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La vida dividida

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No es fácil señalar con precisión en qué momento algo muy valioso para nosotros pasa a ocupar un segundo plano, pero suele ser una estrategia de supervivencia en un mundo que es demasiado duro. En nuestro intento de salvaguardarnos de nuestra propia vulnerabilidad, enterramos nuestras facultades especiales. En una etapa más avanzada de la vida, esta separación se manifiesta en forma de crisis, apatía o depresión. Silenciar prolongadamente nuestro talento puede conducirnos a una parálisis creativa o espiritual. Puede que este exilio autoimpuesto nos protegiera durante algún tiempo, pero llega un momento en que la energía que requiere guardar silencio acaba agotándonos.

Hay muchos tipos de silencio, tantos como voces hay en el mundo: el silencio entre las notas musicales, que es una recopilación de tensión positiva; el que se produce súbitamente cuando quedamos cautivados por la belleza; el que nos invita a escuchar la historia de otra persona; el que espera la más mínima ocasión para revelarse. Pero el tipo de silencio que se hereda o que se debe a la vergüenza es un velo que oscurece la integridad de nuestra sinceridad.

Si ha quedado algo en el tintero, todo lo relacionado con ese tema tampoco se trata con sinceridad total. Algunas vidas se forjan intrincadamente en torno al silencio. Quizás hubo algún acto de crueldad, violencia o una situación volátil que nos aterrorizó hasta el extremo de hacernos enmudecer; tal vez el silencio se implantó a raíz de una decepción; o tal vez el lenguaje propio de las cosas nos parece demasiado sagrado para ser revelado. Cualquiera que sea el origen o razón colateral de nuestro silencio, con el tiempo, puede provocar el ambiente de aislamiento que sufrimos, pero del cual, paradójicamente, somos cómplices.

El silencio es una forma de poder, porque protege a lo tierno y vulnerable del escrutinio, la crítica, el rechazo, la interrupción y el exilio. El que guarda silencio tiene mucho poder. Lo que permanece sellado jamás podrá sufrir mientras siga oculto. El silencio es poder, sí, pero ¿cuándo se vuelve este en contra de su guardián y lo convierte en su prisionero? ¿Cuándo inhibe el impulso natural de hablar, la necesidad de cantar, el anhelo de contribuir? Muchas personas esperan la invitación expresa de hablar, a que se les conceda algún permiso, a que se los incite a contribuir. Pero ¿y si esa invitación no llega jamás?

¿Cuándo nos priva el silencio de lograr nuestro propósito o de conectar con los demás? ¿Cuándo el silencio impide un desacuerdo saludable, como el que denuncia una injusticia e invoca al cambio? ¿Cuándo se convierte en cómplice, en lugar de incitar a una revolución necesaria?

El verdadero significado de la pertenencia

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