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Prefacio a la edición española

Todos hemos oído de la cristología desde arriba y de la cristología desde abajo, pero el libro El Señor encarnado de Thomas Joseph White es un ejemplo admirable de lo que se podría denominar una «cristología desde dentro». Es un libro que se inspira en las palabras de nuestro Señor a los discípulos de Emaús: «“¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?”. Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras» (Lc 24, 25-27).

Las palabras de Cristo nos invitan a considerar las Sagradas Escrituras como un relato continuo que comienza con las primeras líneas del Génesis –«al principio creó Dios el cielo y la tierra»– y que concluye con las últimas palabras del Apocalipsis –«la gracia del Señor Jesús esté con todos»–. Cristo nos invita a encontrarlo en cada página, porque él es el centro de este relato. «Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último» (Ap 22,13). En la compleja estructuración de tipología y prefiguración presente en este amplio relato, Cristo siempre y en todas partes aparece como anticipado y presente, ya que él es «la pascua de nuestra salvación […], quien soporta mucho en muchos. Él es quien fue matado en Abel, atado en Isaac, mercenario en Jacob, vendido en José, abandonado en Moisés, inmolado en el cordero, perseguido en David y deshonrado en los profetas»1 . Es un relato global que abarca incontables subtramas mayores y menores, que contienen mucha acción y una abundancia de personajes. Y sin suprimir estas subtramas o personajes, Cristo permanece en el centro. El relato unificador, a la vez divino y humano, de la venida del Hijo unigénito y de su victoria sobre el pecado y la muerte abarca la totalidad, desde el inicio hasta el final. En Emaús, Cristo nos enseña que la cristología debe hacerse desde dentro de este amplio relato sobre nuestra salvación.

Hace varios años, cuando leí Cien años de soledad por primera vez, quedé completamente hechizado por el libro. Nunca había oído de Gabriel García Márquez o del realismo mágico, pero quedé cautivado por la poderosa historia de las siete generaciones de la familia Buendía y recomendé el libro a cualquiera que quisiera oírme. Estoy convencido de que la mayoría de los lectores del que ha sido considerado como uno de los cincuenta libros más influyentes jamás escritos, han tenido la misma experiencia que yo. Posteriormente, la crítica literaria y los comentarios me ayudaron a comprender mejor el libro y captar la caracterización extraordinariamente rica que constituye uno de sus puntos más destacados. Obviamente estos estudios no pueden substituir al original. Las mejores críticas presuponen el conocimiento en los lectores de la compleja trama de Cien años de soledad y desde dicho presupuesto pasan a examinar la motivación, el desarrollo y la interacción de los fabulosos personajes de la familia Buendía.

Se podría entender la «cristología ontológica» de White ¬–que he denominado «cristología desde dentro»– de manera análoga: como una cuidada exposición teológica que ofrece una explicación lo más completa posible de los principales personajes de cuya acción depende el desarrollo que aparece en el relato: Dios, Cristo y los hombres (¡y también los ángeles!). Dicho relato no queda universalizado por la introducción de conceptos metafísicos. Al contrario, su particular defensa de un significado universal está garantizada por un conjunto de argumentos de tipo exegético, teológico y filosófico, entre otros. La cristología ontológica no constituye un substituto de un relato bíblico, sino que se introduce en el relato que poseemos y, justamente desde dentro, consigue vivificarlo en cada uno de sus puntos.

Lamentablemente, el lugar de la metafísica en la cristología ha sido considerado por algunos como una cristología desde arriba, que suprime la inmediatez soteriológica del relato bíblico por medio del recurso a categorías filosóficas extrañas. En algunas ocasiones se ha propuesto una «cristología desde abajo» como correctivo de esta aproximación metafísica. Aunque a menudo es difícil saber lo que realmente significan estas etiquetas, pareciera que una cristología desde abajo emerge precisamente ante las dudas sobre la consistencia de la metafísica en cuanto tal.

