la cama, descorrió las cortinas y abrió las ventanas de par en par para que entrara el aire fresco del campo.
–Ya estoy bien –dijo ella cuando él se volvió–. No necesito ningún médico.
–Llamé al doctor Shortt cuando te desmayaste. No creo que tarde ya mucho en llegar.
–¿El doctor Shortt? Hace años que no me ve. Creo que la última vez fue cuando tuve la varicela.
Eso había sido a los diez años de la muerte de su madre. Recordaba que su padre se había puesto muy nervioso. Ella tenía entonces quince años. Demasiado mayor para contraer la varicela.
–¿Quién es tu médico ahora? Lo llamaré si quieres. Aunque el doctor Shortt lo ha dejado todo para venir a verte.
Estaban en esas, cuando el doctor Shortt entró en la habitación con un maletín de cuero negro. Amy lo encontró igual que la última vez. Solo tenía algunos kilos de más y unas cuantas canas en las sienes.
–Amy, pequeña, ¿qué tal estamos? –dijo el doctor Shortt a modo de saludo como si ella fuera aún una niña, y luego añadió, dirigiéndose a Heath–: Siento no haber podido estar el mes pasado en el funeral de tu hermano. Tuve una urgencia.
Heath asintió con la cabeza y el doctor Shortt volvió a fijar la atención en Amy.
–Debe haber resultado muy duro para ti, querida.
–Sí –respondió ella, sin poder reprimir las lágrimas.
–Bien, vamos a ver qué te pasa –dijo el doctor Shortt, mirando de reojo hacia la ventana donde estaba Heath–. Bajaremos en seguida.
–Heath, puedes volver a tu trabajo –replicó Amy con voz temblorosa.
–No, prefiero quedarme.
–No, aquí no.
Ella no deseaba que él estuviera presente mientras el médico la examinaba.
–Está bien, esperaré fuera.
Cuando salió por la puerta, Amy se dejó caer sobre la almohada con un suspiro de alivio.
El doctor Shortt la miró fijamente con ojos escrutadores.
–Y ahora dime, ¿cómo estás?
–Desolada –respondió ella con una leve sonrisa–. Era lo esperable tras la muerte de Roland, ¿no?
El médico emitió un pequeño gruñido y sacó un termómetro del maletín.
–¿Duermes bien?
Ella se incorporó en la cama e inclinó la cabeza para que pudiera tomarle la temperatura en el oído.
–Los primeros días, apenas conciliaba el sueño. Pero este último mes me encuentro muy cansada a todas horas.
Shortt soltó otro gruñido, miró el termómetro e hizo unos cuantos garabatos en su libreta.
–El joven Saxon me dijo que te desmayaste.
El joven Saxon. Amy sonrió al volver a escuchar esa expresión.
–No fue nada. Me puse de pie bruscamente y sentí una especie de mareo.
Ahora el doctor Shortt no emitió ningún gruñido cuando sacó el manguito de medir la tensión arterial y se lo ajustó alrededor del brazo mientras apretaba la pera.
–Umm. Algo baja –dijo el médico al cabo de unos segundos.
–¿Tengo algo malo? –replicó ella.
–Deja que te examine.
Los siguientes quince minutos se le hicieron a Amy una eternidad.
El doctor Shortt le hizo ir luego al baño para tomar una muestra de orina y analizarla.
Al cabo de un par de minutos, la miró fijamente con cara de circunstancias.
–No tienes nada, Amy. Solo estás embarazada.
–¿Cómo? No es posible –dijo ella asustada–. ¿Está seguro?
–Ese cansancio, esa fatiga, esos mareos, esa bajada de tensión… son síntomas muy claros.
–¡Dios mío! –exclamó ella, tapándose la cara con las manos–. ¿Y qué voy a hacer ahora?
El doctor Shortt le preguntó cuándo había tenido la última regla.
–El último mes no me vino y la anterior fue algo irregular. Pero pensé que sería por el estrés.
–Habrá que hacerte una ecografía. Eso nos dará una idea más exacta del estado de tu embarazo.
Amy dejó caer las manos y se mordió el labio inferior.
–Sé muy bien desde cuándo estoy embarazada.
–En todo caso, debemos confirmarlo. ¿Pensabais Roland y tú tener hijos?
–Algún día. Una vez que estuviéramos casados.
Pero no ahora. Ella no había previsto ser una madre soltera. Eso no era su forma de hacer las cosas. Los bebés debían llegar en el seno del matrimonio. Cuando fuera la señora Wright. ¿Qué raro le sonaba eso ahora? Sintió deseos de llorar de nuevo. Su vida se había trastocado por completo.
–Te aconsejo que vayas a ver a una asistenta social –dijo el doctor Shortt, dándole una tarjeta de visita–. Si te sirve de consuelo, querida, después de tantos años de médico, aún considero un milagro la concepción de un bebé.
Amy se guardó la tarjeta en el bolsillo, sin poder salir aún de su asombro. ¿Cómo iba a dar a Kay y a Phillip Saxon la noticia de que ella, la novia perfecta que nunca había dado un paso en falso, estaba a punto de darles su primer nieto? Un hijo ilegítimo, fuera del matrimonio.
Heath estaba dando vueltas por el vestíbulo cuando Amy y el doctor Shortt salieron del cuarto de invitados. Se detuvo en seco al ver la palidez de Amy.
–¿Qué ocurre?
–Amy te lo dirá –replicó el médico muy sereno.
–¿Qué pasa? –preguntó Heath con cara de preocupación al ver que ella desviaba la mirada, y luego añadió, viendo que Shortt bajaba las escaleras con intención de marcharse sin esperar al té que le había prometido–: Gracias por venir, doctor.
