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La lluvia dorada

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Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa, como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada… Pablo Neruda: Tango del viudo.

Cuando aullé con mis garras horadando

La tierra núbil de las Indias, un continente abierto a la muerte,

Cayó la primera lluvia dorada, sobre los cuerpos abatidos,

Y ese oro líquido penetró por las llagas de los cadáveres,

Esos espejos áureos que se abrieron exudando el vapor

Sexual de los peces y los tigres;

Y los cuerpos desmembrados se volvieron a reunir,

Las llagas abiertas por los cruentos pedernales

Invirtieron el curso del torrente sanguíneo, ya coagulado,

Y los torsos destazados cicatrizaron sus heridas

En los altares de piedra; y continuó vertiendo el cielo

Azul manchado de azul, la tibieza de la lluvia dorada,

Que arreció sobre la mesnada de cadáveres ya violáceos

Que invirtieron la lividez en flujo, y el flujo en rosáceas

Carnes resucitadas, y el vapor alquímico que arropó

Todas esas muertes, aulló también el canto de la noche,

Aullido a aullido, y la lluvia dorada arreció 40 días y 40 noches,

Y nuevamente las vulvas sacrificadas secretaron el deseo,

Y nuevamente los falos agostados por el pedernal cruel,

Se irguieron y eyacularon oro líquido sobre la muerte

Derrotada por el crepúsculo de la tarde, que

Permaneció sobre la piel que alfombró el bosque

De estatuas palpitantes, áureas, en una nueva vida

Para el deseo de estos pámpanos crepusculares de las Indias,

Donde el sacrificio era la mácula, y el pedernal

El falo fiero, y sobre las charcas de raso núbil

Continuó arreciando la espléndida lluvia dorada,

Mientras yo, Lobo, aullaba, aullaba, aullaba, el aullido

Más rapaz y pletórico, en una alborada del tercer día

De la resurrección de todos los cuerpos sacrificados a

Un Dios pétreo, que huyó por el corredor del Vacío

Hacia el cóncavo espejo amarillo que devoró su horror vacui.

Gesta de lobos

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