Estas dudas aparecen de modo penetrante debido la fuerte influencia de la crítica a la metafísica formulada por Immanuel Kant en el siglo XVIII. Para Kant, la pregunta metafísica no revela las estructuras ontológicas de las cosas en el mundo, sino las estructuras cognitivas que hacen posible nuestro conocimiento sobre ellas. Para muchos de los teólogos que han aceptado la crítica kantiana a la metafísica, ya no tiene sentido exponer las doctrinas clásicas sobre la cristología o sobre la Trinidad en términos ontológicos. Sin embargo, los concilios ecuménicos de los primeros siglos utilizaron con moderación algunos conceptos filosóficos (como naturaleza, substancia y persona) para dar razón de las verdades indiscutibles sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que estaban esparcidas en las Sagradas escrituras y presentes en el culto cristiano. Estos concilios evitaron las categorías míticas y recurrieron a una conceptualización filosófica no para desplazar, sino para reforzar el sentido revelado del relato cristiano sobre la salvación tal como se narra en la Escritura y se celebra en la liturgia y también para excluir las interpretaciones heterodoxas de dicho relato.

Sin embargo, después de Kant, muchos teólogos comenzaron a cuestionar la eficacia de la síntesis patrística y de la tradición teológica posterior que se apoyaba en ella. Un teólogo muy importante en este desarrollo fue Friedrich Schleiermacher (1768-1834). Habiendo aceptado la crítica kantiana a la metafísica, rechazó la tradición doctrinal y teológica que había sido compartida de una u otra forma por las comunidades cristianas hasta antes del siglo XVIII. Su pietismo lo inclinó naturalmente en esta dirección. A pesar de esto, habiendo abandonado las categorías de persona y naturaleza, lo mismo que el sentido metafísico para explicar su lugar en la cristología, Schleiermacher procuró salvar la fe cristiana ortodoxa en la divinidad de Cristo atribuyéndole una «conciencia de Dios» en un grado superlativo. Los orígenes de una cristología desde abajo se encuentran precisamente en este desplazamiento. Las diferentes búsquedas del Jesús histórico fueron en cierto modo un subproducto inevitable en la medida en que los teólogos desearon conseguir una verificación empírica de la idea de que «la persona detrás del relato bíblico» poseía de hecho tal conciencia.

Muchos teólogos realistas (y entre ellos los tomistas) han reconocido que este proyecto es una vía muerta. Los estudiantes de teología en nuestros días deben comprender qué está en juego. Lo que realmente importa es saber si quien dice que puede salvarnos está a la altura de dicha tarea. Hablando filosóficamente, no basta un conocimiento, sino que se requiere una explicación de la eficacia del supuesto salvador. En la tradición, esta exigencia soteriológica condujo a la formulación de las doctrinas cristológicas que constituyen el legado de los grandes concilios. Así pensaban no solo Atanasio y Basilio, sino también Tomás de Aquino y Karl Barth, entre mucho otros: las definiciones conciliares para hablar de Cristo expresan sobre todo el significado soteriológico de su vida, muerte y resurrección.

Al final, las etiquetas «cristología desde arriba» y «cristología desde abajo» suponen un falso dilema. Lo que se necesita es una robusta cristología desde dentro. Análogamente a la mejor crítica literaria de un clásico como Cien años de soledad, una cristología desde dentro analiza los patrones trinitarios, cristológicos, pneumatológicos y soteriológicos presentes en el relato bíblico para ayudarnos a entender que la salvación ahí proclamada ha sido razonablemente realizada. «¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?»

J. Augustine Di Noia, O.P.

Arzobispo de Oregón (USA)

Secretario adjunto de la Congregación para la Doctrina de la Fe

1. Melitón de Sardes, Homilía sobre la pascua §69, trad. Javier Ibáñez – Fernando Mendoza (Pamplona: EUNSA, 1975), 183–85.

El Señor encarnado

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