–Vamos al cuarto de estar. Josie ha preparado el té. Tomaremos una taza y me lo contarás todo.
Bajaron las escaleras y entraron en el cuarto de estar. Ella se sentó en un sillón y Heath le sirvió una taza de té.
–El doctor Shortt no parecía muy preocupado.
–No, él lo considera un milagro.
–¿De qué milagro estás hablando, Amy?
–Estoy embarazada, Heath.
Por un instante, el rostro de Heath pareció iluminarse por un rayo de alegría y esperanza.
–¿Embarazada? ¿Estás segura?
–Sí. De tres meses. Ese es el milagro. Un milagro no deseado.
¡Embarazada! ¡Y de tres meses!, se dijo él para sí, emocionado. Pero luego recapacitó.
–¿Piensas abortar? ¿No quieres tener el bebé de Roland?
Amy abrió los ojos como platos.
–¿Cómo te atreves a pensar una cosa así de mí?
Heath recordó demasiado tarde que Amy tenía una visión muy clásica y romántica de la familia. Nada de bebés fuera del matrimonio. Ella deseaba una boda con vestido blanco, damas de honor y anillos sobre cojines de terciopelo. La idea de un aborto no podía caber en su mente.
–Lo siento. ¿Te has enfadado conmigo?
–Sí. No. No lo sé –dijo ella, bajando la cabeza entre sollozos.
Heath se acercó al sillón y se arrodilló a su lado.
–No –exclamó ella, tapándose la cara con las manos–. Aléjate de mí.
–¿Puedo saber por qué estás enojada conmigo?
Ella retiró las manos y frunció los labios, mirándolo fijamente.
Heath contempló aquella boca, aquel capullo de rosa que había sido objeto de su fantasías más secretas.
–No quiero hablar de ello –dijo ella, cruzando los brazos y haciéndose un ovillo como si quisiera desaparecer de su vista.
–Amy, tenemos que hablar. No podemos dejar que esto…
–Déjame –respondió ella, poniéndose de pie–. Quiero volver de nuevo a mi trabajo en Saxon´s Folly.
–No lo permitiré.
–Tú no puedes…
–Por supuesto que puedo –dijo él con los dientes apretados.
–¿Piensas acaso retenerme por la fuerza? –exclamó ella con las mejillas encendidas.
–¡Por el amor de Dios, Amy! Sabes que nunca haría una cosa así. Solo quería decir que no puedo llevarte al trabajo en el estado en que estás… hasta que no te hayas recuperado.
–Está bien. Volveré andando entonces.
–¡Ni se te ocurra! No me importa si te enfadas conmigo, pero no voy a consentir que vuelvas hoy al trabajo. Debes descansar. Tómate el té mientras voy a decirle a Josie que prepare la habitación de invitados para ti. Me quedaré contigo esta noche.
–¡Eso es absurdo! –dijo ella, dirigiéndose muy decidida hacia la puerta–. Me voy a trabajar. Estoy embarazada, no enferma.
Heath la agarró del brazo cuando tenía ya la mano en el picaporte y se puso a forcejar con ella.
–Así que te crees ahora una experta, ¿no? ¿Qué sabes tú de embarazos?
Ella volvió la cabeza y él se encontró con sus ojos ámbar mirándolo como un animal desesperado apresado en una trampa. Su expresión de vulnerabilidad le llegó al alma.
–No te preocupes por mí. Este es mi problema, no el tuyo. Seguiré las indicaciones del doctor Shortt. Me haré un escáner y un estudio prenatal. Tomaré vitaminas y aprenderé todo lo que necesite saber… Déjame, Heath. Ya se me han pasado los mareos.
Ella tenía razón, se dijo él. No era problema suyo que estuviera embarazada de su hermano. No tenía por qué entrometerse en su vida.
Se echó a un lado, dejándole la puerta franca.
–Me alegra oír que vas a ser sensata.
–Y a mí me alegra que hayas comprendido que no pienso quedarme aquí de ninguna de las maneras. Si no quieres llevarme al trabajo, llévame a casa entonces.
–Esta ha sido tu casa durante muchos años. ¿Por qué no…?
–No. Para mí, esta ya no es mi casa.
Ella había nacido y se había criado allí, pero Chosen Valley pertenecía ahora a Heath. Él había reformado todas las habitaciones. Todo estaba distinto. Cambiado. Aunque parecía seguir conservando su clima cálido y cogedor. El viejo caballito de madera con el que había jugado de niña aún seguía allí en un rincón de la habitación. Se imaginó por un instante a su hijo balanceándose en él. Se tocó el vientre y sintió un amarga sensación.
–Amy…
Ella fijó la mirada de nuevo en Heath.
–No quiero que le digas a nadie que estoy embarazada.
–¿Por qué demonios…?
–No digas palabrotas. A tu madre no le gustaría –dijo ella, dándose cuenta en seguida de lo ridículo que sonaban sus palabras–. Aún no estoy preparada para afrontar esta situación –añadió.
–Amy, esto no es tan malo. Como te dijo el doctor Shortt, realmente es un milagro.
–No, es algo terrible. Es lo último que hubiera deseado. Prométeme no decírselo a nadie.
–Mis padres estarán encantados de saber que estás embarazada de Roland y que van a tener un nieto.
Ella lo miró fijamente. Él no podía comprender la confusión, la desesperación y la vergüenza que se agitaba dentro de ella. Nadie podría.
–Roland está muerto. Esto que llevo dentro es una parte de mí misma. Es mi bebé… Por favor, Heath, prométemelo.
Él levantó las manos en señal de rendición.
–Está bien, está bien, si tanto te preocupa, te prometo que no se lo diré a nadie.
–Llévame a mi casa, por favor.